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David Hockney resurge con una 'gran fiesta' en el Guggenheim
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82 retratos y un bodegón

David Hockney resurge con una 'gran fiesta' en el Guggenheim

El museo bilbaíno acoge la última exposición de uno de los artistas vivos más importantes del siglo XX, que permanecerá abierta hasta el 25 de febrero de 2018

Foto: 'Barry Humphries, 2015', de David Hockney. (Museo Guggenheim de Bilbao)
'Barry Humphries, 2015', de David Hockney. (Museo Guggenheim de Bilbao)

"Parece como si fuera una gran fiesta llena de gente en una sala". Un sarao en el que uno se puede encontrar a Frank Gehry, al galerista Larry Gagosian y a Benedikt Taschen -el fundador de la editorial Taschen-, pero también a un masajista, un lavacoches o al dentista de Sammy Davis Jr, que si de algo podía presumir, virtuosismo aparte, era de dentadura. Todos ellos están sentados en una silla y miran al recién llegado -usted, yo- desde la verticalidad de una pared. Nada menos que de las paredes del Guggenheim de Bilbao. Y el anfitrión es David Hockney, el artista ya octagenario que convulsionó el mundo del arte allá por los 60, el pintor británico vivo más reconocido y uno de los más influyentes del siglo XX. La comisaria Edith Devaney, aterrizada desde la Royal Academy of Arts de Londres, es la cicerone de la fiesta y pasea deteniéndose en los 82 retratos y un bodegón que componen la nueva exposición de Hockney en el museo vasco, llamada efectivamente '82 retratos y un bodegón' y que se abrirá al público este viernes 10 de noviembre hasta en 25 de febrero de 2018.

Son 83 cuadros, todos del mismo formato (121,92 x 91,44), pintados con acrílico -un material que el pintor no había utilizado en 20 años- y en un espacio temporal de tres días -salvo en el caso de Gagosian, que al parecer es un hombre tremendamente ocupado y sólo pudo posar durante dos jornadas-, que retratan a los habituales del entorno de Hockney, todos representados de una forma tremendamente igualitaria, bajo una misma luz -la de su estudio en Los Ángeles-, con fondos muy similares y reutilizando las mismas sillas. "Toda la gente que aparece son personas de su vida", cuenta Devaney antes de detenerse ante su propio retrato, "y a todas las trata de una forma muy democrática, prestando la misma atención" a su masajista habitual que a alguien como Jacob Rothschild, uno de los banqueros más poderosos del mundo.

Porque para Hockney, el retrato tiene más que ver con el psicoanálisis que con la reafirmación de la cultura de las 'celebrities'. "Los famosos están hechos para la fotografía", es su leitmotiv. "Yo no hago famosos; la fotografía sí. Mis amigos son mis famosos. Cada retrato -resultado de una intensa observación- se convierte en cierto modo en una exploración psicológica", ha defendido en alguna ocasión. 82 retratos -y un bodegón que sustituyó a uno de sus amigos, que no se presentó a la cita- en los que la postura corporal -algunos más relajados, otros más reacios-, la mirada -fija en el espectador o perdida en el fuera de cuadro-, la ropa -muy arreglada o divertidamente informal- y la forma de cruzar -o no- las piernas ayudan a confeccionar la expresión plástica de la personalidad de cada uno de los retratados.

La idea partió de un cuadro, casi una obra experimental, protagonizada por su asistente y amigo Jean-Pierre Gonçalves de Lima a mediados de julio de 2013. El único en el que a la persona no se le ve la cara. Gonçalves aparece sentado en la silla, con la cabeza entre las manos en un gesto compungido y los pies sobre una alfombra, la única que aparecerá en toda la exposición y que evoca ligeramente a la cama de 'Entre el reloj y la cama' de Munch. La gama de colores es más pálida y apagada, y el punto de vista, desde lo alto, como en un tres cuartos algo picado, provoca cierta sensación de malestar y angustia. 2012 había sido un año difícil para Hockney. "Después del cierre de su exposición de paisajes [que también pasó por el Guggenheim], David estaba agotado", revela Devaney. "Además tuvo un ictus y su joven ayudante [Dominic Elliot, de 23 años] murió poco después. David entró en una especie de depresión".

Y, precisamente, la serie sirve ya no sólo para adentrarse en la personalidad del círculo más íntimo de Hockney -sus amigos, sus hermanos, sus amantes-, sino también para observar la evolución psicológica del artista, que cuadro tras cuadro va recuperando la fuerza del color, el ánimo en la paleta y en la visión que decide plasmar. A partir del cuadro de Gonçalves, Hockney se impuso una rutina de cumplimiento germánico, levantándose a la nueve de la mañana, pintando siete horas diarias -siempre de pie-, mínimo durante tres días consecutivos -según Devaney llegó a pintar durante nueve jornadas seguidas- y así durante casi tres años. Y es que en '82 retratos y un bodegón' es difícil disociar el compromiso artístico de la pulsión terapéutica. "Me siento mayor, como si tuviera 80 años cuando hago las cosas cotidianas. Sin embargo cuando pinto me siento como un joven de 30 años y se mueve como alguien de treinta años cuando pintando", dice Devaney que cuenta Hockney.

placeholder Una imagen de la exposición. (Reuters)
Una imagen de la exposición. (Reuters)

En un principio, el pintor pensó en no incluir el retrato de Jean-Pierre, que estaba en un periodo de "desesperación" y que había pasado por las mismas circunstancias difíciles que el artista. "Podría incluso considerarse un autorretrato", llegó a pensar Hockney. Pero fue el desencadenante del proceso y, aunque discordante, es un punto de anclaje para reconocer la evolución personal del autor, al ver a Jean-Pierre que en uno de los últimos cuadros de la serie reaparece ligeramente sonriente, bronceado y elegante, de vuelta de unas vacaciones.

El fondo va perdiendo protagonismo -inspirado en 'La danse' de Matisse- y se intercalan los azules y los verdes

Entre medias el fondo va perdiendo protagonismo -inspirado en 'La danse' de Matisse- y se intercalan los azules y los verdes en la zona superior e inferior del lienzo. Aparecen rostros conocidos de las galerías angelinas: el artista estadounidense Bing McGilvray aparece hasta tres veces -una de ellas vestido informal, con una camisa rosa, unas bermudas caqui, calcetines ejecutivos burdeos y, ¡oh!, sandalias romanas-, la que fue asistente de Yves Saint Laurent, Dominique Deroche -calzando unos zapatos utilizados en el rodaje de 'Belle de jour' (1967)- o el cómico australiano Barry Humphries -ataviado con un fedora, corbata rja de lunares blancos y pantalón rosa estridente-. "Quería que la gente llevase puesto lo que quisiese", prosigue la comisaria de la exposición. "En Los Ángeles cualquier cosa vale y la gente tiende a vestirse muy 'casual', aunque algunos posaron vestidos de punta en blanco. También les animó a establecer su propia pose, como manera de reflejar su personalidad".

placeholder David Hockney en su estudio de Los Ángeles el 1 de marzo de 2016. (Jean-Pierre Gonçalves de Lima)
David Hockney en su estudio de Los Ángeles el 1 de marzo de 2016. (Jean-Pierre Gonçalves de Lima)

Pero también están sus hermanos, con los que tiene una relación muy estrecha, los hijos de sus amigos -como el pequeño Rufus Hale, de once años, al que le gusta vestir a la antigua usanza- y Gregory Evans, quien comenzó siendo su amante en los años setenta y que actualmente hace las veces de su gestor. Y también su pequeño banco azulón, salpicado por el amarillo estridente de los cítricos, el rojo de los tomates o el naranja de un pimiento, en la única pieza en la que la figura humana no aparece representada.

"Es la mejor instalación que ha hecho hasta la fecha", asegura Devaney, "es una celebración de la humanidad"

"Es la mejor instalación que ha hecho hasta la fecha", asegura Devaney, "es una celebración de la humanidad que David pensaba definir como 'la comedia humana'". Una oportunidad imprescindible de disfrutar de esta faceta del británico, que desde que acabó el último cuadro de la serie no ha vuelto a pintar un retrato. "Ahora se ha metido en algo totalmente diferente", continúa la comisaria. "Ya tiene 80 años y la semana que viene se va a inaugurar una retrospectiva suya en el MET". Hockney se ha vuelto a encerrar en el estudio para "revisitar" algunos de sus leitmotivs del pasado: en lienzos "extraños", rectangulares pero con un recorte en la base inferior, ha regresado a la naturaleza del Gran Cañón -tema recurrente en su obra de finales de los 90- o el paisaje urbano de la memorable Mulholland Drive, inspiración de Lynch. A disfrutar, pues, de esta fiesta irrepetible.

"Parece como si fuera una gran fiesta llena de gente en una sala". Un sarao en el que uno se puede encontrar a Frank Gehry, al galerista Larry Gagosian y a Benedikt Taschen -el fundador de la editorial Taschen-, pero también a un masajista, un lavacoches o al dentista de Sammy Davis Jr, que si de algo podía presumir, virtuosismo aparte, era de dentadura. Todos ellos están sentados en una silla y miran al recién llegado -usted, yo- desde la verticalidad de una pared. Nada menos que de las paredes del Guggenheim de Bilbao. Y el anfitrión es David Hockney, el artista ya octagenario que convulsionó el mundo del arte allá por los 60, el pintor británico vivo más reconocido y uno de los más influyentes del siglo XX. La comisaria Edith Devaney, aterrizada desde la Royal Academy of Arts de Londres, es la cicerone de la fiesta y pasea deteniéndose en los 82 retratos y un bodegón que componen la nueva exposición de Hockney en el museo vasco, llamada efectivamente '82 retratos y un bodegón' y que se abrirá al público este viernes 10 de noviembre hasta en 25 de febrero de 2018.

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