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Vuelta al cole, vuelta a las costumbres de hace 40 años
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'TRINCHERA CULTURAL'

Vuelta al cole, vuelta a las costumbres de hace 40 años

Hay hijos que no estrenan porque la ropa remendada y lavada hasta el extremo es la única a la que están acostumbrados y mucho antes de que empezara la guerra de Ucrania

Foto: Varios niños esperan en la entrada de un colegio. (EFE/Mariscal)
Varios niños esperan en la entrada de un colegio. (EFE/Mariscal)

Era una tarde de finales de julio. Llegué con la lista de libros en la mano y los encargué. Como he hecho todos los finales de julio de la última década. El día 2 de agosto me llegó un mensaje al móvil: han llegado todos salvo un par de primero de la ESO. También es mala suerte, me dije. Regresé a la librería, recogí la mercancía, pagué unos 400 euros. Vaya palo, dije en voz alta cuando entré en el coche.

Este jueves 1 de septiembre pagué sesenta y pico por los que quedaban, cuatro por un estuche muy mono. Evité la compra de otra mochila con un discursito sensato en el que introduje el término "lavadora" que convenció al preadolescente. En medio, una semana de vacaciones fuera de España. En medio, dos semanas en un pueblo del norte sin wifi y con una tele que solo sintonizaba a ratos la 1 y la 2. A cambio, había piscina. Qué tremenda la vuelta al cole, ¿verdad? Y qué bien se vive con tantos privilegios.

Foto: Vuelta al cole: Cómo gestionar los mensajes de los grupos de WhatsApp de padres (EFE/Ritchie B. Tongo)

Por más que lo he intentado, nadie ha sabido explicarme qué es la clase media. Tampoco qué es la clase media trabajadora, que es un epígrafe que implica la existencia de una clase media rentista, o directamente vividora. No sé.

Estos días veo, escucho y leo a un montón de gente como yo. Está todo fatal. Lo que ha subido la vida. El coste del comedor ni te cuento. No es normal dejarse la vida en uniformes, en mochilas nuevas, en volver a llenar el congelador de filetes y croquetas. Y de la luz qué me dices. "Aprovechad que ya os queda poco y el otoño y el invierno van a ser muy largos y muy duros", me escribió un familiar un par de días antes de volver.

Es un arranque de septiembre en el que la televisión se llena de voces anónimas. La familia que habla de empezar a volver a las rutinas. Salones en los que se intenta hacer costumbrismo delante de un micrófono y una cámara. Padres que nos dicen que sus hijos ya están madrugando para que el golpe del despertador sea más suave, que han sustituido los helados y el guarreo por frutas. Que ya han iniciado la fase en la que se raciona el uso de consolas y móviles y se han cambiado por estuches de colores y cuadernos motivacionales.

"Aprovechad, que ya os queda poco y el otoño y el invierno van a ser muy largos", me escribió un familiar un par de días antes de volver

Este viernes, mientras paseaba para escribir este artículo, tuve entre mis manos tres de esos artefactos. "El éxito es la suma de pequeños esfuerzos repetidos día tras día", decía uno. Una agenda te animaba a hacer "más de eso que te hace feliz" y otra, mi favorita, era pura asertividad: "Piensa, cree, sueña y atrévete".

También vi a madres bronceadas arrastrando a sus hijos aún más bronceados a probarse los zapatos del colegio. "Son 50 euros, señora, pero es que esto es piel. No querrá usted que el pie del niño sufra lo más mínimo", explicaba una amable dependienta. Alrededor, decenas de uniformes a la espera de dueños, ropa deportiva de marca y cerca, una esquina que almacenaba últimas unidades de todo tipo de prendas. Varias mujeres revisando las etiquetas con recelo, como si estuvieran haciendo algo malo.

Me acordé del curso pasado, la lata que me supusieron las idas y venidas a unos grandes almacenes para sustituir un pantalón de uniforme que había costado 39,99 y que duró unas tres o cuatro puestas. Que llegó rajadito vivo a casa por culpa de una esquina mal acababa del pupitre, sin posibilidad alguna de parchearlo. Y cómo vas a llevar a la criatura con un apaño mal cosido. Se compra otro, claro. "Es que hay crisis de suministros, y esto va a tardar", me dijeron desde la tienda. No hace falta que me lo explique, si soy periodista. Si tengo por ahí apuntado hasta lo que cuesta un contenedor de esos que hay a cientos en el puerto de Shanghái, que lo he visto en Bloomberg.

Foto: Arranca la vuelta al cole más dura: euríbor sin freno y hasta 2.700€ más de hipoteca al año. (Foto: iStock)

Hay algo obsceno en mi paseo, creo. Tomando nota de zonas de supermercados en los que se apilan cajas de rotuladores a precio de ganga, fiambreras con veinte compartimentos y de colores pastel, zapatillas de deporte que huelen a líquido inflamable, botes de piparras y un set de cuencos de bambú para cenas que no celebrarás en casa.

Hay mucho de sonrojo, el que producen nuestras quejas, cuando hay familias para las que el comedor del colegio, ese que se ha puesto tan caro por culpa de Putin y de Sánchez, es la única posibilidad de que sus hijos coman algo parecido a un menú saludable. Cuando hay hijos que no estrenan porque la ropa remendada y lavada hasta el extremo —esa que resbala al tacto de tanto centrifugado— es la única a la que están acostumbrados y mucho antes de que empezara la guerra de Ucrania. Hay algo que entiendo, porque cada uno se queja de lo que quiere y de lo que puede.

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Pero hay vueltas y vueltas. Demasiados artículos sobre depresiones posvacacionales como si todo el mundo las hubiera tenido, sobre productos que prolongarán ese tono de piel tan envidiable que traemos, la importancia de forrar los libros para que duren y así te olvides de los 400 euros que te dejaste un dos de agosto, unos días antes de largarte fuera de España.

Qué poco hablamos de los vulnerables. O quizá pensemos que para vulnerables nosotros. Los de la clase media trabajadora.

Era una tarde de finales de julio. Llegué con la lista de libros en la mano y los encargué. Como he hecho todos los finales de julio de la última década. El día 2 de agosto me llegó un mensaje al móvil: han llegado todos salvo un par de primero de la ESO. También es mala suerte, me dije. Regresé a la librería, recogí la mercancía, pagué unos 400 euros. Vaya palo, dije en voz alta cuando entré en el coche.

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