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David Hockney contra la jubilación
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un icono de 77 años al pie del cañón

David Hockney contra la jubilación

El popular artista británico presenta sus nuevos trabajos en la galería londinense Annely Juda Fine Art

Foto: David Hockney, de quien su marchante dice que es "alguien siempre dispuesto a sorprenderte buscando nuevas vías de creación". (REUTERS)
David Hockney, de quien su marchante dice que es "alguien siempre dispuesto a sorprenderte buscando nuevas vías de creación". (REUTERS)

Si estás sordo como una tapia da igual cuánto te grite un fotógrafo para que salgas más guapo en la foto. No le puedes escuchar así que miras con aire despistado al frente, donde una marabunta de cámaras se pelean por sacar la mejor perspectiva de tu cuerpo cansado de 77 años y esperas paciente a que el espectáculo termine. La treintena de reporteros gráficos que luchan por esa imagen parecen estar tan alborotados, como cuando quien posa es una estrella de Hollywood.

Pero el protagonista de sus retratos, aunque también vive en Los Ángeles, es el artista británico David Hockney. Le falta la sonrisa profidentde las estrellas del celuloide, pero le sobra el glamour del que siempre ha formado parte de un tipo de bohemia tolerante, inteligente y divertida hoy en peligro de extinción. Se presenta envuelto en la elegancia colorida que siempre le ha caracterizado: traje de chaqueta gris, corbata rojo fuego a juego con calcetines rojos bien a la vista, zapatos grises de ante y gorra blanca. Y posa con aire resignado primero sentado y después en pie.

La escena en la galería londinense Annely Juda Fine Art donde Hockney presenta sus nuevos trabajos hasta el próximo 27 de junio es memorable: los fotógrafos son voraces pero él, encerrado en su sordera, no se entera de nada así que de vez en cuando una relaciones públicas se acerca a su oreja y le grita algo. Entonces Hockney cambia de posición sin ningún entusiasmo e intenta mirar hacia otro fotógrafo aunque en su cabeza, probablemente, esté pensando en las ganas que tiene de fumarse un pitillo y acabar con ese circo. Es lo primero que hace cuando la relaciones públicas da por terminada la sesión de fotos: sale disparado hacia otra sala a entregarse al vicio. Cenicero en mano, se pasea entonces tranquilo junto a un amigo y le va mostrando sus cuadros. Las fotos ahora están prohibidas.

Sobre las paredes de los dos pisos que ocupa esta venerable galería del centro de Londres se exhiben los nuevos trabajos de un artista al que el marchante David Juda, con quien lleva trabajando desde hace casi tres décadas, define como “alguien siempre dispuesto a sorprenderte buscando nuevas vías de creación”. Y es cierto. Atrás han quedado los años del Hockney más pop, cuando pintaba piscinas californianas en colores chillones con hombres desnudos tomando el sol y él lucía melena platino y gafas redondas de pasta negra –cuatro décadas antes que los hipsters de hoy-.

Éxito prematuro

En los cuarenta años que han pasado desde que sus pinceles nos dieron esa imagen imperecedera de Los Ángeles, Hockney, que lleva saboreando las mieles del éxito desde los 25 años y cuyos cuadros hoy no bajan de los dos millones de euros, ha experimentado con los pinceles, el dibujo, la fotografía, el collage, el photoshop y recientemente con los programas de dibujo digital de las tablets. Su última exposición, hace dos años, consistió precisamente en coloridos y realistas paisajes de su Yorkshire natal pintados con los dedos en un ipad. Fue la exposición más vista en la historia de la Royal Academy of Arts (RA). El año próximo, en esa misma institución londinense, se verán los nuevos retratos en los que Hockney ha estado trabajando últimamente y de los que esta exposición en esta galería donde el artista habla con El Confidencial es un jugoso y gratuito aperitivo –la entrada en la RAno bajará de los veinte euros-.

Se trata de una mezcla de retratos en acrílico y “fotografías dibujadas”, la expresión que él mismo utiliza para describir una serie de imágenes realizadas con el objetivo de hacer fotografías en 3D pero sobre un plano de dos dimensiones. “Siempre me ha interesado la fotografía pero siempre he visto que tenía severas limitaciones, sobre todo en el ámbito de la perspectiva. Cuando dibujas puedes jugar con ella pero con la fotografía, aunque juegues en el laboratorio, no puedes cambiar los puntos de fuga. Sin embargo ahora con photoshop esa barrera se ha roto” explica Hockney en una breve entrevista frente a un puñado de periodistas entre cigarrillo y cigarrillo. Eso sí, antes avisa, sonriente: “Estoy sordo como una tapia, tenéis que hablarme muy alto”.

'Dibujar es como jugar al ajedrez, tienes que planearlo todo con antelación'

Para esta exposición Hockney primero ha realizado retratos en acrílico de algunos amigos y después ha tomado fotografías de todos los detalles muy de cerca: brazos, manos, cabeza… cientos de ellas. Después ha montado esas imágenes de forma que cada persona y objeto parece tener volumen y a su vez las ha colocado en el interior de otras fotos de forma que efectivamente, la sensación al mirar algunas de las nuevas obras es que las leyes de la perspectiva se han roto. En muchas, sus propios acrílicos decoran las paredes de las ‘fotografías dibujadas’. Además algunas de las imágenes incluyen retratos de sus amigos jugando a las cartas. “¿Y por qué no? Desde los tiempos de Cezanne se han pintado jugadores de cartas, ¿no? Además ellos se sientan, juegan y no te hacen caso. Es perfecto para un retrato”.

Todas las obras están marcadas por lo que él considera el regreso a lo esencial. “El dibujo es la esencia de todo. Dibujar es como jugar al ajedrez, tienes que planearlo todo con antelación y en estos cuadros es lo que he hecho, dibujos con fotografías. Al final todo se reduce a las enseñanzas más básicas”.

'Seguiré trabajando hasta que no pueda más. Los artistas no se jubilan'

Abiertamente gay y durante años rodeado de un séquito de amigos célebres, intelectuales, asistentes reconvertidos en amantes y a su vez en ex amantes –su manager es uno de ellos-, su vida hoy en cambio también se reduce a lo esencial. “Me acuesto todas las noches a las 9. Apenas salgo. Me levanto pronto y me meto en el estudio. Allí paso el día. Es donde realmente me apetece estar, trabajando”.

Ha pasado los últimos dos años en Los Ángeles, ciudad que ha sido su segunda casa desde los años sesenta. Sin embargo, antes de esta última etapa pasó ocho años “muy felices” en Reino Unido, de donde se fue precipitadamente tras la trágica muerte de uno de sus asistentes, quien se suicidó bebiendo veneno tras una noche de drogas y alcohol. Aquella muerte le afectó tanto que pasó cuatro meses sin pintar, “el periodo más largo de mi vida”. Una vez superado el trauma, se volvió a sumergir en su obra. “Y seguiré trabajando hasta que no pueda más. Voy a seguir y seguir. Siempre tengo algo que hacer. Los artistas no se jubilan. Me gusta trabajar, ¿hay algo más interesante que hacer?”.

Si estás sordo como una tapia da igual cuánto te grite un fotógrafo para que salgas más guapo en la foto. No le puedes escuchar así que miras con aire despistado al frente, donde una marabunta de cámaras se pelean por sacar la mejor perspectiva de tu cuerpo cansado de 77 años y esperas paciente a que el espectáculo termine. La treintena de reporteros gráficos que luchan por esa imagen parecen estar tan alborotados, como cuando quien posa es una estrella de Hollywood.

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