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Ai Weiwei recrea su detención en 2011 en seis escenas
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EL ARTISTA PASA AL CONTRAATAQUE CONTRA CHINA EN LA BIENAL DE VENECIA

Ai Weiwei recrea su detención en 2011 en seis escenas

No son escenas costumbristas, aunque bien podrían titularse El artista comiendo, El artista durmiendo o El artista paseando. Es lo que representan estas seis maquetas de

Foto: Ai Weiwei recrea su detención en 2011 en seis escenas
Ai Weiwei recrea su detención en 2011 en seis escenas

No son escenas costumbristas, aunque bien podrían titularse El artista comiendo, El artista durmiendo o El artista paseando. Es lo que representan estas seis maquetas de fibra de vidrio a mitad de la escala real. A un artista comiendo, durmiendo y paseando, entre otras actividades igual de banales. A un artista que lo hace en una sombría habitación donde las paredes y el mobiliario han sido acolchados. A uno que lo hace siempre con la compañía constante de dos guardias, hieráticos a su vera sin quitarle un ojo de encima. No son escenas costumbristas ni simbolistas en modo alguno. Ni la reclusión es metafórica ni la precariedad del lugar quiere hablar de abstracción alguna. Y no quieren hablar de costumbres. Son piezas, de hecho, realistas hasta la misma literalidad. Son piezas profundamente políticas.

El 3 de abril de 2011 dos hombres asaltaron al artista chino Ai Weiwei en el aeropuerto de Pekín y no se supo nada más de él. La reverberación que su desaparición alcanzó a escala internacional –incluyendo una enorme leyenda en la fachada de la Tate Modern de Londres que pedía su liberación, por poner solo un  ejemplo– obligó al gobierno de la República Popular a pronunciarse. Weiwei había sido detenido por cometer "delitos económicos", informó la agencia de noticas oficial Xinhua. Y así estuvo durante 89 días, recluido en algún lugar incógnito de la capital, hasta que salió en junio bajo fianza.

Weiwei, que ha calificado el episodio en varias ocasiones como "el peor momento de su vida", no se ha cansado de denunciar desde entonces las detenciones ilegales y las torturas en las cárceles chinas. Las maquetas, que ya han llegado a la Zuecca Project Space en la isla Giudecca de Venecia, son su último modo de hacerlo y, con toda seguridad, el más elocuente de todos. Han sido reconstruidas de memoria, según el artista ha explicado escuetamente al diario The New York Times, con la ayuda de un equipo especializado en escultura en fibra de vidrio que ha estado trabajado durante meses en Pekín. No persiguen un propósito artístico elevado, al menos no si la política no lo es. Solo quiere "que la gente entienda claramente las condiciones" de su detención, dice el artista.

Las escenas, en las que además vemos a Weiwei duchándose, siendo interrogado y sentado en el váter, se podrán contemplar durante la inminente Bienal de Venecia, aunque no forman parte de la agenda oficial. Se expondrán en la antigua iglesia renacentista de la sala aisladas de su hermosura –y de todo, en realidad– por las pesadísimas cajas de hierro en las que han sido transportadas desde china sin que Weiwei, por cierto, haya querido explicar cómo.

"China aún está en una guerra constante, destruyendo la naturaleza del individuo, incluyendo la imaginación de la gente, su curiosidad, sus motivaciones y sus sueños", ha explicado Weiwei al The New York Times. "Las mejores mentes de este Estado han sido malogradas por el control ideológico, que es falso. Incluso la gente que lo está intentando usar como una herramienta para mantener el control o la estabilidad sabe que es algo completamente falso".

S.A.C.R.E.D., que así se titula la colección, acompaña de esta manera el lanzamiento la semana pasada del primer disco de WeiweiLa Divina Comedia, por aquello de pasear por el infierno– y de su primer single, Dumbass. El tema –heavy metal compuesto por Zuoxiao Zuzzou, también disidente, con letras y voz a cargo de Weiwei– habla de su detención en 2011 y nace acompañado de un videoclip firmado por Christopher Doyle y protagonizado por el propio artista conceptual. 

 

El vídeo, de tono satírico y con escenas muy explícitas, narra las condiciones de la detención de Weiwei en unas instalaciones paramilitares pekinesas en 2011. "En realidad es sobre las condiciones", explicó poco después a la prensa. "No va tanto sobre mí. Es sobre cómo el poder del Estado intenta manejar y mantener este tipo de control".

La reclusión, la detención y la vigilancia –tuteladas siempre por un feroz poder político– son un tema constante en la obra del autor desde su encarcelamiento en 2011. En abril del año pasado el artista se encerró en su casa de Pekín y conectó cuatro webcams para crear un Gran Hermano doméstico y que cualquiera, en cualquier parte del mundo, pudiera verle a él –y lo que le ocurriera, claro– en directo. Ni hacía nada singular ni lanzaba ningún mensaje, pero su obra consiguió el efecto deseado: a las pocas horas de empezar la emisión, el Partido Comunista Chino se retrató reaccionando a la performance y cortando el servicio de Internet en el domicilio de Weiwei.

Activista incansable

La relación entre el autor y el régimen chino no ha sido nunca fluida, aunque tampoco tan enconada como hoy. El artista y activista, que durante toda su carrera ha trabajado para la promoción extraoficial del arte chino –dirige la China Art Archives & Warehouse, institución de la que fue cofundador en 1997, y participó activamente en el establecimiento del Beijing East Village, una vanguardia artística que eclosionó en la capital a principios de los 90–, llegó incluso a trabajar como asesor artístico de las autoridades en el diseño y la construcción del Nido de Pájaro, el espectacular estadio olímpico pekinés que acogió las ceremonias de los Juegos Olímpicos de 2008. 

La falta de entendimiento entre Weiwei y el régimen, sin embargo, llegó a su punto de no retorno en 2010. A finales de aquel año el autor se disponía a abandonar el país con destino a Corea del Sur cuando las autoridades le dieron el alto en el aeropuerto. No podía salir de China, dijeron, por razones de seguridad nacional. Weiwei acudió entonces a la prensa extranjera –la única que le presta oído, por otra parte– para denunciar que, como a él, Pekín estaba impidiendo salir del país a cientos de personalidades, sospechosas todas en mayor o menor medida de poder ir a la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo, activista en lucha por los derechos humanos en China. Weiwei, por cierto, ni siquiera había sido invitado.

La reacción  de Pekín no se hizo esperar. En enero de 2011, solo unos días después de las críticas, el Partido Comunista Chino decidió ejecutar la amenaza que pesaba sobre el autor y demoler su estudio en Shanghái alegando, en esta ocasión, irregularidades en su construcción. En aquel momento las fotos del artista entre las ruinas del edificio –a la postre un activo centro cultural y foco, entendió el Partido, de occidentalización– dieron la vuelta al mundo. La relación entre Weiwei y Pekín estaba rota. Poco después el Gobierno procedió a su detención. 

No son escenas costumbristas, aunque bien podrían titularse El artista comiendo, El artista durmiendo o El artista paseando. Es lo que representan estas seis maquetas de fibra de vidrio a mitad de la escala real. A un artista comiendo, durmiendo y paseando, entre otras actividades igual de banales. A un artista que lo hace en una sombría habitación donde las paredes y el mobiliario han sido acolchados. A uno que lo hace siempre con la compañía constante de dos guardias, hieráticos a su vera sin quitarle un ojo de encima. No son escenas costumbristas ni simbolistas en modo alguno. Ni la reclusión es metafórica ni la precariedad del lugar quiere hablar de abstracción alguna. Y no quieren hablar de costumbres. Son piezas, de hecho, realistas hasta la misma literalidad. Son piezas profundamente políticas.