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Amantes de los pijos repelentes
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'TRINCHERA CULTURAL'

Amantes de los pijos repelentes

¿Por qué te gustan los vídeos de pijos odiosos aunque se estén riendo de ti?

Foto: Foto: EFE/Martin Divisek.
Foto: EFE/Martin Divisek.
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Kurt Vonnegut dijo en uno de sus seminarios que, si el escritor quería triunfar, lo más conveniente era que comenzara su relato con un personaje bien posicionado. Nada de empezar la lectura con un muerto de hambre al borde de la anemia. Los follones para luego. Lo suyo es descorchar el champán y, a medida que avanza la historia, ir rompiendo copas y sacando ojos. El sujeto puede ser imbécil; un tonto redomado que se la coge con papel de fumar, pero tiene que tener la cama hecha.

Aceptando las tesis del autor de Desayuno de campeones, hoy he querido empezar mi relato con unos personajes que respeten las indicaciones de Vonnegut. Y diría que se me ha ido de las manos… Os pido desde ya que me perdonéis si despacho en algún momento un tono malhumorado. Cenizo. De dar de comer aparte. Porque, a fin de rebozarme como un filete en las idiosincrasias del tema, ya van dos días en los que me enfrento, con el morro torcido y la férula a punto de reventar, a todos los vídeos que encuentro de pijos repelentes por internet. Oh, y no es moco de pavo este gesto, ya os lo digo... Un enema de plomo habría sido plato de mejor gusto.

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Durante estas dos jornadas, me he descolgado por los mejores momentos de Los primos más ricos de España, el vídeo de la madre regalándole a su hija su primer: "¡¡Luisvi!!", el del detallito de otra regalándole a su primogénito un iPhone que cuesta casi el doble de mi sueldo y más lavativas audiovisuales, algunas incluso extranjeras. Tengo fiebre y me duele la cabeza de tanto dejarla caer sobre la mesa. Quiero creer que hay teatro detrás de estos cortos (lo digo con doble sentido), pero, entre broma y broma, la verdad asoma. En estos casos, tengo claro que la exageración no está por encima de la realidad.

Por lo general, la mayoría me parecen productos prefabricados. Demuestran que el dinero sí ayuda a la felicidad, pero no obligatoriamente al estilo, no digamos a la originalidad. Son mediocres, en el sentido de Marta D. Riezu, por su gusto por todo cuanto más embrollado mejor. De entre estos supositorios, me ha llamado especialmente la atención el pódcast Somos Paletos. Que un grupo de pijos se junten a hablar de sus vidas frente a una cámara para internet me parece un formato que ya tardaba en aparecer. Y, desde luego, no decepciona.

Ellas flotan en kilos de potingues y ellos en un cayetanismo que dejaría ojiplático a cierta realeza bufadora. Unas con cara de clítoris de lija y otros con cara de pastel de nabo. Lo peor es que ni siquiera son finolis. No llegan ni a cuquicursis. Salvo por ese deje gangoso en las vocales que los propulsa directamente hasta lo infumable, son incluso bastos. Cutres. Mezquinos. Tocinos con minifalda de diamantes. Burros tras un blanqueamiento dental.

Foto: Fuente: TikTok.

Más allá de su aspecto, merece la pena hacerle una autopsia a su conversación. Y digo autopsia porque el contenido de sus debates es como un zombi; se mueve, berrea, pero está podrido y muerto por dentro. Pavonean su argumentario en un imparable culto a la trivialidad que los encasilla en el parvulismo genético. Hablan mucho y apuntan bajo. El lema es: "Cenutrios, hasta que se demuestre lo contrario".

Personalmente, lo más ignominioso de sus declaraciones no es, sin embargo, su ignorancia supina, lucida con el orgullo de quien no sabe que lleva un bolso de imitación. Lo más rancio es el desprecio oculto detrás de esa necedad a quien no habita la burbuja dorada. Parece que cualquier cosa que los homogeneice a la carne con ojos de segunda es territorio de vergüenza. Véase, un adosado.

De hecho, es en ese rollo fashion victims, perdiendo el culo por una aparente perfección, donde se les ven las costuras de nuevo rico; de auténticos pijos aspiracionales, pues la gente-bien tiene por consigna la discreción. Y esto no se aplica solo a los chavales del pódcast, sino a la fauna en su totalidad. Por todo el territorio danzan estas dos especies, que guardan ambas en su fuero interno la certeza de la ultrasolvencia. Y, aunque ambas creen merecerlo todo, a los Bacarrat los pillan infraganti y a los sotisficados hablando de evacuar en los servicios de un avión comercial.

Foto: Foto: EFE/Eliseo Trigo.
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Pero, inexplicablemente, sisan la atención del público como carteristas babeando por los guiris en La Rambla. Logran la expectación del vulgo que repudian y minusvaloran. Supongo que porque Vonnegut tenía razón. La gente, al conocer una vida, prefiere ver una bien posicionada porque eso les da la impresión de entrar por un instante en la fantasía, además de soñar con que cualquier día también les puede tocar a ellos. Y es incluso mejor cuando, además de exhibir la opulencia, también lucen la cretinez. Ahí el personal no solo se excita con un mañana deseable, sino que cree tener mejores herramientas vitales que esos periquitos adinerados. El lema es: "No tengo su pasta, pero al menos no soy tan gilipollas". Encima, todo el mundo gana...

El win-win es transparente. Los pijos han gozado de su repelencia desde la invención del protocolo, pero, a diferencia del pasado, donde esa presuntuosidad enriquecía su ego, posición y esnobismo, ahora también aviva la monetización gracias a la ostentación pública. Van a saco, los principitos, haciendo carne una vez más el dicho: "El dinero atrae al dinero". Nada nuevo bajo el sol, por supuesto, con la salvedad de una tecnología que disemina el producto con eficacia similar a la del peral de Callery inundando Madrid de olor a semen.

Me tienta proponer un boicot activo a una soberbia tan biberónica. Reclamar una ley de la omertá de cara a estas fotos vivientes del lado insufrible del dinero. Pero estos vídeos son, para mí, la versión sociológica del 2 girls 1 cup (busquen el vídeo si se atreven). Me dan arcadas y, precisamente por eso, no dejaría de recomendarlos. Como una película terrible o un libro completamente demencial. Básicamente, para que otros compartan mi espanto y sufran conmigo. El dolor siempre se digiere mejor en compañía. No soy yo Dios para morir solo por lo mediocre y lo corrupto, que diría Graham Greene.

Foto: Foto: EFE/Andreu Dalmau.

Fuera de coñas, si ya resulta difícil bregar con la idea de que la clase media ha pasado a mejor vida, habiendo cada vez más pobres y más ricos, siento que ver estos vídeos es como añadir peso a la carga del costalero. Los precios altos han llegado para quedarse a la par que el exhibicionismo vírico. Y las redes, ¡ay, benditas redes!, inflan el colchón de la parodia y el odio sacándoles más rentabilidad que a una mina. Esto solo es el principio…

En conclusión, me parece que no merece la pena darle cancha a estos vídeos, salvo por dos razones. La primera, pasarlo mal. Igual que hacerse un maratón de Saw o tragarse Jeanne Dielman sin Valium. La segunda, como análisis político-social. Una forma más de calentar motores para darse cuenta de que el sistema está jodido si alumbra lenguas como esas.

Yo, desde luego, me doy de baja del crucero. Dos días como si recibiera cartas de Hacienda a cada hora son suficientes, y mi masoquismo tiene un límite. El vuestro, oye, ya lo determinaréis vosotros…

Kurt Vonnegut dijo en uno de sus seminarios que, si el escritor quería triunfar, lo más conveniente era que comenzara su relato con un personaje bien posicionado. Nada de empezar la lectura con un muerto de hambre al borde de la anemia. Los follones para luego. Lo suyo es descorchar el champán y, a medida que avanza la historia, ir rompiendo copas y sacando ojos. El sujeto puede ser imbécil; un tonto redomado que se la coge con papel de fumar, pero tiene que tener la cama hecha.

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