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Pascual Camilo Payá Lloret, el rey del juguete
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Pascual Camilo Payá Lloret, el rey del juguete

El hojalatero de Ibi convirtió en el transcurso de unas décadas el taller familiar en la principal fábrica de juegos infantiles de España

Foto: Pascual Emilio Payá Lloret
Pascual Emilio Payá Lloret

De la chispa que llevó a una familia de hojalateros, los Payá, a la fabricación de juguetes a comienzos del siglo XX circulan varias versiones. Hay quien dice que todo empezó con la reproducción a escala pequeña de platos y vasijas que alcanzaron popularidad como regalo habitual de madres a hijas. Otros fijan el punto de partida en la fabricación de un caballo de zinc, pintado en marrón, excepto las crines y los cascos, rematados en negro. Algún comercial debió entusiasmarse con el equino, proponer su comercialización y lograr buenos pedidos. Finalmente, también se ha sugerido que todo arrancó con unos juguetes alemanes de hojalata que no presentaban soldaduras, sino que estaban unidos por pestañas, hecho que abarataba los costes y reducía el tiempo de ejecución de aquellos trastos con tanta venta.

Tampoco está clara la fecha exacta de inicio de la actividad. Parece que aquel linaje empezó a fabricar sus chismes de metal hacia 1902. Sin embargo, se ha establecido como arranque el 3 de febrero de 1905, día en el que Rafael Payá Picó, ya con sesenta años, vendió a sus tres hijos varones −Pascual, Emilio y Vicente− el taller del número 43 de la calle del Ravalet, en Ibi (Alicante). En el transcurso de esos años, lo más probable es que los juguetes ganaran cada vez más espacio frente a las actividades tradicionales, como la fontanería. En esta línea, la venta del taller −probablemente ficticia, debido a su valoración por debajo del precio real del negocio− es, de algún modo, la confirmación del arranque de una nueva tarea, todavía de futuro muy incierto, a juzgar por el hecho de definir aún la labor como hojalatería.

placeholder Los juguetes de la familia Payá Lloret en Ibi.
Los juguetes de la familia Payá Lloret en Ibi.

Al frente de aquella aventura se situó el mayor de los hermanos, Pascual Camilo Payá Lloret (Ibi, Alicante, 1876–1951). Se sabe con certeza que sus estudios se limitaron a leer y escribir y a todo aquello que aprendió en el taller, en la calle y en los mercadillos ambulantes. Residió toda su vida en la misma vía, donde estableció la fábrica a espaldas de las viviendas familiares. Y allí nacieron sus padres, sus hermanos, sus cuatro hijos y María, su mujer, con quien se casó a edad temprana. Además, L’amo Pasqual, como se dirigían a él sus empleados, tocó el clarinete en la banda local y contribuyó a la fundación del equipo local de fútbol. En sus momentos de ocio, acudía al Casino Radical, más abierto y mestizo que el Casino Primitivo, si bien esta última institución reunía a los grandes propietarios.

Para fijar la personalidad de Pascual resulta de interés aproximarse a su vida política, reducida en exclusiva al ámbito local para limitar ambición y ocupaciones que le distrajeran de la presidencia de la juguetería, que ocupó hasta su muerte en 1951. Así, fue concejal de modo discontinuo entre abril de 1920 y la proclamación de la República. El 1 de abril de 1922 fue elegido alcalde, cargo que desempeñó con sobresaltos hasta el 2 de octubre de 1923 al ser cesado en dos ocasiones, la última tras el golpe de Primo de Rivera. Algunas de sus prácticas como regidor dan cuenta, en buena medida, de su carácter: adelantaba dinero propio para afrontar deudas municipales, vigilaba de forma personal los servicios y convocaba los plenos los domingos, a las cuatro de la tarde, para evitar interferir en los trabajos del resto de ediles.

Adelantaba dinero propio para afrontar deudas municipales, vigilaba de forma personal los servicios y convocaba los plenos los domingos

Ya en el plano puramente económico, queda noticia de que los hermanos Payá comenzaron fabricando modelos de escasa complejidad. Entre los primeros, sin duda, las miniatura de los utensilios domésticos (tazas, platos, cacerolas…), a los que siguieron otros surgidos, probablemente, a partir de aquel primer caballo de hojalata, como la calesa descubierta −el número uno del catálogo inicial−, las tartanas con toldos, los tranvías tirados por animales y los barcos con ruedas. En esa hora inicial también, por supuesto, los trenes. Al principio, simples, con la máquina y los vagones en la misma base; con el tiempo, más variados y complejos. Entraba, de lleno, en la industria juguetera de España, que había echado ya raíces en Cataluña, donde los empresarios Palouzié y Borrás fundaron sus empresas en 1891 y 1894.

Si bien nació años más tarde que sus competidores, la iniciativa de la familia Payá acabó por convertir al municipio alicantino de Ibi en el principal centro fabril del juguete en España. De esa progresión hay rastro en la evolución de la fórmula legal elegida para su actividad por los hijos de Rafael, el hojalatero de la calle Ravalet: la empresa mancomunada de los inicios pasó a ser sociedad regular colectiva en 1912 y, finalmente, sociedad anónima en 1924. Ya como iniciativa doméstica en el arranque, ya como gran industria, los impulsores siempre tuvieron claro la importancia de mantener la compañía bajo el control familiar, recelosos de la deriva que tomaría con los herederos. Esa intuición sobre una posible quiebra a medida que los lazos de sangre se diluyesen se acabó confirmando, lamentablemente, con el tiempo.

placeholder Más juguetes en el Museo de Ibi.
Más juguetes en el Museo de Ibi.

La industria de los Payá vivió su primera época dorada en la década de los veinte. Por entonces, las actas de la compañía anotan, al hacer balance de cada ejercicio, que las ventas superan a las del año precedente y que los beneficios se dirigen más a la renovación de la maquinaria que al reparto de dividendos. En cambio, los primeros nubarrones llegaron en el periodo republicano: no se registra la caída o la desaparición de los beneficios, pero sí se percibe el impacto del crack de 1929 y la radicalización de la política española. Por este carril con destino al desastre, la dirección de la fábrica recae en un comité revolucionario en la Guerra Civil y los juguetes conviven con el material bélico: igual se producen milicianos de lata con el fusil al hombro y el puño en alto que proyectiles y cargadores de fusil.

Resurgir tras la Guerra Civil

Al final de la contienda, los tres hermanos Payá volvieron a tomar los mandos de la juguetera, que debió hacer frente a la falta de materias primas, las limitaciones energéticas y la caída del consumo. Con todo, no tardaron mucho en retomar la fabricación de juguetes a partir de los modelos previos a la guerra, aunque algunos de los más sofisticados eran de difícil venta a causa del descenso del nivel de adquisitivo de la mayoría de la población. Tampoco renunciaron a la introducción de innovaciones, como el uso, ya en los años cuarenta, de las máquinas de inyectado de plástico que reducían radicalmente el coste de la mano de obra y simplificaban las operaciones.

Sin embargo, nunca renunciaron a los juguetes de chapa. En ese producto se resumía toda su tradición y todo su buen hacer. En clave interna, hacia mediados de la década de los cuarenta, comenzaron a producirse movimientos que amenazaban con quebrar la paz familiar por la que tanto habían luchado los tres hermanos Payá. Por razón de la naturaleza, llegó el momento del relevo generacional y la permuta benefició a los hijos de Pascual, que se fueron incorporando a la dirección de la empresa, mientras que sus primos (mucho más jóvenes) todavía seguían con sus estudios. Aunque siempre se trató de mantener la armonía entre todos los miembros del linaje juguetero a través de iniciativas como la inclusión del derecho al retracto en los estatutos, la cordialidad se antojaba cada vez más difícil, dado que ya no se trataba de tres hermanos, sino de tres ramas familiares.

Se conservan un buen número de fotografías realizadas en el interior del palacio del Pardo en las que Francis Franco juega con un coche de hojalata

Como consecuencia, el número de accionistas creció, los directivos aumentaron, los intereses se multiplicaron: en la segunda generación, los tres hermanos pasaron a ser diez primos (las mujeres nunca intervinieron en la gestión por temor a sus maridos). De inmediato, el funcionamiento de la empresa se hizo más complejo, con más centros de decisión y con inevitables agravios y malentendidos. El primer choque en la nueva cúpula de la juguetera ocurrió al saberse que Pascual iba recibir la Medalla del Trabajo gracias a la gestión de su hijo Artemio, presidente de la Diputación de Alicante y consejero nacional del Movimiento. Las otras ramas familiares protestaron por un galardón que, según creían, correspondía a los tres hermanos por igual y que acabó concediéndose, a título póstumo, al abuelo Rafael.

Pese a estas turbulencias íntimas, la firma juguetera volvió a vivir una segunda edad de oro a mediados de los años sesenta, cuando lanzó al mercado piezas tan populares como el Tiburón Citroën y la influencia política llegó hasta el epicentro de la dictadura: se conservan un buen número de fotografías realizadas en el interior del palacio del Pardo en las que Carmen Martínez-Bordiú celebra su cumpleaños, su hermano Francis juega con un coche de hojalata o el general Franco observa, junto a sus nietos, una maqueta de ferrocarriles. Las luchas internas se agudizaron con el paso del tiempo y, sobre todo, el mercado cambió sus preferencias de forma radical. En la primavera de 1984, tras un periodo muy conflictivo, se produjo el cierre de la empresa, que sobrevivió algún tiempo más como cooperativa de trabajadores. Un buen número de sus piezas se exhiben hoy en el Museo del Juguete de Ibi.

placeholder 'Hombres de fortuna'. Puedes encontrarlo pinchando aquí.
'Hombres de fortuna'. Puedes encontrarlo pinchando aquí.

De la chispa que llevó a una familia de hojalateros, los Payá, a la fabricación de juguetes a comienzos del siglo XX circulan varias versiones. Hay quien dice que todo empezó con la reproducción a escala pequeña de platos y vasijas que alcanzaron popularidad como regalo habitual de madres a hijas. Otros fijan el punto de partida en la fabricación de un caballo de zinc, pintado en marrón, excepto las crines y los cascos, rematados en negro. Algún comercial debió entusiasmarse con el equino, proponer su comercialización y lograr buenos pedidos. Finalmente, también se ha sugerido que todo arrancó con unos juguetes alemanes de hojalata que no presentaban soldaduras, sino que estaban unidos por pestañas, hecho que abarataba los costes y reducía el tiempo de ejecución de aquellos trastos con tanta venta.

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