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El pedigrí humano contra la omnipotencia del dato
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TRINCHERA CULTURAL

El pedigrí humano contra la omnipotencia del dato

Los datos lo serán todo y los adoraremos. Sacrificaremos nuestra intimidad por ellos. Ayudándose de él, su apóstol la Inteligencia Artificial será capaz de crear cualquier cosa mejor que nosotros. Pero ¿y si nos rebelamos?

Foto: Foto: EFE/Andreu Dalmau.
Foto: EFE/Andreu Dalmau.

Admito que no me entusiasma ir de compras. Mi materialismo ha caído, desde siempre, más en las tapas y los vidrios que en la ropa y las joyitas tecnológicas. Aun así, estos días me han recordado que sí hay algo que me da morbo en la carrera por el paquete; las caras y cuerpos enérgicos de éxtasis que provoca.

Veo en los rostros de todos una emoción tan desbordante al pagar sus trapitos de temporada, al comprar la Moulinex y un perfume que les haga oler como Brad o Angelina, aun sin darles su cara, que me contagio. En ese instante, no puedo evitar pensar ¿hasta dónde llegaremos por avivar una experiencia semejante?

Foto: Comienzan las rebajas de invierno tras la campaña de Navidad. (EFE/Alejandro García)

Imagino un futuro pulcro y ordenado. El hogar de un sistema democráticamente horizontal donde reine la armonía. La felicidad ni se menciona porque todo el mundo se sabe parte. Cada día, simultáneamente, como en una cadena de montaje, la peña zumba disparada de sus hogares a las tiendas; Gallinero de las gangas, a La perla de la oportunidad, o Charme —de lo mejorcito de la galería—. Llegan, compran y, a la hora de pagar, lo hacen pasando el código de barras tatuado en su muñeca mientras responden a tres preguntas sobre sus hábitos de consumo. Una vez la jornada adquisitiva despachada, tienen tres días para disfrutar de las adquisiciones antes de volver al ruedo. El único requisito, aceptar que extraigan datos de cada una de sus actividades; desde el sueño a la consistencia de las deyecciones, gracias al internet en las cosas que permite a la almohada y el váter estar conectados por wifi. Tras el júbilo de los entremeses, que dividen gozar con los objetos comprados hasta el renacimiento del hambre por más, el nuevo ciudador o consumidano paga las facturas exhibiendo, mucho o poco, según gustos, cada ápice de su existencia.

La inteligencia artificial de la corporación a la que vendan sus datos los refina como el petróleo. Y luego los revende. Ya se sabe, la clave de un buen negocio es ser un buen intermediario. ¿Os acordáis de los acuerdos Bretton Woods? El patrón de cambio-oro y todo eso. Pues ahora el oro son los datos. Y es una moneda la mar de cómoda. Ni tarjeta ni cartera, con que haya un cerebro que accione los pistones de la maquinaria de decisiones ya es suficiente. Todo en ese futuro horizonte, tal que en aquel poema de Ezra Pound, fluye como una ola fría sobre la mente…

En ese mañana imaginario, el carburador del sistema funciona un poco como el DeLorean de Regreso al futuro 2; culos de cerveza, cáscaras de plátano; desechos en general. Básicamente, lo que son los datos para nosotros. Efectos colaterales de nuestras decisiones que nos importan un pito, pero que para los tecnólogos del milenio son la aspirina mágica; ¡una entropía igual a cero! La estrategia perfecta para tenerlo todo bajo control. Es decir, una deificación de lo humano, como augura Noah Harari en Homo deus, que permitirá a los futuros caciques del dato saber incluso el porvenir de las personas midiendo sus hábitos. La ruina caracolera para las pitonisas gitanas y los adivinos de feria…

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Pero, eh, rebobinemos. Una marcha atrás a tiempo es una victoria, sobre todo si eres antinatalista. Antes de la pasarela de transhumanistas nacidos para consumir habrá otros escenarios. Etapas intermedias que se anticiparán a la futura adoración del dios Datus.

Viajemos dentro de 50 años. Lo que, al paso que vamos, es como decir dos siglos en el anterior milenio. La inteligencia artificial aún no dominará totalmente el mercado, pero ya será capaz de crear con una masa de micelio los envases biodegradables de la compota de saltamontes no contaminante que desayunaremos. La cosa fluirá un poco en la línea de Magnitud imaginaria, de Stanislaw Lem. Como en ese relato, no habrá nada que la inteligencia artificial no pueda hacer. ¿Dostoievski? Un papanatas de medio pelo, ella lo hace mejor. ¿Mary Cassatt? Pintamonas de tres al cuarto, ella pinta 20 al día. Ah, y del resto ni hablemos. La automatización lo irá dominando todo. ¿Periodismo? ¿Consejo legal? Si el ChatGPT ya los está poniendo un poco contra las cuerdas, ¿imagináis dónde estarán en medio siglo?

En fin…, la cosa pinta chunga, o divina, según se vea. A lo mejor Aaron Bastani lleva razón en su Comunismo de lujo totalmente automatizado y lograremos, al no tener que hacer nada, poder disfrutarlo todo gracias a la tecnología. Aunque, sinceramente, dudo que el ser humano esté preparado para tener que encargarse solo de sí mismo, sin trabajo, ni mayor responsabilidad que la contemplación. Para mí que el asunto acabaría como en el capítulo Morque JuRícksico de Rick y Morty —véanlo, palabrita de scout—.

La inteligencia artificial de la corporación a la que vendan sus datos los refina como el petróleo

Ahora bien, pongamos que esa futura vampirización creativa de la IA encuentra, sin embargo, un islote de irreductibles oponentes… Me apetece pensar en positivo y por ello voy a dar rienda suelta a mi humanismo. Entendido aquí como una corriente que no tiene que ver con comer seres humanos, no se me vaya a alterar nadie, sino con poner a las personas en el centro de las cosas. Hace siglos, más allá de Dios, puede que dentro de medio, más allá de la inteligencia artificial. Porque vivir entre humanos sin apostar por ellos es un poco como hacerse una paja sin corrida. La cosa bombea, pero frustra más que alivia.

Ese islote de irreductibles oponentes tiene el mismo ADN que los fans de la artesanía de hoy. Cada vez son más quienes, hartos de la manufactura industrial, y disponiendo de un colchoncito económico decente, deciden apostar por la tradición, por el hecho a mano, por la denominación de origen… Aunque los costes sean mayores, lo esencial, el pedigrí humano, se impone sobre la eficacia de la máquina. ¿Porque esta peña son neoluditas? No obligatoriamente. Más bien porque confían en que la humanidad necesita de actos menos ilimitados, más concienzudos, detallistas, auténticos y particulares que la doten del placer de su singularidad.

Quién sabe… puede que sea ese espíritu empático y caluroso el que pelee contra la dictadura de la IA. Un movimiento de gente que, a pesar de ver en las creaciones artificiales una calidad indudablemente mayor, sorprendente en un sentido tridimensional, decidan quedarse con la manufactura humana. Más torpe, más quebrada, seguramente menos absoluta, pero parida con la mente natural.

Aunque los costes sean mayores, el pedigrí humano se impone sobre la máquina

En un tiempo venidero dominado por la tecnología; sin peligro, sin salvación, puede que apostar por el error y los tropiezos de lo humano sea el único sendero para no acabar conectados 24/7 a la compra desapasionada. Creer en la dignidad antes que en el desarrollo, en el cómo antes que en el qué.

Caigo escribiendo esto en el cuento de Isaac Asimov La máquina que ganó la guerra. En él, la humanidad sale victoriosa de su contienda contra unos alienígenas. Todos creen que el triunfo se debe a Multivac, una inteligencia artificial puntera, pero la realidad es que tres tipos han intervenido sus predicciones permitiendo así que los seres humanos sobrevivan. ¿Que por qué pienso en este cuento? Pues porque su moraleja me parece cada vez de mayor actualidad. La salvación de las personas, si es que existe tal cosa, pasa inevitablemente por confiar en ellas a pesar de las consecuencias. O, de lo contrario, habremos perdido la batalla y ganado, para lujo de algunos, un Gallinero de las gangas existencial…

Admito que no me entusiasma ir de compras. Mi materialismo ha caído, desde siempre, más en las tapas y los vidrios que en la ropa y las joyitas tecnológicas. Aun así, estos días me han recordado que sí hay algo que me da morbo en la carrera por el paquete; las caras y cuerpos enérgicos de éxtasis que provoca.

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