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¿Qué he hecho yo para merecer a Verónica Forqué? La vitalidad que olía a olla y a Chanel
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¿Qué he hecho yo para merecer a Verónica Forqué? La vitalidad que olía a olla y a Chanel

No hay nada que explique a estas horas por qué la mujer que encarnó la vitalidad más exacta haya abandonado la escena tan abruptamente

Foto: Verónica Forqué. (EFE/Javier Naval)
Verónica Forqué. (EFE/Javier Naval)

Decía José María Forqué que “el arte dramático es una ciencia exacta de la que nadie conoce sus reglas”. Ni más ni menos que el alma humana, que tiene sus razones, sin duda, pero cómo sistematizarlas si somos 'juez y parte' de este ordenado desaguisado. No hay rudimento psicoanalítico, teosófico o mesmérico que explique a estas horas por qué la mujer que encarnó en la pantalla la vitalidad más exacta haya abandonado la escena tan abruptamente. Es cierto que siempre hay un descuadre entre lo que somos y lo que representamos y que hay payasos tristes que se desmaquillan con música en sordina. Quizás en la sonrisa amplia y los ojos claros de Verónica Forqué habitaba ya una línea de sombra que, si nos fijamos bien, estaba ahí, en su cine.

Forqué encarnaba un 'vive y deja vivir' muy noventero, demasiado para los tiempos que corren. Hay que acercarse a un puñado de películas de Fernando Colomo, Pedro Almodóvar, Manuel Gómez Pereira, Luis García Berlanga para entender desde esta sociedad del cabreo y el tacto extremo cómo era hacer cine y desenvolverse en el mundo antes de que todo estuviera regulado y bajo observación. En esa España concomitante o inmediatamente posterior a la Movida, la de la comedia madrileña, el cine se rodaba aún en comandita y llegaba fresco (con sus innumerables defectos, sin duda) a la sala, donde más que aspirar a cambiar y subvertir el orden del mundo, una película apenas pretendía rivalizar en la atención con el magreo al novio/a.

Foto: Verónica Forqué entre Massiel (izquierda) y Ana Obregón (derecha) en 'La vida alegre' (1987)

Forqué personificaba desde joven esa frescura, la inmediatez castiza, el “lo hacemos y ya vemos” de los Javis. Todo eso está en 'Bajarse al moro', en 'Sé infiel y no mires con quién', en 'Kika'… Vivió fumada, si se me permite (y no se ofenden). Es decir, cultivó un relajo de matriarca desapegada, de pija interpuesta, una actitud muy concreta, muy Forqué, que hacía que pareciera que vivía 24/7 en una caravana en Formentera o en Goa. Era hija de artistas y se notaba: esa 'nonchalance', ese 'importaculismo', ese 'flower power' constante que a veces la convertía en una amable sátira de sí misma. Nunca supimos hasta dónde era así y desde dónde lo impostaba.

Una de las virtudes de Verónica Forqué era su apariencia de cercanía, que la mimetizaba con españolas de los 80

Representaba a una de esas grandes sagas que articulan la profesión: los Bardem, los Ozores, los Larrañaga… Ella, sin serlo, aún parecía pueblo, olía a olla, fogón y Chanel. Y es que una de las virtudes de Verónica Forqué era su apariencia de cercanía, que la mimetizaba con tantas madrileñas y españolas que en los noventa vivían su sexualidad en una permanente 'screwball comedy', que cambiaban de novio como de camisa y pasaban del llanto a la risa estrambótica en segundos. 'Locas de alegría', como la peli de Paolo Virzì.

Foto: La muerte de la actriz Verónica Forqué sobrecoge a España (EFE/Rey)

Era también Forqué la novia o la esposa de réplica rápida y cabreos explosivos pero efímeros. La mujer de Resines en 'La vida alegre', la entrañable Pepa, la de Pepe, en la popular serie. Y era una extensión de Almodóvar en sus primeros tiempos, como lo fue Carmen Maura: reflejaban la bulimia vital, el anarco-afectivismo del manchego antes de ser el 'manchego universal', el 'autor'. También Verónica acabó como Carmen, expulsada del reino de los cielos. “Qué pena que no me quiera ver ni en pintura”, lamentaba hace solo tres meses la actriz. Lo que no quita para que Almodóvar haya ahora deplorado su pérdida. Ella fue la simpar Cristal de '¿Qué he hecho yo para merecer esto?', repitió en 'Matador' y así hasta 'Kika'.

Nunca le perdonaremos el enorme, aberrante estropicio de 'El resplandor', el doblaje más anticlimático y 'terrorífico' de la historia. Pero no, no es verdad. Está perdonada. “Todo en este mundo está perdonado de antemano, y, por tanto, todo cínicamente permitido”, decía Kundera. Incluso que nadie advirtiera al payaso desmaquillarse por última vez. En sus últimos años, parece ser, Verónica, como aquella de Kieslowski, llevaba una 'doble vida'. Por un lado, estaba la Forqué de los viejos VHS o la que pervive en Flixolé: la chica que abunda en el improperio y sonríe con los ojos, a la que todo lo da igual y en todo le va la vida; por el otro, la mujer que paseaba el perro en Chamartín, cada vez más sola, víctima de la muerte o el alejamiento consecutivo de los suyos, buscando en la televisión un último pretexto.

Solo una podría quedar en pie y ya saben cuál es.

Decía José María Forqué que “el arte dramático es una ciencia exacta de la que nadie conoce sus reglas”. Ni más ni menos que el alma humana, que tiene sus razones, sin duda, pero cómo sistematizarlas si somos 'juez y parte' de este ordenado desaguisado. No hay rudimento psicoanalítico, teosófico o mesmérico que explique a estas horas por qué la mujer que encarnó en la pantalla la vitalidad más exacta haya abandonado la escena tan abruptamente. Es cierto que siempre hay un descuadre entre lo que somos y lo que representamos y que hay payasos tristes que se desmaquillan con música en sordina. Quizás en la sonrisa amplia y los ojos claros de Verónica Forqué habitaba ya una línea de sombra que, si nos fijamos bien, estaba ahí, en su cine.

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