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'El triángulo de la tristeza': una Palma de Oro llena de chistes escatológicos y diarrea
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'El triángulo de la tristeza': una Palma de Oro llena de chistes escatológicos y diarrea

Esta sátira sobre la lucha de clases, las herramientas de poder y los roles de género ha supuesto la segunda Palma de Oro para el director sueco Ruben Östlund

Foto: Un grupo de modelos entre los que se encuentra Thobias Thorwid, el protagonista. (Elastica)
Un grupo de modelos entre los que se encuentra Thobias Thorwid, el protagonista. (Elastica)

Palma de Oro 2022. Una sátira sobre las relaciones de poder y los roles de género ambientado en un crucero de lujo, con modelos en bikini y entrañables traficantes de armas. Nunca habrán visto mejores mimbres para la campaña de promoción de una película que en el caso de El triángulo de la tristeza. Lo mejor de los dos mundos, como cantaba Hannah Montana: por un lado, el sello de calidad del mejor festival de cine del mundo; por el otro, una comedia crítica con las nuevas élites en la que los ricos acaban vomitándose y defecándose encima. ¿Qué entretenimiento hay mejor que ver a ese panteón del nuevo capitalismo —desde oligarcas rusos a instagrammers— despeñándose hasta el fango de la fisiología más prosaica, que hermana a ricos y a pobres en una única democracia rectal? El triángulo de la tristeza es, probablemente, la Palma de Oro más populachera y accesible de los últimos años. Incluso de la historia de Cannes. ¡Adiós a las películas húngaras en blanco y negro y plano secuencia! Por fin, el cine elevado desciende, también, hasta la taza del váter.

Si Östlund hubiese sido francés, de nacimiento o de adopción, su retrato de las élites europeas sería más parecido a las autoflagelaciones de Haneke. Mientras el austríaco intenta ahondar en las contradicciones invisibles y los secretos inconfesables, es decir, rascar debajo de la costra de la herida, Östlund se distancia de sus personajes, como si él mismo perteneciese a otra especie animal que la de sus retratados, como si él mismo no perteneciese al sector del cine, del arte y del faranduleo, como si él mismo no participase de las pantomimas que critica en sus películas, como un calvo riéndose de otro calvo. No es una cuestión de solemnidad: Ben Stiller en Zoolander muestra al menos algo de compasión y de cariño por sus protagonistas, por muy mononeuronales que sean, mientras Östlund se coloca por encima, como el gurú de una secta al que solo a él se ha revelado el misterio. Parece como si disfrutara humillándolos, quitándoles la poca dignidad que les queda una vez desaparecidos los millones y los filtros de Instagram.

placeholder Una trabajadora del crucero habla con una pasajera. (Elastica)
Una trabajadora del crucero habla con una pasajera. (Elastica)

El cineasta noruego ha ido embruteciendo su mirada sobre la sociedad burguesa europea a lo largo de su carrera. Fuerza mayor lo puso en el mapa en 2014; incluso los americanos llegaron a hacer un remake, eso sí, despojado de todo el vitriolo. Una pareja casada y con hijos va a esquiar y, cuando una avalancha se abalanza sobre la familia, el padre huye dejándolos atrás. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Que la avalancha pare antes de llegar a la estación de esquí y la mujer se dé cuenta de que su marido, en cualquier situación crítica, siempre la traicionará. Con The Square, ganó su primera Palma de Oro en 2017: una disección del conflicto que hay en las sociedades nórdicas entre la ambición de integración y una naturaleza racista que, además, se mofa del mundo del arte, una gran estafa colectiva a la que todo el mundo acude por los canapés gratis. Pero ¿quién no vendería a sus hijos por canapés gratis?

Con El triángulo de la tristeza, Östlund vuelve a confrontar la imagen que el ciudadano cívico medio quiere proyectar con sus deseos e ideas más primordiales, sin filtrar. Lo hace a partir de una pareja de modelos, la única disciplina, junto a la gimnasia rítmica y los ejercicios de Kegel, en la que, tradicionalmente, las mujeres han gozado de una mayor repercusión —y, por tanto, condiciones— que los hombres. Lewis (Thobias Thorwid) se rebela a plegarse a imposiciones del rol masculino (pagar la cuenta) cuando su novia Yaya (Charlbi Dean, quien murió el año pasado) gana más dinero que él. Aunque luego veremos que los dos están sin blanca y que todo es una pantomima en la que el éxito y las nuevas masculinidades son solo relatos ficticios de los que aprovecharse para medrar. Quizás en algún momento se quisieron y se respetaron, pero ahora su única vía para sobrevivir a un futuro de precariedad e incertidumbre es fotografiarse juntos y fingir, fingir todo lo que puedan. Pregunta retórica: ¿por qué tod@s l@s modelos se fotografían comiendo platos enormes de carbohidratos?

placeholder Yaya y Thobias quizá se quisieron en algún momento; ahora se hacen fotos. (Elastica)
Yaya y Thobias quizá se quisieron en algún momento; ahora se hacen fotos. (Elastica)

A la pareja de modelos la invitan a pasar unos días en un crucero de lujo, lo que utiliza el autor como una maqueta en miniatura para reproducir en un modelo sociológico cerrado flotante las dinámicas de poder y de abuso del mundo occidental. El crucero está dirigido por un capitán misterioso (Woody Harrelson), un estadounidense que no sale de su camarote porque detesta a sus propios clientes, y al que más tarde veremos discutiendo con un oligarca ruso sobre marxismo y capitalismo, en un intercambio de roles que representa las contradicciones inherentes a las ideologías, en general. ¿Puede un multimillonario ruso renegar del sistema que lo hizo rico? Östlund juega a subvertir las preconcepciones, como es el caso de la angelical pareja de ancianos que hizo fortuna traficando en los conflictos más sanguinarios. La imagen (ancianos venerables) contra el acto (vender armas).

Después de plantear sus teorías en la primera parte de El triángulo de la tristeza, Ruben Östlund parte la película a la mitad, y obliga a reestructurar las dinámicas de poder y a sus personajes a traicionar, por cuestiones de supervivencia, la imagen que proyectaban hasta ahora de sí mismos. Pero Östlund lo hace sin ninguna piedad y, sobre todo, y lo que es peor, recurriendo a clichés tan manidos como los de un chiste de cuñados. A la película hay que concederle que consigue hacer reír y revolver el estómago como Dos tontos muy tontos o Este chico es un demonio, esta última dueña de la secuencia de vómitos más memorable de la historia del cine. Sin embargo, pesa una sensación de que Östlund ha sido muy complaciente con el espectador y le ofrece la reafirmación constante de sus prejuicios.

placeholder 'El triángulo de la tristeza' es la película más escatológica de Ruben Östlund. (Elastica)
'El triángulo de la tristeza' es la película más escatológica de Ruben Östlund. (Elastica)

El triángulo de la belleza es una expresión que, en medicina estética, se refiere a la zona de la boca, los pómulos y la nariz, que con el paso de la edad se van descolgando y hacen que el rostro adopte una expresión de tristeza. En las clínicas de belleza, enseguida ofrecen bótox y relleno para dichos surcos, para ocultar el paso del tiempo, la degradación de nuestros tejidos, para prometer una belleza y una perfección eterna, plástica y artificial, que esconde, debajo, nuestra naturaleza corrupta y animal, las imperfecciones que nos hacen humanos, contradictorios y orgánicos, por culpa de la cual acabaremos convertidos todos, democráticamente, en una enorme diarrea colectiva que algún día servirá de abono para las plantas.

Palma de Oro 2022. Una sátira sobre las relaciones de poder y los roles de género ambientado en un crucero de lujo, con modelos en bikini y entrañables traficantes de armas. Nunca habrán visto mejores mimbres para la campaña de promoción de una película que en el caso de El triángulo de la tristeza. Lo mejor de los dos mundos, como cantaba Hannah Montana: por un lado, el sello de calidad del mejor festival de cine del mundo; por el otro, una comedia crítica con las nuevas élites en la que los ricos acaban vomitándose y defecándose encima. ¿Qué entretenimiento hay mejor que ver a ese panteón del nuevo capitalismo —desde oligarcas rusos a instagrammers— despeñándose hasta el fango de la fisiología más prosaica, que hermana a ricos y a pobres en una única democracia rectal? El triángulo de la tristeza es, probablemente, la Palma de Oro más populachera y accesible de los últimos años. Incluso de la historia de Cannes. ¡Adiós a las películas húngaras en blanco y negro y plano secuencia! Por fin, el cine elevado desciende, también, hasta la taza del váter.

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