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Schopenhauer, el filósofo de la insatisfacción que no entendía nada del amor
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Schopenhauer, el filósofo de la insatisfacción que no entendía nada del amor

Las cartas, inéditas en castellano, que se recogen en 'Correspondencia escogida' muestran a una persona orgullosa, con escasa empatía y con el afán único de trascender

Foto: Arthur Schopenhauer. (Archivo)
Arthur Schopenhauer. (Archivo)

El hombre que pensaba que la vida era puro sufrimiento y vivíamos en el peor de los mundos posibles fue también un miope con respecto al amor. Recibió cariño de sus padres —sobre todo de su madre—, de su hermana, de sus amigos, su editor y hasta de Wolfgang Goethe. Sin embargo, el alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) empeñó toda su vida en crear un sistema filosófico según el cual todo es tragedia y decepción. De ahí que incluso defendiera el movimiento antinatalista, que señala que traer niños a este planeta es un acto cruel y deleznable para con ellos. Lo curioso es que todo este sistema se cae cuando se leen las cartas que recibió de colegas, familiares y de su amante, Caroline Medon (Ida). “Hasta me enfado conmigo misma por no ser capaz de reprimir mi deseo de verte una vez más. ¡Mi espíritu está tantas veces contigo! ¿Nunca más volverás a Berlín?”, le escribió ella en 1858. Él nunca correspondió igual.

Todas estas misivas se pueden leer ahora en ‘Correspondencia escogida (1799-1860)’ con una estupenda edición y traducción de Luis Fernando Moreno Claros en Acantilado. Son cartas —muchas de ellas inéditas en español— que se leen como si hubieran sido escritas ayer mismo, porque aparte de algunas reflexiones y disertaciones filosóficas —principalmente en las que envía a Goethe y las de sus años finales, cuando se convirtió en un filósofo famoso— las hay tan mundanas como un "cuídate y come bien" de una madre mientras Schopenhauer estudiaba en Hamburgo o los consejos de un amigo para que Ida, la cantante de ópera y actriz de la que está enamorado, no se le escape.

placeholder 'Correspondencia escogida'.
'Correspondencia escogida'.

“En cuanto a su Ida, me parece de lo más natural que tema perderla. Dudo muchísimo que ella parta más adelante para reunirse con usted (...) también creo que si usted hubiera sido capaz de ahorrarse su desconfianza ahora mismo su Ida estaría a su lado”, le escribió Heinrich von Lowtzow en 1831. Para entonces, Medon y Schopenhauer, que se habían conocido cuando él era profesor en la Universidad de Berlín y ella cantaba en la ópera de la ciudad en Unter den Linden, llevaban unos 10 años de relación de tiras y aflojas casi siempre por celos de él, que no llevaba bien las relaciones de ella con otros amantes, cuando no había ningún compromiso de por medio.

"También creo que si usted hubiera sido capaz de ahorrarse su desconfianza, ahora mismo su Ida estaría a su lado"

Uno de los momentos paradigmáticos de la relación fue cuando hubo una epidemia de cólera en Berlín. Contraer la enfermedad significaba prácticamente la muerte. El filósofo salió huyendo, pero ella se quedó… y acabó contagiada. Mientras estuvo enferma, obviamente, no pudo escribirle, lo cual ya fue motivo para que él se quejara a su amigo Von Lowtzow, que no tuvo más remedio que escribirle: “Acabo de hablar con su Ida. No es pérfida, sino que ha estado enferma de cólera desde el 31 de agosto: cayó enferma ese día y tuvo que guardar cama durante cuatro semanas, aquejada de unas fiebres muy altas (...) Ahora, a consecuencia del cólera, está muy demacrada y débil. Su prima de dieciocho años ha muerto, como muchos otros vecinos de su calle”. También le conminaba a que la escribiera si quería saber algo de ella de una forma más directa.

Pero tuvo que ser ella quien le escribiera y le comunicara que le fue imposible contactar “a causa de la enfermedad de la que acabo de salir (...) en mi vecindario ha habido 22 muertos del cólera en solo diez casas y me temo mucho que para librarse de este horror haya que huir del mundo (...) Yo he superado la enfermedad, pero mi prima Marie ha muerto, y temo muchísimo por los demás”. Pese a ello, le insistía en que “no pasa una hora en la que no piense en ti, me reuniría contigo si las seis semanas de enfermedad no me hubieran dejado cargada de deudas”. No parece que él confiara demasiado en lo que ella le contó puesto que la siguiente carta de Ida es la de una persona dolida, muy enfadada y con razón: “Como prueba de que eres injusto conmigo te devuelvo una de tus cartas sin abrir que solo recibí ayer (...) Si mi palabra no basta nada tengo que hacer, no obstante tu desconfianza me duele muchísimo (...) Me despido, y te ruego que no juzgues mal a nadie hasta tener pruebas concluyentes. Acuérdate con cariño de tu I.M. Tu carta es buena cura para un corazón herido”. Efectivamente, no era 'ghosting', era el cólera.

placeholder Schopenhauer, en 1815, por Ludwig Ruhl.
Schopenhauer, en 1815, por Ludwig Ruhl.

Schopenhauer, sin embargo, nunca más regresó a Berlín y la relación se rompió definitivamente en 1831. En 1858, se retomó el contacto gracias a ella, que le volvió a escribir cuando vio que él, ya como filósofo famoso, salía en los periódicos. Al parecer, por lo que cuenta ella, esta vez fue más amable, quizá porque él ya había conseguido su ansiado éxito y porque ella ya era mayor (y menos atractiva para otros hombres): “En primer lugar, mi más sincero agradecimiento por tu regalo (...) De momento acuérdate de vez en cuando de tu vieja Ida”, le decía en enero de 1860. En septiembre de aquel año, él moriría de un paro cardiaco, pero sí se acordó algo de ella puesto que le dejó en su testamento 5.000 táleros (antigua moneda de plata alemana con una equivalencia con el marco de 1 a 3, con lo cual le estaba dejando unos 15.000 marcos).

"Podrías haber escrito"

Otra relación extraña es la que mantiene con sus padres y su hermana, sobre todo por cómo ellos se dirigen a él en las cartas. El padre, Heinrich Floris, era un rico comerciante de Danzig y con su estatus había enviado al pequeño Arthur a estudiar a Francia y Alemania. Lo que siempre han hecho las familias acaudaladas. La única forma de estar en contacto eran las cartas y en ellas lo cierto es que se comportan como cualquier padre que ha enviado fuera a su hijo. “Supongo que llegaste sano y salvo a Wimbledon, pero podrías habérnoslo comunicado”, le escribió su madre en septiembre de 1803. O lo que es lo mismo, el típico “manda un wasap cuando llegues”, pero en el XIX. “Escribe pronto, ya sabes que tu padre se preocupa cuando no recibe carta. Junto con esta, te mando un par de pantalones, te ruego que los trates con cuidado”, le añade en la misma carta. “Hoy, el octavo día, tu madre te ha remitido una larga carta que te pido que te tomes en serio, si no, me disgustaré mucho”, le escribió por su parte su padre en julio de 1803. Solo dos años después se suicidaría sin estar muy claros los motivos, aunque parece posible que temiera perder su fortuna.

"Supongo que llegaste sano y salvo a Wimbledon, pero podrías habérnoslo comunicado", le escribió su madre en septiembre de 1803

La madre, Johanna, se trasladó a Weimar, donde se dedicó a montar tertulias literarias. Tenía suficiente dinero como para vivir. Le escribió muy habitualmente, más ella que él, siempre mostrando alegría por sus misivas y decepción cuando no le escribía. La relación pasó por varios altibajos aunque se estropeó bastante cuando Schopenhauer decidió dedicarse a la filosofía y no a ser comerciante. No porque a la madre le molestaran estos estudios (por no tener salidas económicas), ya que ella era una asidua de la vida culta de Weimar y, de hecho, conocía bastante a Goethe. Fue por el carácter del joven Arthur. “La vida es una cosa miserable y me he propuesto dedicar la mía a reflexionar sobre ello”, le respondió cuando ella le preguntó cómo pensaba ganarse la vida.

Soy un genio

A partir de ahí, lo que aflora en todas las cartas del filósofo es el orgullo. La necesidad de demostrar que era un genio, el mejor pensador de todos los tiempos, la necesidad de trascender y la perdurabilidad. Incluso no guardó reparos en dirigirse a Goethe con insistencia para que evaluara su teoría de los colores, cartas a las que el escritor le contestó con infinita paciencia.

placeholder Goethe, en 1828. (Stieler)
Goethe, en 1828. (Stieler)

“He aquí por qué me inquieta y me resulta penoso el hecho de no tener aún la certeza de saber si un manuscrito mío, que salió de mis manos hace ocho semanas, llegó a donde quería que llegase (...) Esta incertidumbre a propósito de lo único que me importa me resulta lamentable”, escribía Schopenhauer el 3 de septiembre de 1815. Cinco días después le contestaba el autor de ‘Fausto’ pidiéndole que le disculpara puesto que había estado enfrascado con otras cosas y que “tuviera un poco más de paciencia”. Una semana después le volvía escribir pidiéndole que le dijera algo lo antes posible, lo cual Goethe ya hace en el siguiente escrito si bien deja pasar un mes. No era fácil mantener el ritmo ansioso del discípulo.

En 1818, Schopenhauer publicaría su gran obra ‘ El mundo como voluntad y representación’ —también le trajo algún dolor de cabeza a su editor—, que, sin embargo, no se convirtió en el gran éxito que él esperaba. En ese ensayo estaba todo su pensamiento: la voluntad, irracional y ciega, como motor del mundo y como causante de todo nuestro sufrimiento e insatisfacciones. La solución que da el filósofo a ello está muy cercana al budismo y a la ataraxia de Epicuro: la vida contemplativa, no sentir, no vivir, no nada. Pues bien, esto en 1818 no cuajó, lo que le causó una frustración enorme. Solo dos años después tendría otro enfrentamiento con Hegel, que era el filósofo alemán más famoso del momento con sus teorías materialistas. Por supuesto, quiso competir con él y confrontarlo con su pensamiento idealista. Hasta hizo coincidir los horarios de clase en la Universidad de Berlín. Nunca llegó la sangre al río, ya que Schopenhauer solo estuvo seis meses dando clase.

Y al fin, el éxito

Al final, el filósofo consiguió su ansiado éxito. Fue en 1851 cuando salió publicada una recopilación de ensayos bajo el estrafalario nombre de ' Parerga y Paralipómena. Escritos filosóficos menores'. Para que luego se diga que algunos títulos no triunfan por su rareza. Eran textos más breves, más dispersos, que sí consiguieron llegar al público. Schopenhauer comenzaría a aparecer en revistas y periódicos. Uno de los resultados es que le comenzaron a salir amigos desde todos los rincones. La fama sería tal que llegaría a influir en otros pensadores de finales del XIX y el XX como Nietzsche, Wittgenstein o Borges.

La última parte de este grueso volumen de cartas está llena de cartas del filósofo y sus admiradores. Schopenhauer también se regodea con los retratos y esculturas que le hacen. Se nota que está contento. Y es de suponer que tendría, por fin, el ego satisfecho.

El hombre que pensaba que la vida era puro sufrimiento y vivíamos en el peor de los mundos posibles fue también un miope con respecto al amor. Recibió cariño de sus padres —sobre todo de su madre—, de su hermana, de sus amigos, su editor y hasta de Wolfgang Goethe. Sin embargo, el alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) empeñó toda su vida en crear un sistema filosófico según el cual todo es tragedia y decepción. De ahí que incluso defendiera el movimiento antinatalista, que señala que traer niños a este planeta es un acto cruel y deleznable para con ellos. Lo curioso es que todo este sistema se cae cuando se leen las cartas que recibió de colegas, familiares y de su amante, Caroline Medon (Ida). “Hasta me enfado conmigo misma por no ser capaz de reprimir mi deseo de verte una vez más. ¡Mi espíritu está tantas veces contigo! ¿Nunca más volverás a Berlín?”, le escribió ella en 1858. Él nunca correspondió igual.

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