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Mohamed bin Salmán, el príncipe saudí que quiere una ciudad con coches voladores
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'Sangre y petróleo'

Mohamed bin Salmán, el príncipe saudí que quiere una ciudad con coches voladores

El heredero al trono de Arabia Saudí seduce a los gurús tecnológicos y los líderes globales mientras lleva a cabo las técnicas de represión más espeluznantes

Foto: El príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán. (EFE)
El príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán. (EFE)

En 2016, Mohamed bin Salmán, de 31 años, era el segundo en la línea de sucesión al trono de Arabia Saudí. Y tenía grandes planes. Pensaba acabar con la dependencia del petróleo en su país, invertir cantidades asombrosas de dinero para revolucionar la tecnología global, permitir que los jóvenes saudíes pudieran ir al cine y a la discoteca, dejar que las mujeres condujeran solas y hacer que su país fuera más tolerante, abierto y moderno.

Ese plan ya era suficientemente osado en un lugar que apenas había cambiado en cincuenta años y que dependía por completo de vender petróleo; tanto, que sus ciudadanos no pagaban impuestos, la energía les salía casi gratis y apenas había trabajo en el sector privado. Pero MBS, como se le suele llamar, tenía en mente algo aún más ambicioso. Lo decidió un día al ver en Google Earth que había una inmensa zona vacía en el norte de su país, una región desértica y montañosa cercana al mar Rojo, en la que vivían unos cuantos nómadas. Allí, pensó, crearía una ciudad propia de la ciencia ficción, con rascacielos y coches voladores, playas con corales inmaculados y una isla con robots de dinosaurios. Un sitio regido por la investigación neurocientífica, donde la gente pudiera someterse a tratamientos para alargar su vida, y no estuvieran vigentes las estrictas normas religiosas de su país: se podría beber alcohol y él personalmente escogería a todas sus autoridades, incluidos los jueces. (A los nómadas, el Estado los echaría con un poco de dinero o por las malas.) Era una locura, pero algunas de las consultorías y los fondos de inversión más importantes del mundo escucharon fascinados cómo el príncipe les contaba sus planes con PowerPoint, cronogramas y cálculos de inversión. Iba a costar 500.000 millones de dólares y el proyecto estaba en marcha. Pero ¿era viable? Todo parecía posible para MBS. Y si no lo era, pensaban quienes le rodeaban, en el proceso ellos podían hacerse millonarios.

placeholder Un hombre, ante los paneles solares de la Ciudad de Ciencia y Tecnología del Rey Abdulaziz (KACST), en Riad (Arabia Saudí).
Un hombre, ante los paneles solares de la Ciudad de Ciencia y Tecnología del Rey Abdulaziz (KACST), en Riad (Arabia Saudí).

Así lo cuenta Sangre y petróleo, un reportaje en forma de libro de Bradley Hope y Justin Scheck, dos periodistas del Wall Street Journal, que acaba de publicar en castellano la editorial Península. El libro, que es estupendo y se lee como un thriller, rápido y adictivo, cuenta, simplemente, cómo MBS pasó de ser uno de tantos príncipes de la extensísima familia real saudí a uno de los políticos más importantes, peligrosos y enigmáticos del mundo. Pero ese simplemente es un tanto complicado.

La familia real saudí está formada por centenares de descendientes de Ibn Saúd, que fundó Arabia Saudí a mediados del siglo pasado. Ibn Saúd tuvo docenas de hijos con distintas mujeres y desde su muerte el país ha estado gobernado por sus hijos y, en un segundo escalón jerárquico, por sus nietos. Había dinero para todos gracias al petróleo, y con frecuencia su estilo de vida era obsceno. Pero la obsesión de la familia estaba clara: no perder el poder. Desde los años setenta, además, esta había asumido que, para tal fin, tenía que pactar con los extremistas religiosos, que le darían legitimidad moral a cambio del control de las costumbres. La familia gobernante no tenía que innovar, ser justa o responder ante el pueblo: ese pacto era suficiente.

placeholder Portada del libro 'Sangre y petróleo'.
Portada del libro 'Sangre y petróleo'.

Pero como cuentan Hope y Scheck en el libro, hace una década ese pacto ya no bastaba. El país estaba lleno de jóvenes con teléfonos móviles y poco trabajo, sin acceso al cine ni la música, pero enganchados a las redes sociales, que ni siquiera podían tontear y salir, como sí se hacía en otras dictaduras de la región más abiertas, por ejemplo, Emiratos Árabes Unidos o Abu Dabi. Existía el riesgo de malestar y revueltas. Y ahí apareció MBS, que había pasado su infancia ociosa jugando a los videojuegos, haciendo gamberradas en Marbella y comiendo de McDonald’s. Sin embargo, él comprendía a la juventud de su país de una manera que sus ancianos tíos no entendían. Cuando su padre fue nombrado rey, vio que era su momento. Tenía que utilizar su influencia para modernizar su país, lo cual pasaba por la tecnología, la economía y el cambio de las costumbres. Pero como cuenta Sangre y petróleo, el objetivo último era el mismo: conservar el poder para la familia y para sí. Y para lograrlo, según los autores, MBS demostró ser implacable, violento y cruel.

El libro es adictivo porque el príncipe tiene al mismo tiempo dos personalidades contradictorias. Es innovador, progresista para los estándares de la región, sueña con prodigios tecnológicos, le gusta comportarse como un consultor que cita números e índices de productividad y eficacia, compró un cuadro de Leonardo da Vinci por 450 millones de dólares para demostrar que puede apreciar el arte cristiano, y quiere acabar con la corrupción que ha dominado la economía de su país durante décadas. Se codea con mandatarios como Obama, Trump y Macron como un estadista más, y con CEO globales como los de Uber, Amazon, Apple o Microsoft, con los que comparte visiones de futuro y sueños digitales. Pero también, cuenta el libro, ha secuestrado a parientes que le criticaban, llegó a encerrar a decenas de ellos en un lujoso hotel de Riad para que confesaran sus corrupciones pasadas y devolvieran el dinero al Estado, confisca sin miramientos fincas y establos de sementales pertenecientes a funcionarios caídos en desgracia y secuestró al primer ministro de Líbano por rencillas personales. Como es célebre, ordenó presuntamente el asesinato de Jamal Khashoggi, un periodista crítico con su régimen. Es un hombre joven y brutal que quiere abrir Arabia Saudí al mundo y modernizarla con la inversión extranjera, pero en cuyo país los extranjeros no quieren invertir ni locos porque carece de seguridad jurídica y la mitad de la población sigue marginada, y solo ven a MBS y a su Estado como una fuente de dinero para sus propios fines.

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Personas rezando junto al memorial que recuerda el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. (EFE)

Sangre y petróleo se lee como un thriller, pero su trascendencia es mayor. Como reza su subtítulo, MBS no solo quiere el poder en su país —que, si es nombrado rey, podría ostentar durante 40 o 50 años—, sino influir profundamente en la configuración de Oriente Medio y del mundo en general. Como explica el libro, pocos mandatarios combinan tan bien, y tan peligrosamente, el arte de seducir a los gurús tecnológicos y los líderes globales con las técnicas de represión más espeluznantes. Al final, la ciudad de ciencia ficción de 500.000 millones de dólares acaba pareciendo su plan menos ambicioso.

En 2016, Mohamed bin Salmán, de 31 años, era el segundo en la línea de sucesión al trono de Arabia Saudí. Y tenía grandes planes. Pensaba acabar con la dependencia del petróleo en su país, invertir cantidades asombrosas de dinero para revolucionar la tecnología global, permitir que los jóvenes saudíes pudieran ir al cine y a la discoteca, dejar que las mujeres condujeran solas y hacer que su país fuera más tolerante, abierto y moderno.

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