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Lo mejor que uno puede ser en esta vida es un "mediocre" de extrarradio
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Lo mejor que uno puede ser en esta vida es un "mediocre" de extrarradio

Nos reímos de la vida de trabajo gris, comidas los fines de semana en el mismo bar y verano en Santa Pola, pero quizá sea más plena que el fracaso por tener demasiadas expectativas

Foto: La vida buena. (Pantomima Full)
La vida buena. (Pantomima Full)
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Hoy, cuando bajo a Móstoles, no puedo dejar de fijarme en su carácter repetitivo. En los barrios en los que me crie había un colegio, una farmacia, una pastelería, un polideportivo, un centro de salud y unos cuantos bares. En los nuevos desarrollos hay un colegio, una farmacia, una pastelería, un polideportivo, un centro de salud y unos cuantos bares. La estructura se repite una y otra vez a medida que la ciudad se amplía para dar respuesta a las necesidades de la nueva población en un eterno retorno urbanístico.

Lo que más me atrae de esa repetición es su modestia. Todos esos negocios y centros no tienen más pretensión que la de facilitar la vida a sus vecinos. Su alcance es limitado, no más allá de unas cuantas calles. El camarero lo único que pretende es ponerle una caña al vecino de al lado, no revolucionar la manera de tirar la cerveza de grifo, y el profe del cole no quiere revolucionar los métodos de enseñanza, sino que sus alumnos aprendan lo necesario para desenvolverse en la vida.

"Podemos llevar una vida feliz en la más absoluta mediocridad"

Su alcance es finito e inmediato, frente a las grandes pretensiones de los negocios globales, y hoy lo somos todos un poco (un negocio y globales). Hay algo tranquilizador en ello, especialmente con la mirada de alguien que vive en el centro de Madrid y publica en un medio de alcance internacional como El Confidencial. Todos esos negocios nunca se pondrán de moda, nunca les dedicaremos un reportaje, tan solo aparecerán retratados en algún medio local por motivo de algún aniversario que no le importa a nadie.

No tienen la vocación de trascender. El día que cierren, cerrarán. Lo reconocen muchos de esos pequeños comerciantes que ahora están bajando la persiana de sus negocios ante su jubilación y la imposibilidad de competir con las plataformas: conmigo se acaba esto. Su único objetivo es ganarse la vida (ese otro concepto mediocre) otorgando una vida más cómoda y agradable a las personas de su entorno inmediato, que es lo que ha hecho la sociedad durante siglos, aunque ahora nos resulte extraño en un momento en el que parece que el objetivo principal de nuestra existencia es realizarnos.

Es lo que muchos considerarían una vida mediocre, resumida a la perfección en el último vídeo de Pantomima Full, que retrata esa intrascendencia de extrarradio en la cual uno encuentra una pareja que le "cuadra", un piso que no está mal de precio, que va a comer al mismo restaurante todos los fines de semana, "porque hay sitio y no se come mal", que va de vacaciones a Santa Pola todos los veranos "porque ya lo conocemos", que no se plantea cambiar de curro porque a saber si el cambio es a peor y que termina teniendo hijos porque es lo que toca. "La vida no hay por qué vivirla", reza el tuit.

Tiraron la toalla de la vida, en definitiva. Para los grandes filósofos de la contemporaneidad, se trata de una vida desperdiciada, falsa, entregada al consumismo y el anonimato, el hombre-masa por excelencia. Sin embargo, en La nada nadea. Invitación al nihilismo (Deusto), el último libro de Jesús Zamora Bonilla, catedrático de Filosofía de la UNED, ofrece una defensa liberadora de esta vida en apariencia mediocre. Tras una larga disquisición sobre los fundamentos del nihilismo, en sus últimas páginas, Zamora llega a una conclusión atractiva: "Creo que es honesto reconocer que podemos llegar una vida feliz en la más absoluta mediocridad". Qué tranquilidad.

"Las cosas que hacen que sintamos que nuestra vida tiene sentido son modestas"

Lo que viene a contar el filósofo es que, frente a las exigencias de autenticidad y profundidad a las que deberíamos aspirar si queremos que nuestra vida tenga sentido y que han sido impuestas desde la filosofía existencialista, la mayor parte de personas llevamos a cabo vidas significativas con unas pretensiones mucho menores. Nadie piensa realmente en el impacto que tendrán sus acciones dentro de dos siglos, ni en una persona que vive en el otro extremo del mundo, sino, como mucho, dos generaciones más allá (los nietos) y en un entorno relativamente cercano (los vecinos).

Como recuerda Zamora Bonilla, "las cosas y metas que hacen que sintamos que nuestra vida tiene sentido son bastante modestas y afectan a pocas personas". En definitiva, "nuestros estudiantes, nuestros clientes, nuestros vecinos, nuestros lectores". Un círculo más o menos inmediato de conocidos (familiares, amigos) y medio desconocidos con los que no obstante compartimos un espacio y un lugar, cosas en común.

placeholder Una vida igual. (Disney)
Una vida igual. (Disney)

Es la actitud que he conocido durante años entre mis padres y mis amigos de Móstoles, la expresión de esa vida humilde de barrio y extrarradio, frente a la pretenciosidad de los trabajos creativos, de periodistas, publicistas y artistillas del centro de la gran ciudad, que sabemos que a nadie le importa realmente lo que hacemos, pero vivimos como si eso no fuese verdad. Esa vanidad que nos hace reírnos, aunque sea interiormente, de la mediocridad de la vida pauer. Pobrecitos, han renunciado a vivir.

Visto desde fuera, parece la expresión definitiva del hombre-masa, que se limita a comer, dormir, procrear, trabajar durante ocho horas, consumir y volver a su casa para ver series. Una vida en cadena que es exactamente igual a la del vecino de al lado, y a la del vecino de al lado, y a la del vecino de al lado, como los Buzz Lightyear en la estantería de Toy Story. Uno de los objetivos del hombre moderno, siempre y cuando se lo pueda permitir, es huir como sea de esa vida mediocre. Viajes, proyectos, grandes expectativas. La vida plena. ¿La vida plena?

Nadie fracasa jamás

Esta aceptación de la mediocridad me parece a día de hoy la más sana de las filosofías vitales. En un mundo inabarcable donde podemos saber lo que hace cualquier persona en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento, esa existencia inmediata e intrascendente que fue la que configuró pueblos, barrios y extrarradios quizá sea, en realidad, lo que da sentido a nuestra vida. La clave, propone Zamora Bonilla, no se encuentra en grandes proyectos de futuro, sino en conocer los límites (temporales y espaciales) de nuestro mundo y saber cómo actuar dentro de ellos. Una trascendencia coetánea.

Quizá esa vida mediocre es más significativa de lo que pensamos

Como recuerda el catedrático en su libro, lleva más de medio siglo dedicándose a la filosofía y duda mucho que ninguno de sus compañeros tenga una vida más plena, trascendente o auténtica que el resto de la población. Todas esas cosas tan elevadas que en teoría marcan la diferencia entre la mediocridad del hombre-masa y de la persona autorrealizada como la filosofía, el arte, la literatura o la política, no son más importantes que todo aquello que se desprecia por su banalidad, como pasar tiempo con los amigos, ver series, seguir las competiciones deportivas, criar a tus hijos o hacer turismo.

En La nada nadea, el filósofo realiza una defensa del consumismo que resultará controvertida. Sí, la gente emplea el dinero que gana en su trabajo para obtener comodidades que hace unas décadas habrían sido impensables, ¿y qué? La gente siempre ha sido consumista, hoy y hace siglos, solo que antes no había posibilidades para serlo, añade. Me recuerda a la vida de mis padres, que nunca se han permitido grandes caprichos, pero tampoco han renunciado a tener pequeñas ventajas que le hagan su vida un poco más fácil, más cómoda, con alguna pequeña novedad ocasional. Es la vida de extrarradio que veo cuando paseo por Móstoles y miro por las ventanas a la gente poniendo y quitando la mesa, jugando con sus hijos o simplemente mirando la televisión después de otro largo (e intrascendente) día.

placeholder Jesús Zamora Bonilla. (UNED)
Jesús Zamora Bonilla. (UNED)

En esas mismas páginas finales, Zamora Bonilla recuerda algo que tendemos a olvidar, que es que casi nadie piensa realmente que su vida haya sido un fracaso. Solo hay tres circunstancias en las que alguien lo termina pensando realmente. Cuando le han sucedido desgracias muy dolorosas, cuando ha sufrido una depresión que le ha incapacitado ser feliz y, sobre todo y más importante, cuando depositó demasiadas ilusiones en planes que no salieron adelante, cuando quería apuntar demasiado alto y ha fracasado en el intento. Por eso invita al lector a que asuma "compromisos con moderación y con realismo".

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Bajo nuestro desprecio hacia los mediocres de extrarradio late la incapacidad de reconocer que tal vez tengan vidas mucho más plenas de lo que pensamos, porque conocen la verdadera extensión de las mismas. No son vanidosos ni pretenciosos, saben a quién cuidar, cómo y por qué. Aunque desde fuera su vida sea aburrida, han logrado un cierto trascendentalismo en la repetición que ríete de Thoreau o Emerson. El camino a la tragedia no está asfaltado de días tontos, sino de grandes expectativas incapaces de satisfacer. Viva la mediocridad.

Hoy, cuando bajo a Móstoles, no puedo dejar de fijarme en su carácter repetitivo. En los barrios en los que me crie había un colegio, una farmacia, una pastelería, un polideportivo, un centro de salud y unos cuantos bares. En los nuevos desarrollos hay un colegio, una farmacia, una pastelería, un polideportivo, un centro de salud y unos cuantos bares. La estructura se repite una y otra vez a medida que la ciudad se amplía para dar respuesta a las necesidades de la nueva población en un eterno retorno urbanístico.

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