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Manuel Gutiérrez Mellado, de espiar para Franco a batirse por la democracia el 23-F
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Manuel Gutiérrez Mellado, de espiar para Franco a batirse por la democracia el 23-F

El 23 de febrero de 1981, a las 18:15, algo más de trescientos guardias civiles llegaron a la Carrera de San Jerónimo de Madrid; dentro del hemiciclo, Gutiérrez Mellado se enfrentó a ellos

Foto: Fotografía de archivo, tomada en Madrid el 23/02/1981, del entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez (i), que intenta socorrer al vicepresidente y teniente general Gutiérrez Mellado (2i), zarandeado por un grupo de guardias civiles
Fotografía de archivo, tomada en Madrid el 23/02/1981, del entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez (i), que intenta socorrer al vicepresidente y teniente general Gutiérrez Mellado (2i), zarandeado por un grupo de guardias civiles

El 23 de febrero de 1981, a las 18:15, más de trescientos guardias civiles llegaron a la Carrera de San Jerónimo de Madrid en seis autobuses de la Dirección General de la Guardia Civil. Con el teniente coronel Antonio Tejero al frente, ciento ochenta entraron en el Congreso de los Diputados por una puerta lateral; Tejero llevaba su pistola en la mano y gritaba reiteradamente: "En el nombre del Rey". Cuando varios de ellos irrumpieron en el hemiciclo, y Tejero se subió a la tribuna de oradores, Manuel Gutiérrez Mellado, teniente general y vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez, saltó de su escaño sin que Suárez pudiera impedirlo y ordenó a los golpistas que entregaran las armas y abandonaran el edificio. Se negaron, y unos cuantos se abalanzaron sobre él e intentaron tirarle al suelo. El hombre tenía casi setenta años, pero no lo lograron. Fue una imagen bochornosa que, vista retrospectivamente, delataba que el golpe era una chapuza. Pero aquello también supuso el nacimiento de un héroe de nuestra democracia.

Sin embargo, aunque ese sea el momento por el que la mayoría de los españoles recuerdan a Gutiérrez Mellado, su historia es larga y sintetiza, en muchos sentidos, la historia de la España del siglo XX y los muchos cambios que el país experimentó en ese tiempo. Lo cuenta muy bien una nueva biografía suya recién publicada por la editorial Alianza, 'Gutiérrez Mellado y su tiempo. 1912-1995', obra del historiador militar Fernando Puell de la Villa.

placeholder 'Gutiérrez Mellado y su tiempo'. (Alianza)
'Gutiérrez Mellado y su tiempo'. (Alianza)

"Gutiérrez Mellado nació cuando gobernaba Canalejas y regía la Constitución canovista de 1876, se educó durante la dictadura de Primo de Rivera [y] sus primeros pasos en la milicia coincidieron con los años más convulsos de aquel siglo", escribe Puell. Nació en una familia privilegiada que vivía en un centro de Madrid que empezaba a transformarse. Aún había carros de mulas, pero ya circulaban coches lujosos por la Puerta del Sol y la calle de Alcalá. La Gran Vía había empezado a construirse y, poco después, se abría el metro y el centro se llenaba de emblemáticos edificios corporativos de un tentativo capitalismo moderno.

Gutiérrez Mellado se quedó huérfano siendo muy pequeño y sus familiares le costearon la educación en instituciones de élite. Sin embargo, renunció a la carrera de ingeniería industrial, que era muy cara, y decidió hacerse militar, algo de lo que no había precedentes en su familia. Cuando se proclamó la República en abril de 1931, era cadete en la Academia General Militar de Zaragoza. "El ejército […] vio con inmensa pena como Su Majestad el Rey don Alfonso XIII […] se vio abandonado por sus seguidores", recordaría Gutiérrez Mellado. Pero como dice Puell, en realidad, lo que, con la caída de la monarquía, se instaló en buena parte del ejército fue algo más que tristeza. La inquietud se vio agravada por el nombramiento como ministro de la Guerra de Manuel Azaña, cuyas ideas para reformar a fondo el ejército le valieron su hostilidad.

En 1933, cuando Gutiérrez Mellado terminó sus años de formación, el mundo era mucho más conflictivo que cuando era niño. "Europa comenzó a escindirse en radicalismos de uno u otro género y la República perdió gran parte de su pureza inicial", dice Puell. A instancias de un superior, Gutiérrez Mellado se afilió a Falange Española poco antes de la guerra y, de hecho, nunca renegó del golpe de Estado de 1936. "El Ejército intervino para recoger el poder que se estaba quedando en medio de la calle", dijo en 1976 al ser nombrado vicepresidente.

Agente de inteligencia

En los años de la guerra, Gutiérrez Mellado fue agente del servicio de inteligencia militar del bando franquista en Madrid y a partir de 1940 empezó su carrera ascendente por el Ejército franquista. Los destinos del país, el ejército y el propio Gutiérrez Mellado, con todo, quedaron sellados cuando, en 1947, "el presidente Harry Truman redefinió su política exterior: proclamó que el comunismo era la amenaza más grave y directa para la seguridad de Estados Unidos y anunció su disposición a apoyar a todos los pueblos libres que se opusieran al comunismo soviético. Franco respondió presentándose a sí mismo como el más firme baluarte de la civilización occidental" y aceptó la colaboración económica y militar con Washington. Gutiérrez Mellado quedaría definitivamente vinculado, en sus distintos puestos militares, con el extranjero. Conocería el funcionamiento de las democracias (en parte, porque durante un tiempo se ocupó de recopilar información del exilio español en algunas de ellas) y es muy probable que eso influyera en su evolución hacia ideas democráticas.

Gutiérrez Mellado trabajó en el mundo empresarial entre los 44 y los 51 años, coincidiendo con el despegue industrial de España

Pero Puell también especula con otra idea atractiva: durante su época en el ejército, la actividad en las dependencias militares de Madrid terminaba a mediodía y generales, jefes, oficiales y suboficiales trabajaban en el sector privado por las tardes; con frecuencia, los ingresos por esta segunda ocupación, que muchos realizaban con vergüenza, eran más elevados que el sueldo militar. Gutiérrez Mellado trabajó en el mundo empresarial entre los cuarenta y cuatro y los cincuenta y un años, coincidiendo con el despegue industrial de España. "Cabría plantearse si esta realidad, que afectó a buena parte de la generación gestora de la Transición en los escalones superiores de la milicia, no influyó positivamente en su serena aceptación de que la sociedad civil, en la que habían estado inmersos tantos años, exigía y estaba preparada para el cambio de estructura política".

El resto es más conocido: su integración en la vicepresidencia del Gobierno, los ataques que recibió por parte de algunos reductos del ejército que rechazaban la transición, en particular en los años más duros de ETA, y su imagen heroica durante la asonada. Dice Puell que, después del golpe, las reformas del Ejército fueron más fáciles porque en el 23F muchos militares se avergonzaron de la imagen que dieron los golpistas, más aún cuando muchos eludieron sus responsabilidades, a pesar de que la asunción de estas es uno de los principios del código militar.

La biografía de Puell de la Villa no es perfecta. En ocasiones, su minuciosidad en la descripción de cuestiones militares puede resultar excesiva para el lector no especialista. Pero es una utilísima introducción a la vida de un hombre cuya evolución refleja el siglo XX español y que, durante la Transición, encarnó lo mejor de este.

El 23 de febrero de 1981, a las 18:15, más de trescientos guardias civiles llegaron a la Carrera de San Jerónimo de Madrid en seis autobuses de la Dirección General de la Guardia Civil. Con el teniente coronel Antonio Tejero al frente, ciento ochenta entraron en el Congreso de los Diputados por una puerta lateral; Tejero llevaba su pistola en la mano y gritaba reiteradamente: "En el nombre del Rey". Cuando varios de ellos irrumpieron en el hemiciclo, y Tejero se subió a la tribuna de oradores, Manuel Gutiérrez Mellado, teniente general y vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez, saltó de su escaño sin que Suárez pudiera impedirlo y ordenó a los golpistas que entregaran las armas y abandonaran el edificio. Se negaron, y unos cuantos se abalanzaron sobre él e intentaron tirarle al suelo. El hombre tenía casi setenta años, pero no lo lograron. Fue una imagen bochornosa que, vista retrospectivamente, delataba que el golpe era una chapuza. Pero aquello también supuso el nacimiento de un héroe de nuestra democracia.

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