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'Fuck me' y 'Love me': primero vamos a la cama y después hablamos de amor
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'Fuck me' y 'Love me': primero vamos a la cama y después hablamos de amor

La argentina Marina Otero estrena en los Teatros del Canal y Réplika, dentro del Festival de Otoño, un díptico entre la danza y la 'performance' nacido del dolor y la imposibilidad de vivir

Foto: Marina Otero, creadora e intérprete de 'Fuck me'. (Ale Carmona)
Marina Otero, creadora e intérprete de 'Fuck me'. (Ale Carmona)

Dice que su proyecto es eterno y consiste en llevar a escena, hasta el final de sus días, piezas comprometidas consigo misma. Dice que ella es su propio objeto de investigación y es ella y solo ella quien va a ponerle el cuerpo a su causa narcisista porque hijos no va a tener y su obra será el único legado que deje en este mundo. Dice que empezó a bailar en el colegio y los domingos en casa de sus abuelos, con sus primas, mientras los adultos fumaban y tomaban café. Dice que no encajaba, que sigue sin encajar y que siente la imposibilidad de vivir, que no sabe cómo hacerlo y que por eso pone su vida en sus obras, como si fuera lo único que pudiera salvarla. Dice que está siempre inmersa en “una búsqueda espiritual medio ridícula” y que vive todo el tiempo “esa desesperación de crear algo que me organice la vida” y le permita asumirla. Le decimos que sus palabras comparten la misma angustia de Angélica Liddell, que también se siente imposibilitada para la vida fuera del escenario, y ella dice que no ha visto ninguna de sus obras, pero sí ha descubierto sus libros. Dice que si la reclaman en los festivales europeos y su trabajo tiene proyección internacional es por una cuestión de suerte. Dice que su obra nace del dolor, que está entera y está rota. Y que, si se mete en algo, se mete a morir.

Ya era hora de que alguien, en un escenario, se burlara del complejo de culpa colonial de tanto programador europeo

Se llama Marina Otero, tiene 38 años y una trayectoria como directora, intérprete, autora y docente que comenzó en 2012 en su Buenos Aires natal. En marzo se vino a vivir a Madrid, en cuyo Festival de Otoño estrena ahora sus dos últimas piezas, Fuck me y Love me, un díptico que ella resume así: “Primero cógeme y después hablemos de amor”. La primera pudo verse en una única función en el FIT de Cádiz en 2021, así que esta será su gran puesta de largo en España, el país en el que nació su abuelo, que emigró a América en la posguerra; el país en el que ella vive ahora y donde dice que siempre será “la sobra, la sudaca”; el país desde el que nos dirá, sobre un escenario, que sabe que “está de moda hablar de la colonia y me hago la pobrecita, y recorro tierras arrasadas pidiendo caridad, y después nos vamos de gira a Europa a dar lástima en festivales que programan sudacas por culpa. Por culpa no vuelvo a Argentina. Por culpa Europa me contrata. Es la única que queda, venderse. El amor y el dolor, de la mano. Como en una promo”. Ya era hora de que alguien, en un escenario, se burlara del complejo de culpa colonial de tanto programador europeo. Pero la fiesta punk de Marina Otero solo acaba de empezar.

Fuck me: una bailarina que no puede bailar

Son cinco performers, cinco cuerpos tan desnudos como el escenario al que suben uno detrás de otro, donde comienzan a bailar mientras suena Porque yo te amo, una balada de amor imposible de aquel ídolo de masas en la Argentina de los 60 y 70 llamado Sandro, Sandro de América, una especie de Elvis latinoamericano cuyas fans se hacían llamar Las nenas. Y estos cinco hombres serán como aquellas mujeres devotas y fascinadas por la estrella musical y durante esta obra se moverán en escena al ritmo que marca Marina Otero, sentada en una silla, micrófono en mano, a partir de ese momento en que le cuenta al público cómo nace esta obra: “Me gustaría contarles que recién salgo de un quirófano, todavía no sé bien como estoy acá, tras una operación de columna. Hice casi todo el proceso desde una cama, me grababa audios de voz porque no podía sentarme a escribir. Iba de la cama al ensayo y del ensayo a la clínica. Le puse Fuck me porque durante este proceso nunca cogí”.

placeholder Los bailarines de 'Fuck me'. (Ale Carmona)
Los bailarines de 'Fuck me'. (Ale Carmona)

“Yo empiezo a investigar sola, a ir a salas de ensayos y hago mi primera obra con 28 años, Andrea (inspirada en la figura de una prostituta asesinada), dos años después hago Recordar 30 años para vivir 65 minutos y, luego, otras piezas que no tienen que ver con este proyecto eterno que yo llamo Recordar para vivir", explica Marina Otero a este diario, “pero Fuck me es un quiebre y marca un antes y un después porque iba a ser un solo, pero termina siendo un trabajo grupal, con cinco intérpretes en escena, cinco hombres y este cuerpo, el mío, que también está ahí. Cuando la estrené, estaba recién operada de una hernia de disco que me dejó sin poder caminar durante un año y eso, siendo una bailarina que ha trabajado al límite, marca una imposibilidad de la que trata la obra”.

Marina Otero manipula y cosifica unos cuerpos que reproducen en escena sus movimientos en pantalla, imágenes de cuando bailaba siendo una cría o en los últimos ensayos antes de quedar inmóvil por la operación, cuando Marina soñaba con ser Iluminada y eterna, como esa otra balada dulzona que también suena en Fuck me: “La pieza es una venganza porque los hombres en escena están desnudos y bailan todo el tiempo, guiados por mí, que estoy en escena hecha mierda y sin poder caminar. Le doy la vuelta a lo que siempre fue la cosificación de las mujeres y la invierto, pero no desde la corrección feminista ni desde el lugar de la víctima, sino desde un lugar incorrecto y con un tono desfasado, mostrándome vulnerable y maldita al mismo tiempo”.

"La obra empieza conmigo y lo primero que se ve es mi culo, mucha deconstrucción, pero, al final, si tienes un buen lomo, va primero"

Y esos cinco performers se llaman todos Pablo —Pablo 1, Pablo 2, Pablo 3…— y emulan ese momento terrible en que Marina Otero, en pantalla, golpea con violencia su cuerpo contra el suelo, machacándose la columna (“Ponela otra vez y que improvisen”, le dice Marina al técnico para que los bailarines repitan la escena), pero esos hombres también se lamentan del deterioro de su cuerpo al cumplir años o admiten ser usados como un objeto sexual: “La obra empieza conmigo y lo primero que se ve es mi culo, mucha deconstrucción, pero, al final, si tienes un buen lomo, va primero”, dice Pablo 3. Los cinco actores y bailarines se moverán toda la obra como soldados al servicio de un “sacrificio espiritual”, de un ejercicio de sanación: “Con el sudor de nuestros cuerpos desintoxicaremos su alma, vamos a matar el dolor y dar a luz la anestesia total”, dicen en escena.

Además de un ejercicio de venganza, Otero también vincula la quiebra de su cuerpo con la memoria familiar, con la historia de su abuelo paterno, un suboficial que trabajó en el Servicio de Inteligencia de la Marina durante la dictadura militar argentina, una historia sobre la que investiga antes de convertirse en una bailarina que no puede bailar por una lesión que supondrá, y es esta la idea más poderosa de Fuck me, la muerte de su juventud, el fin de la vitalidad. “Es la experiencia lo que nos convierte en seres miserables y resentidos”, dice en escena, y es ahí cuando Marina Otero atribuye una de sus frases a Angélica Liddell —“ojalá tuviera 20 años menos, así podría salir a buscar al verdadero amor”—, frase que ella amplía después: “Ojalá pudiera volver el tiempo atrás para empezar de nuevo y recorrer todos los festivales del mundo y cogerme a los bailarines, a los programadores, a los técnicos y a ustedes, a todos”. Pero, tras la venganza, el hambre de sexo y la nostalgia de juventud, Marina Otero pide que la quieran.

Love me: cuando puede bailar, se queda quieta

Permanece sentada en una silla durante 45 minutos, sola, en mitad del escenario, sin mirar al público. Ha vuelto a ser una bailarina que puede bailar, su cuerpo ya no es un cuerpo rígido, pero en Love me permanece quieto y mudo. Marina Otero habla, pero lo hace a través de una pantalla que va disparando un texto que nació durante la pandemia, en un proceso compartido con el dramaturgo y director Martín Flores Cárdenas: “Nos empezamos a juntar en un proceso muy íntimo de charlas, de juntarnos a comer… Completamente distinto a Fuck me, que fue de mucho sufrimiento y que aquí es de encuentro, de placer y de reflexión”. Love me es una pieza de pequeño formato, austera, minimalista y melliza de Fuck me: conviven, son hermanas y son distintas. La obra se estrenó en marzo, en el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) y, tras ocho funciones, Otero hizo las maletas y se vino a Madrid. La pieza, que allí tuvo algo de despedida, aquí muta en bienvenida y en una vuelta “al origen del dolor”, dice en el texto, al país del que huyó su abuelo. Y la artista hace ese camino de vuelta, “pero aprovecho que está de moda hablar de la colonia, digo en el texto, y hay un juego con esa idea de victimización y hacerme cargo de que la estoy provocando para no ponerme en un lugar de víctima, sino en el lugar de quien manipula con la historia que está contando”.

placeholder Marina Otero en 'Fuck me'. (Marco Roa)
Marina Otero en 'Fuck me'. (Marco Roa)

Pero la violencia de la migración y de un sistema cultural que exotiza lo que antes fue colonizado son solo dos de las muchas violencias que palpitan en ese cuerpo casi inmóvil, en el sistema nervioso de Love me, en el que también vive la brutalidad de la violencia machista que marca su biografía familiar, la violencia de Marina sobre algunos hombres, esa otra que una siente cuando se da cuenta de que está en el mismo lugar en el que estuvo su madre o su abuela, esperando en casa a un hombre con la cena servida en vajilla de porcelana y, por último, toda la violencia que acumula en su cuerpo la propia Marina, que se pregunta qué hacer con la ira si no baila y cómo bailar ahora, “sin hacerme mierda, sin romperme, con un cuerpo para la autodestrucción, qué hacer con la violencia que llevo dentro, qué hacer con toda la pulsión de violencia de mi cuerpo”, explica a este diario.

Fuck me. Dramaturgia y dirección: Marina Otero. Performers: Augusto Chiappe, Matías Rebossio, Fred Raposo, Juan Francisco López Bubica, Miguel Valdivieso y Marina Otero. Teatros del Canal, 15 y 16 de noviembre.

Love me. Texto y dirección: Marina Otero y Martín Flores Cárdenas. Performer: Marina Otero. Réplika Teatro, 25 y 26 de noviembre.

Dice que su proyecto es eterno y consiste en llevar a escena, hasta el final de sus días, piezas comprometidas consigo misma. Dice que ella es su propio objeto de investigación y es ella y solo ella quien va a ponerle el cuerpo a su causa narcisista porque hijos no va a tener y su obra será el único legado que deje en este mundo. Dice que empezó a bailar en el colegio y los domingos en casa de sus abuelos, con sus primas, mientras los adultos fumaban y tomaban café. Dice que no encajaba, que sigue sin encajar y que siente la imposibilidad de vivir, que no sabe cómo hacerlo y que por eso pone su vida en sus obras, como si fuera lo único que pudiera salvarla. Dice que está siempre inmersa en “una búsqueda espiritual medio ridícula” y que vive todo el tiempo “esa desesperación de crear algo que me organice la vida” y le permita asumirla. Le decimos que sus palabras comparten la misma angustia de Angélica Liddell, que también se siente imposibilitada para la vida fuera del escenario, y ella dice que no ha visto ninguna de sus obras, pero sí ha descubierto sus libros. Dice que si la reclaman en los festivales europeos y su trabajo tiene proyección internacional es por una cuestión de suerte. Dice que su obra nace del dolor, que está entera y está rota. Y que, si se mete en algo, se mete a morir.

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