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Hombres, mujeres y niños: así fueron las masacres durante el Paleolítico
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Hombres, mujeres y niños: así fueron las masacres durante el Paleolítico

El arqueólogo del CSIC Alfredo González Ruibal (@guerraenlauni) publica 'Tierra arrasada. Un viaje por la violencia del paleolítico al siglo XXI'. Aquí adelantamos un extracto

Foto: Los restos encontrados en Jebel Sahaba muestran que fueron enterrados con cariño (REUTERS)
Los restos encontrados en Jebel Sahaba muestran que fueron enterrados con cariño (REUTERS)

"Un cementerio de hace 13.400 años confirma la violencia generalizada del Paleolítico". El titular de periódico no deja lugar a dudas: los cazadores-recolectores de la Prehistoria vivían en conflicto constante. Personalmente, me resulta difícil entender como un cementerio de un período que duró cientos de miles de años puede confirmar que la violencia en el Paleolítico era generalizada. Yo no considero que viva en un país donde la violencia es lo normal, pese a que haya unos cuantos miles de fosas comunes de hace apenas ochenta años. El titular hace referencia al cementerio de Jebel Sahaba, en Sudán, una de las dos masacres que conocemos de cazadores-recolectores prehistóricos. La de Jebel Sahaba fue la primera en ser descubierta. Y ni siquiera está claro que fuera realmente una masacre.

El yacimiento lo encontró un equipo de arqueólogos estadounidenses y fineses en Nubia. Fue en 1965, en el marco de la gran campaña arqueológica internacional para salvar todo lo posible de la zona que sería anegada por la presa de Asuán. Hoy recordamos esta iniciativa por los restos faraónicos que se salvaron, a veces desplazados (como Abu Simbel), otras veces exiliados (como el templo de Debod, actualmente en Madrid). Pero también se documentaron miles de yacimientos de otras épocas menos populares, desde el Paleolítico al siglo XIX. El cementerio de Jebel Sahaba, denominado Sitio 117, fue uno de ellos: estaba compuesto por 61 inhumaciones de hombres y mujeres de todas las edades. La sorpresa vino al comprobar que al menos 24 de los enterrados habían sufrido una muerte violenta. Incrustados en diversas partes del esqueleto o entre los huesos aparecieron numerosos elementos de sílex de las flechas con las que los mataron: en el tórax, la pelvis, el cráneo e incluso el paladar. Solo en una de las víctimas, los arqueólogos encontraron nada menos que diecinueve elementos de flecha. Por aquel entonces, las flechas estaban compuestas por un vástago de madera en el que se insertaban diversas piezas de piedra tallada, por lo que un único flechazo podía dejar varias incrustadas en el cuerpo. Jebel Sahaba pasó a la historia de la arqueología como la primera masacre, perpetrada entre 18.000 y 13.400 años antes del presente. Un acto de violencia extrema mediante el que se aniquiló a toda una comunidad. Un crimen que hasta entonces nadie pensaba que pudieran cometer los cazadores-recolectores. Y es que a lo mejor no lo cometieron.

Incrustados en diversas partes del esqueleto o entre los huesos aparecieron numerosos elementos de sílex de las flechas con las que los mataron

Porque la historia no acaba aquí: en 2001, el arqueólogo que excavó el cementerio, Fred Wendorf, donó los restos al Museo Británico, lo que permitió que se llevaran a cabo nuevos análisis con técnicas más sofisticadas que las de los años sesenta. Los análisis descubrieron más de un centenar de nuevas lesiones. De hecho, la mayoría de los cadáveres habían sufrido heridas: de los 24 inicialmente identificados se pasó a 41, un 67 % de los inhumados. Es posible que el número de lesiones hubiera sido superior originalmente si tenemos en cuenta las que pudieron afectar a órganos, músculos o vasos sanguíneos y no dejaron huella en el esqueleto. El número de traumas es similar en hombres y mujeres, pero en el caso de las mujeres son más habituales las lesiones defensivas en los antebrazos (lo que se conoce en inglés como parry fractures), que ocurren cuando se levantan los brazos instintivamente para proteger la cabeza de los golpes. Los hombres en cambio tienen más fracturas en las manos, quizá sufridas en combate. Y los niños recibieron golpes en el cráneo. Las marcas de corte en algunos huesos revelan que los perpetradores recuperaron las flechas clavadas en el cuerpo de sus víctimas. El nuevo estudio demostró que la masacre había sido peor de lo que pensábamos. O no.

placeholder 'Tierra arrasada', de Alfredo González Ruibal @guerraenlauni
'Tierra arrasada', de Alfredo González Ruibal @guerraenlauni

Porque hoy no está tan claro que en Jebel Sahaba se hubiera enterrado a una comunidad exterminada. Primero, porque solo dieciséis de los esqueletos muestran claramente traumas perimortem, es decir, que solo está confirmado que esas dieciséis personas (de un total de 61) murieron a causa de las heridas. En muchos otros casos se trata de lesiones ante mortem que se llegaron a curar o no queda claro si estamos ante heridas perimortem o ante morten. Por otro lado, se observan distintos episodios de enterramiento, así como tumbas que fueron removidas para realizar otras inhumaciones. Nada de esto es coherente con un exterminio masivo y en un único momento.

El Sitio 117 encaja mejor en un contexto de conflicto prolongado, en donde habrían tenido lugar enfrentamientos con distinto grado de letalidad y diverso número de bajas. A lo que más recuerda este escenario es a los ciclos de razias y vendettas típicos de lo que los antropólogos denominan "sociedades de pequeña escala" (como los cazadores-recolectores, los pastores nómadas o los agricultores de roza). Al final de un ciclo, las bajas pueden ser relativamente numerosas, pero en cada enfrentamiento es raro que mueran más de dos o tres personas.

Si no se trata de una masacre, ¿nos hallamos ante un horizonte de violencia generalizada? ¿Tenía razón después de todo el periodista del titular? Creo que no, por varios motivos. En primer lugar, Jebel Sahaba nos habla sobre todo de Jebel Sahaba, no de Europa ni de Asia. No del Paleolítico en general, desde luego. Ni siquiera del nordeste de África. En todo caso, del valle medio del Nilo. Y quizá ni eso, porque en otros cementerios de los alrededores se han documentado también lesiones en los esqueletos, pero en un porcentaje ínfimo comparado con el Sitio 117. Lo que es extraño no es el número de muertos. Es que hubiera mujeres y niños. Este tipo de violencia atroz no es lo normal en sociedades tribales: entre los Kapauku de Nueva Guinea, por ejemplo, las mujeres participan en combate recogiendo a los heridos y las flechas caídas, pero a ningún varón se le ocurriría matarlas. Sería objeto de desprecio de por vida.

Lo que es extraño no es el número de muertos. Es que hubiera mujeres y niños. Este tipo de violencia atroz no es lo normal en sociedades tribales

¿Qué desencadenó entonces la violencia extrema de Jebel Sahaba? Esta pregunta nos acompañará a lo largo del libro y en la mayor parte de los casos solo podremos dar una respuesta muy general. En este caso, como en otros, una clave es el clima. Las agresiones ocurrieron durante un período glacial. África no se congeló, pero la extensión de la capa de hielo en otras latitudes implicó que en zonas tropicales disminuyeran drásticamente las precipitaciones, porque el agua helada no se evaporaba y al no evaporarse no formaba nubes y al no formarse nubes no llovía. O llovía mucho menos. El valle del Nilo se vio sometido a fuertes sequías y en algún caso llegó a quedarse sin agua por completo. Los espacios aptos para la vida se redujeron drásticamente, al igual que los recursos disponibles. Al mismo tiempo, las comunidades de cazadores-recolectores se estaban volviendo más sedentarias, porque los recursos se concentraron en ciertos puntos; por eso aparecen cementerios. La gente ya no se desplazaba tanto para pescar o recolectar y podía enterrar a los suyos siempre en el mismo sitio. La sedentarización, además, suele traer consigo un mayor sentido de la territorialidad y de la identidad de grupo. Disminución de recursos, menos espacios habitables, más sedentarización, mayor territorialidad: las bases para la violencia estaban servidas.

Hay algo a lo que no se ha prestado excesiva atención y que me parece muy importante: cómo se enterró a los muertos. No es algo tan espectacular ni tan morboso como la masacre de mujeres y niños. Pero si en algo podemos ver humanidad en Jebel Sahaba es en el entierro. Sabemos que lo llevaron a cabo familiares y amigos. Al contrario de lo que es habitual cuando sepultan los perpetradores, aquí los cadáveres estaban depositados con respeto, con cariño incluso, los brazos y las piernas flexionados, las manos junto al rostro, la cabeza hacia el este, la cara mirando al sur. Resulta conmovedor el cuidado que se puso en enterrar esos cuerpos rotos, algunos tan jóvenes. Al verlo no puedo evitar pensar en las mujeres llorando, las hermanas o las madres de los asesinados, y me recuerda a escenas mucho más recientes en Palestina, Bosnia o Ucrania . Nuestra geografía de la violencia.

Resulta conmovedor el cuidado que se puso en enterrar esos cuerpos rotos, algunos tan jóvenes

Recuerdo una escena que fotografió Dmitri Baltermants en 1942 en Crimea. En ella se observa a mujeres desgarradas por el dolor ante los cadáveres de sus maridos e hijos, que acaban de encontrar las tropas soviéticas. La fotografía tardó en hacerse pública porque Stalin quería imágenes épicas que insuflaran ardor guerrero. La de Crimea no lo era. Tampoco la de Jebel Sahaba. Es lo que tiene la arqueología: que nos cuenta el lado más triste y sucio de la violencia. Nos cuenta también lo que sucede después de la violencia, como hizo Dmitri Baltermants. Solemos olvidarnos de ello. Lo que implica que nos olvidamos de los que lloran y de los que entierran. O debería decir "las", porque suelen ser mujeres. No sabemos quiénes cuidaron de los muertos de Jebel Sahaba, pero es más que probable que fueran mujeres (y niñas) las que protagonizaron el funeral y el duelo. Las que lloraron por todas, por todos.

La extraña matanza de Nataruk

Si Jebel Sahaba no es una masacre, sino un goteo de muertos en un conflicto más largo, nos quedamos con un solo caso de matanza paleolítica. Para conocerla tendremos que viajar unos miles de kilómetros al sur y visitar el norte de Kenia, concretamente los alrededores del lago Turkana. El sitio se llama Nataruk y se encuentra a treinta kilómetros de la orilla del lago. Pero hace diez mil años, la tierra seca y polvorienta de hoy era un estero fértil que se empantanaba en la estación de las lluvias. Junto a él acampaban comunidades de cazadores-recolectores que cazaban con arcos y flechas, pescaban con arpones y recolectaban moluscos, vegetales y raíces. Hasta que un día el barro del estero acabó bañado en sangre. En algún momento entre 9700 y 7000 a. C. fueron a parar a él los cadáveres de al menos 27 personas. Sucedió a inicios de la nueva época geológica que siguió a la última glaciación: el Holoceno.

placeholder Restos encontrados en Jebel Sahaba (REUTERS)
Restos encontrados en Jebel Sahaba (REUTERS)

De las 27 víctimas, 21 eran adultos (ocho hombres, ocho mujeres, el resto sin determinar). Seis niños aparecieron cerca de cuatro de las mujeres adultas. Una de las mujeres estaba embarazada: en su cavidad abdominal apareció un feto en avanzado estado de gestación. Menos un adolescente, el resto de los subadultos eran menores de seis años. Al contrario que en Jebel Sahaba, aquí no se puede apreciar ningún cuidado particular en el entierro. Es más, algunos cadáveres se encuentran en posición decúbito prono, es decir, bocabajo, una postura sistemáticamente asociada a un mal entierro. Quienes estudiamos la guerra civil española lo sabemos: es la humillación final, que los asesinados coman tierra. Doce cuerpos mostraban lesiones perimortem y tres de ellos impactos de flechas de sílex y obsidiana en distintas partes del cuerpo. Otros individuos sufrieron lesiones contusas en el cráneo.

En Nataruk y Jebel Sahaba encontramos algunos puntos en común. En ambos casos nos hallamos ante cazadores-recolectores menos móviles que explotan intensivamente un nicho acuático y viven en un entorno densamente poblado (para este tipo de sociedades). Al contrario que en Jebel Sahaba, en Nataruk no parece que hubiera escasez de recursos ni una crisis climática. La arqueóloga que excavó este último yacimiento, Marta Mirazón-Lahr, y sus colegas sugieren dos explicaciones para la masacre: una razia por recursos (territorio, mujeres, alimento) o el encuentro antagónico entre dos comunidades. Ninguna de las dos resulta suficientemente explicativa. Porque ni una razia ni un encuentro entre dos grupos hostiles conducen necesariamente a un exterminio de semejante magnitud. Se han documentado etnográfica e históricamente muchos enfrentamientos de este tipo en sociedades de pequeña escala. La aniquilación total del adversario, incluidas mujeres embarazadas y niños de corta edad, no es, desde luego, lo común. Sucede, pero lo más habitual es que sea en situaciones extremas de estrés social y violencia.

La aniquilación total del adversario, incluidas mujeres embarazadas y niños de corta edad, no es, desde luego, lo común

Permitidme que os hable otra vez de los Gumuz. Cuando trabajé con ellos registré docenas de casos de razias y asaltos de diverso tipo, tanto recientes como antiguos, casos que me contaron ellos mismos o sus vecinos de otras etnias. La mayoría de las veces, las razias se saldan con algún muerto y algunos heridos, por lo general hombres (aunque no siempre). En los últimos años, sin embargo, el número de muertos ha crecido de manera exponencial. En una aldea que visitamos en 2009 me describieron un ataque reciente a aldeas de la etnia Oromo que se había saldado con un centenar de muertos, incluidos mujeres y menores. En otras partes de Etiopía está sucediendo algo similar. Los motivos son varios, pero hay uno clave: la invasión de territorios indígenas por campesinos de las sociedades dominantes, como los Oromo. Los Gumuz ven como su territorio ancestral se ve reducido más y más y su modo de vida (la agricultura de roza y quema, que requiere amplias extensiones de terreno, y también la caza) se encuentran en peligro. El sistema de razias funcionaba dentro de unos parámetros ecológicos en los que la competición por los recursos era mínima y existía un entorno social que imponía límites a la violencia: llegado un determinado punto, los mayores de cada clan se reunían para buscar una solución negociada, a través de un ritual en el que se pagaban compensaciones (unos y otros, según el daño infligido). Estos rituales siguen existiendo. El problema es que ya no son suficientes para poner fin a una espiral de violencia extrema en un territorio cada vez más disputado.

Si Nataruk es la masacre que aseguran sus descubridores posiblemente deberíamos entenderla, también, en un contexto de crisis aguda. Porque el exterminio nunca es la primera opción. Por eso hay un Nataruk y no docenas. ¿Cuál fue la crisis en este caso? Difícil saberlo. Más difícil que en Jebel Sahaba, porque a orillas del Turkana las explicaciones medioambientales no funcionan.

"Un cementerio de hace 13.400 años confirma la violencia generalizada del Paleolítico". El titular de periódico no deja lugar a dudas: los cazadores-recolectores de la Prehistoria vivían en conflicto constante. Personalmente, me resulta difícil entender como un cementerio de un período que duró cientos de miles de años puede confirmar que la violencia en el Paleolítico era generalizada. Yo no considero que viva en un país donde la violencia es lo normal, pese a que haya unos cuantos miles de fosas comunes de hace apenas ochenta años. El titular hace referencia al cementerio de Jebel Sahaba, en Sudán, una de las dos masacres que conocemos de cazadores-recolectores prehistóricos. La de Jebel Sahaba fue la primera en ser descubierta. Y ni siquiera está claro que fuera realmente una masacre.

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