Es noticia
Si votas al PP y gana el PSOE, tienes que estar contento: la paradoja de Richard Wollheim
  1. Alma, Corazón, Vida
La propuesta del filósofo británico

Si votas al PP y gana el PSOE, tienes que estar contento: la paradoja de Richard Wollheim

En un mundo ideal, en el que nos importa lo que piensan los demás, ¿sería viable votar por una cosa y, cuando sale la contraria, apoyarla porque es la voluntad del pueblo? En caso afirmativo, defenderíamos cosas opuestas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), recibe al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo en la Moncloa. (EFE/Sergio Pérez)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), recibe al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo en la Moncloa. (EFE/Sergio Pérez)

Supongamos, aunque solo sea por un instante, que lo que más nos gusta de nuestro país no es el fútbol ni el jamón, ni el estado del bienestar o la cultura, ni la historia o el arte... no. Supongamos, al menos mientras leemos estas líneas, que de lo que somos verdaderos 'fans', nuestra máxima motivación, es la democracia; la pura y dura democracia.

De acuerdo, asumido este concepto, en el que podemos seguir siendo de derechas, izquierda o centro (o de lo que sea realmente, mientras prime la democracia), imaginemos que se nos presenta, en las urnas, una elección entre A y B. Ambas respuestas son completamente opuestas la una de la otra y nosotros, fervientes devotos a la A, la elegimos como la mejor opción.

"La población es tan numerosa como diversa, y estas características convierten a un grupo de individuos en incapaces de ejercer un gobierno"

Por desgracia (si no, no habría una paradoja) sale la B, que han votado la mayor parte de los ciudadanos. Siendo paladines de la democracia, ¿podríamos apoyar tanto nuestras convicciones (A) como la voluntad del pueblo (B)?

Este dilema moral se conoce como la Paradoja de Wollheim, propuesta por el filósofo británico Richard Wollheim en 1962 en un artículo titulado "Una paradoja en la teoría de la democracia". La propuesta que el filósofo propuso es prácticamente idéntica a la recogida unas líneas más arriba, con la pequeña diferencia de que el voto es recogido en una máquina. Esto implica que no hay ningún 'sesgo' o factores externos que puedan condicionar el voto (no como en el mundo real, en el que es más difícil votar en zonas rurales, o las personas de edad más avanzada tienden a asistir más a las urnas). El participante no ha visto encuestas ni ha hablado con otros votantes, sino que deposita su voto 'esperando lo mejor'.

En el caso de que, en efecto, B sea la opción más votada, eso supondría, para el sujeto de esta paradoja, creer que ambas opciones (la A, que votó, y la B, que es la ganadora) deberían ser implementadas (dado que su máxima es la democracia y la voluntad del pueblo siempre es la correcta), lo que es una contradicción.

placeholder ¿A favor y en contra? (iStock)
¿A favor y en contra? (iStock)

El propio Wollheim, en el momento de publicar su trabajo, propuso dos formas de resolver la paradoja (que rechaza). La primera es que, en realidad, el sujeto no prefiere realmente A, sino que la afirmación correcta en su mente debería ser: "A, si la mayor parte de la gente vota por esa opción". El filósofo rechaza esta opción porque, en realidad, si tal fuese el escenario, la gente no valora lo suficiente (o directamente no tiene en cuenta) su propia opinión, sino que subyuga su voto al resultado más probable que la máquina de recolección de votos pueda dar.

En este escenario, a pesar de que la máquina no puede funcionar correctamente si los votantes no tienen preferencias, son los susodichos los que prefieren el resultado que dé la máquina en vez de seguir su propia opinión (lo que en sí mismo provocaría otro escenario paradójico).

La segunda solución que propone Wollheim es que (si el resultado es B) en realidad la persona, aunque no prefiera esa opción, considera que es 'sabio' aceptar el resultado de la máquina. En palabras del propio Richard Wollheim: "El problema con esta solución a la paradoja es que, realmente, la elección de la preferencia es un tipo diferente de moral que la de seguir fielmente las convicciones ideológicas del sujeto". No votas lo que quieres, sino lo que hace menos daño a tu convicción democrática.

placeholder Wollheim era más 'fan' de la democracia griega clásica que de la actual. (iStock)
Wollheim era más 'fan' de la democracia griega clásica que de la actual. (iStock)

Estas dos opciones son 'trampas' que rompen la paradoja más pura, en la que el sujeto apoya, incondicionalmente, A y B y considera en lo más profundo de su fuero interno que ambas, opuestas, deberían ser simultáneamente adoptadas. La realidad, en cambio, no es tan benevolente.

El más democrático de nosotros, cuando el pueblo ha hablado, sigue convencido del error de los votantes, aunque estos sean mayoría, siempre y cuando su elección difiera del resultado. ¿Somos menos democráticos por ello?

Los supuestos que sustentan esta paradoja excluyen muchas realidades del modelo democrático. Por ejemplo, solo tiene en cuenta dos posibilidades, por lo que excluye el voto estratégico para lograr los objetivos (votar en contra de tus propias convicciones para evitar lo que, en dicho escenario, considerarías un escenario todavía peor) u otros sistemas como el 'Método de Condorcet', en el que, para elegir a una persona entre un grupo de candidatos, en vez de votar solo a uno, los participantes ordenan de mayor a menor preferencia cada una de las opciones.

Foto: Escena de una taberna. (David Teniers II, Galería Nacional de Washington)

Pero las motivaciones de Richard Wollheim son, como mínimo, cuestionables. Más allá de tratarse de un ejercicio filosófico, el autor ahonda en la 'inutilidad democrática': "Si la democracia significa el gobierno del pueblo como un conjunto, ¿cómo puede conseguirse? Para cualquier estado moderno, la población es tan numerosa como diversa, y cualquiera de estas características, desde luego, convierten a ese grupo de individuos incapaces de ejercer un gobierno efectivo".

Según Wollheim, a lo que deberíamos aspirar es a órganos de gobierno 'populares' basados en la Antigua Grecia, en el que el reducido número de personas que tomaban decisiones, a pesar de seguir siendo una 'democracia' permitía que todos ellos "tuvieran un interés común y, por tanto, un deseo uniforme sobre qué deseaban para el pueblo".

Supongamos, aunque solo sea por un instante, que lo que más nos gusta de nuestro país no es el fútbol ni el jamón, ni el estado del bienestar o la cultura, ni la historia o el arte... no. Supongamos, al menos mientras leemos estas líneas, que de lo que somos verdaderos 'fans', nuestra máxima motivación, es la democracia; la pura y dura democracia.

Filosofía
El redactor recomienda