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  1. Economía

Crónica de una muerte anunciada

La industria que no volverá: por qué las políticas de España siguen fracasando

El cierre de las plantas de Nissan y Alcoa se ha confundido con las consecuencias de la crisis del covid, pero la realidad es que es el resultado de la desindustrialización de España desde los ochenta

Humo provocado por las protestas en la fábrica de Nissan de Barcelona. (EFE)

La España de los servicios y la precariedad rememora habitualmente los años en los que la industria era un motor de crecimiento y de creación de empleo de calidad. Pronto entrará en ese recuerdo la fábrica de Nissan en Barcelona si no se evita su cierre. La fábrica de Nissan representa la historia de la industria en España, como escribía Carlos Sánchez en este artículo. En su siglo de vida, vio la primera entrada de Ford en España, la venta y nacionalización durante el franquismo refundada como Motor Ibérica y su posterior privatización a una multinacional durante la Transición y los primeros años de la democracia.

Los años ochenta fueron muy positivos para Nissan en España, con la producción de los modelos Patrol y Vanette. Sin embargo, el cambio de siglo y ‘la Alianza’ de Nissan con Renault cambió para siempre el futuro del fabricante japonés. Las dos empresas se han ido repartiendo el mercado y la producción, con Renault fortaleciéndose en Europa y relegando a Nissan hasta su cierre definitivo.

Ahora, si el gobierno de turno español quiere negociar con una empresa ‘estratégica’ tiene que llamar a Yokohama, París, Berlín o Nueva York. La pérdida de control de las empresas estratégicas está en la base de la desindustrialización de España. La toma de decisión sobre las plantas españolas está fuera y esto ha tenido un impacto fundamental en el cierre de plantas durante las últimas décadas. “Cuando una industria es propiedad de los nativos del país, siempre tiene una tendencia a la permanencia mucho mayor”, explica el catedrático de historia económica, Gabriel Tortella, “Francia nos da un ejemplo todos los días con el control de Renault como industria estratégica”.

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“En los años setenta y ochenta las empresas privatizadas tenían grandes pérdidas”, explica Jordi Catalan, doctor en historia económica de la Universidad de Barcelona, “fue mucho más escandaloso en los noventa, cuando se privatizaron empresas que daban mucho dinero, como Repsol o Endesa”. Esta última es hoy propiedad de la italiana Enel, quien ha rentabilizado la compra de la española con dividendos por la venta de activos. Los sindicatos ya han denunciado este “vaciamiento” de activos de Endesa, pero el futuro de la compañía ya no se juega en Madrid.

Francia nos da un ejemplo todos los días con el control de Renault como industria estratégica

El problema del control de la gran industria española, heredera en su mayoría del Instituto Nacional de Industria (INI), también lo señala el CES (Consejo Económico y Social) en su informe ‘La industria en España: propuestas para su desarrollo’. En total, las grande empresas controladas por capital extranjero aportan en torno a un tercio del valor añadido bruto (VAB) de la industria española. En algunos sectores su participación es mucho mayor, “del orden del 50 por 100, en química y farmacia, y del orden del 75 por 100 en la fabricación de vehículos y otro material de transporte”. Esto evidencia hasta qué punto las fábricas españolas dependen de las decisiones que se toman muy lejos.

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El dragón asiático

En 2001, tras 15 años de intensas negociaciones y trabajos de la diplomacia, China consiguió ser aceptada en la Organización Mundial del Comercio. El negociador chino, Long Yongtu prometió entonces que la entrada del país generaría enormes oportunidades para el resto de socios, ya que “el gran potencial del mercado chino se transformará gradualmente en poder adquisitivo y nosotros ofrecemos un inmenso mercado abierto a todos los países del mundo”. Desde entonces han pasado dos décadas y la transición de China no ha tenido nada que ver con lo prometido entonces.

Uno de los economistas españoles que mejor conoce el comercio mundial es además eurodiputado de Ciudadanos, Luis Garicano. En una entrevista reciente con este periódico explicaba así la situación de China: “Mi opinión es que hemos cometido un error grave con China. Pensábamos que a medida que se fueran enriqueciendo irían adquiriendo derechos los trabajadores, irían hacia la democracia y hacia el respeto a las reglas. Esto no ha sucedido. China cada vez es menos democrática y respeta menos las reglas. Europa está vendida, porque hay muchos países que necesitan inversión y están dispuestos a hacer lo que sea para conseguirla. Lo que hay que hacer es una Organización Mundial del Comercio 2.0. Nos equivocamos al aceptarlos la primera vez. Vamos a poner las reglas del juego claras, y quien quiera estar, tiene que aceptar estas nuevas reglas".

Nos equivocamos al aceptar a China la primera vez. Hay que hacer es una OMC 2.0

China no ha pasado a ser una economía de mercado, y su demanda interna no ha disparado las exportaciones del resto del mundo. Sin embargo, su entrada en la OMC aceleró la deslocalización de la industria hacia Asia. Y los países más vulnerables fueron justo aquellos en los que la industria era de bajo nivel tecnológico. España fue una de sus víctimas.

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La historia de la industria textil española se remonta a siglos antes de la fundación de Zara, pero ninguna empresa española como la de Amancio Ortega ha conseguido un crecimiento tan vertiginoso. Con el cambio de siglo y la entrada de China en la OMC, Inditex y otros productores textiles empezaron a cerrar centros de producción en España para abrirlos al otro lado del mundo. Según las cifras de Inditex, un 25% de sus fábricas están en China, mientras que en España queda menos del 6%.

Los costes laborales de China barrieron la competencia de todos los países que en esa época producían barato para exportar a sus vecinos más desarrollados. Y, como las condiciones salariales en el país siguen sin mejorar, competir contra el dragón asiático en precio es imposible. A la competencia de China se le ha unido, en las dos últimas décadas, la incorporación de los países del este a la Unión Europea, lo que les da acceso al mercado único sus divisas nacionales más débiles y costes laborales unitarios mucho más bajos.

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Para la industria española, competir en costes laborales es una sentencia a muerte. Esa opción ya no volverá a ser tal. "El proceso de desindustrialización ha sido común a todos los países desarrollados porque es intensiva en mano de obra, lo que hace ser muy dependiente del precio del trabajo", explica Tortella. No solo eso, los países, a medida que se desarrollan, van demandando más servicios, lo que resta peso a los bienes manufacturados. La única opción para competir frente a China es producir bienes complementarios dedicados a la exportación. “Los países que han conseguido mantener una industria fuerte son los que han encontrado una complementariedad con China”, explica Raymond Torres, director de Coyuntura y Análisis Internacional de Funcas, “por ejemplo, la producción de bienes de equipo de alta tecnología, material de precisión,... sectores que en China tienen un desarrollo más complicado”.

Yes, we can

En el año 1976 nació en Vitoria el Grupo Auxiliar Metalúrgico. Se trataba de una pequeña empresa situada en uno de los polígonos industriales de la capital vasca y se dedicaba a la innovación del sector metalúrgico para apoyar a otros proyectos emprendedores. Sus fundadores fueron dos jóvenes empresarios hoy millonarios, Juan Luis Arregui y Joseba Mikel Grajales. La empresa apostó desde el primer momento por nuevos sectores de negocio, entre los que se encontraba el eólico.

Para entrar en el mundo de los aerogeneradores, la empresa, ya rebautizada como Gamesa, alcanzó un acuerdo de colaboración con la danesa Vestas para adquirir la tecnología necesaria. En 1995 instaló su primer parque eólico en Navarra y rápidamente se situó como una de las empresas punteras del sector a nivel mundial. Su apuesta decidida por nuevos nichos de mercado y su alianza con el líder del momento, fructificó hasta el punto de convertir a Gamesa en una de las principales multinacionales españolas. Muy recordada es la visita que hizo a su fábrica de Filadelfia el expresidente Barack Obama durante la campaña electoral de 2011.

Obama en su visita a la fábrica de Gamesa en Filadelfia. (EFE)

El gigante español demostró que una gestión profesional y una apuesta decidida por la tecnología pueden situar a una pyme en los primeros puestos de la industria global en unas décadas. El problema es que la empresa vasca ha sido una ‘rara avis’ dentro del tejido industrial español. La única coincidencia con otras grandes industrias españolas es que también ha acabado en manos extranjeras, bajo el control de la alemana Siemens.

La industria española está plagada de pymes y este es un grave problema, ya que su gestión no es profesional, su inversión es nula y su competitividad se centra en el precio, no en la innovación. El CES lo explica perfectamente: “Atendiendo al número de asalariados, un 96,9 por 100 de las empresas industriales activas en el DIRCE de 2018 tenía menos de 200 trabajadores, es decir, eran pymes, siendo la mayoría (el 83,4% del total) micropymes con menos de 10 ocupados y, dentro de ellas, una parte considerable (el 33,7%) sin asalariados”.

La reindustrialización de España solo puede venir de la mano de una concentración del mercado que aumente el porcentaje de empresas medianas y grandes innovadoras y con una gestión profesional. Sin embargo, la realidad de la política española dificulta gravemente cualquier avance. Dos son las causas principales.

En primer lugar, la proliferación de la regulación autonómica, que fragmenta cada vez más el mercado y genera un incentivo a la aparición de pequeñas empresas especializadas en cada territorio. Según un estudio reciente de Juan S. Mora-Sanguinetti y Ricardo Pérez-Valls publicado por el Banco de España, muestra que “el volumen total de producción normativa de España se ha multiplicado por cuatro desde finales de los años setenta, hasta alcanzar las 11.737 normas en 2018", este exceso de regulación “generaría un incentivo para las pequeñas empresas para entrar en mercados locales y extraer rentas de la especialización en las normativas específicas”.

El exceso de regulación generaría un incentivo para las pequeñas empresas para entrar en mercados locales

El segundo motivo es la tendencia de los últimos años de proteger a las pymes con rebajas de impuestos y ayudas que crean barreras al crecimiento. Las políticas públicas destinadas a fomentar la consolidación empresarial y a incentivar el crecimiento con incentivos fiscales o ayuda a la financiación han demostrado ser mucho más exitosas que las dirigidas a que las pymes no crezcan. Sin embargo, las políticas aplicadas en España se orientan justo en esta dirección.

La abundancia de pymes y la mala orientación de las políticas industriales explican el bajo nivel de inversión de las empresas españolas, imprescindible para competir en el siglo XXI. Según la Encuesta de Innovación en las Empresas que elabora anualmente el INE, sólo el 14,4% del tejido productivo español es innovador y entre las pymes, ese porcentaje cae al 13,7%, mientras que entre las empresas grandes, el 40% son innovadoras. “El escaso peso del gasto en I+D empresarial sigue siendo una de las principales debilidades estructurales del sistema de I+D+i español en términos comparados”, señala el CES en su informe.

“En España se ha invertido poco en investigación, los tipos de productos en los que se ha especializado han sido productos de gama más baja y su mano de obra ha estado menos cualificada”, lamenta Catalan.

Al final de la cadena

En el año 2018 estalló la guerra comercial entre Estados Unidos y China y provocó una repentina reversión del comercio que afectó a todo el mundo. También España atravesó dos años delicados. La exportación de bienes sufrió su primera caída desde el año 2012 y se mantuvo en tasas negativas durante medio año. Los analistas temían que esta caída de las exportaciones lastrara el crecimiento, pero no fue así, porque las importaciones registraron un descenso mayor.

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Este dato reveló que el sector que realiza más importaciones es justo el exportador. Las fábricas adquieren suministros en las cadenas globales de valor, los ensamblan en España y los colocan posteriormente en los mercados internacionales. Eso significa que la industria nacional se encuentra en la última fase de la cadena de producción y esta posición es muy relevante.

El principal valor añadido de la industria se encuentra en las fases iniciales, donde se fabrican los componentes. Por el contrario, el ensamblaje de productos intermedios apenas incorpora valor añadido. Y eso es justo lo que hace España. “La economía española estaría integrada en las cadenas globales de valor, principalmente importando bienes intermedios que posteriormente utiliza en la producción de exportaciones, lo que implica su ubicación en la parte final de la cadena, y sitúa las exportaciones cercanas al bien o servicio final, con un menor valor añadido”, explica el CES en su estudio. Y continúa: “En 2015, el 68% del valor añadido las exportaciones brutas era doméstico, lo que supone el menor porcentaje de los países analizados, donde destacan Reino Unido y Alemania, con valores próximos al 75%”.

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Este tipo de industria exportadora no solo aporta menor valor añadido, sino que “tiende a reducir el efecto arrastre”, explica el CES. Si la industria del ensamblaje tuviera proveedores domésticos, entonces, sus ventas tirarían de este sector. Los bienes de equipo, que se utilizan en las cadenas de producción, son los productos con mayor tracción sobre el resto de la economía.

¿Nacionalizaciones?

En los años sesenta Seat llegó a ser la joya de la corona de la industria española. La empresa consiguió llevar el automóvil a todos los rincones del país gracias a modelos como el 127, lo que supuso una gran modernización para todo el territorio nacional. No solo eso, Seat también contribuyó a crear una industria auxiliar de productos intermedios, ya que estaba “obligada a utilizar un 90% de componentes nacionales”, explica Catalan, lo que generó “un gran impacto sobre todo el tejido productivo“.

En 1972 se permitió la vuelta de Ford a España con un “traje a medida”, señala Catalan, ya que podía fabricar automóviles con casi la mitad de los componentes importados, que eran mucho más baratos. “Lo que hicieron fue modernizar el 127 y lanzaron el Ford Fiesta, un modelo mejor y más barato”. Inmediatamente Seat entró en graves pérdidas por la competencia desleal. Tras más de una década de números rojos, el Gobierno de Felipe González privatizó definitivamente la empresa con su venta al Grupo Volkswagen, con un acuerdo cerrado en diciembre de 1985, justo antes de la entrada de España en la Unión Europea.

“Se saneó la empresa con fondos públicos y se hizo un auténtico regalo”, lamenta Catalan. La privatización debería servir para mejorar la eficiencia de la empresa, pero su gran golpe de éxito ocurrió justo antes, cuando Seat diseñó su modelo más exitoso: el Ibiza. “Ha sido el modelo que ha aguantado a la marca hasta bien entrado el siglo XX, y se diseñó antes de ser vendida”.

En España caló mucho la idea de que la mejor política industrial es la que no existe

La cuestión de las nacionalizaciones de empresas es muy delicada por los grandes incentivos que existen de hacer política con esos activos sacrificando cualquier eficiencia. También fomentan el establecimiento de aranceles que lastran la competitividad del resto de sectores. Sin embargo, las últimas décadas han demostrado que un repliegue total del sector público de la industria tampoco ha conducido a una mejora de los resultados. “En España caló mucho la idea de que la mejor política industrial es la que no existe y desarrollamos una alergia a las ayudas directas”, explica Raymond Torres. En su opinión, “Esta lectura tiene un trasfondo histórico de los años de la autarquía, cuando existía una industria con muchas subvenciones y muy poco competitiva. Y también está auspiciado por las políticas de la OCDE que pedían reducir la intervención del sector público”, señala el investigador de Funcas.

La retirada total del sector público le hace un flaco favor a la industria. Al contrario, ayudas bien diseñadas y que generen los incentivos adecuados a la iniciativa privada pueden resultar muy exitosos. “En Corea del Sur las empresas mantienen una competitividad muy elevada y reciben muchas ayudas públicas”, explica Torres. No hace falta nacionalizar para que el sector público haga de trampolín para la inversión privada.

Las políticas de innovación en España están dirigidas principalmente a financiar a empresas, normalmente grandes y solventes

En España, las ayudas desde el sector público han sido escasas y, además, han tenido un diseño muy deficiente. Algunas grandes empresas acaparan la mayor parte de las ayudas públicas, que son justo quienes no necesitarían esa ayuda para invertir. El CES lo explica así: “Las políticas de innovación en España están dirigidas principalmente a financiar a empresas, normalmente grandes y solventes, sin una definición clara de objetivos y prioridades tecnológicas, ni garantías de que aquello que se trata de apoyar no se realice igualmente sin ayuda”. Es el caso de las exenciones fiscales por inversión a las aerolíneas que adquieren nuevos aviones: la empresa tendrá que invertir en aeronaves igualmente, y esa ayuda no habrá fomentado la inversión, pero sí agravará el déficit público.

Europa y particularmente España se han quedado atrás en la innovación tecnológica respecto a Estados Unidos y China. Sin embargo, cuentan con una importante ventaja competitiva que puede ser la base de la reindustrialización: la transición ecológica. Los principales competidores globales no han entrado en esta carrera y Europa cuenta con la concienciación social, que significa demanda de productos y de políticas. Gamesa demostró que las renovables ofrecen un nicho de mercado no explotado por otras potencias y que puede convertirse en la gran aportación de la industria europea. Es una opción, pero es justo lo que necesita España ahora, ideas.

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