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Por qué no me he puesto la tercera dosis
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Por qué no me he puesto la tercera dosis

Fue la irrupción del SMS en este momento preciso, mientras leía ese artículo que enlazaré más adelante, lo que inició la cadena de razonamientos que he decidido publicar

Foto: Ilustración: EC.
Ilustración: EC.

Casualidades de la vida, en el preciso momento en que me llegó el SMS invitándome a la tercera dosis de la vacuna, estaba leyendo un artículo de tres científicos en un medio muy serio donde se discutían los costes y beneficios de la dosis refuerzo en personas sanas con los dos primeros pinchazos puestos. Es decir, en gente como yo.

Eran tres expertos en vacunas desaconsejando el refuerzo indiscriminado cuando la posología de dos dosis funciona razonablemente bien para evitar la enfermedad grave, siempre en población fuera de los grupos de riesgo. Nadie hablaba de apocalipsis, ni pintaban la tercera como un peligro para la salud. Simplemente decían que no parece razonable.

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El tono era calmado y la exposición de argumentos intelectualmente atrayente. Todo lo contrario que el SMS de CatSalut que, como el discurso de los políticos que se han lavado las manos en la sexta ola comprando más dosis, suena robotizado, como si hubiera evidencia científica suficiente que respalde el dispendio de dinero público.

Aunque sabía que la decisión estaba tomada, fue la irrupción del SMS en este momento preciso, mientras leía ese artículo que enlazaré más adelante, lo que inició la cadena de razonamientos que he decidido publicar. Ahí va, porque me da que mucha otra gente lo estará viviendo igual, y creo que por fobia social a la herejía y a las etiquetas infamantes se dice poco en voz alta. A mí esas etiquetas hace tiempo que no me importan. Son una colección bonita que un día venderé en lotes.

Flexibilidad intelectual

Hasta el momento, era fácil moverse en las aguas vacunales: el grueso del grupo reticente a la vacuna del covid se compone de antivacunas genéricos, gentes arrogantes o ideologizadas, acojonados y otros personajes que son más listos y leen mucho, solo que de las fuentes equivocadas o interpretando a su manera fragmentos descontextualizados de estudios selectos.

El movimiento provacuna, también llamado “consenso científico” y “gente”, al menos aquí, pues alcanza al 90% de la población española, se apoya en la evidencia abrumadora y los datos que se publican en revistas académicas que ninguno de nosotros lee. Aunque también cuente este movimiento con sus ridículos, hiperventilados y fanáticos de Pfizer, una postura y otra no son equiparables.

Foto: Una mujer se vacuna de la gripe y el covid-19 en Madrid. (EFE/David Fernández)

A un lado, hay ciencia y, al otro, ignorancia o arrogancia, va por barrios. Pero la decisión de pinchar la tercera dosis indiscriminadamente ha movido el tablero de esta batalla cultural. En esta ocasión, no hay un grupo de gente con su opinión y otro grupo confiado en la evidencia, sino un debate inconcluso en la ciencia y una decisión política de estilo apisonadora que finge que ese debate no existe.

Esto no implica demonizar la tercera dosis. Un estudio reciente en Suiza y en Chile confirma que el refuerzo disminuye las muertes por covid más todavía. El problema es ese adverbial mejunje, "más todavía", porque, de acuerdo con el mismo estudio, las dos dosis ya blindan mucho de pillar la enfermedad grave o acabar muerto si no eres grupo de riesgo. Se ve en esta gráfica:

Bien. ¿Justifica la distancia entre las dos líneas de inferiores el coste de una tercera dosis indiscriminada para toda la población, o estaríamos bien si destinamos este recurso solo a población de riesgo, insistimos en vacunar a los no vacunados y empezamos a redistribuir jeringuillas en el tercer mundo, ya que parece que nos sobra el dinero cuando se trata de pagar facturas a Pfizer y demás? Este artículo de Bloomberg recoge opiniones en esa línea, y esta tribuna de 'The Washington Post', que es lo que leía cuando me llegó el SMS, también.

Uno de los autores de la tribuna es Philip R. Krause, principal regulador de vacunas de la Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU. Y tanto en el artículo (de noviembre, previo a ómicron) como en declaraciones a 'The New York Times' de hace 15 días, en pleno auge de contagios, desaconseja una tercera dosis generalizada por innecesaria. El énfasis, dice, debe ponerse en vacunar a quienes no están vacunados en absoluto.

Rigidez política

Aquí también tenemos especialistas, defensores de la vacuna, que desaconsejan la tercera dosis en población que no esté en grupos de riesgo. La Sociedad Española de Inmunología (SEI), por ejemplo, ha pedido que se reconsidere la cosa: “No tenemos pruebas de cuál puede ser el resultado final y no ofrecen un gran beneficio para correr con esta decisión”, dijo el presidente de la SEI esta misma semana.

Pues bien. Frente a la indecisión científica, que como mínimo exige prudencia, la actitud del poder político, y de algunos medios de comunicación, ha sido fanática. El mantra de que ahora tenemos que ponernos todos la tercera dosis cuando la pauta completa eran dos, mientras se anuncia a bombo y platillo una flamante vacuna adaptada a ómicron para marzo, no solo alimenta a quienes buscan argumentos para dinamitar la confianza en las instituciones, sino que deja a muchos ciudadanos como yo en el desamparo.

Desamparo porque no soy científico, no tengo educación suficiente para tomar una decisión bien informada y necesito que las autoridades sean claras, sinceras y pertinentes. Leyendo artículos solo puedo alimentar la duda y tengo papeletas para tomar una mala decisión. Le diré, señora, que no me vacuné por decisión informada, sino porque confío en las instituciones: por el mismo motivo, no me automedico cuando estoy enfermo, ni me autodiagnostico si me duele el bazo. A mi entender modesto, ni siquiera pongo la mano en el fuego si me preguntan para qué me sirve el bazo.

Foto: Foto: EFE/Quique García.

Mi ignorancia en materia sanitaria está, al menos, expresada. No tanto la de las altas esferas europeas, que han llegado a discutir si deben negarle el obsoleto pasaporte covid a quien no lleve las tres dosis, demostrando que la idea sentó un precedente, cuando menos, arbitrario, por no decir peligroso, en materia de derechos humanos. Pues bien: yo, ignorante, sospecho que las cifras de la tercera dosis van a demostrar que la confianza no se ha malogrado en mi caso solamente.

Repito ahora algo importante para que los conspiranoicos no le saquen punta a mi humilde lápiz: los críticos con la tercera dosis no están diciendo que sea un peligro para la salud. Algunos hay que, por prudencia, puesto que no saben cuál puede ser la respuesta inmune a largo plazo, la critican también en el aspecto del daño, pero sin alarmas concluyentes. Sin embargo, el comentario que más se repite (entre los críticos autorizados) es que la protección que ofrece la tercera dosis a la población fuera de riesgo no vale el gasto, y que el objetivo para ese dinero tendría que ser otro.

Así que, por segunda en lo que va de pandemia, voy a incumplir lo que dicen que haga, y me fastidia. La primera, semanas atrás, fue el no participar del rito de la mascarilla en exteriores que, con la información proporcionada por los científicos, parece idiota siempre que no caminemos por Preciados en Navidad, es decir, entre muchedumbres. La segunda desobediencia será mantener el SMS que me ofrece cita con la nueva dosis en la nevera. Una cosa y otra están relacionadas: se abre una nueva brecha entre la decisión política y la recomendación científica.

No desperdiciar comida

Algunas decisiones del poder político parecen motivadas por la histeria, la torpeza y necesidad de fingir que hacen algo cuando, por cierto, han permitido que la sexta ola colapsara hospitales y centros de atención primaria sin poner, allí, los refuerzos profesionales que sí eran necesarios. Si hablamos de refuerzo y de gasto público, es insensato tener a la comunidad médica al borde de la anemia mientras riegas con billetes a las farmacéuticas sin un objetivo sanitario totalmente claro y definido.

Por otra parte, se ha dicho por activa y por pasiva que la vacunación de países pobres, así como la insistencia en vacunar a los que en Occidente siguen sin animarse, es vital para evitar futuras variantes y controlar brotes nuevos. Malgastar recursos de esta forma con una población que ya está razonablemente blindada contra la enfermedad grave y la muerte es sencillamente inmoral.

Por último, cabe preguntarse si estamos dando incentivo suficiente a las empresas farmacéuticas para destinar todos sus recursos a la investigación de una vacuna universal, cuando compramos millones de dosis de un producto que, poco a poco, va aquejando la obsolescencia a la hora de parar la infección. Dudo que llenarles los bolsillos de dinero a cambio de una máquina de vapor sea una opción razonable cuando necesitamos que tengan lista la central nuclear cuanto antes.

Foto: Los menores de 65 podrán recibir la tercera dosis 4 semanas después de haber pasado el covid. (EFE)

En fin, así es como he tomado la decisión de mantener la tercera dosis en barbecho. No por miedo a las consecuencias, ni por cabezonería, ni por tener las cosas muy claras, sino por todo lo contrario. Tomo la decisión por incertidumbre, una desconfianza razonable hacia quienes han hecho la compra y por el mismo motivo moral que me empuja a no desperdiciar la comida. Ómicron ha demostrado que es mucho más grave entre la gente sin vacunar que entre la vacunada, y ahí afuera hay un montón de personas que todavía necesitan el primer pinchazo.

Si en unos meses hay una vacuna evolucionada para atacar la propagación de las variantes nuevas, ocuparé mi sitio en la cola. Y si mañana se inclina la balanza de la comunidad científica hacia la pertinencia de una tercera dosis indiscriminada porque el beneficio supera al coste, o si mi médico de cabecera me la recomienda, ahí estaré también. Pero, ya digo, escribo esto porque sospecho que no soy el único en esta situación. Si somos muchos los que estamos así, esto lanza un diagnóstico preocupante sobre nuestra confianza en las instituciones.

Una confianza que vamos a necesitar ante la crisis que viene galopando a lomos de la inflación, de Putin y de todo lo demás. Políticos, por favor, dejad de suicidaros.

Casualidades de la vida, en el preciso momento en que me llegó el SMS invitándome a la tercera dosis de la vacuna, estaba leyendo un artículo de tres científicos en un medio muy serio donde se discutían los costes y beneficios de la dosis refuerzo en personas sanas con los dos primeros pinchazos puestos. Es decir, en gente como yo.

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