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"Cosas maravillosas": historias de la arqueología de Tutankhamon a la Atlántida
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"Cosas maravillosas": historias de la arqueología de Tutankhamon a la Atlántida

El hiperactivo arqueólogo Eric H. Cline pone al día las más fascinantes novedades de la mejor profesión del mundo

Foto: Descubrimiento de la tumba de Tutankhamon
Descubrimiento de la tumba de Tutankhamon

El conde de Carnarvon tiraba impaciente de la mochila de Howard Carter mientras este observaba por el minúsculo agujero que acababa de abrir, a la luz de una vela, el interior de la tumba de Tutankhamon por primera vez. "¿Qué ve? ¿Qué ve?", preguntaba. Carter contempló absorto unos segundos aquellas sala atestada hasta el techo de tesoros en la que el oro refulgía por todas partes y balbuceó: "Cosas maravillosas". El arqueólogo y su aristocrático mecenas llevaban cinco años levantando el Valle de los Reyes de Egipto a la caza del sarcófago perdido del faraón niño hasta que, desesperados y sin blanca, se les ocurrió excavar en el único lugar que les faltaba, justo bajo su propio campamento. Por cierto que cinco meses después del hallazgo, Carnarvon murió accidentalmente al sufrir una septicemia provocada por un mal afeitado lo que llevó a las portadas de los periódicos de todo el planeta, y a los tebeos de Tintín, la leyenda de la maldición de la tumba. Lástima que el ingrato de Carter la desmintiera viviendo aún diecisiete años más...

Foto: Vasily Vereshchagin, 'La apoteosis de la guerra' (1871)

¿Qué le ocurrió al soberano egipcio del Reino Nuevo, hijo probable del faraón hereje Akhenaton y de la hermosa Nefertiti, ​que ascendió al trono en 1330 a.C. con solo 9 años para morir inesperadamente diez años después? Las convulsas transformaciones religiosas que marcaron el reinado de su padre, y que él revirtió, permitieron originalmente pensar en su asesinato. Pero investigaciones científicas realizadas con las más avanzadas tecnologías tomográficas en 2014 lo desmienten y brindan una hipótesis mucho más prosaica: Tutankhamon padecía malaria, el asesinato del faraón lo habría ejecutado un simple mosquito. Es solo un ejemplo de las últimas y apasionantes informaciones recogidas en 'Tres piedras hacen una pared. Historias de la arqueología' (Crítica) por Eric H. Cline, profesor de la Universidad George Washinton e hiperactivo arquéologo cuyo libro anterior -'1177' (Crítica, 2015)- se convirtió en un pequeño y adictivo bestseller acerca del derrumbe de la civilización al final de la Edad del Bronce.

placeholder 'Tres piedras hacen una pared'. (Crítica)
'Tres piedras hacen una pared'. (Crítica)

Lo mejor del último libro de Cline, a quién quizás le falta la pasión narrativa del inolvidable C. W. Ceran de 'Dioses tumbas y sabios' pero la compensa con una cristalina claridad expositiva, es la puesta al día de los grandes hitos de la arqueología con los fascinantes resultados de los más recientes hallazgos. Una broma del gremio pasa por preguntar "¿Qué hay de nuevo en la arqueología?" a uno de estos perseguidores irrecuperables "de lo viejo". Pero Cline se la toma muy en serio. ¿Qué hay de nuevo en la arqueología? A continuación esbozamos un breve catálogo de recientes maravillas reunidas por el autor centrado en tres emplazamientos célebres

La búsqueda de Troya

Es una gran historia que ya ha sido contada muchas veces. Cómo un próspero comerciante alemán llamado Heinrich Schliemann que soñaba desde niño con los héroes de la Iliada demostró a un incrédulo siglo XIX que Troya había existido realmente y en el mismo lugar en el que Homero la situaba. Cómo excavó la colina de Hisarlik en el noroeste de Turquía con tanta pasión como escasa "delicadeza" descubriendo fabulosos hallazgos y cometiendo heroicos errores de asignación de las siete Troyas superpuestas que encontró, e incluso cómo vistió a su mujer Sophia con "las joyas de Príamo" y la inmortalizó en una foto que es todo un icono de la arqueología. Más de cien años después, en 1993, nuevas excavaciones daban un vuelvo a la historia. Manfred Krofmann, de la Universidad de Tubinga descubrió en las inmediaciones de la colina restos que multiplicaban por diez el tamaño de la ciudad. Resulta que Schliemann solo habría sacado a la luz los restos de la ciudadela y que Troya había sido una gran ciudad de entre cuarenta y cien mil habitantes que, perfectamente, habría sido capaz de soportar el asedio de diez largos años de las huestes de Agamenón descrito por Homero.

placeholder Ilustración de Glynnis Fawkes. (Crítica)
Ilustración de Glynnis Fawkes. (Crítica)

Misterio en Masada

El relato fijado por el historiador romano Flavio Josefo afirma que en el año 73 o 74 d.C., 960 zelotes judíos decidieron suicidarse en la cima de la montaña de Masada, junto al mar Muerto, antes de ser capturados por los romanos. ¿Ocurrió realmente? Sí, y los restos lo demuestran, según un bestseller publicado por el arqueólogo israelí Yigael Zadin a mediados de los 60. Pero modernas investigaciones practicadas por Nachman Ben Yehuda entre 1995 y 202 niegan la mayor: Yadin habría malinterpretado deliberadamente los hallazgos para dotar de una narrativa nacionalista ad hoc al joven estado de Israel. ¿Quién tiene razón? Cline recupera en su libro la historia de los fanáticos defensores de Masada comandados por Eleazor ben Yair, sopesa las razones de los partidarios y detractores de la hipótesis del suicidio colectivo y concluye con una tesis negativa, con reservas: las inexactitudes del relato de Josefo y un más preciso examen de las ruinas del palacio permiten pensar que lo más probable es que el suicidio colectivo fuera una invención legendaria y que los defensores de Masada fueran sencilla y trágicamente masacrados por las legiones romanas.

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Ilustración de Glynnis Fawkes. (Crítica)

La Atlántida está delante de ti

La historia de la búsqueda de la Atlántida es una larga sucesión de 'invents'. Meca dorada de toda clase de imaginativos pseudoarquélogos, magufos o sencillos estafadores, la mítica isla perdida bajo las aguas y mencionada en los diálogos de Platón ha sido "encontrada" sucesivamente al norte de Cádiz, frente a las costas de Chipre o incluso en las Bahamas. Cline acepta en las páginas de 'Tres piedras hacen una pared' que hay algo de verdad en el mito de la Atlántida. De hecho, asegura, sus ruinas aún se pueden contemplar a simple vista: basta con marcarse un fin de semana turístico en la isla griega de Santorini, más conocida en la Antigüedad como Tera. La isla es en realidad un volcán que entró en erupción en torno al 1500 a.C. con una explosión cinco veces superior a la del Krakatoa en 1883. "La parte central desapareció a consecuencia de la explosión, dejando solo el exterior que forma un círculo de tierra incompleto en cuyo cráter entraron toneladas de agua". La deflagración habría provocado un enorme tsunami que destruyó la pujante civilización minoica de Creta y generado el combustible necesario para la leyenda de la Atlántida: "Desde la perspectiva de sus habitantes, su mundo habría desaparecido sin remedio en un abrir y cerrar de ojos".

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Ilustración de Glynnis Fawkes. (Crítica)

Arqueólogos del futuro

Año 4.022. Los arqueólogos  Howard Carter y Harriet Burton tropiezan por casualidad con un antiguo yacimiento que data del año 1985, cuando la gran civilización norteamericana se extinguió en un solo día tras un cataclismo desconocido. Allí encuentran lo que parece ser una tumba con dos cuerpos que alberga "cosas maravillosas". En la que bautizan como "cámara exterior" todo mira hacía lo que deciden que es el "gran altar", incluido los restos humanos que yacen sobre una "plataforma ceremonial" y sostienen en la mano "el comunicador sagrado. Harriet admira embelesada la "diadema sagrada" y "el collar y los pendientes sagrados" y tras titubear se adorna con ellos extasiada. Su imagen queda inmortalizada para la historia.

[Relato de David Macaulay titulado 'El motel de los misterios' (1979) y recogido por Eric H. Cline en su libro en el que el escritor e ilustrador se ríe con ganas de la manía de los arqueólogos por interpretar como "religioso" cualquier descubrimiento cuya finalidad ignoran. La supuesta tumba no es más que, cómo el lector habrá imaginado, un vulgar motel norteamericano].

El conde de Carnarvon tiraba impaciente de la mochila de Howard Carter mientras este observaba por el minúsculo agujero que acababa de abrir, a la luz de una vela, el interior de la tumba de Tutankhamon por primera vez. "¿Qué ve? ¿Qué ve?", preguntaba. Carter contempló absorto unos segundos aquellas sala atestada hasta el techo de tesoros en la que el oro refulgía por todas partes y balbuceó: "Cosas maravillosas". El arqueólogo y su aristocrático mecenas llevaban cinco años levantando el Valle de los Reyes de Egipto a la caza del sarcófago perdido del faraón niño hasta que, desesperados y sin blanca, se les ocurrió excavar en el único lugar que les faltaba, justo bajo su propio campamento. Por cierto que cinco meses después del hallazgo, Carnarvon murió accidentalmente al sufrir una septicemia provocada por un mal afeitado lo que llevó a las portadas de los periódicos de todo el planeta, y a los tebeos de Tintín, la leyenda de la maldición de la tumba. Lástima que el ingrato de Carter la desmintiera viviendo aún diecisiete años más...

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