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Haruki Murakami, gran escritor, gran trabajador
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Haruki Murakami, gran escritor, gran trabajador

El jurado de este año ha acertado monumentalmente con su elección, pero la argumentación del fallo es un tanto lábil y genérica

Foto: El japonés Haruki Murakami ha sido galardonado hoy con el Princesa de Asturias de las Letras (EFE)
El japonés Haruki Murakami ha sido galardonado hoy con el Princesa de Asturias de las Letras (EFE)

Haruki Murakami tiene un libro sobre su afición más extenuante: correr. Se titula De qué hablo cuando hablo de correr (Tusquets). En él nos cuenta una pequeña cortesía que antecedió a la publicación del volumen. Como el título estaba inspirado en De qué hablamos cuando hablamos de amor (Anagrama), de Raymond Carver, Haruki le escribió a la viuda de Carver, y le pidió permiso para su variación atlética. Esto, amigos, es todo lo que la obra de Haruki Murakami tiene de japonesa. La educación.

Hasta 2010, leí casi toda la obra de Murakami en el idioma adecuado, el inglés. Aunque el jurado del Princesa de Asturias de las Letras de este año ha acertado monumentalmente con su elección (y, de hecho, si revisamos los premiados en Asturias en el siglo XXI y los premiados en Suecia en este mismo siglo, el criterio asturiano es muchísimo más atinado), lo cierto es que la argumentación del fallo es un tanto lábil y genérica. Como tomarse cualquier cosa con paracetamol para el dolor de cabeza.

Foto: El escritor japonés Haruki Murakami. (EFE)

Destaca el fallo “su capacidad para conciliar la tradición japonesa y el legado de la cultura occidental” como motivo para premiarlo. La verdad es que a Haruki-kun la cultura japonesa le importa un huevo, motivo por el cual no es particularmente apreciado en las altas esferas literarias de su país. Además, no es la cultura occidental, así a lo ancho, la que inspira y da cuerpo a sus largas novelas, sino casi exclusivamente la cultura en lengua inglesa. A Murakami le pones un disco de The Beatles y ya se le ocurren catorce novelas de setecientas páginas cada una.

El jurado de este año ha acertado monumentalmente con su elección, pero la argumentación del fallo es un tanto lábil

Por eso, y porque las cubiertas de las ediciones de Vintage son una obra maestra, les recomiendo leerlo en inglés. Un inglés, además, perfectamente accesible sólo con haber acabado COU.

David Lynch y George Orwell

Creo que lo primero que llegó a España de Haruki Murakami fue La caza del carnero salvaje, publicado por Anagrama diez años después que el texto original (1992, 1982). A todo el mundo le dio igual lo del carnero. Parecía, se me ocurre, el clásico autor pintoresco que sacaba Anagrama para gustarse a sí misma.

No debe de haber muchas dudas sobre la indiferencia por el nipón en los años 90 en nuestro país si hubo que esperar hasta 2001 para volver a abrir un libro suyo en nuestro idioma. Ese año, Tusquets publicó Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, y empezó el festín de Murakami entre los lectores en español. Muchas novelas muy gruesas y, entre medias, algunos cuentos. Murakami llegaría a ser en la primera década del siglo XXI el autor favorito de esa ingente masa de lectores que se sitúa a un lado y otro de la línea que divide la narrativa más cochambrosamente comercial (Dan Brown, pongamos) y la narrativa “literaria”. Si eras un snob sin gusto, normalmente te reías de Murakami. Muchos escritores españoles de mi generación se reían de Murakami.

Si eras un snob sin gusto, normalmente te reías de Murakami. Muchos escritores españoles de mi generación se reían de Murakami

Si Martin Amis se quedó en los 90, Murakami encajaba perfectamente en el nuevo siglo. Sus relatos, sus héroes mismos, no son particularmente masculinos, sino hombres bastante pringados. En Tokio Blues (2005) (Norwegian woods en el original, como la canción de The Beattles), el protagonista narraba sus años universitarios de rechazos amorosos y falta de sintonía con el mundo. Este libro pos-adolescente, que venía de 1987, dio bastante fama y lectores a Murakami en España, según recuerdo perfectamente. Pero no es, en rigor, muy representativo de su narrativa.

placeholder El novelista japonés Haruki Murakami (EFE)
El novelista japonés Haruki Murakami (EFE)

En Spuknit, mi amor (2002), publicado originalmente en 1999, sí encontramos el ingrediente fantasmagórico que caracteriza las peripecias que se le ocurren al nipón. Historia de un amor entre mujeres, incluía una escena donde la protagonista sube a una noria y la noria se estropea dejándola en lo más alto del arco. Desde allí, ella divisa su apartamento, y hay luz en la ventana (ella la apagó al salir) y luego se ve a sí misma dentro.

Estas escenas imposibles, surrealistas y escalofriantes abundan en Kafka en la orilla (2006, 2002) o 1Q84 (2011, 2009), y son, con su pátina a lo David Lynch (pensemos en Mulholland Drive o Inland Empire, estrenadas en años parecidos) lo más valioso de la obra de Murakami. Hay mucha crueldad en sus libros (una mujer embarazada pide a su marido un helado y, cuando se lo trae, lo tira, y le pide otro; y así cuatro o cinco veces), bastantes situaciones paranormales (el desmayo simultáneo de un grupo de niños de excursión, al comienzo de Kafka en la orilla) y no poco sexo (singularmente sexo oral).

Hay mucha crueldad en sus libros (una mujer embarazada pide a su marido un helado y, cuando se lo trae, lo tira, y le pide otro; y así cuatro veces)

Con todo, una objeción que siempre le he puesto a Murakami es el uso tan simplote que hace de lo que el jurado del Princesa de Asturias llama “legado de la cultura occidental”. Por explicarlo con rapidez: Murakami titula Kafka en la orilla, no Thomas Bernhard en la orilla; 1Q84, no Nosotro3 (ahora se lo explico), o Norwegian Woods, y no El amor sólo dormía (Loves is only sleeping).

Es decir, Murakami sólo emplea en sus novelas referencias culturales evidentes, moneda muy corriente del acervo creativo occidental. Necesita que el lector masivo sepa quién es ese pintor (citará a Van Gogh, no a Andrew Wyeth), ese escritor o esa canción que incluye en su libro, para hacerle sentir culto y camelarlo con la ilusión de estar leyendo alta literatura. Todo el mundo sabe quién es Kafka, lo haya leído o no; casi nadie sabe, ni ha leído, a Thomas Bernhard. Igualmente, 1984, de Georges Orwell, es popular, y no Nosotros (1924), la novela del escritor ruso Evgeni Zamiatin en la que en buena medida se inspiró. Murakami también toma títulos de las canciones de los Beattles (Drive my car), pero no de las canciones de The Monkees, por idénticos motivos.

Murakami sólo emplea en sus novelas referencias culturales evidentes. Necesita que el lector masivo sepa quién es ese pintor o esa canción

El propio autor ha definido su estilo con la usual expresión inglesa “page turner”, es decir, prosa fácil y directa, muy lejos de exigir al lector volver atrás en una frase o darse un descanso después de diez páginas. Murakami puede tenerte horas leyendo sus libros enormes, porque todo fluye, fascina, avanza sin obstáculos sintácticos hacia resoluciones satisfactorias.

Es, en fin, un gran escritor, pero, sobre todo, un gran trabajador. Haruki Murakami nunca deja de correr.

Haruki Murakami tiene un libro sobre su afición más extenuante: correr. Se titula De qué hablo cuando hablo de correr (Tusquets). En él nos cuenta una pequeña cortesía que antecedió a la publicación del volumen. Como el título estaba inspirado en De qué hablamos cuando hablamos de amor (Anagrama), de Raymond Carver, Haruki le escribió a la viuda de Carver, y le pidió permiso para su variación atlética. Esto, amigos, es todo lo que la obra de Haruki Murakami tiene de japonesa. La educación.

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