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Marzo y el nacimiento del tiempo: así comenzó a tomar forma esta noción humana
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Marzo y el nacimiento del tiempo: así comenzó a tomar forma esta noción humana

"Aunque todos los meses están adornados con varios tipos de alegría y honor, marzo es el que más lo está"

Foto: Eruditos de la Edad Media estudiando el cielo. (Wikimedia)
Eruditos de la Edad Media estudiando el cielo. (Wikimedia)

El tercer mes del año está lleno de asuntos interesantes. Marzo no es un momento cualquiera, y no solo por el sol que con él empieza a asomar tras largos meses oscuros. Marzo es, como ese tiempo que asoma, superlativo. Pero, ¿por qué? La respuesta a esa pregunta se encuentra en una de las áreas más complejas y desconcertantes de las actitudes medievales hacia el tiempo y la historia: una muy extraña desde una perspectiva científica moderna, pero cuidadosamente razonada, coherente en sus propios términos e intrigante.

Nos remontamos a la Edad Media, allá por la etapa de la humanidad que ha quedado establecida desde el misterio. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: en la Edad Media nació el tiempo, y sucedió en un mes de marzo. "Aunque todos los meses están adornados con varios tipos de alegría y honor, marzo es el que más lo está", decía el historiador inglés Byrhtferth de Ramsey, especializado en el cálculo del tiempo como tarea que muchos eruditos (y no eruditos) adoptaron en su día a día a lo largo del siglo XI. Aquellas personas trataban de entender el misterio mismo que el mundo les planteaba, trazando un conocimiento que continúa hasta nuestros días. Así pues, muchos eruditos medievales habrían estado de acuerdo con el punto de vista de Ramsey.

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Lo que 'adorna' los meses en el lenguaje de los estudiosos del calendario medieval, como si fueran un árbol de navidad, son los aniversarios y las fechas significativas: festivales y conmemoraciones que elevan determinados días del año al estatus de tiempo sagrado. Y de esa forma, lo sagrado determina nuestra propia existencia. De hecho, aún conservamos un sinfín de fiestas que provienen de aquellos días, pero marzo fue de entre todos los períodos estivales el más especial porque, según una tradición, una secuencia de días aparentemente ordinarios a finales de este mes marcaba los aniversarios más importantes en la historia del mundo.

La necesidad de nombrar

Para empezar, entre el 21 de marzo, la fecha del equinoccio de primavera, y el 25 de marzo, que en la antigüedad y la tradición medieval temprana se consideraba como la fecha histórica de la crucifixión de Cristo, se acontecía el tiempo mismo, pero no un tiempo cualquiera, sino su paso, su pálpito, la necesidad de darle forma y nombrarlo, como a cualquiera otra cosa, como un adorno: recordar aquella fecha sagrada.

placeholder Cristo Crucificado, por Giotto en 1310. (Wikimedia)
Cristo Crucificado, por Giotto en 1310. (Wikimedia)

Hay que aclarar que la fecha que de la crucifixión podría no ser exacta, pero así se calculó a partir de la información dada sobre la muerte de Cristo en los evangelios de la Biblia, sobre todo su vínculo con la Pascua: dado que Cristo murió en la Pascua, fue posible tratar de establecer la fecha de su muerte y determinar cuál podría ser su equivalente en el calendario juliano. Aunque la fecha móvil en la que la Iglesia debería conmemorar la crucifixión y la resurrección era un tema aparte, se consideró importante identificarlos como eventos históricos que tuvieron lugar en días específicos del mes.

En el calendario cristiano, la concepción de Cristo, conmemorada por la fiesta de la Anunciación a la Virgen María, se fijó también en el 25 de marzo. Quienes así lo decidieran, consideraron oportuno que hubiera llegado al mundo en la misma fecha en que murió. ¿Por qué? Porque así la vida del profeta resultaría un círculo perfecto.

En clave de historia bíblica

Con ello ya claro, los estudiosos del calendario razonaron que era apropiado vincular a esta fecha crucial otros eventos clave en la historia bíblica, y uno de ellos era el comienzo del tiempo o, lo que es lo mismo, la existencia. Para ello, aquella fecha especial del 25 de marzo, fue señalada también como el último de los días de la creación, es decir, según el relato cristiano, el octavo día en el que Dios descansó después de completar su obra: el final de otro círculo significativo, la primera semana del mundo.

placeholder Representación de Marzo (izquierda) y Abril (derecha) en Très Riches Heures du Duc de Berry, un libro de oraciones para ser dicho en horas canónicas. (Wikimedia)
Representación de Marzo (izquierda) y Abril (derecha) en Très Riches Heures du Duc de Berry, un libro de oraciones para ser dicho en horas canónicas. (Wikimedia)

Si el octavo día era el 25 de marzo, era posible contar hacia atrás e identificar la fecha en la que caía cada día de la creación, a partir del 18 de marzo. Así que el 18 de marzo fue el primer día de la creación: cuando Dios separó la luz de las tinieblas. Siguiendo este criterio, el 19 de marzo crearía el cielo. Con esto nació también la primavera: el 20 de marzo, los árboles y plantas brotaron por primera vez de la tierra.

El 21 de marzo, fecha del equinoccio, habrían sido creados el sol y la luna. Con ellos comenzó el tiempo, y los tiempos, un orden cíclico que abarcaría cada uno de los pasos de la humanidad. Después de todo, no se podía medir el tiempo antes de que existieran el sol y la luna.

El tercer mes del año está lleno de asuntos interesantes. Marzo no es un momento cualquiera, y no solo por el sol que con él empieza a asomar tras largos meses oscuros. Marzo es, como ese tiempo que asoma, superlativo. Pero, ¿por qué? La respuesta a esa pregunta se encuentra en una de las áreas más complejas y desconcertantes de las actitudes medievales hacia el tiempo y la historia: una muy extraña desde una perspectiva científica moderna, pero cuidadosamente razonada, coherente en sus propios términos e intrigante.

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