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Tamasite, una batalla surrealista en un rincón de Fuerteventura
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Tamasite, una batalla surrealista en un rincón de Fuerteventura

No hay que esmerarse mucho para vapulear británicos. Cuando, felices y contentos por el esforzado desempeño de su hazaña, iban de vuelta hacia la nave nodriza, los majoreros los esperaban

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Estamos dispuestos a prescindir de lo esencial, pero lo superfluo… Que no nos lo toque nadie.

El Roto.

Fuerteventura es una isla mágica cuyo cielo por la noche está configurado por una avasalladora miríada de estrellas de fácil visibilidad, que asombra la inmensidad a cualquier minúsculo espectador. Esto nos hace reflexionar sobre lo lejos que estamos de la verdad, sea cual sea esta; estrellas que saturan el firmamento en una sensación de primavera permanente que, en la práctica, es el patrón climático de todo el año. Desértica, sobrevolada por una atmosfera que a veces parece marciana, tiene una cabaña de cabras y chivos de alrededor de 180.000 de estos ágiles animales, que sobreviven ora en peñascos inaccesibles para los terrícolas, ora en sus anchas vegas o volcanes extintos.

Es la primera isla que surgió de entre las ocho principales que configuran el mapa administrativo del archipiélago canario. Donde quiera que abarque la vista, cabras verás. Sus pescadores de bajura pasan por ser de los más famosos del mundo, pues su control de los bancos de pesca habituales es legendario, ya que las coordenadas las manejan de memoria y con una exactitud inexplicable. Sus mentes son una geometría exacta.

Foto: Alonso de Ojeda (Fuente: Wikimedia)

Con cerca de 120.000 habitantes en la actualidad, curiosamente, no han tenido una presencia militar regular hasta los albores del siglo pasado. La protección de la isla siempre fue una competencia de “los coroneles”, un linaje híbrido de isleños, descendiente de los conquistadores castellanos que data de los momentos tempranos del siglo XVI.

Sometida la isla a un incesante acoso por parte de la piratería berberisca primero y posteriormente de la inglesa, sus increíbles playas, tanto en el norte como en la costa que da a Marruecos, eran excelentes lugares de desembarco. El entrenamiento de sus milicias locales daba siempre al traste con cualquier intento de invasión por parte de pretendientes canallas.

Pero un día de 1740, en el otoño de nuestro hemisferio, (recién iniciada la Guerra del Asiento u Oreja de Jenkins), una corbeta corsaria británica (es una redundancia), atacó a varias embarcaciones que estaban faenando pesca o llevando cal, un bien muy preciado en esta isla por sus múltiples usos en la construcción.

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Debió de estar forzada esa nave o falta de condumio o aguada, pues no tiene otra explicación su imprudencia. Ya sabían los ingleses que no era bueno dejarse ver por esos pagos, pues ya habían padecido duras derrotas en años precedentes (Walter Raleigh, Francis Drake) y posteriormente el Vicealmirante Nelson en Tenerife. El sistema de vigías servidos por camellos locales era de una eficacia rotunda. Entre que se divisaba una vela extraña en el horizonte y, se formaba una milicia de contestación con un centenar de hombres a lomos de esta curiosa especie de mamíferos, no pasaba más de una hora. La defensa estaba muy bien organizada y entrenada. Los domingos era para el alabar al Señor- un ratito-, y luego se entrenaba el arte de la guerra majorero que, cuidado, no era moco de pavo ni nada despreciable.

Aquel mes de octubre, medio centenar de soldados británicos pensaron que todo el campo era orégano. Pero Fuerteventura es una isla muy especial y sus gentes muy recias. Gentes cultivadas en vivencias extremas, abandono secular, de confección muy dura y, sobre todo, amables con la gente que los visita en son de paz. No era este el caso de los británicos, ni lo fue nunca.

Las negras arenas de la enorme playa de Gran Tarajal en la costa este, fueron holladas por esta patulea de piratas. A través de una torrentera seca entre la playa y el tranquilo pueblo de Tuineje, consiguieron burlar a los defensores sin ser vistos. Ávidos de botín, robaron sus haberes a la escasa población que no había podido huir. No contentos, prendieron fuego a la iglesia y a algunos establos y viviendas. Hasta ahí parecía que se estaban saliendo con la suya.

"Los majoreros eran y son muy hábiles con los garrotes y, en aquel entonces, realizaban una esgrima similar a las coreografías del Bo japonés"

Advertido el coronel Sánchez Umpiérrez del roto que estaban haciendo estos elementos en la llanura aledaña, sumó un destacamento improvisado con poca potencia de fuego y muchos palos, arma – herramienta endémica del lugar, pues igual le arreabas a una cabra insolente que a un osado invasor. Además, los majoreros eran y son muy hábiles con los garrotes o “latas” y, en aquel entonces, usaban con ellos una forma de esgrima similar a las coreografías del Bo japonés, insertas en un arte marcial llamado Kobudo. Desde tiempos ancestrales, la esgrima con garrotes, la lucha canaria o el muy popular juego del palo, permitían a estas gentes manejarse con seguridad en este inhóspito territorio que más bien parece una prolongación del desierto del Sahara, pero sin turbantes claro.

Como ya hemos apuntado antes, no hay que esmerarse mucho para vapulear británicos. Cuando felices y contentos por el esforzado desempeño de su hazaña, iban de vuelta hacia la nave nodriza, los majoreros les esperaban emboscados. Dos terceras partes del destacamento enviado a tierra perecerían en un cuerpo a cuerpo en el que los locales por su especial entrenamiento llevaban las de ganar; como un augurio, el lugar se llamaba El Cuchillete. Se calcula que en la matanza subsiguiente murieron más de treinta soldados británicos y una veintena serían capturados vivos.

"La carnicería fue espantosa, pues estas gentes estaban ya en los límites de la razón, enfurecidos por los saqueos de los días anteriores"

Mas no contentos con el arreón causado por la milicia local, semanas después, en un intento de rescate de sus compañeros, volvieron a la carga y por el mismo lugar que la vez anterior. En Tuineje no había nadie, algo extraño, por otra parte. Aquello no olía bien. El oficial británico sabía que algo iba a ocurrir, pero no daba con la tecla.

La milicia, perfectamente disimulada con un camuflaje de fortuna, aderezado con matorrales de Tarajal y orina mezclada con tierra volcánica, les aguardaba en la convergencia de un paso muy angosto. Se cree según leyendas que el lugar era Tamasite. La táctica funcionó. Advertidos del rumbo que tomaban por los vigías montados, deshicieron el destacamento británico con una memorable carga de cabras y camellos aderezada con los famosos perros de presa locales llamados Bardinos, induciéndoles a despilfarrar la primera descarga de sus armas. Tras este primer envite, y mientras el adversario cargaba de nuevo su armamento, entraron los majoreros en una lucha cuerpo a cuerpo en la que, por preparación, eran imbatibles.

La carnicería fue espantosa, pues estas gentes estaban ya en los límites de la razón. Enfurecidos por los saqueos de los días anteriores, no se pudo evitar la íntegra ejecución del destacamento agresor y de los prisioneros que habían sido trasladados al interior de la isla. Se salvaron una docena de ellos que, gracias a la intuición del comandante español, pudieron ser hurtados a la venganza de los majoreros.

Hasta la guerra tiene a veces compasión.

Estamos dispuestos a prescindir de lo esencial, pero lo superfluo… Que no nos lo toque nadie.

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