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Cataluña rota: la eterna desunión del catalanismo político
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Cataluña rota: la eterna desunión del catalanismo político

Las constantes puñaladas entre la izquierda y la derecha catalanista remiten a una tradición de odio surgida durante la visita de Alfonso XIII a Barcelona durante la primavera de 1904

Foto: Josep Roca y Roca, Francesc Cambò y Miquel Junyent, Comisión ejecutiva de la junta de Solidaritat.
Josep Roca y Roca, Francesc Cambò y Miquel Junyent, Comisión ejecutiva de la junta de Solidaritat.

A lo largo del Procés la relación entre los herederos de CiU y Esquerra Republicana de Catalunya ha sido más bien convulsa, algo nada sorprendente si se conoce la cronología del catalanismo político, hoy en día mutado en nacionalismo. Las constantes puñaladas, más salvajes en estos tiempos de campaña, remiten a una tradición de odio y quiero y no puedo surgida durante la visita de Alfonso XIII a Barcelona durante la primavera de 1904.

En 1901, El Principado, con la acción centrada en su capital, dio un viraje electoral anómalo en el sistema de la Restauración. Desde el desastre la burguesía catalana se mostraba revoltosa, repleta de esperanzas y frustraciones. El supuesto gobierno regeneracionista simbolizado en el General Camilo García de Polavieja amagó con prometer el concierto económico. Esta propuesta le granjeó mucha popularidad y una bienvenida apoteósica en Barcelona, pero al quedarse en agua de borrajas la indignación posterior fue inolvidable. De las mejoras se pasó a mayores cargas impositivas, y así fue como muchos comerciantes catalanes decidieron no pagarlas, apoyados por el alcalde condal, el Doctor Robert.

El cierre de cajas fue el preludio de la fundación de una organización política, la Lliga Regionalista, fulgurante en los comicios legislativos de 1901, cuando en menos de tres semanas transitó de no existir a ver elegida su candidatura de los cuatro presidentes de asociaciones de calado en el país. Entre los primeros diputados regionalistas figuraba el Doctor Robert, a la cabeza de un heterogéneo grupo, culminación del camino emprendido a lo largo del último tercio del siglo XIX por hombres como Valentí Almirall, Lluís Domènech i Montaner o el Cardenal Torras i Bages.

placeholder La visita de Alfonso XIII a Barcelona.
La visita de Alfonso XIII a Barcelona.

La Lliga, pionera a la hora de introducir interventores en los colegios para evitar cacicadas, no fue el único terremoto en el debut de la centuria. Ese mismo año Alejandro Lerroux aterrizó en Barcelona con su inflamada retórica de “Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura. Destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres”. Lerroux fue un populista sin igual, el emperador del Paralelo al congregar bajo la bandera del republicanismo a un universo reacio tanto al incipiente Catalanismo como a la tercera hegemonía de esa década, los anarquistas, resacosos de las bombas finiseculares y confusos entre si mantener la propaganda por el hecho o proseguir éxitos como la huelga general de febrero de 1902, prolongada una semana desde la demanda de la jornada de nueve horas.

El pecado original y Solidaritat Catalana

Esta diversidad de la Lliga se mantuvo a flote porque el catalanismo ajustaba sus mecanismos y hasta 1904 no hubo motivo para el choque de trenes. A finales de abril de 1904 el jovencísimo Alfonso XIII descendió en el apeadero de passeig de Gràcia. La ciudad lo recibió entusiasmada, y según las malas lenguas Lerroux, a sueldo de Madrid, aseguró un viaje sin percances al convocar mítines alejados del desfile real, una victoria sin precedentes con una vuelta de tuerca en el Ayuntamiento, donde un edil de la Lliga Regionalista se saltó el protocolo y dirigió unas palabras al monarca.

Era Francesc Cambó, quien pese a sus veintiocho primaveras acumulaba mucha experiencia. Quizá entonces ya era consciente de su amor al poder, en una de las trayectorias más fascinantes del primer tercio del Novecientos. Con catalana franqueza solicitó al Borbón mayor autonomía para Cataluña y Barcelona. La respuesta de Alfonso XIII fue prometer hablar la lengua vernácula en próximas fechas.

Ese breve toma y daca significó el quilómetro cero de los encuentros entre ambos hombres, tan bien diseccionados por Borja de Riquer. El parlamento de Cambó, a imitación de una emboscada similar del alcalde de Praga al emperador austrohúngaro, desató la ira del sector más progresista de la Lliga, hasta el punto de escindirse en desacuerdo por ese diálogo con las instituciones del Estado. Esta ruptura es una metáfora de la misma realidad burguesa del Modernismo. Los aristócratas, aún instalados en la Rambla, solían engrosar los partidos del turno, mientras los advenedizos del Eixample podían remar hacia un mismo objetivo, discrepando en la forma de conseguirlo.

La izquierda catalanista fundó en 1906 el Centre Nacionalista Repúblicà, benjamín en esa larga travesía del desierto, sólo salvada por el compadreo de la Lliga con Miguel Primo de Rivera, de siglas difíciles de memorizar entre la Unió Federal Nacionalista Republicana o el Partit Republicà Català de Companys, Layret y Marcelino Domingo. Nada auguraba un baño de masas y papeletas para estos herejes de la Lliga, superlativa en otoño de 1905 al copar sus doce candidatos en las municipales barcelonesas. Lo celebraron con el Banquete de la Victoria, en el Frontón Colón. Esa misma semana la revista satírica '¡Cu-Cut!' publicó una viñeta burlándose del ejército, porque si se festejaba una victoria no podía ser militar.

placeholder Diputados de Solidaritat Catalana.
Diputados de Solidaritat Catalana.

La reacción de la soldadesca no se hizo esperar. La noche del 25 de noviembre asaltaron las sedes del '¡Cu-Cut!', sita el carrer de la Riera del Pi, y la de La Veu de Catalunya, en la Rambla. El gobierno presidido por el liberal Eugenio Montero de los Ríos quiso mostrar moderación, pero al ser reprendido por el mismísimo Alfonso XIII presentó su dimisión, siendo reemplazado por otro gabinete encabezado por Segismundo Moret, quien para contentar al ejército hizo aprobar La Ley de Jurisdicciones y así poner bajo potestad marcial las ofensas orales o escritas contra la unidad de la patria, la bandera y el honor del ejército. Lerroux aplaudió los ataques a las redacciones por vengar a la patria insultada.

Las formaciones catalanistas interpretaron esa concatenación de hechos como un ataque a la región. El 20 de mayo de 1906 organizaron su primera manifestación masiva en el Salón de San Juan. Más de ciento veinticinco mil ciudadanos acudieron a la llamada, desatándose las emociones hasta con un abrazo entre Nicolás Salmerón, el viejo prócer republicano, y un líder carlista. Esta demostración de fuerza consolidó la idea de una coalición electoral, Solidaritat Catalana, un amplio abanico compuesto por la Lliga, los catalanistas de izquierda, republicanos y carlistas. Los únicos fuera de la ecuación fueron los lerrouxistas y los dos partidos emblemáticos de la Restauración, el liberal y el conservador.

Buscaban una coalición electoral, Solidaritat Catalana, un amplio abanico compuesto por la Lliga, los catalanistas de izquierda, republicanos y carlistas

En ese instante se forjaron las leyendas del mañana. El coronel de ingenieros Francesc Macià abandonó sus funciones para ingresar en la arena política. Francesc Cambó sufrió un atentado en Hostafrancs. Enric Prat de la Riba, presidente de la Diputación de Barcelona, orquestó un ingente dispositivo de seducción y las urnas premiaron a Solidaritat Catalana con cuarenta y uno de los cuarenta y cuatro escaños en liza. La Lliga duplicaba sus efectivos en Madrid y se aseguraba la comandancia de ese extraño conglomerado. Arrebatado por la euforia Joan Maragall glosó en su artículo El alzamiento la emocionalidad popular al escribir que la Solidaritat era la tierra y sus hombres alzándose, no un montón como los definió Antonio Maura, sino Cataluña gritando, henchida del deseo para lucir su espíritu propio y regirse desprovista de ataduras.

El fracaso

En los años ochenta Jordi Pujol zanjó las responsabilidades en Convergència con una sola frase: "Yo en Barcelona y Roca en Madrid". Copiaba a Prat y a Cambó. Este exultaba en las Cortes, codeándose con Maura y encantado con la revolución desde arriba del Primer Ministro, decidido a sanear España mediante, entre otras, una Ley de Administración Local. Los ayuntamientos de las grandes ciudades serían nombrados por el gobierno, mientras los demás podrían acogerse al sufragio corporativo. El entendimiento entre Maura y Cambió se vio impedido por las protestas de republicanos y catalanistas de izquierdas, quienes juzgaban poco democrática la reforma, afín a la Lliga al amparar la descentralización y la opción de vertebrar entes autonómicos.

La segunda fricción en la Solidaritat ocurrió en el Ayuntamiento de Barcelona, capitaneado desde 1908 por Albert Bastardas, de la Unión Republicana. En cierto sentido la coalición aspiraba, la historia se repite, a ocupar las alturas de los principales epicentros. En la casa grande condal chocaron por el presupuesto extraordinario de Cultura, muy progresista en su visión de aplicar en las escuelas municipales lecciones en catalán, clases mixtas, equiparándose de este modo con la Escuela Moderna de Francesc Ferrer i Guàrdia, gratuidad y neutralidad religiosa.

placeholder Manifestación en Barcelona a favor de Solidaritat Catalana
Manifestación en Barcelona a favor de Solidaritat Catalana

El proyecto fue aprobado por una abrumadora mayoría de veintiséis votos favorables contra siete contrarios. La Lliga no hizo objeciones hasta la sublevación del Cardenal Casañas y los católicos más ultramontanos. Los de Prat de la Riba habían votado junto a sus compañeros de Solidaritat. Su giro de ochenta grados desenmascaró su conservadurismo, por lo demás bien notorio y amplió las divergencias con sus socios. No sé si les sonará la canción: consiste en ir, a priori de la mano, para luego perpetuar la campaña con cualquier ardid. El presupuesto extraordinario de Cultura quedó arrinconado hasta la Segunda República.

La gota pluscuamperfecta para colmar el vaso fue la Semana Trágica de julio de 1909. Los representantes de Solidaritat, excepto el republicano Pere Coromines, se clausuraron en sus casas, convencidos de ganar callándose. El silencio defendía sus intereses económicos, ahorraba mareos con el régimen y les facultaba para retomar el timón una vez las barricadas y las iglesias en llamas fueran ruinas de una pesadilla.

Así, también bajo un denso mutismo, desapareció la Solidaritat Catalana. Durante los años sucesivos Cataluña tardó en recomponerse de ese julio incendiario. La Lliga se acopló a la Restauración, agradecida por la consecución de la mancomunidad en 1914 y colaboradora gubernamental desde 1917, cuando Cambó fue artífice de un gobierno de unidad nacional.

La Lliga se acopló a la Restauración, agradecida por la consecución de la mancomunidad en 1914

Los estertores de la Restauración dispararon hasta el paroxismo las rencillas entre los catalanismos. El pistolerismo, las huelgas y lo reaccionario de ese período ubicaron a cada banda en la antípoda de la otra. La patronal y La Lliga eran un solo cuerpo, Cambó se implicó en la Ley de Fugas y muchos republicanos fueron asesinados, como Layret, o padecieron el destierro junto a miembros de la CNT, caso de Lluís Companys y Salvador Seguí.

La Dictadura de Primo de Rivera alteró el tablero del Catalanismo. La Lliga se alineó con el General y las izquierdas Catalanistas se radicalizaron. Macià devino el mesías tras la fracasada invasión de Prats de Molló en 1926, palanca para darle relevancia internacional y regresar como un redentor hasta ser el primer President de la Generalitat restaurada. ERC había metamorfoseado las tendencias, y la Lliga iba a lo Ferrusola, colérica como si los hubieran expulsado de su casa, desmarcada de la redacción del Estatut de Núria, a la greña al recurrir la ley de Contratos de Cultivo cuando Companys ostentaba el máximo cargo autonómico y financiar Cambó el golpe de Estado del 18 de julio. El 15 de febrero el Gatopardo mirará con sus gafas habituales esta tesela del mosaico catalán.

A lo largo del Procés la relación entre los herederos de CiU y Esquerra Republicana de Catalunya ha sido más bien convulsa, algo nada sorprendente si se conoce la cronología del catalanismo político, hoy en día mutado en nacionalismo. Las constantes puñaladas, más salvajes en estos tiempos de campaña, remiten a una tradición de odio y quiero y no puedo surgida durante la visita de Alfonso XIII a Barcelona durante la primavera de 1904.

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) CiU