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Diálogo con Ignacio Echevarría, editor de los 'Diarios' de André Gide
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ENTREVISTA

Diálogo con Ignacio Echevarría, editor de los 'Diarios' de André Gide

En 2021 aparecen los dos primeros volúmenes; los de una juventud, de turbulenta calma tanto en lo vital como en lo literario, dan paso a los de la primera madurez

Foto: André Gide.
André Gide.

La reciente edición de los 'Diarios' de André Gide en Debolsillo es otro de los acontecimientos editoriales con sabor francés tras la publicación de los artículos de Albert Camus de la época de 'Combat' en Debate. Este tipo de libros respiran otro ritmo en las estanterías, y muestran a las claras una voluntad de permanencia de las ideas, abriéndose la posibilidad de un mercado más europeo, sin duda existente en España, aunque en ocasiones muy restringido y de escasa visibilidad.

André Gide fue un tótem de la primera mitad del siglo XX y el paso del tiempo lo ha maltratado incluso en Francia, donde engrosa la lista de autores de Bachillerato y tiene sus pequeños panteones de culto. En 2021 aparecen los dos primeros volúmenes de los 'Diarios'; los de una juventud, de turbulenta calma tanto en lo vital como en lo literario, dan paso a los de la primera madurez, cuando adquiere su conciencia de contemporáneo capital en sus escritos y mediante la iniciativa, se olvida en demasía su influjo en toda Europa, de la Nouvelle Revue Française. En esos años, de 1911 a 1925, su estrella es un faro, de mucho vaivén lumínico en lo personal..

A falta de los dos siguientes tomos, esta edición de Ignacio Echevarría, con traducción de Ignacio Vidal-Folch, subsana un error histórico y quizá consiga conferir a Gide otro marchamo en esta era del yo.

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PREGUNTA. ¿Por qué crees que la figura de André Gide ha perdido tanto peso desde su muerte?

RESPUESTA. Las razones son múltiples. Esbozaré solo unas pocas, las más notorias. Gide fue una estrella en un firmamento cultural en el que París era la capital del mundo. Hoy hace mucho que esto no es así. Gide no es un caso aislado. Con la gloriosa excepción de Proust y, muy a la distancia y en posiciones casi opuestas, de Valéry y de Céline, casi toda la constelación de la cultura letrada francesa de la primera mitad del siglo XX, que fue tan hegemónica, ha perdido relieve en la actualidad. Como digo en el prólogo al primer volumen del Diario, contemplada en retrospectiva, la cultura francesa de la primera mitad del siglo XX ofrece en la actualidad el aspecto de un templo abandonado. ¿Quién lee hoy a Paul Claudel? ¿Quién a Paul Léautaud o a Jules Renard, autores también de importantes y muy celebrados diarios? ¿Quién a Cocteau? ¿Quién a Julien Benda? ¿Quién a Roger Martin du Gard, que obtuvo el Nobel diez años antes de Gide, y que fue uno de sus amigos más cercanos? Y entre los de las generaciones siguientes –dejando a un lado a Camus, que hasta cierto punto había de tomar su testigo–, ¿quién lee en la actualidad a Paul Nizan? ¿Y a André Malraux? ¿Y a Jean-Paul Sartre?

Por otro lado, Gide fue el abanderado de una ruptura moral que encandiló a los jóvenes de los años treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta..., pero que en la actualidad es algo consabido y hasta cierto punto superado, o mejor dicho asimilado. Como recuerdo asimismo en mi prólogo, algunos libros de Gide, muy en particular 'Los alimentos terrenales' y 'El inmoralista', fueron leídos hasta no hace mucho, en Francia y fuera de ella, como verdaderas guías espirituales. Pero es frecuente que a los lectores adultos les sonrojen sus pasados fervores juveniles, tanto más en la medida en que se fundaban en razones no meramente literarias. La resaca de las antiguas devociones suele manifestarse en forma de condescendencia, cuando no de desdén. Baste pensar en la consideración que a tantos merecen en la actualidad novelas como Siddharta o El lobo estepario, de Herman Hesse, un autor que, como Gide, también gozó de un extraordinario predicamento en su época (obtuvo el Premio Nobel un año antes que Gide). Como Hesse, Gide padece las consecuencias de haber desempeñado, para varias generaciones de jóvenes de todo el mundo, el papel de «gurú» de la rebelión contra el orden burgués. Una fortuna semejante parecen haber corrido autores como D.H. Lawrence, Henry Miller o Nikos Kazantzakis, representativos del vitalismo y de cierta ética y estética de la autenticidad que, como un hilo rojo, recorren buena parte del siglo XX, y que en su momento tanto contribuyeron a socavar la moral puritana, allanando el camino a la revolución sexual de los años sesenta y a no pocas las tendencias liberadoras y emancipadoras que por entonces se desataron.

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P. ¿En este sentido consideras que los diarios son su mayor legado literario?

R. Sin duda. Probablemente, entre otras razones –y esto cabe ligarlo a la pregunta anterior–, porque Gide no cuenta en su haber con ninguna “gran obra”, comparable, por ejemplo, a 'En busca del tiempo perdido' o a 'Viaje al fin de la noche'. Su trayectoria está esmaltada por pequeñas piezas de orfebrería, de encanto más bien discreto, que él mismo decía que componían, juntas, algo así como un sinfonía, pero que individualizadas –ni siquiera Los falsificadores de moneda, su única novela propiamente dicha— no poseen un gran relieve. En cuanto “correlato” de esa obra siempre en marcha, y en cuanto escritura que se prolonga por cerca de medio siglo, el Diario fue convirtiéndose poco a poco, si él haberlo previsto, en la Gran Obra de Gide, la más rica, las más compleja: la única de la suyas capaz de medirse, no solo por sus dimensiones, con la gran novela de Proust o, de muy otra forma, con los monumentales 'Cahiers' de Valéry. Tanto más en cuanto que no se limita a ser –que también– un testimonio de su mundo y de su época, sino además el apasionante laboratorio en el que una personalidad artística intenta alcanzar la más absoluta sinceridad.

P. ¿Cómo surgió la idea de traducirlos y editarlos en castellano? Con relación a esto pienso que vamos cubriendo huecos, pero que ya no es tanto una cuestión del celebérrimo atraso por la dictadura...

R. Me temo que nos soy la persona más adecuada para responder a esta pregunta. Me consta, eso sí, que el proyecto de editar el 'Diario completo' era una vieja ambición de Juan Díaz y de María Casas, cuando juntos lideraban Debolsillo. Ellos fueron quienes me confiaron la feliz responsabilidad de participar en él. Es admirable que una colección de bolsillo adopte una iniciativa de esta envergadura. Por lo demás, es sabido que el de Gide es uno de los grandes diarios del siglo XX. Que no existiera una edición disponible de esta obra referencial era un indicio preocupante de las carencias de nuestro sistema editorial. El 'Diario' se editó en Argentina en los años 50, pero aquella edición de Losada, muy encomiable, era inencontrable desde hacía décadas y además estaba hecha conforme a la publicada en vida de Gide, y no, como la de ahora, conforme a la edición íntegra y crítica publicada por La Pléiade en 1996. La verdad es que se trata de un verdadero acontecimiento cultural.

"Que no existiera una edición disponible de esta obra referencial era un indicio preocupante de las carencias de nuestro sistema editorial"

P. En el 'Diario' vemos una continua discusión de Gide consigo mismo y su tiempo, al que, a diferencia de Cocteau, quiere trascender. Durante el período de los dos volúmenes ahora editados Gide tiene varias intuiciones literarias brillantes. En 'Paludes' es como si anticipara, con burla, la metaliteratura, en 'Los sótanos del Vaticano' se saca de la manga el acto gratuito luego robado por los surrealistas y con S'i la semilla no muere' realiza una autobiografía que a saber si hoy en día algunos llamarían autoficción. ¿Se aprecia en las entradas diarias una evolución de todas estas intuiciones y de las distintas evoluciones de su obra?

R. Solo relativamente. A diferencia de los diarios de otros escritores, el de Gide no cumple la función de bitácora de su propia obra, de taller de escritura. Más bien el diario es, para Gide, un contrapunto al resto de su obra. De hecho, Gide, teniendo por modelo a Stendhal, ensaya en el diario una escritura “suelta”, espontánea, con la que trata de compensar el perfeccionismo, el “clasicismo” característico de su estilo literario. Ahora bien, hay que tener en cuenta que no pocos de los libros de Gide son, o contienen, diarios: casos de 'Los cuadernos de André Walter', de 'Paludes', de 'La puerta estrecha', de 'Los falsificadores de moneda'… De manera que se produce, inevitablemente, cierto trasvase de contenidos, y cabe observar cómo la “forma” diario invade progresivamente la escritura entera de Gide. Pero insisto que el suyo no es propiamente un "diario-taller”. Ni tampoco un correlato teorizante de sus proyectos literarios. Más bien un aliviadero de sus obsesiones.

placeholder Otra fotografía de André Gide.
Otra fotografía de André Gide.

P. En algún momento del prólogo mencionas que dos temas fundamentales del diario son el cristianismo y los muchachitos, al que se une Madeleine, su prima y mujer, con quien, tras un matrimonio blanco, tuvo una gran crisis justo cuando terminó la Primera Guerra Mundial. ¿Gana en el 'Diario' la vida a la literatura?

R. Aunque se formó en el círculo de Mallarmé y en lo que cabe entender por la “religión del arte”, desde muy temprano Gide se propone romper con la alternativa vida-literatura. Uno de sus libros más emblemáticos, Los alimentos terrenales, es una prédica en este sentido. El Diario mismo es una manera de ensayar una escritura apegada al pulso de la vida. No se trata, entonces, de que la vida gane a la literatura ni de lo contrario, sino más bien de hacer sentir una y otra como dos caras de la misma moneda. La escritura como una prolongación de la vida, como una de las formas que la vida encuentra de formularse. Y la vida de Gide, en efecto, tiene tres ejes principales que lo impulsan en direcciones divergentes: los lastres de su formación puritana, su afición a los chicos y su amor platónico por Madeleine. El diario, obviamente, recoge abundantes testimonios de estos tres aspectos de su vida.

P. Si seguimos a vueltas con la cuestión homosexual una de las entradas más célebres de su diario es su conversación con Proust en torno a cómo mostrar en la obra esta condición sexual. Es un debate entre ambos que, desde mi punto de vista, muestra lo agridulce de su relación, quizá determinada por el famoso paquete del primer volumen de la Recherche, rechazado por Gide, quien siempre lo consideró su mayor error, y según Céleste Albaret ni siquiera abierto al ser devuelto con el lazo de envío.

R. Tiendo a ser indulgente con estos famosos “errores" de los editores. No me parece tan extraño que en una lectura distraída un original como el de Por el camino de Swann, en las antípodas de lo que Gide se proponía como escritor, no fuera detectado y apreciado por un lector atiborrado como era Gide en aquellos tiempos. Retrospectivamente es muy fácil rasgarse las vestiduras por un despiste de este tipo, pero no hay que ser muy imaginativo para hacerse cargo de sus razones. Por otro lado, no creo que ese error de Gide y de su equipo, que se apresuraron a reparar lo antes posible, viciara la relación entre Gide y Proust. Pienso que se trata de dos temperamentos opuestos, desde todos los puntos de vista. También el de su relación con la homosexualidad.

La célebre conversación a la que aludes discurre sobre la conveniencia o no de referirse abiertamente a ella. Gide, empeñado en su propia utopía de la sinceridad, no aprobaba la “doblez” de Proust, el disimulo, la forma soterrada de tratar la homosexualidad en 'La recherche'… A su vez, Proust le dice a Gide que se puede hablar de todo pero… ¡sin emplear la palabra "Yo"! Tanto 'Corydon' (el pequeño tratado sobre la pedofilia) como 'Si la semilla no muere' (con el relato de su primera experiencia homosexual) fueron escritos por Gide en íntima polémica con Proust y su modo de asumir la condición homosexual. Por lo demás, es imposible pensar en dos estilos, dos naturalezas de escritor más distintas. Bueno, sí, hay dos todavía más opuestos: Gide y su íntimo amigo Paul Valéry.

placeholder Paul Valery, amigo de André Gide.
Paul Valery, amigo de André Gide.

P. En el primer volumen, correspondiente a la juventud y el camino hacia la madurez, hay otro aspecto muy interesante. El 'Diario', tal como has respondido antes, podría ser la Recherche de Gide, pero por lo visto a Gide le costó coger una constancia casi diaria, rutina a la postre beneficiosa también en el resto de su obra. ¿Podemos hablar de varias fases de este primer diario a partir de su propia construcción?

R. Bueno, esto enlaza con lo que hablábamos antes de la relación del Diario con la obra. El diario de Gide empieza siendo un típico diario de adolescente, en que anota lecturas, ensaya poemas y trata de formularse a sí mismo. Luego pasa largas temporadas sin escribir en él. Y, como ya he dicho, es con el modelo de Stendhal como resuelve imponerse la escritura del diario como forma de practicar una escritura “suelta”. El mismo Gide admite que el diario lo escribe sobre todo en periodos de crisis, cuando su propia escritura creativa no “funciona”. Los estados de felicidad son casi incompatibles con la escritura del diario. Sí en cambio aquellos en que sus relaciones s sus propios proyectos literarios le presentan problemas. Sin duda el diario cumple diversas funciones a lo largo del tiempo. Y conforme Gide se habitúa a él, el diario absorbe cada vez más parte de su sustancia literaria. Gide era un escritor inconstante, acaparado siempre por las tentaciones de la vida. También en este sentido era lo contrario de Proust. De ahí que su obra, salvo escasas excepciones, sea un rosario de piezas “menores”, escritas en tonalidades a veces muy contrastadas.

A partir de los años veinte, Gide empieza a tener claro que el diario va a ocupar un lugar central en su propia obra, y empieza a especular con su publicación, primero en entregas sueltas, previamente seleccionadas. A partir de ese momento el diario adquiere una dimensión distinta, y Gide se hace muy consciente de eso. La sinceridad que tanto lo obsesionaba al principio (había que contarlo todo, llegar hasta el final en el desnudamiento de uno mismo) es sustituida por el empeño de acuñar públicamente su personalidad y su pensamiento, de rectificar los malentendidos que su figura suscita, de aclarar sus posiciones políticas, morales, personales. Por supuesto que siempre se trata de la aventura del Yo, pero uno de las aspectos más interesantes, en la lectura continuada del diario de Gide, es su propio dinamismo en cuanto género, sus propias transformaciones.

"A partir de los años veinte, Gide empieza a tener claro que el diario va a ocupar un lugar central en su propia obra"

P. El segundo volumen abarca de 1911 a 1925, desde mi punto de vista los años donde verdaderamente Gide se convierte en el contemporáneo capital de su tiempo. Sin embargo, a través de su lectura siempre tuve la sensación de un progresivo aislamiento de las tendencias, pues si bien publica Les caves du Vaticano Si le grain ne meurt y Corydon los aires parecen ir por otros derroteros, con las vanguardias en auge tras la Primera Guerra Mundial. ¿Crees que en sus entradas eso se refleja o más bien asistimos a una especie de enroque intelectual de quién se cree, valga la redundancia, capital?

R. No, no, qué va. A Gide se le puede acusar de todo menos de fatuo o de soberbio. Si algo acreditan sus diarios es su inseguridad, las dudas que siempre tiene sobre lo que hace. También su incapacidad para concluir nada. Y su avidez, que lo dispersa en todas direcciones. Se observa una progresiva asimetría entre el relieve que adquiere Gide en la literatura francesa de su tiempo y el papel que él mismo se atribuye. De hecho, ese relieve se lo proporciona sobre todo su posición central en La Nouvelle Revue Française, que él acertó a convertir en una tribuna europea, mundial, en una auténtica centralita de la Weltlitterature que preconizaba su admirado Goethe. Gide conectaría con las vanguardias tras la Gran Guerra; su novela Los sótanos del Vaticano y su apología del acto gratuito serían veneradas por los dadaístas y surrealistas, Gide mismo fue agasajado por Tzara y Breton, que lo invitan a participar en el primer número de su revista Littérature. Luego rompen con él porque Gide no sintoniza con su espíritu provocador. A él, que tanto escandalizó en su tiempo, le disgustan los escándalos programados, más si son arbitrarios. Por lo demás, Gide no vive en ninguna torre de marfil. Experimenta con la novela, se pone en primera línea de la lucha por la aceptación de la homosexualidad, denuncia el sistema colonial, más adelante se hace compañero de viaje de los comunistas…. Él mismo se reconocía en el mito de Proteo: era el hombre de las mil caras, de las continuas transformaciones.

placeholder M. Alegret con André Gide.
M. Alegret con André Gide.

P. Asimismo los años 1911-1925 son los años de otro fenómeno a remarcar, y no solo a nivel francés, sino europeo: la iniciativa de la Nouvelle Revue Française. ¿Cómo podríamos explicar a alguien del siglo XXI su trascendencia, no solo editorial?

R. Simon Leys cuenta, muy divertido, que cuando los nazis invadieron París, Otto Abetz, responsable de la política cultural alemana, declaró: “Hay tres poderes en Francia: el comunismo, los grandes bancos y La Nouvelle Revue Française”. Y probablemente no se equivocaba. Buena parte de la capacidad de irradiación que tuvo Francia en las décadas de entreguerras y en los primeros años de la posguerra se debía a La Nouvelle Revue Française. Habían otras revistas importantes en aquel momento, pero como ya he dicho, La NRF se convirtió en una privilegiada correa de transmisión de la cultura europea y mundial. La eminencia de los intelectuales en esa época se debía, entre otras razones, a la existencia de plataformas como La NRF, que no solo eran revistas, sino órganos de opinión de gran influencia, catalizadores políticos e intelectuales, que irradiaban a través de activos y dinámicos sellos editoriales como, en el caso de La NRF, Gallimard. Alrededor de La NRF orbitaba un centro cultural relevante como era el Teatro del Vieux-Colombier, y bajo su control se organizaban las famosas “Décadas de Pontigny”, una especie de universidad de verano que atraía anualmente a muchas de las más destacadas figuras de la inteligencia europea. Allí podían coincidir Lytton Strachey, Ivan Bunin, Heinrich Mann, Rilke, Curtius, Einstein, etc. Gide, por su parte, traducía él mismo a Conrad y a Tagore, viajaba por toda Europa en estrecho contacto con las más relevantes figuras de su tiempo… Hoy no existe un equivalente ni siquiera remoto de lo que significaba una institución como La NRF. Tampoco lo existe de un intelectual como Gide, o Malraux, o Sartre…

P. En nuestra época la contradicción política se ha vuelto meme, sin embargo en Gide, que incluso en algún momento del Diario de 1911-1925 flirtea con la influencia de Charles Maurras, referente de la extrema derecha de Action Française, esta es constante, parte de su evolución personal e intelectual, no en vano en los años treinta vivirá una especie de veranito de San Martín comunista, hasta el desengaño al viajar a la Unión Soviética.

.R Gide tenía escasa cultura política. Jamás votó, por ejemplo. Solo las circunstancias personales, y su irresistible tendencia a embarcarse en todas las aventuras que le salían al paso lo condujeron a simpatizar con el comunismo estalinista, algo que hizo con un gran coste personal. El episodio de su toma de partido, que va de 1925 a 1935, ocupa el tercer volumen de su Diario, aún por aparecer. Es un segmento apasionante, porque sirve para romper con las caricaturas sangrantes que se han hecho de Gide como una especie de “tonto útil”, de intelectual engatusado por los comunistas. Por mucho que luego rectificara, tras su viaje a la URSS en 1936, Gide asumió con mucha lucidez su compromiso con el comunismo, y las razones por las que lo hizo, así como sus reservas, son muy reveladoras. Hay que considerar además la época: la gravísima crisis política y económica que atravesaba Francia, y el a de los fascismos. Las purgas estalinistas todavía no habían salido plenamente a la luz. Es fácil ironizar sobre Gide y sus sucesivos posicionamientos, su manera de dar bandazos, pero hay que admirar su capacidad de cambiar, su resuelta voluntad de estar a la altura de su tiempo, lo poco que se aferraba a su reputación pública. En el prólogo al volumen primero del Diario cuento cómo, tras su muerte, la prensa de izquierdas lo execró (“Ha muerto un cadáver”, rezaba el titular de L’Humanité), y la forma tan apasionada con que Sarte salió al paso de esos ajustes de cuentas, dejando ver cómo las injurias que caían sobre su tumba demostraban lo vivo que seguía estando Gide, lo incómodo que todavía resultaba para propios y extraños.

Sobre los Diarios de Gide, por Ignacio Vidal-Folch, traductor de la edición española en Debolsillo.

En muchos casos, parte del atractivo de un diario tiene que ver con que sea copioso, o sea que el lector se puede meter más en él, queda impregnado por la atmósfera y la voz del autor como un rumor prolongado (hasta que cesa, claro, como todo). Un diario hay que entenderlo como lo que es, o sea: no un género confesional --porque el testimonio parcial y cuidadosamente calculado no puede considerarse una confesión--, sino, al contrario, el género ficcional por excelencia; el escritor que cuenta su vida miente fabulosa y sistemáticamente, aunque no siempre deliberadamente. Otra cosa es que de las mentiras salga una verdad más luminosa. Hace años traduje el mejor diario de escritor, que es el de Renard; hicimos una antología excelente, que además se sigue reeditando cada año, pero tenía la pequeña frustración de su parcialidad. De manera que en vísperas del virus, cuando la misma editorial me propuso el diario de Gide completo, di un bote de alegría y dije: “Claro que sí”.

El 'Diario' de Gide es un mito de la literatura francesa, algunos dicen que es su obra maestra –– quizá precisamente por su deliberada renuncia a una escritura literaria (salvo en los primeros años). Tengo un par de amigos escritores a los que leerlo cuando eran jóvenes fue una incitación poderosa que les cambió la vida, incitación a la belleza y a la honestidad. Los de mi generación descubrimos a Gide con sus novelas “Los monederos falsos” y “Los sótanos del Vaticano”. Era un creyente en el arte y en la literatura. Eso a mis ojos lo hace conmovedor. Creía en la responsabilidad –en la suya, por lo menos— para con la sociedad y para con la historia de la literatura. Era un nacionalista francés y a la vez un internacionalista. Un ser humano complejo, adorable y repulsivo. Un autor original, inimitable, que se proyecta desde el final del siglo XIX hasta anunciar, sin involucrarse en ellos, los movimientos del surrealismo, del existencialismo, y de la metaliteratura con “Paludes”. Cuando yo era niño estaba en el Índice, lo que fue el mayor estímulo para precipitarse a su lectura, que en mi caso fue inolvidable, porque fue en Túnez, en la biblioteca del añorado Mikel de Epalza, que entonces era jesuita (se salió luego de la orden, se casó, era un gran arabista y comparativista de religiones que tradujo al catalán “El Corán”). Ya dice Proust (creo que en “Sur la lecture”) que no recordamos el libro sino el lugar, la atmósfera, la tarde en que lo leímos.

La reciente edición de los 'Diarios' de André Gide en Debolsillo es otro de los acontecimientos editoriales con sabor francés tras la publicación de los artículos de Albert Camus de la época de 'Combat' en Debate. Este tipo de libros respiran otro ritmo en las estanterías, y muestran a las claras una voluntad de permanencia de las ideas, abriéndose la posibilidad de un mercado más europeo, sin duda existente en España, aunque en ocasiones muy restringido y de escasa visibilidad.

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