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Por qué encontrar guardería sigue siendo una jungla si cada vez nacen menos niños
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LA EDUCACIÓN DE 0 A 3 EN ESPAÑA

Por qué encontrar guardería sigue siendo una jungla si cada vez nacen menos niños

Como cada año, miles de nuevos padres y madres se lanzan a escolarizar por primera vez a sus hijos. La demografía sugiere que debería ser más sencillo que hace 20 años... pero no

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Es el día de puertas abiertas en la escuela infantil La Bola de Cristal, una de las últimas que el Ayuntamiento de Madrid abrió, hace apenas tres años. Unos 40 padres y madres —por la pandemia, solo se permite uno por familia— se agrupan en torno a Isabel, la directora del centro. Algunos vienen con sus vástagos, otros no, y no pocas mujeres acuden embarazadas, en algunos casos con barrigas aún no muy explícitas.

Pronto, la directora comienza a explicar todo lo necesario sobre cómo son los horarios, el calendario escolar o la filosofía de la escuela en cuanto a alimentación o actividades. Los asistentes, sin embargo, parecen mucho más preocupados por otro asunto, no menos importante: ¿tienen posibilidades de matricular ahí a sus hijos?

Por poner en contexto su situación, este año habrá en la capital 8.507 plazas en las 71 escuelas infantiles públicas. Aunque no hay cifras detalladas, es posible hacer una estimación: cada año nacen en la Comunidad de Madrid alrededor de 50.000 niños y aproximadamente la mitad reside en Madrid. La población de cero a tres años esperando entrar a una de estas ‘escuelitas’ en cualquier momento puede rondar las 75.000 criaturitas.

Que sea semigratuita —solo se paga una cantidad por horarios extendidos o comidas extra— es el principal aliciente, pero no el único que lleva a los padres y madres a querer matricularlos aquí. Cuentan con garantías sobre la adecuada formación de los educadores de las que a menudo las alternativas privadas no pueden presumir.

placeholder Escuela concertada de Infantil y Primaria Casa do Neno, en Santiago de Compostela. (EFE/Xoán Rey)
Escuela concertada de Infantil y Primaria Casa do Neno, en Santiago de Compostela. (EFE/Xoán Rey)

Llega el turno de preguntas. Un padre levanta la mano y pregunta directamente por la tasa de admisión. “El año pasado tuvimos unas 80 solicitudes para veintitantas plazas”, responde la directora. Por detrás, un joven, alto y pelirrojo, musita “un 30%” y acto seguido levanta la mano. "¿En cuántos puntos se quedó el corte?".

El cálculo de puntos por distancia al domicilio, por situación laboral, por discapacidad o por tener hermanos o hermanas ya en la escuela es un quebradero de cabeza habitual para padres primerizos. A veces se une otro más urgente: cuándo nacerá el bebé. En Madrid especialmente, el número de nuevos progenitores que carecen de una estructura familiar cercana ha aumentado en las últimas décadas, por lo que estos centros son esenciales. Los niños son admitidos desde las 16 semanas, justo cuando se cumple el periodo de baja por maternidad, pero antes deben conseguir la plaza.

"La fecha para este año es antes del 31 de agosto, ¿verdad?", dice una futura madre. "No, 31 de julio, este año ha cambiado: agosto era el año pasado", responde la directora del centro, lo que provoca en la mujer embarazada una súbita mueca de seriedad. Veremos a ver si llega.

La gran paradoja es que sea tan difícil obtener plaza cuando el número de niños nacidos en la comunidad lleva décadas cayendo

Cuando se cierre el plazo y se anuncien los ‘ganadores’, para la mayor parte de los asistentes no quedará otra opción que recurrir a una escuela infantil privada, para las cuales el ayuntamiento o la comunidad ofrecen ayudas económicas de 100 a 350 euros en función de la renta. La gran paradoja es que sea tan difícil conseguir plaza en la escuela infantil pública cuando la cantidad de niños nacidos en la Comunidad de Madrid lleva años cayendo en picado. En 2017 eran 60.000, hace 10 años 70.000 y en 2008 casi 80.000 nacimientos según el INE.

Mi reino por una plaza

Situaciones como esta se están repitiendo estos días en todos los rincones de España, con miles de padres nerviosos ante la incertidumbre de si encontrarán plaza o no, con todo lo que ello conlleva en cuanto a horarios, organización, trabajo y posibilidades. La lógica parecería indicar que si cada vez hay más plazas y nacen menos niños, debería ser fácil hacerse un hueco. Pero basta con echar un vistazo a un dato contundente para darse cuenta de lo que ha ocurrido: si en 1991 el número de niños en primer ciclo (de cero a tres años) era de un 3,3%, el pasado año era de un 36%. En los últimos 10 años, el porcentaje se ha doblado.

Una evolución que refleja cambios más profundos en la sociedad española. “Por una parte se ha constatado que es una etapa relevante a nivel educativo entre los niños y niñas”, recuerda Álvaro Ferrer, responsable de Equidad Educativa de Save the Children, organización que ha publicado uno de los análisis más detallados sobre el tema, titulado ‘Donde todo empieza’. “Por otra, se ha producido una incorporación cada vez más generalizada de las mujeres al mercado del trabajo y la naturaleza de la familia ha cambiado, hay una faceta clara de conciliación”.

“El número de estudiantes matriculados es muy inferior al deseo y la demanda”

Por mucho que cada vez se ponga más de manifiesto la importancia educativa de este periodo (la OCDE, por ejemplo, recuerda que el número de años en Educación Infantil influye enormemente en los resultados posteriores), la Educación Infantil sigue teniendo un gran peso asistencial. De conseguir plaza o no depende que el padre o la madre (generalmente esta) pueda trabajar fuera de casa, que tengan que destinar más o menos dinero o que haya que recurrir a los abuelos.

“La educación 0-3 cubre varios objetivos a la vez: además del bienestar infantil, hay muchos estudios de los efectos positivos en rendimiento, socialización y bienestar, pero también en igualdad de género”, recuerda Cristina Castellanos, profesora de Economía Aplicada de la UNED y autora de uno de los diagnósticos sobre la etapa más concienzudos. Como añade, la preferencia por la Educación Infantil ha aumentado, “pero la sensación es que o no hay plazas o son muy caras. El número de estudiantes matriculados es muy inferior al deseo y la demanda”. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, el año pasado nueve de cada 10 familias se quedaron sin plazas en el sector público.

Este año, el Gobierno español ha realizado uno de los mayores esfuerzos de inversión de su historia: 660 millones de euros con el objetivo de abrir 64.000 nuevas plazas por toda España. Sin embargo, por ahora, es difícil conocer el impacto inmediato de la medida. El Confidencial se ha puesto en contacto con las 17 comunidades autónomas y la mayoría no han sido capaces de ofrecer datos concretos sobre las plazas disponibles: la tendencia apunta a la pérdida de plazas en segundo ciclo (como ocurre en Cataluña o Cantabria) y un pequeño aumento en el primer ciclo.

Debido a que gran parte de las escuelas están gestionadas por ayuntamientos, los datos son por lo general de mala calidad, muestra, según los expertos, de la poca importancia que se le ha dado a la Educación Infantil.

Las cuentas siguen sin salir

De lo que hay poca duda es de que falta mucho camino por recorrer. Simplemente, no hay oferta suficiente para toda la demanda. Saquemos la calculadora: en el informe de Save the Children publicado en 2019, se calculaba que harían falta alrededor de 394.000 plazas más para obtener la universalidad. “Suficiente no es”, valora Ferrer. “64.000 plazas no van a llevarnos a la universalidad, aunque sean un aumento importante”.

“En todas las públicas, el horario es de 9:00 a 17:00, así que le llevaremos a la privada”

Castellanos también considera que se queda muy corto si el objetivo es alcanzar la cobertura universal dentro de ocho años, como ha prometido el Gobierno, y critica la ausencia de un plan claro de transición hacia ese modelo. Ya en 2008, la promesa del PSOE era crear 300.000 plazas más, pero la crisis fue un paso atrás en la expansión del sistema: fue uno de los aspectos en los que empezaron a recortar los ayuntamientos.

No se trata solo de cantidad, sino también de a quién llegan esas plazas, ya que la accesibilidad es muy desigual según renta y región. Es lo que ocurre con los famosos criterios de acceso, los 'puntos', que hace que los padres se pongan a hacer malabarismos con la calculadora. En muchas comunidades, se dan más puntos en el caso de que el padre y la madre trabajen, lo que da lugar a círculos viciosos: los padres que no trabajan no pueden dejar a sus hijos en la escuela para poder trabajar. Para Ferrer, uno de los problemas es que los sistemas vigentes favorecen a las familias menos vulnerables. Por ejemplo, un 31% de madres con ESO accede a la Educación Infantil para sus hijos frente a un 51% de universitarias.

En Suecia hay escuelas abiertas las 24 horas: “No se trata de aparcar los bebés”

Más allá de la cobertura, recuerda Castellanos, se encuentra el problema de los horarios de las escuelas, que son muy limitados. Como se queja un padre, “en todas las escuelas de la pública el horario es de nueve a cinco, así que tenemos que llevarle a la privada”. Horarios de clase media y de oficina. Mientras tanto, en algunas regiones de Suecia, uno de los países de referencia, algunas escuelas abren 24 horas para adaptarse a los horarios de las familias.

“Eso en España es inimaginable y solo plantearlo provoca grandes críticas”, recuerda Castellanos. “Te dicen que es aparcar a los bebés, pero no se trata de eso, en España las jornadas laborales deberían estar mucho más comprimidas”. La principal diferencia entre públicas y privadas en muchos casos es precisamente esa, que las privadas se abren durante más horas o tienen horarios más flexibles, lo que provoca que muchos padres se decanten directamente por ellas sin ni siquiera intentarlo en las públicas.

En su trabajo, la economista realizó un cálculo sobre cuál sería la tasa de cobertura ideal: un 72%, es decir, 898.903 niños (el pasado curso fue del 36%). La necesidad de esta clase de educación está relacionada de manera íntima con otras medidas políticas, recuerda, como los permisos de paternidad, que tal y como están establecidos hoy, fomentan que se tomen de manera simultánea, cuando un sistema en el que fuesen sucesivos permitiría ahorrar una gran cantidad de dinero.

Un negocio dudoso

Esta situación agudiza el miedo de los padres, que están dispuestos a hacer lo que haga falta para garantizar una plaza para sus hijos. Por ejemplo, pagar una de esas prematrículas no reembolsables que piden algunos centros para poder optar a una plaza. “Aquí en marzo hay que hacer la preinscripción, y las privadas abren el plazo unos meses antes, de tal manera que si no te quieres quedar sin plaza te tienes que apuntar, porque las privadas se llenan”, explica una madre navarra. “En nuestro caso, tuvimos que pagar 150 euros a principios de enero, y así teníamos la plaza garantizada”.

“Aquí hay golpes para entrar en la concertada porque nadie quiere ir a la pública”

Un negocio polémico que apenas está controlado por parte de las administraciones, a pesar de que se trata de una importante barrera de entrada. En los centros privados, el precio de una plaza puede rondar entre los 300 y los 500 euros al mes, un porcentaje importante del sueldo de los padres. “Incluso para una persona que gana 1.500 es mucho dinero, no digamos para los que ganan menos”, recuerda la economista. Los precios son más altos que en otros países de nuestro entorno, añade, alrededor de un tercio del sueldo en España, “mientras que en Suecia oscilan entre el 1 o el 2%”.

Entre el pasado año y principios de este, sin embargo, la Federación Nacional de Centros de Educación Infantil (Fenacein) ha organizado varias protestas para pedir la “subsistencia” de los centros privados. Según su razonamiento, no tiene sentido que el Gobierno favorezca la creación de más plazas si hay alrededor de “120.000 plazas libres en el sistema privado”, según sus datos.

Hay una diferencia de hasta un año y medio en la edad media a la que entran los niños en el sistema educativo entre comunidades

Puede parecer paradójico que haya tantos huecos sin ocupar si la sensación que tienen los padres es la contraria, pero para entenderlo, resulta útil conocer el caso de Andalucía, donde, como explica Ferrer, el sistema de subvenciones directas ha provocado que las escuelas infantiles se puedan instalar donde quieran. Estas terminan abriéndose en las mismas zonas de mayor nivel socioeconómico mientras que otras más pobres, como Cádiz, siguen teniendo porcentajes muy bajos de escolarización en primer ciclo. “Ellos dicen que sobran plazas, pero es que la gente no se va a cambiar de provincia para llevar a su hijo a una escuela infantil”, recuerda. “Es un modelo con fallos importantes de planificación” que, por otra parte, ha favorecido unos altos niveles de escolarización.

placeholder Vista de una guardería en Gwangju, Corea del Sur. (EFE/Yonhap)
Vista de una guardería en Gwangju, Corea del Sur. (EFE/Yonhap)

En Extremadura, por ejemplo, muchos centros disponen de plazas vacantes al ser rurales. Son, como explica su consejería, una de las comunidades con una menor ratio. Es una lógica semejante, añade Castellanos, a lo que ocurre con el mercado de trabajo, donde siempre hay miles de personas en paro y miles de puestos sin cubrir; uno de los problemas de la accesibilidad a la Educación Infantil es una simple cuestión de visibilidad, es decir, saber que tienes un centro cerca donde puedes llevar a tu hijo. Por otra parte, los docentes del primer ciclo de Educación Infantil son los peor pagados, más precarios y con menor reconocimiento.

Un país, mucho sistemas

No es lo mismo tener un hijo en una de las comunidades donde más extendida está la Educación Infantil, como País Vasco, Madrid, Galicia o Andalucía, o tenerlo allí donde el nivel es menor, como Castilla y León, Murcia o Canarias. Hay una diferencia de hasta un año y medio en la edad media a la que entran los niños en el sistema educativo entre unas comunidades y otras. Se trata de apuestas históricas: Euskadi y Madrid, por ejemplo, apostaron por la construcción de escuelas públicas infantiles a mediados de los años noventa.

País Vasco, de hecho, ha sido la primera en conseguir una escolarización casi total a los dos años, y de un 52,8% en los de entre 0-2 gracias al Consorcio Haurreskolak, que ha coordinado administraciones autonómicas y municipales. “Han hecho las cosas bien, tienen el nivel de escolarización más alto del Estado y han tratado de manera interesante la flexibilidad, con distintas ofertas de horarios que se adaptan a la necesidad del entorno”, recuerda Ferrer.

Pero el verdadero oasis de la Educación Infantil se encuentra en Menorca, donde en 2019 tenían una tasa de escolarización de un 74,5% en 0-3, un 69% del cual era en centros públicos, gracias al programa de 'escoletas'. La gran diferencia ha sido su capacidad de planificación gracias al mapa educativo generado y revisado por iniciativa del Consejo Insular, que tomó nota de los datos, planificó según las necesidades de cada municipio, midió los recursos humanos y los económicos y se puso en marcha para convertirse en una referencia a nivel nacional.

Si le entran sudores fríos pensando dónde va a meter a su recién nacido, quizá la isla Pitiusa no sea mala opción, si se lo puede permitir. O quizá no debería preocuparse tanto. Como recuerda Ferrer, la obsesión por la educación de los hijos es propia de las clases medias y altas, cuando en realidad, a las que más afecta es a las bajas. “Cada vez vemos más que si [un niño] tiene buen nivel en casa no es tan relevante que vaya a la escuela infantil”, concluye. “Los que más se están preocupando no son los que más se tienen que preocupar, porque es fundamentalmente un problema para las bajas, se está generando una psicosis que no está justificada”.

De ahí la obsesión por la gratuidad que, a su juicio, no es tan importante, ya que favorece a esas clases medias. “A lo mejor no es viable gratuidad y universalidad al mismo tiempo”, se pregunta; en muchas regiones, los padres pagan en función de su renta (como en Andalucía o Valencia), pero cada vez son más los partidos que prometen la gratuidad de la Educación Infantil, como Esquerra en Cataluña, el PP en Andalucía o el PSOE en Valencia. “Todo tiene un coste: o te gastas el dinero en hacerlo gratuito o amplías plazas y mejoras la calidad”. La gran pregunta es ¿qué queremos si no se puede tener todo?

Es el día de puertas abiertas en la escuela infantil La Bola de Cristal, una de las últimas que el Ayuntamiento de Madrid abrió, hace apenas tres años. Unos 40 padres y madres —por la pandemia, solo se permite uno por familia— se agrupan en torno a Isabel, la directora del centro. Algunos vienen con sus vástagos, otros no, y no pocas mujeres acuden embarazadas, en algunos casos con barrigas aún no muy explícitas.

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