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El urinario maldito de la Rambla de Barcelona
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El urinario maldito de la Rambla de Barcelona

Este mes conmemoramos esa maldita tarde del jueves 17 de agosto del año pasado, cuando una furgoneta irrumpió en La Rambla de Barcelona matando a 15 personas

Foto: El urinario maldito
El urinario maldito

La Historia siempre se tiñe de casualidades caprichosas. Este agosto conmemoramos esa maldita tarde del jueves 17 de agosto del año pasado, cuando una furgoneta irrumpió en la tranquila tarde de la Rambla de Barcelona hasta llevarse consigo la vida de quince transeúntes, frenándose en el Pla de la Boquería. La avenida más famosa de la Ciudad Condal nunca ha sido un paseo tranquilo. Su importancia urbana puede datarse a partir del último tercio del siglo XVIII, cuando abandonó su antigua condición de pútrida riera para devenir un paseo palaciego donde se instalaron las familias más pudientes de la capital catalana, coronándose su nobleza con la construcción del Liceo en 1847.

Pocos años antes Washington Irving la definió como un sorprendente espacio interclasista sin toreros ni folklóricas. El escritor americano ignoraba los tumultos acaecidos poco tiempo atrás, cuando con la excusa de un mal toro se desató la primera bullanga que comportó la quema de numerosos iglesias y conventos. Estos incidentes se extendieron por toda Barcelona y se reprodujeron en varias ocasiones a lo largo de esa época entre bombardeos desde Montjuic y una ira popular precursora de los futuros estallidos a manos de la clase trabajadora.

La rambla de las Bombas

La quema de conventos dejó muchos huecos en el territorio, y bien es sabido que un barcelonés no puede tolerarlos. En la antigua ubicación del convento de Santa Madrona se construyó la muy afrancesada Plaza Real, que a partir de 1890 fue el lugar de predilección para una serie de atentados con bombas, la mayoría de origen anarquista.

La Plaza Real a partir de 1890 fue el lugar de predilección para una serie de atentados con bombas, la mayoría de origen anarquista

La invención de la dinamita por Alfred Nobel en 1866 facilitó el surgimiento de un nuevo terrorismo de nuevo cuño. La divina acracia aún no estaba organizada sindicalmente y prefirió captar la atención mediante una serie de golpes mediáticos a lo largo y ancho de Occidente que se dieron a conocer como la propaganda por el hecho. En Barcelona tuvieron un primer esplendor en los años noventa. En 1893 le tocó el turno al General Martínez Campos durante el desfile de las fiestas de la Mercè. Paulino Pallàs falló en su objetivo, siendo ejecutado en el tenebroso castillo de Montjuic por la muerte de un soldado. La venganza fue terrible. Acaeció en el templo de la burguesía. El siete de noviembre de ese mismo año el aragonés Santiago Salvador lanzó dos bombas Orsini en el Liceo durante la representación de la ópera Guillermo Tell. Murieron veinte personas y hubo más de sesenta heridos.

El 7 de junio de 1896 otro artefacto sembró el pánico durante la procesión del Corpus. Esta vez la cifra de fallecidos fue de doce personas, la mayoría espectadores que contemplaban al lado de Santa María del Mar la ceremonia religiosa. Esta bomba más polémica que ninguna otra y aún hoy en día se sospecha que fue un ardid del poder para barrer la calle de elementos sospechosos en un momento harto complicado, con la Guerra de Cuba en uno de sus puntos álgidos y la estabilidad del sistema de la Restauración contra las cuerdas.

Llegan los urinarios

Durante ese período Barcelona era la Rosa de Fuego, indudable barómetro de las luchas obreras en todo el Viejo Continente. Tras tanta agitación se necesitaban otros métodos más modernos. En 1902 una huelga paralizó la ciudad durante una semana.

Poco antes se habían instalado por el centro las primeras vespasianas, urinarios de fabricación francesa que tendrían mucha trascendencia en el último episodio de la propaganda por el hecho en suelo condal. Eran de diseño y fabricación francesa, su estructura era metálica, tenían base y forma circular y capacidad para seis personas, viéndose sus pies, como si de este modo el anonimato fuera relativo y pudieran controlarse los movimientos de los apurados peatones. Sirvieron para instalar publicidad y a nivel europeo fueron más conocidas por ser un punto idóneo de encuentro para homosexuales.

El 4 de septiembre de 1904 unos paseantes hallaron en su interior una cazuela que, como todos sospechaban era una bomba repleta de metralla

Quizá por eso muchos recuerden la anécdota de la que quizá fue la primera manifestación gay en España. Nos la cuenta Jean Genet en su 'Diario del Ladrón'. Una procesión fúnebre de homosexuales y travestís acude al antiguo emplazamiento de un urinario demolido, rindiéndole honores. Lo cierto es que su fama fue mucho más tétrica y uno en concreto se llevó la palma de todos los males. Se hallaba justo en el lugar donde se paró la trágica furgoneta del pasado agosto, justo al lado del mercat de la Boquería.

Pasada más de una centuria no deja de asombrarnos la proliferación de estallidos en ese mingitorio. El 4 de septiembre de 1904 unos paseantes hallaron en su interior una cazuela que, como todos sospechaban era una bomba repleta de metralla. Era de inversión. Si la girabas estallaba. La trasladaron al Palacio de Justicia del Salón de San Juan con el objetivo de accionarla en el lejano Campo de la Bota, pero estalló en la sede judicial, produciéndole múltiples desperfectos y cargándose un balcón cercano.

Dos años más tarde, concretamente el día de San Esteban de 1906, Benito Llop paseaba tranquilo por la Rambla de Sant Josep, con tan mala suerte que pasó al lado de la mítica vespasiana cuando esta estallaba como consecuencia de otro explosivo que partió el pavimento de mármol del recinto. El pobre e incauto aragonés abandonó la urbe mediterránea con una pierna destrozada, metralla por todo el cuerpo y una injusta detención por llamarse igual que un peligroso ácrata perseguido por las escasas fuerzas del orden, insuficientes a todas luces para controlar el caos imperante.

Y en medio, Joan Rull

Esas no fueron las únicas bombas rambleras de esos turbulentos años. El sábado tres de septiembre de 1905 una produjo cuatro víctimas mortales y más de sesenta heridos en la calle Pechina, muy cerca del urinario. Murieron dos menores de edad, las hermanas Rafa, a las que se las homenajeó con un funeral público. Desde entonces los historiadores siguen preguntándose por los autores materiales de los homicidios y el favorito siempre ha sido Joan Rull, un antiguo anarquista que, tras trabajar en los servicios municipales, se hizo confidente de varios gobernadores civiles. Reza la leyenda que si no le daban lo que quería hacía estallar bombas para chantajear a sus jefes.

La situación llegó a ser tan alarmante que se tomaron medidas entre cómicas y memorables. Entre las primeras cabe mencionar la contratación de Mr. Arrow, un inspector de Scotland Yard que poco pudo hacer en todo ese desaguisado donde también incidía la protesta de Solidaritat Catalana, tras la quema, en noviembre de 1905, por parte del ejército de las redacciones del semanario satírico Cu-Cut! y del periódico La Veu de Catalunya, portavoz inequívoco de la Lliga Regionalista de Prat de la Riba y Cambó.

El sábado tres de septiembre de 1905 una produjo cuatro víctimas mortales y más de sesenta heridos en la calle Pechina, muy cerca del urinario

Más práctica fue la ley del Consejo de Ministros presidido por Antonio Mauro consistente en la creación del oficio de portero tanto en Madrid como en Barcelona para evitar la entrada de sospechosos en los inmuebles. Ahora que desaparecen y son casi un soplo del pasado no está de más recordar su origen, que en nada afectó a la detención de Rull en julio de 1907 ni en la última explosión en la vespasiana de la Rambla, acaecida el 27 de junio de 1908.

Punto y final

El 8 de agosto de 1908 Rull fue ejecutado en la flamante Prisión Modelo de Barcelona, con el pueblo merodeando en los alrededores porque desde 1897 estaba prohibida la asistencia del respetable a tan macabros actos. Un mes antes las autoridades decidieron finiquitar la maldición del urinario, trasladándolo al Paralelo, donde aún recibió el regalo de otro artefacto en verano de 1909, quizá durante la Semana Trágica, evento que marcó el punto y final de una forma de entender el Anarquismo en la capital catalana. En 1910 la CNT cobró forma en el Palau de les Belles Arts y desde ese instante la lucha sindical se reveló un método mucho más efectivo para combatir al capital.

Por lo demás el urinario, del que hasta se pidió ingresarlo en el museo de Historia de la Ciudad, fue demolido los últimos días de agosto de 1909, a petición de los dueños de cafés y empresarios del Paralelo, donde se ubicaba al lado del Teatro Nuevo, uno de los treinta que poblaban los seiscientos metros de lo que llegó a llamarse el Montmartre de Barcelona, el mismo lugar donde el verdugo Nicomedes Méndez pidió permiso para instalar su Palacio de las Ejecuciones para mostrar al respetable sus artes ejecutoras mientras no recibía encargos oficiales.

La Historia siempre se tiñe de casualidades caprichosas. Este agosto conmemoramos esa maldita tarde del jueves 17 de agosto del año pasado, cuando una furgoneta irrumpió en la tranquila tarde de la Rambla de Barcelona hasta llevarse consigo la vida de quince transeúntes, frenándose en el Pla de la Boquería. La avenida más famosa de la Ciudad Condal nunca ha sido un paseo tranquilo. Su importancia urbana puede datarse a partir del último tercio del siglo XVIII, cuando abandonó su antigua condición de pútrida riera para devenir un paseo palaciego donde se instalaron las familias más pudientes de la capital catalana, coronándose su nobleza con la construcción del Liceo en 1847.

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