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El día que Sofía Tolstaia se hartó de su marido, Lev Tolstói, y lo escribió
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El día que Sofía Tolstaia se hartó de su marido, Lev Tolstói, y lo escribió

Se publica en español 'Romanza sin palabras', la novela en la que la escritora contó su relación platónica con el músico Taneyev que desató los celos del autor de 'Guerra y paz'

Foto: Sofía Tolstaia y su marido, Lev Tolstoi. (Dominio Público)
Sofía Tolstaia y su marido, Lev Tolstoi. (Dominio Público)

A Sofía Tolstaia (1844-1919) le gustaba hacer fotografías y escribir. De lo primero dan buena cuenta las imágenes que han llegado de la finca Yásnaia Poliana. De lo segundo, todas las veces que pasó a limpio los manuscritos de su marido, Lev Tolstoi. Se dice que hasta siete veces copió Guerra y paz. Pero, además de su labor de copista, estaban sus propias novelas, de las cuales solo han llegado dos (la primera, al parecer, la quemó porque a su esposo no le gustó demasiado), que hasta 2010 estuvieron inéditas incluso en Rusia. Ahora también nos llegan en español publicadas por Xordica y traducidas del ruso por Marta Rebón y Fernando Otero. Se titulan ¿De quién es la culpa? y Romanza sin palabras. Y las dos son verdaderos ajustes de cuentas con su marido, el gran escritor (y el gran celoso), y su matrimonio. Triste, frustrado y del que surgieron 13 hijos.

Sofía Tolstaia había nacido en una familia acomodada y con bastantes lazos con la familia imperial (su padre era el médico de la corte). De ahí que pudiera acceder a una educación superior privilegiada para las mujeres de la época. A los 18 años conoció a Tolstoi —otro descendiente de nobles— cuando él ya tenía 34 y a los 15 días les casaron. No salió bien.

placeholder 'Romanza sin palabras'.
'Romanza sin palabras'.

“Él le sacaba casi 20 años… y ella se puso desde el principio a su servicio teniendo hijos y copiando sus novelas. Pero es que, como él luego empezó a cambiar tanto con sus ideas —el anarquismo, el naturismo, despojarse de todos los bienes materiales, no cobrar derechos de autor—, ella tenía que enseñarles a los niños idiomas, Historia, matemáticas, etc.”, explica Otero, quien también ha traducido los diarios de Tolstaia, en los que se ve que acabó harta. “Es una persona inteligente con mucha lucidez, tiene un fondo irónico como mecanismo de defensa con respecto a su marido. Es que tenían muchos gastos y ella se preguntaba: ¿de dónde se creerá este que sale el dinero para todos sus caprichos? Los genios están muy bien para la literatura, pero para vivir con ellos…”, añade el traductor.

Ella se preguntaba: ¿de dónde se creerá este que sale el dinero para todos sus caprichos? Los genios solo están muy bien para la literatura

Romanza sin palabras, la que nos llega estos días, es un relato autobiográfico escrito en la década de los 90 del siglo XIX. Él ya había publicado sus grandes novelas —Guerra y paz, Anna Karenina, La muerte de Ivan Ilich— y, sobre todo, la breve pero afilada y llena de mala leche, Sonata a Kreutzer (1889), en la que desarrollaba los celos que experimentó por el encaprichamiento de su mujer con el compositor Serguéi Tanéyev y su música. Tolstaia decidió devolverle la pelota con una novela en la que la protagonista es una mujer que atraviesa una profunda crisis por la muerte de su madre —en la vida real se había muerto su hijo más pequeño y la empatía del marido no había sido la esperable— y conoce a un pianista (Ivan Ilich, trasunto de Taneyev) con el que entabla una amistad muy cómplice. Una relación amorosa, pero que, en la vida real, siempre fue platónica, puesto que, aunque ella sí se enamora, el músico era homosexual.

“Y, sin embargo, Tolstoi le exigió más de una vez que dejara de verse con Taneyev”, afirma Otero, que revela que ella escribió en sus diarios al respecto: “Ni mi cariño ni mis tiernos y atentos cuidados, ni mi paciencia frente a los burdos e injustos reproches de Lev Nikolaievich; nada ha podido suavizar su enfado por la visita de Serguéi Ivánovich. Ahora he decidido callar. Solo tengo que justificar mis actos ante Dios y mi conciencia”. No salió como ella hubiera querido. Al final, la relación con el músico se fue enfriando y, para comienzos de siglo, ya apenas se trataban. “Pasé el día de mi santo en Moscú. Recibí un montón de invitados que venían para despedirse de los Sujotin, y a Serguéi Ivanovich (Taneyev), con quien me topé en la calle. Estuvo serio y distante; algo ha cambiado en él, se ha vuelto aún más impenetrable de lo que era”, escribió el 10 de octubre de 1902 en su diario.

Pese a los celos de Tolstoi, en la vida real la relación siempre fue platónica, puesto que, aunque ella sí se enamora, el músico era homosexual

La novela relata esta relación y cómo ella encuentra comprensión en el músico, aunque no llegue a haber contacto físico. Muchas veces no hace falta más para sentir un profundo amor por otra persona. También aparecen sin pudor los celos del marido y cómo ella vio el fin de aquella complicidad. Así describe la frialdad del músico con ella: “Solo una vez en toda su vida, en Suiza, paseando por delante de una pequeña casita, se acordó de Sasha. Desde esa casa llegaban las notas de la Romanza sin palabras en G-dur de Mendelssohn, tocada al violín. Iván Ilich se detuvo, y se le subió la sangre a la cara. Pero muy pronto se calmó y se apresuró a reanudar su paseo. Jamás había vuelto a interpretar esa romanza. “Olvidar, olvidarlo todo, salvo la música; esa será siempre mi obra, mi vida, mi interés…”, pensaba Ivan Ilich. Y lo olvidó todo, excepto su amado arte, al cual sirvió hasta la muerte”. No cabe duda de que aquel distanciamiento fue un duro golpe para la escritora.

placeholder Sofía Tolstaia.
Sofía Tolstaia.

Como señala Otero, Romanza sin palabras es una novela realista que se inscribe en la novela psicológica del XIX, lírica, sentimental y de emociones. “No podríamos decir que Tolstaia es brillante, pero escribe bastante bien. La novela se sigue con mucha claridad”, afirma. Y utiliza el lenguaje ruso literario que también habían tomado los grandes escritores del XIX como su marido: un estilo moderno, limpio y de todo menos arcaizante. “Es que el ruso del XIX es una lengua mucho más moderna que el castellano o francés contemporáneo porque no tenía peso de tradición literaria. Hasta finales del XVIII no hubo grandes escritores, por lo que había menos servidumbres. Son autores que se traducen con mucha facilidad y ella también era muy moderna”, añade Otero.

En realidad, toda la familia Tolstoi lo era. “Sí, se les veía un poco extravagantes”, señala el traductor. El escritor se había convertido en un defensor del pensamiento anarquista, se intercambiaba cartas con Gandhi, difundía el vegetarianismo (y comer del huerto) cuando todavía no existía la filosofía ecologista, quería vivir con lo puesto. La escritora disfrutaba con artes tan novísimos como la fotografía y las películas de cine (hay una que se puede ver por internet en la que aparece ella en la finca cortando unas flores). Él murió en 1910 en la estación de Astapovo tras abandonar definitivamente a su familia, que no estaba dispuesta a aguantar más con sus postulados excéntricos. Ella le sobrevivió nueve años más. Nunca publicó sus novelas en vida. Su suave vendetta personal. Ahora, por fin, tenemos la otra cara de la moneda de Sonata a Kreutzer.

A Sofía Tolstaia (1844-1919) le gustaba hacer fotografías y escribir. De lo primero dan buena cuenta las imágenes que han llegado de la finca Yásnaia Poliana. De lo segundo, todas las veces que pasó a limpio los manuscritos de su marido, Lev Tolstoi. Se dice que hasta siete veces copió Guerra y paz. Pero, además de su labor de copista, estaban sus propias novelas, de las cuales solo han llegado dos (la primera, al parecer, la quemó porque a su esposo no le gustó demasiado), que hasta 2010 estuvieron inéditas incluso en Rusia. Ahora también nos llegan en español publicadas por Xordica y traducidas del ruso por Marta Rebón y Fernando Otero. Se titulan ¿De quién es la culpa? y Romanza sin palabras. Y las dos son verdaderos ajustes de cuentas con su marido, el gran escritor (y el gran celoso), y su matrimonio. Triste, frustrado y del que surgieron 13 hijos.