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Propuesta para convertir el bar del "chino facha" de Madrid en Patrimonio Nacional
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'Trinchera cultural'

Propuesta para convertir el bar del "chino facha" de Madrid en Patrimonio Nacional

A fenómenos como el de este establecimiento hay que aproximarse con curiosidad y tiento, con perplejidad, con mimo, incluso, por si parpadear muy fuerte disuelve el ensalmo

Foto: Chen Xianwei, conocido como 'el chino facha', posa en su bar. (D. Brunat)
Chen Xianwei, conocido como 'el chino facha', posa en su bar. (D. Brunat)

En Madrid, por si no lo sabes, hay un bar regentado por un chino, Chen Xianwei, que como tantos otros bares españoles chinificados ha absorbido y mimetizado la idiosincrasia carpetovetónica. Mientras que otros compatriotas suyos ejecutan, con notoria habilidad para la cocina, la carta infecta de fritangas, vianda apolillada y hasta el modo maestro de echar la caña, amén de las barras grasientas, este chino en particular ha conseguido copiar otra cosa muy nuestra: el nacionalcatolicismo.

He ido varias veces a este bar en su nueva sede (antes lo tuvo Chen en Usera y se llamaba Bar Oliva), siempre en compañía de amigos rojos y aficionados a las experiencias más allá de los límites de la comprensión, y lo he observado todo con la mirada perpleja de Lluis Carandell. El local, envuelto de banderas del aguilucho y Falange, tiene bajo los retratos de Franco y Primo de Rivera y los estandartes rojinegros mucha más chatarra del viejo régimen. A juicio de algunos serán objetos malditos y peligrosos: al mío, curiosidades amenazantes e inofensivas, como los fósiles del T-Rex.

Allí se respira un ambiente extraño en el que no sabes quién sopla café de forma irónica y quién pide carajillo con autenticidad. Pasa lo mismo que cuando uno mira las encuestas de intención de voto o echa un vistazo a Twitter, solo que con la tranquilidad típica de una piscina de Teruel.

Foto: Chen Xianwei, conocido como el 'chino facha', posa en su bar de Madrid. (David Brunat)

Para que se me entienda bien, a la momia de Queipo de Llano que le den mucho por el culo. Pero si la Ley de Memoria Democrática tocase este bar, entonces estaría arrasando un jardín de delicadas plantas exóticas que no volveremos a ver nunca. El bar del chino facha de Madrid, que se llama ahora Una Grande y Libre, no solo debiera quedar al margen del chabacano duelo a garrotazos de siempre, sino que habría de formar parte de los rincones protegidos por Patrimonio Nacional.

Reducir este sitio inaudito a templo fascista cancelable es como matar al último celacanto para merendar cartílago. El mundo, en su endiablada complejidad, en su imprevisibilidad, en su poesía producto de la combinatoria, nos presenta de vez en cuando desafíos que parecen simples y no lo son. Pueden ser ecuaciones no lineales, partidas de ajedrez contra demonios electrónicos o la existencia de un sitio como este en el corazón de un barrio obrero e inmigrante.

Vamos a ver: señores y señoras, ¡hablamos del bar de un chino facha! ¡Ya decir esto debería paralizar las máquinas de derribo!

"Vamos a ver: señores y señoras, ¡hablamos del bar de un chino facha! ¡Ya decir esto debería paralizar las máquinas de derribo!"

Un chino que vino a España, puso un bar y regala calendarios con el DNI de Francisco Franco Bahamonde en el reverso, y exhibe espadas toledanas, y te quiere vender tazas que convierten en Soberano cualquier licor que se les ponga. ¡Un chino facha, repito, que te suelta filípicas sobre la grandeza de Franco con su acento chino, cambiando la ele y la erre! ¡Que te dice, si pides vino, que lo tiene de Ribera!

A fenómenos como este hay que aproximarse con curiosidad y tiento, con perplejidad, con mimo, incluso, por si parpadear muy fuerte disuelve el ensalmo. Hay que acercarse a estas cosas estrambóticas, inexplicables, sin verse arrastrado jamás al fango previsible y maniqueo de los juicios de valor.

El otro día en el programa Cuatro Al Día, lo de Ana Terradillos, hicieron una conexión en directo con Chen Xianwei y su bar, y los pobres colaboradores fueron incapaces de afrontar el prodigio que sucedía ante sus ojos. Allí se pusieron a discutir si ese bar es como una Herriko Taberna, y si habría que prohibir una cosa y la otra, sin que nadie pusiera en marcha el sexto sentido, que es el sentido de la maravilla.

Foto: La presentadora Ana Terradillos. (Mediaset)

El bueno de Chen, que se sintió atacado, se puso como una mona y empezó a soltar exabruptos fascistas y franquistas, y yo me rulaba por el suelo de la risa, extasiado con el espectáculo, mientras Ana Terradillos cortaba conexión pidiendo disculpas a la audiencia, que acababa de presenciar una de las escenas más carandelianas, buñuelescas y berlanguianas de la televisión.

Ah, las interpretaciones literales del mundo, cómo lo simplifican, cómo lo reducen a papilla grasienta. El chino facha es un ejemplar tan valioso para la diversidad humana como el negro de Vox o ese aristócrata comunista que estuvo buscado por Interpol, Alejandro Cao de Benós, el representante de Corea del Norte en la tierra. Criaturas fascinantes como estas no son para los ojos de los obcecados.

"Criaturas fascinantes como estas no son para los ojos de los obcecados"

Juzgar moralmente la existencia de un sitio como ese no tiene el más mínimo sentido. Es algo que pasa, como el arcoíris o la Victoria de Samotracia, y que debe ser apreciado e interpretado por cada cual sin más predisposición que la que nos lleva a emprender una aventura inverosímil.

Por si fuera poco divertido que un chino haya envuelto su establecimiento en parafernalia franquista, resulta que allí las camareras son negras, me parece que dominicanas. Es, por tanto, un bar abierto y sostenido con el trabajo de inmigrantes, en un barrio de inmigrantes y trabajadores, y cuando te ponen una caña te la traen con una tapa de jamón con la que Chen dice detectar judíos conversos, como si estuviéramos en el Siglo XVI. Uno de sus parroquianos habituales, Mijail, es moldavo, y Chen le llama el comunista. Tienen juntos acaloradas discusiones que son una caricatura nuestra, de los españoles. Una imitación que es, en realidad, parodia nuestra.

Que todo este chiste sea voluntario o involuntario es lo de menos. No importa por qué está ahí ese bar, pero ¡qué maravilla su existencia!

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En Madrid, por si no lo sabes, hay un bar regentado por un chino, Chen Xianwei, que como tantos otros bares españoles chinificados ha absorbido y mimetizado la idiosincrasia carpetovetónica. Mientras que otros compatriotas suyos ejecutan, con notoria habilidad para la cocina, la carta infecta de fritangas, vianda apolillada y hasta el modo maestro de echar la caña, amén de las barras grasientas, este chino en particular ha conseguido copiar otra cosa muy nuestra: el nacionalcatolicismo.

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