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¿Cuánto hace que no ves a un feo? La sospechosa razón por la que hoy todo el mundo es guapo
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¿Cuánto hace que no ves a un feo? La sospechosa razón por la que hoy todo el mundo es guapo

Hoy estamos de acuerdo en que la belleza es importante y que todos tenemos derecho a sentirnos guapos en un mundo en el que somos demasiado conscientes de nuestra apariencia

Foto: Ni uno feo, ni uno distinto.
Ni uno feo, ni uno distinto.
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"¿Por qué todo el mundo aquí es guapo?". Hasta que un amigo lanzó esta pregunta a quemarropa en la pista de baile, no me había dado cuenta de que éramos, con diferencia, los más feos del local; lo cual siempre te hace pensar. Reflexionando, reflexionando, llegué a la conclusión tranquilizadora de que, simplemente, éramos los más viejos. Pero no éramos feos por viejos (que tal vez también), sino por brecha generacional. Las personas sospechosamente bellas que nos rodeaban eran inequívocamente jóvenes, y, aunque genéticamente no hubiese ninguna diferencia entre ellas y nosotros, era evidente el salto cualitativo entre su adonismo y nuestra decadencia.

Seguro que usted hace tiempo que tampoco ve a nadie irremediablemente feo. No hay más que poner la tele para ver a gente guapa, cada una a su manera. Internet está lleno de bellezones. La evolución de las especies no va tan rápida como para que se haya producido un salto evolutivo entre generaciones, así que algo pasa. Es que, de hecho, ya no hay maduritos horribles tampoco, como si hubiesen diseñado un programa secreto para acabar con todos los feos. Quizás es que, cuando digo que no hay feos, no digo que no haya personas con rasgos faciales no canónicos o cuerpos no normativos, sino que es difícil encontrar a alguien que sea un auténtico desastre estético.

La belleza es positiva porque refleja la seguridad en nosotros mismos

Supongo que la razón se encuentra en que cada vez somos más conscientes de nuestra apariencia y que, incluso en los peores casos, hay una clara voluntad de resultar interesantes estéticamente. Hoy todos estamos de acuerdo en que la belleza es un valor positivo (sin someter a ninguna crítica esta bastante criticable idea) porque es una herramienta de emancipación y una señal de seguridad en nosotros mismos, que no hay nada más bonito que decirle a los demás lo bellos que son (aunque no sea verdad, porque ya sabemos que hoy lo más importante es tener la autoestima alta) y que, en definitiva, todos tenemos derecho a ser guapos. La fealdad, aunque nadie lo reconozca, está mal vista, porque está relacionada con características que no nos gustan: la dejadez, la falta de sofisticación, la inconsciencia.

Es el modelo Eurovisión. Es interesante echar un vistazo a la apariencia de los participantes porque, aunque abarcan una amplia diversidad de rostros, cuerpos y estilos, todos tienen algo en común: pueden no ser guapos, pero sí son visualmente atractivos. Todos comparten una especie de descanonización de los cánones tradicionales que, sin embargo, pasa por ser muy conscientes de la propia apariencia, a la que se le proporciona una gran importancia, tal vez desmedida. En el peor de los casos, lo que uno piensa es: "Guau, qué estilazo".

placeholder Ni una persona fea en 'Élite', ni siquiera los feos. (Netflix)
Ni una persona fea en 'Élite', ni siquiera los feos. (Netflix)

Esta diversidad no ha reivindicado lo feo, no ha relativizado la importancia de la apariencia, sino que, más bien, ha dado lugar a un nuevo número limitado de cánones estéticos, cada uno con sus propias reglas y sus propios lugares comunes generados por las distintas industrias (de la moda al cine), en los cuales es necesario encajar si uno quiere que se le perciba como bello en esta época. Elige tu propio modelo, ya sea el de trapero dominicano, el genderless o el normcore. Al final, todos los grupos de amigos parecemos secundarios de una serie de Netflix.

Como siempre, uno puede intentar explicar esta deriva apuntando a las redes sociales que todo lo cambian, que es como decir que el agua moja. Lo que sí han conseguido redes como Instagram y la ubicuidad de las cámaras fotográficas es que haya imágenes nuestras y de los demás por todas partes, que no podamos olvidarnos en ningún momento de que somos un rostro y un cuerpo. Antes tenían que pasar semanas (o años) para darnos cuenta del terrorismo estético que acabábamos de cometer, ahora vemos continuamente a los demás, sabemos que somos vistos y nosotros mismos deseamos que nos vean. Todos somos susceptibles de ser fotografiados en cualquier momento.

Hace demasiado tiempo que no veo a nadie defendiendo la fealdad

Como explica Marie Le Conte en su libro Escape, un ensayo sobre por qué sentimos tanta nostalgia por el internet de hace 20 años, a medida que la imagen (Instagram, TikTok) ha sustituido al texto como el principal medio de expresión en las redes sociales, los guapos han vuelto a hacerse con el control de esas plataformas frente a los feúchos introvertidos, pero ingeniosos; como si internet fuese de nuevo un instituto americano de los años 80.

De ahí que la exigencia por ser guapos, o al menos parecerlo, sea cada vez mayor entre los jóvenes, con todos los problemas psicológicos y de autoestima que esto acarrea. Hoy todos nos vemos obligados a ser creadores de contenido para tener presencia en redes, y, como no siempre tenemos algo que promocionar, utilizamos día tras día nuestro propio cuerpo (nuestra cara, nuestra ropa, nuestros modelitos) como la principal herramienta de expresión; es decir, de creación de contenido.

placeholder La moda punk de Vivienne Westwood. (Reuters/Sarah Meyssonnier)
La moda punk de Vivienne Westwood. (Reuters/Sarah Meyssonnier)

Sospecho que aquí, como ocurre con tanta frecuencia, se dan la mano dos razonamientos ideológicamente contrapuestos, pero realmente complementarios. Por un lado, la meritocracia de derechas, que considera toda relación humana un mercado de oferta y demanda, y que afirma que, para resultar deseables (o, simplemente, encontrar parejas sexuales), tenemos que currárnoslo: el fracaso es culpa nuestra. Por otro lado, el mensaje de emancipación de la izquierda que recuerda que cada cual dispone de plena libertad para ser como decida ser y que nadie puede someter a juicio nuestra apariencia, por lo que, si lo que queremos es sentirnos empoderados siendo guapos, estamos en nuestro derecho de ser guapos. Al final, todos bellos.

Hace demasiado tiempo que no veo a nadie defendiendo la fealdad. Es posible que aquí se haya producido una evolución desde determinadas subculturas urbanas juveniles en las que ser feo no solo daba igual, sino que resultaba deseable, como el punk o el heavy, hacia otras influidas por lo anglosajón y latinoamericano (trap, reguetón, hip-hop) en las que la apariencia es mucho más importante. El punk (neoyorquino), al fin y al cabo, era la reivindicación de la fealdad frente a la belleza superficial de la cultura de discoteca de la Gran Manzana.

La belleza no es genética, sino la disposición a encajar en cánones

También el grunge: uno de los principales complejos de Kurt Cobain era ser demasiado guapo como para ser feo, algo que también se podría aplicar a su música, demasiado inspirada melódicamente como para ser punk de verdad. Era una excepción. En realidad, lo que solía ocurrir era un proceso de selección en el cual la gente guapa formaba parte de las élites estéticas de institutos y universidades, mientras que los que terminábamos siendo punks, heavys o rockeros éramos aquellos que por nuestra (falta de) belleza no encajábamos en esos entornos de gente guapa.

A medida que esas subculturas han desaparecido, se ha producido una especie de homogeneización de la apariencia a un espectro más o menos reducido en el que da igual cómo vayas, siempre y cuando seas muy consciente de ello. Como contaba la periodista Jia Tolentino, hoy todas las famosas se parecen entre sí. Pero la que lo clavó fue Vivienne Westwood, que se inventó casi ella sola la moda punk a finales de los años 70: "Hoy todos parecemos clones, pero solo nos damos cuenta la gente de mi edad. Los únicos que me parecen espectaculares tienen ya 70 años. Todos somos conformistas. Nos han entrenado para ser consumidores y estamos consumiendo demasiado".

O tal vez es que soy un hombre agotado porque, por primera vez en la historia, nosotros también empezamos a sentir las exigencias estéticas que durante mucho tiempo habían recaído únicamente en las mujeres.

No quedan feos, niño, solo guapitos

Durante mucho tiempo, las estrellas del cine eran guapas y los feos (o los graciosos, que solían ser los mismos) se quedaban con los papeles secundarios. Hoy es imposible, porque, en cualquier serie o película mainstream, hasta los secundarios sin frase parecen sacados de un pase de modelos. Todos están cortados por el mismo patrón, todos se cuidan, todos van al gimnasio, todos tienen cortes de pelo e incluso rasgos faciales parecidos (y, si no los tienen, se aseguran de que así sea a través del maquillaje y la cirugía). No hay actores gorditos, salvo los que ya han hecho de ese rasgo toda su carrera. Tiene que ser todo un infierno para los directores de reparto.

placeholder El Adam Driver de su época. (EFE/Alberto Martín)
El Adam Driver de su época. (EFE/Alberto Martín)

Antes sí que había feos feos, como José Sazatornil o José Luis López Vázquez. Su fealdad estaba muy relacionada con otros factores que la modernidad había querido dejar atrás y que en realidad dan la auténtica medida de lo feo: lo rural, lo rancio, lo atrasado, lo antiguo. Eso no ha cambiado mucho hoy, porque lo feo es no encajar, lo feo es ser anacrónico. A Saza hoy mismo le cascas un septum y unas gafas a lo Bad Bunny y lo revienta como Adam Driver, porque el problema de la belleza y la fealdad nunca ha consistido en lo genético, sino en la predisposición a encajar en determinados cánones visuales. Uno no es feo si no quiere, los feos del pasado no lo habrían sido hoy.

No me gusta la nostalgia, pero echo de menos los tiempos en los que era patente cierta dejadez estética en la sociedad española, quizá porque era el signo de una inocencia perdida, de una saludable falta de autoconciencia. Echo de menos esa época no tan lejana en la que España estaba poblada por personas a las que les daba exactamente igual lo que llevaban puesto, lo que hoy nos genera la misma ternura que pensar que había gente que no sabía leer y escribir. Echo de menos que alguien me diga: "Qué feo eres, pero no pasa nada, está bien ser feo".

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"¿Por qué todo el mundo aquí es guapo?". Hasta que un amigo lanzó esta pregunta a quemarropa en la pista de baile, no me había dado cuenta de que éramos, con diferencia, los más feos del local; lo cual siempre te hace pensar. Reflexionando, reflexionando, llegué a la conclusión tranquilizadora de que, simplemente, éramos los más viejos. Pero no éramos feos por viejos (que tal vez también), sino por brecha generacional. Las personas sospechosamente bellas que nos rodeaban eran inequívocamente jóvenes, y, aunque genéticamente no hubiese ninguna diferencia entre ellas y nosotros, era evidente el salto cualitativo entre su adonismo y nuestra decadencia.

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