Es noticia
Desesperación y amor: James Joyce y Nora Barnacle en Trieste
  1. Cultura
Familias de escritores 1

Desesperación y amor: James Joyce y Nora Barnacle en Trieste

El jueves 20 de octubre de 1904 una pareja de irlandeses llegó a la ciudad de Trieste, puerto franco del Imperio Austrohúngaro desde 1719

Foto: James Joyce y Nora Barnacle.
James Joyce y Nora Barnacle.
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

El jueves 20 de octubre de 1904 una pareja de irlandeses llegó a la ciudad de Trieste, puerto franco del Imperio Austrohúngaro desde 1719. Al bajarse del tren, Nora Barnacle se quedó en la plaza de la estación mientras James Joyce se alejaba para conseguir una habitación para ambos. Al alcanzar la piazza Grande, con sus increíbles vistas al Adriático, se encontró con unos marineros y quiso practicar su italiano, hasta terminar en el calabozo, bien por unirse a la melopea del grupo, bien por su habitual y excesivo ímpetu, endiosado de confianza ante su propio ego. Al cabo de unas horas, fue liberado por el cónsul británico. Así inició la primera etapa en el exilio uno de los más deslumbrantes escritores de la pasada centuria, por desgracia muy mencionado y poco leído.

Hoy en día Trieste, a la espera de dilucidar si se encuadra en la nueva ruta de la Seda, es un lugar provinciano y mitificado desde un espectro literario, cuando, como por ejemplo efectúa Claudio Magris en muchos de sus escritos, debería ser valorada como encrucijada europea, sin caer en banalizaciones basadas en cuatro tópicos, incapaces de penetrar en toda la profundidad de sus poros. Pese a todo ello, la Trieste del siglo XXI aún ostenta ese aire de estar en ninguna parte, como si no existieran países y naciones, provocando al paseante una dichosa tranquilidad, como si el tiempo se congelara en sus calles y el omnipresente ruido contemporáneo fuera un espejismo inventado.

placeholder Canal Grande de Trieste alrededor de 1900.
Canal Grande de Trieste alrededor de 1900.

Joyce había escapado de Irlanda en 1902, cuando quiso estudiar medicina en París. La llamada paterna ante la enfermedad de la madre le obligó a un prematuro retorno a la isla, válido para entablar amistad con el poeta W.B. Yeats, Premio Nobel de Literatura en 1923, y confirmar su hartazgo con la machacona cantinela del nacionalismo y la religión católica. Esto último fue trascendental en el acto que, con toda probabilidad, marcó su existencia: la negativa, apoyada por su hermano Stanislaus, de postrarse y orar ante el lecho mortuorio de su progenitora, fallecida el 13 de agosto de 1903.

El 16 de junio de 1904, la jornada donde transcurre 'Ulises', conoció a Nora, y este flechazo fue otro acicate para huir hacia el continente. La promesa de un trabajo en la Berlitz School de Zúrich determinó su partida, pero cuando pusieron los pies en la urbe helvética el director del centro les confesó no tener nada para ellos, animándolos a recalar en Trieste, de nuevo con fortuna adversa en este sentido, aunque el responsable de la escuela consiguió para James una plaza en Pola durante unos meses, hasta febrero de 1905, cuando regresó a la esencial salida al Mediterráneo para las posesiones habsbúrgicas.

Un hombre desesperado, una ciudad tensa

La situación de Joyce durante esos tres lustros nunca fue sencilla. El sueldo de profesor era más bien escaso, complementándolo con clases particulares, colaboraciones periodísticas y algunas conferencias, insuficientes como consecuencia de su misma herencia burguesa, preocupada por el buen vestir, disponer de muebles decentes, asistir a la gran ópera triestina, con un cartel siempre espectacular, y dilapidar su estipendio emborrachándose en tabernas de mala muerte, si bien la mayoría de informes, incluso los oficiales, juzgan al literato como un hombre honrado y esmerado en sus lecciones con el fin de ganarse el pan para los suyos.

La tormentosa y apasionada relación con su mujer dio pie a infinitos ríos de tinta

La tormentosa y apasionada relación del irlandés con su mujer ha dado pie a infinitos ríos de tinta, quizá avivados por lo tórrido de algunas cartas de su correspondencia. Sin embargo, para comprender su periplo en ese limbo geográfico, es mucho más trascendental el papel de su hermano Stanislaus, devoto hasta el punto de hacer las maletas y devenir, sin comerlo ni beberlo, asumiéndolo por deber fraternal, el responsable de la familia en el extranjero, encargándose de las cuentas domésticas, pagando de las deudas del autor de 'Finnegan’s Wake' mientras aguantaba lo indecible en un ambiente congenial a su ideología, tanto como para permanecer encarcelado durante la Gran Guerra por simpatizar con las ideas irredentistas.

Trieste era una de las piezas más codiciadas del tablero por el nacionalismo italiano, tanto por su pasado como por cuestiones ideológicas y demográficas. Un sector importante de su población hablaba la lengua de Dante, mezclándose con eslovenos, más tarde hostigados por el fascismo, judíos, griegos y habitantes de origen germánico.

placeholder 'Piazza' Grande de Trieste.
'Piazza' Grande de Trieste.

Por supuesto había manifestaciones, pero para Joyce la influencia, recobrada tras una breve y fracasada aventura romana, de todo este 'melting pot' se transmitió en su obra al buscar afinidades con Dublín y encantarse con el batiburrillo de lenguas y mentalidades, expresado en lo cultural a través de varios grupos, como los futuristas o los 'vociani', nombre debido a su vinculación con la revista florentina 'La voce', fundada por Giuseppe Prezzolini y Giovani Papini. De los primeros congenió con su afán por destruir el pasado, mientras con los segundos encajaba al entender su apuesta por una Trieste multicultural de prevalencia italiana, como esgrimió el malogrado Scipio Slataper en su novela, 'Il mio Carso', publicada en castellano por la editorial Ardicia, quien por otro lado se quejaba en sus artículos de cómo lo comercial del enclave no aprovechaba tanta prosperidad para potenciar aspectos culturales.

Estos alicientes no bastaban para remediar sus endémicas dificultades para promocionar sus escritos, como 'Dublineses', terminado en 1905 y solo publicado en vísperas de la Primera Guerra Mundial, cuando Grant Richard olvidó todos sus miedos morales de una década atrás y se atrevió a imprimir esa colección de relatos, durísima contra hábitos y costumbres de la cotidianidad irlandesa, epicentro de la creación joyceana a lo largo de toda su singladura desde la obsesión por ese paraíso perdido, donde solo volvió con la ilusión de dar con un editor o invertir en proyectos ruinosos como el Cine Volta, ideal para paliar la ausencia del séptimo arte en Dublín durante la primera década del Novecientos.

Mi alma está en Trieste

El viajero que acuda a Trieste puede sacarse una fotografía con una estatua del escritor en un puentecito del hermosísimo Canal Grande, visitar su museo, realizar un recorrido urbano a través de las placas instaladas para recordar su memoria y hasta comprarse una chapa con la frase "La mia anima è a Trieste". La antigua Tergeste impregnó a Joyce por mil y un motivos. Nacieron sus hijos, luchó a su manera por alimentarlos, combatió contra sus propias adversidades y, sobre todo, terminó por configurar su microcosmos literario, hasta proyectar los capítulos iniciales del 'Ulises' y escribir otros textos menores, como los poemas de 'Música de cámara' o su pieza teatral 'Exiliados'.

placeholder Estatua de James Joyce en Trieste.
Estatua de James Joyce en Trieste.

La adaptación de la familia al medio era evidente, como bien recoge John McCourt en el aún libro referencial de la materia: 'Los años de esplendor' (Turner). Esta precaria bonanza comenzó a desvanecerse cuando un atisbo de orden se insinuó en su horizonte. En octubre de 1913 lo contrató la Scuola Superiore di Commercio Revoltella, embrión de la futura universidad triestina, y al cabo de dos meses debutó su carteo con Ezra Pound, quien, fascinado, publicó por entregas su 'Retrato del artista adolescente' en la revista 'The egoist'. A la postre, el bardo, puntal para definir las vanguardias literarias de la época, sería el gran artífice de su marcha a París.

En 1914 las perspectivas personales se acercaban a una senda positiva, impedida por un persistente rumor de fanfarria bélica. En julio de ese año, Trieste acogió el funeral previo al vienés del archiduque Francisco Fernando y su esposa, Sofía Chotek. Quizá Joyce, reputado asimismo entre la ciudadanía por sus artículos irlandeses en el 'Piccolo della Sera', estuvo entre los espectadores, curioso por admirar el preludio agónico de la doble corona, un imperio destartalado sí, pero, cito sus propias palabras, ojalá todos fueran igual.

En 1915 la situación se hizo insostenible, la guerra mandó a los alumnos al frente

En 1915 la situación se hizo insostenible. La guerra mandó a todos los alumnos al frente y se impuso una vuelta de tuerca al constante exilio para ir atrás como los cangrejos y residir en Zúrich. Volvió a su segunda patria en 1919, cuando Italia había tomado posesión de la misma, todo se había encarecido y la ingenuidad se había esfumado porque, como bien argumentó Silvio Benco, "solo en un gran centro nacional puede un artista superior iluminar el poder de su visión. En cambio, si ha de enviar esa luz desde la periferia hasta el centro, solo podrá hacerlo con esfuerzos mil veces más agotadores".

Italo Svevo, 71 rue du Cardinale Lemoine

No, nadie debe preocuparse, no hemos omitido del tintero a Ettore Schmitz, Italo Svevo para el mundo de las letras. Empujado por sus intereses comerciales en la empresa de su esposa, pidió al peculiar celta dialogar en inglés, y a partir de estos encuentros nació una amistad teñida de libros. Joyce apreció muchísimo las dos ficciones de Svevo, 'Una vita' y 'Senilità', a diferencia de la mayoría de críticos y coetáneos, quienes las tildaron de mediocres, arruinando su carrera durante tres largos decenios.

placeholder Italo Svevo sentado.
Italo Svevo sentado.

Joyce abandonó Trieste en julio de 1920. En París lo acogió en el 71 de la rue Cardinale Lemoine el francés Valery Larbaud, uno de los escritores más heterodoxos de su periodo, políglota, excelente poeta y descacharrante prosista, como bien exhibió en A. O. Barnabooth, diario ficticio de uno de sus múltiples 'álter ego'. Además de estos talentos, Larbaud era un traductor de excepción y un lector sensacional. Trasladó al francés el 'Ulises' y emitió su dictamen, para refrendar el de irlandés, sobre la Conciencia de Zeno, la obra maestra de Svevo, quien así vio reconocido su genio a nivel internacional casi en las postrimerías de su existencia. Falleció en un accidente de tráfico en septiembre de 1928, no sin pedir un último cigarrillo.

Si quisiéramos plasmar todos los exilios de Jayme Joyce requeriríamos el triple de páginas para adentrarnos en cómo el 'Ulises' pudo acabar con toda la narrativa de su tiempo por la exuberancia de dieciocho novelas en una, amalgama de estilos en cada capítulo, prodigio técnico tan salvaje como para hacer desistir a muchos de emprender una profesión ingrata, donde es más bien utópico ingresar en el panteón de los inmortales. Justo enfrente del 71 de Cardinal Lemoine, Ernest Hemingway alquiló una habitación durante los primeros meses de su estancia en la capital francesa. Debieron ser buenos vecinos, o como mínimo tolerarse, tal como reflejó el estadounidense en la anécdota de la copita de jerez en la terraza de Les Deux Magots, uno de tantos fragmentos de París era una fiesta. Hasta en su ebriedad eran antípodas. Hem aspiraba a obtener en Francia una formación acelerada hacia el triunfo, muy en sintonía con la mentalidad de la generación surgida de las cenizas de 1918. Joyce la había rubricado a fuego lento en Trieste, impecable lanzadera hacia la posteridad.

El jueves 20 de octubre de 1904 una pareja de irlandeses llegó a la ciudad de Trieste, puerto franco del Imperio Austrohúngaro desde 1719. Al bajarse del tren, Nora Barnacle se quedó en la plaza de la estación mientras James Joyce se alejaba para conseguir una habitación para ambos. Al alcanzar la piazza Grande, con sus increíbles vistas al Adriático, se encontró con unos marineros y quiso practicar su italiano, hasta terminar en el calabozo, bien por unirse a la melopea del grupo, bien por su habitual y excesivo ímpetu, endiosado de confianza ante su propio ego. Al cabo de unas horas, fue liberado por el cónsul británico. Así inició la primera etapa en el exilio uno de los más deslumbrantes escritores de la pasada centuria, por desgracia muy mencionado y poco leído.

Literatura Nacionalismo Irlanda Primera Guerra Mundial
El redactor recomienda