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Unamuno en Fuerteventura: el exilio perfecto
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el hombre sabio llega a la isla

Unamuno en Fuerteventura: el exilio perfecto

Un día 10 de marzo del año 1924 el escritor fue obligado a cambiar su residencia en Salamanca por una menos confortable en Fuerteventura

Foto: Fotografía de Miguel de Unamuno en 1925. (Agencia Meurisse)
Fotografía de Miguel de Unamuno en 1925. (Agencia Meurisse)

"Solo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe"

Miguel de Unamuno.

Una brisa suave y permanente, a veces procedente del barlovento atlántico, otras de los suelos africanos, empuja los pequeños guijarros de las playas de arena negra o dorada, según localización en la isla. Los pescadores y mariscadores majoreros observan hasta el mínimo detalle del mar. La frecuencia de ruptura de las olas, las nubes del crepúsculo, las mareas vivas, si hay rizos en ellas, como está de limpio el cielo estrellado nocturno, etc. Son muy hábiles y sus conversaciones muy instructivas para los “paganos”; estos hombres de mar son los cronistas de las verdades que se nos escapan al común de los mortales; los consumidores vemos un pez en el plato y ya está, solo calificamos el sabor o la textura, pero hay mucho más antes o detrás. Unamuno lo sabía, hablaba con ellos todos los días; se instruía en un arte que requiere enorme sabiduría y paciencia.

Una España refractaria a la inteligencia había desplazado al que probablemente fuera el hombre más formado del país a un destierro en Fuerteventura en el año 1924. El golpista Primo de Rivera era la diana del sabio vasco, de cuyo uniformado, era azote impenitente. En medio de un paisaje desolado, el rector de la Universidad de Salamanca pareció encontrarse a sí mismo.

Una España refractaria a la inteligencia había desplazado al que probablemente fuera el hombre más formado del país a un destierro en Fuerteventura en el año 1924

En la limitada inmensidad de la isla coronada por las orlas de docenas de volcanes extintos, el cielo estrellado parecía un océano y el tiempo estático que gravitaba sobre los 27.000.0000 de años de antigüedad de aquel promontorio de lava volcánica petrificada, emergida del océano, olía a eternidad. Además, estaba el imponente silencio, las dunas enormes, la gente sencilla; era la España atávica en su oscuro esplendor. Era Fuerteventura una isla de pistas, sin carreteras, con pequeñas pedanías disueltas entre la nada. Camellos, perros de presa bardinos y la omnipresente presencia de taimados mininos en labores estáticas de contemplación, eran el sello de la casa; la rúbrica de la identidad majorera.

Nunca se podrá decir del bilbaíno Unamuno que era dado al conflicto, pero madera correosa sí que tenía y pelos en la lengua pocos; frente al poder no se callaba, su autoridad intelectual y moral en aquellos tiempos era indiscutible. El monarca Alfonso XIII y el dictador Primo de Rivera recibían varapalos epistolares desde todos los ángulos; unas veces de forma pausada e irónica, otras en forma de granizada.

placeholder Fuerteventura. (iStock)
Fuerteventura. (iStock)

Tal que un día 10 de marzo del año 1924, veinte días después de que una real ordenanza le obligara a cambiar su residencia en Salamanca por una menos confortable en Fuerteventura; una mujer desconsolada, su esposa Conchita, junto a doscientos alumnos huérfanos de su referencia, le despedían en medio de una ventisca premonitoria.

Su llegada a la isla de la serenidad deja un poco estupefactos a los lugareños. La Guardia Civil no tiene ordenes de complicarle la vida y el vasco desempolva sus genitales en la azotea del modesto hotel de Puerto del Rosario, en aquel momento Puerto Cabras. Lo de las cabras tiene su aquel porque en la isla hay el doble de población caprina que majorera – turistas aparte–. Unamuno queda prendado del gofio con miel, de los quesos ahumados y de la enorme variedad de pescados de roca que tiene la isla. La primera impresión de desolación queda disipada ante la hospitalidad de los locales. Todos coinciden en que un hombre sabio ha venido a visitarlos y el se enamora de la nobleza de los majoreros. No en vano Fuerteventura es un enorme sanatorio en el que cualquier alma turbada se recupera instantáneamente.

Todos coinciden en que un hombre sabio ha venido a visitarlos y el se enamora de la nobleza de los majoreros

Con el tiempo su amistad con los pescadores crece; se sube en sus chalanas, pesca bocinegros, meros, ayuda con las nasas; pero le duele la pobreza de estas gentes. No tienen agua, la del mar la desalinizan con lonas sobre estacas; hay pocos pozos, aquello es un erial. Entre sus actos cotidianos se da una fértil relación epistolar con sus amigos de todo el mundo. Su correspondencia es controlada abriéndola con vapor, pero no así con sus hábiles pizzos que escamotea y entrega a sus contactos para ser enviados a la península. Mantiene constante contacto con su amigo Henry Dumay director de Le Quotidien. Primo de Rivera, un militar culto en un colectivo muy limitado, lo sabe y aunque no hay un mutuo aprecio, le deja hacer.

Hacia 1930 la fuerte presión internacional amplificada por la prensa libre allende los Pirineos, fuerza una amnistía para el filósofo. Disfrazado de majorero, sin equipaje ni sombrero y con la indumentaria típica de los isleños; se embarca en un vapor dirección a Francia. En Paris es recibido como una figura de primera línea. El poeta Rainer Maria Rilke lo presenta en sociedad y acude a todas las tertulias de relumbrón como invitado especial. Él, Unamuno, habla además de un castellano de orfebrería, francés e inglés; el euzkera lo reserva para la amatxo.

Hombre amante del silencio que vive con intensidad su alambicada mente, se aleja de la vida parisina y acaba alojándose durante cinco largos años en la limítrofe Hendaya. Es en 1930 con la caída del régimen de Primo de Rivera (que curiosamente se exilia también en Paris) a su vuelta a Salamanca, entra en la ciudad en un baño de multitudes; la bienvenida es apoteósica.

Su debilidad fue siempre su carácter de armas tomar, carácter que le granjeó simultáneamente una enorme admiración como intelectual, pero pocos amigos

Su debilidad fue siempre su carácter de armas tomar, carácter que le granjeó simultáneamente una enorme admiración como intelectual, pero pocos amigos. Pío Baroja decía de él que en las distancias cortas era insoportable; y no es que fuera un narciso, no; el problema de Unamuno residía nítidamente en que decía lo que pensaba en aquellos tiempos oscuros.

Tras una deriva que como cristiano convencido le acercaba a los sublevados, la visión de las masacres cometidas por los estos en la provincia de Salamanca le abrió los ojos a una realidad imparable, tal que era que el fascismo había venido para quedarse y que los augurios apuntaban a que estos iban a durar una eternidad. Como bien definió este inclasificable erudito; "el maridaje de la mentalidad de cuartel con la de sacristía" harían estragos.

Y así fue, la noche más oscura de nuestra historia cayó como un manto invisible sobre nuestro país asfixiando la luz y el progreso.

"Solo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe"

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