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¿Y si los primeros vulcanólogos de la historia fueron unos monjes medievales?
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¿Y si los primeros vulcanólogos de la historia fueron unos monjes medievales?

Basándose en lecturas de crónicas de los siglos XII y XIII junto con datos de núcleos de hielo y anillos de árboles, un grupo de investigadores ha encontrado que fueron los monjes quienes fecharon algunas de las erupciones volcánicas más grandes

Foto: Miniatura en un manuscrito de Richard de Wallingford, abad de St. Albans e inventor de un reloj astronómico mecánico. (Wikimedia)
Miniatura en un manuscrito de Richard de Wallingford, abad de St. Albans e inventor de un reloj astronómico mecánico. (Wikimedia)

Una de las formas de lenguaje más complejas del mundo esa con la que se expresa la Tierra misma. Como parte de ella, los seres humanos siempre se han visto interpelados por aquellos que tuviera que decir. La suya es una conversación constante, e incesante que, a veces, quienes más han tratado de entenderla han acabado obviando, para desgracia de ellos. A la Tierra no se le puede callar. De esa voz saben bien hoy en día quienes se dedican a buscarla: profesionales de la biología marina, de la meteorología o la geología. Desde luego, cualquiera que lleve a cabo una labor científica compone ese hilo de búsqueda que comenzó hace milenios.

No obstante, si pensamos en personas acercándose a la garganta del planeta, sin duda, se nos vendrá a la cabeza otra profesión, la de vulcanólogo o vulcanóloga. Aunque parece que trabajan en silencio, hay lugares en el mundo que dependen, literalmente, de aquellos que han ido aprendiendo a leer los volcanes. En España quedó claro tras la erupción del Volcán de Tajogaite en La Palma en 2021, y recientemente el documental Fire of love, de la directora estadounidense Sara Dosa, lo ha puesto de relieve recordando el trabajo de Katia y Maurice Krafft.

Foto: Fuente: iStock

Los Krafft pusieron los volcanes en el plano de la conversación pública con su historia de amor. Eran pareja porque eran vulcanólogos. Y, en ocasiones, solo en ocasiones, tal vez también al revés. Conocidos como los pioneros en fotografiar y filmar volcanes en erupción, a menudo a muy escasos centímetros de distancia de la lava, durante los años setenta y ochenta del siglo pasado fueron a menudo los primeros en llegar a cualquier volcán activo que aconteciera, lo que les otorgó el respeto y la admiración (también la envidia) de muchos otros vulcanólogos en una época en la que proliferaban cada vez más. Compartían una pasión que no muchos entendían, por el peligro de la misma. Lo que los Krafft tal vez no supieron nunca es que su pasión fue posible gracias, en parte, a los monjes medievales.

¿Los primeros vulcanólogos?

Sí, estás leyendo bien. Resulta que en la Edad Media el lenguaje de la erupción llegó a los monasterios, aunque no de la manera más obvia: esta historia no va de eruditos religiosos yendo de expedición a algún volcán, sino de la mirada inquietante que pusieron hacia el cielo nocturno. Observándolo, sin darse cuenta, los monjes medievales registraron algunas de las erupciones volcánicas más grandes de la historia, según ha podido saber recientemente un equipo internacional de investigadores dirigido por la Universidad de Ginebra (UNIGE).

placeholder Detalle de una pintura medieval donde aparecen las manos de dios creando el mundo. (Wikimedia)
Detalle de una pintura medieval donde aparecen las manos de dios creando el mundo. (Wikimedia)

Basándose en lecturas de crónicas europeas y de Oriente Medio de los siglos XII y XIII que hoy se conservan, junto con datos de núcleos de hielo y anillos de árboles, estos investigadores han encontrado que fueron aquellos monjes quienes fecharon (y además con gran precisión) algunas de las erupciones volcánicas más grandes que el mundo (humano) haya visto nunca.

Los resultados de la investigación, publicados en la revista Nature, nos descubren nueva información sobre el que, de hecho, fue uno de los períodos con mayor actividad volcánica en la historia de la Tierra, y que algunos creen que ayudó a desencadenar la Pequeña Edad de Hielo, un largo intervalo de enfriamiento que vio el avance de los glaciares europeos.

Como fenómenos celestiales

Aquellos cronistas medievales registraron y describieron todo tipo de eventos históricos, incluidas las hazañas de reyes y papas, batallas importantes y desastres naturales y hambrunas. Igual de notables fueron los fenómenos celestiales que podrían predecir tales calamidades. Al fin y al cabo, el saber entonces era el mayor privilegio del poder, y el poder eclesiástico era el mayor de los poderes.

placeholder Detalle de El triunfo de la muerte, por Pieter Brueghel el Viejo. (Wikimedia)
Detalle de El triunfo de la muerte, por Pieter Brueghel el Viejo. (Wikimedia)

Así, de hecho, muchos de los datos que hoy recaen en un marco puramente científico aparecieron un día desde la visión de un mundo divino y unos acontecimientos sucedidos por cuenta de un dios. Conscientes del Libro del Apocalipsis, por ejemplo, una visión del fin de los tiempos que habla de una luna roja como la sangre, los monjes se pusieron con especial cuidado en tomar nota de la coloración de la luna. De los 64 eclipses lunares totales que ocurrieron en Europa entre 1100 y 1300, estos curiosos cronistas habían documentado fielmente 51. Además, en cinco de estos casos, también informaron que la luna estaba excepcionalmente oscura.

Los investigadores han tardado casi cinco años en examinar cientos de anales y crónicas de toda Europa y Oriente Medio como la mencionada, en busca de referencias a los eclipses lunares totales y su coloración; es decir, cuando la luna pasa a la sombra de la Tierra. Por lo general, en estos casos, la luna permanece visible como un orbe rojizo porque todavía la atraviesa la luz del sol doblada alrededor de la Tierra por su atmósfera. Pero si coincide con que hay una gran erupción volcánica, puede haber tanto polvo en la estratosfera (la parte media de la atmósfera que comienza aproximadamente donde vuelan los aviones comerciales) que la luna eclipsada casi desaparece.

El lenguaje de la Tierra

No es una lógica fácil, pero es evidente que todo está conectado. "Estaba escuchando el álbum Dark Side of the Moon de Pink Floyd cuando me di cuenta de que los eclipses lunares más oscuros ocurrían en un período de un año más o menos tras las principales erupciones volcánicas. Dado que sabemos los días exactos de los eclipses, se me ocurrió así la posibilidad de utilizar los avistamientos para acotar hacia abajo cuando las erupciones debieron ocurrir", dice Sébastien Guillet, investigador asociado senior del Instituto de Ciencias Ambientales de la UNIGE y autor principal del trabajo para explicar qué es lo que les hizo conectar aquellos registros de los monjes sobre el brillo y el color de la luna eclipsada con la penumbra volcánica.

"Conocer la temporada de erupción de los volcanes es fundamental, ya que influye en la dispersión del polvo volcánico y en el enfriamiento y otras anomalías climáticas asociadas a estas erupciones"

Al iniciar la documentación, los investigadores encontraron que los escribas en Japón tomaron igual nota de los eclipses lunares. Uno de los más conocidos, Fujiwara no Teika, escribió sobre un eclipse oscuro sin precedentes observado el 2 de diciembre de 1229: "Los viejos nunca lo habían visto así, con la ubicación del disco de la Luna no visible, como si hubiera desaparecido durante el eclipse... Realmente era algo de lo que temer". El polvo estratosférico de grandes erupciones volcánicas no solo fue responsable de la desaparición de la luna en ocasiones como la que describió Fujiwara, también enfrió las temperaturas de verano al limitar la luz solar que llega a la superficie de la Tierra. Esto a su vez podría traer la ruina a los cultivos agrícolas.

Para aprovechar al máximo toda esta integración ahora conocida, Guillet trabajó con modeladores climáticos para calcular el momento más probable de cada erupción. "Conocer la temporada de erupción de los volcanes es fundamental, ya que influye en la dispersión del polvo volcánico y en el enfriamiento y otras anomalías climáticas asociadas a estas erupciones". En otras palabras, los volcanes son algo así como alarmas o presentimientos. Los monjes medievales no lo sabían, pero lo dejaron claro.

placeholder Una litografía de 1888 de la erupción del volcán Krakatoa en 1883. (Wikipedia)
Una litografía de 1888 de la erupción del volcán Krakatoa en 1883. (Wikipedia)

"Sabemos por trabajos anteriores que las fuertes erupciones tropicales pueden inducir un enfriamiento global del orden de aproximadamente 1 °C durante unos pocos años", sostiene Markus Stoffel, profesor titular del Instituto de Ciencias Ambientales de la UNIGE y también autor del estudio, un especialista en convertir medidas de anillos de árboles en datos climáticos, quien codiseñó el estudio. "También pueden provocar anomalías en las precipitaciones, con sequías en un lugar e inundaciones en otro".

A pesar de estos efectos, la gente en ese momento no podría haber imaginado que las malas cosechas o los inusuales eclipses lunares tenían algo que ver con los volcanes, claro: las erupciones en sí mismas estaban indocumentadas, excepto una. "Solo sabíamos de estas erupciones porque dejaron rastros en el hielo de la Antártida y Groenlandia", señala al respecto otro autor, Clive Oppenheimer, profesor del Departamento de Geografía de la Universidad de Cambridge. "Al reunir la información de los núcleos de hielo y las descripciones de los textos medievales, ahora podemos hacer mejores estimaciones de cuándo y dónde ocurrieron algunas de las mayores erupciones de este período".

Una de las formas de lenguaje más complejas del mundo esa con la que se expresa la Tierra misma. Como parte de ella, los seres humanos siempre se han visto interpelados por aquellos que tuviera que decir. La suya es una conversación constante, e incesante que, a veces, quienes más han tratado de entenderla han acabado obviando, para desgracia de ellos. A la Tierra no se le puede callar. De esa voz saben bien hoy en día quienes se dedican a buscarla: profesionales de la biología marina, de la meteorología o la geología. Desde luego, cualquiera que lleve a cabo una labor científica compone ese hilo de búsqueda que comenzó hace milenios.

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