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Por qué disfrutamos tanto pasando miedo (y, si es acompañados, mejor)
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¿UN PLACER MASOQUISTA?

Por qué disfrutamos tanto pasando miedo (y, si es acompañados, mejor)

Los mecanismos fisiológicos y hormonales que se producen en una situación de estrés originada por el terror son bien conocidos. Pero, ¿qué hay más allá de este proceso químico y biológicamente adaptativo?

Foto: ¿Qué mejor plan? (iStock)
¿Qué mejor plan? (iStock)

Morirse de miedo. Una sensación física y mental que agudiza los sentidos, acelera el corazón y llena de sudor las manos. Pura adrenalina en vena. Cuando sentimos terror, nuestras neuronas de la zona de la amígdala se vuelven hiperactivas, estimulando el hipotálamo que a su vez desencadena la acción del sistema nervioso simpático y del sistema cortical suprarrenal, provocando una segregación de hormonas rápida y eficiente que hace que sintamos una necesidad de luchar o huir. Está estampado en nuestro código evolutivo. Ante una situación amenazante, solo caben dos posibilidades: enfrentarse a ello o salir corriendo.

Y, cuando esa amenaza proviene de un agente irreal y ficticio, es decir, una película de terror, nuestro cuerpo hace lo mismo solo que el resultado es diferente. Tenemos otra forma de soltar ese estrés momentáneo, ya sea agarrándonos al brazo de la persona que tengamos más cercana o activando el mecanismo de huida haciendo el clásico movimiento de taparnos la cara con las manos. La opción de luchar queda fuera de lugar, evidentemente, ya que no podemos entrar dentro de la película para decirle al protagonista en qué habitación de la casa está el asesino para adelantarse y que la tensión cese.

"Pasar demasiado tiempo en la ficción de terror se puede considerar como una oportunidad para redactar tu propio libro de instrucciones sobre qué hacer en los peores escenarios"

De hecho, hay personas que, ante estas escenas, suele enervarse con los personajes. Los muy ingenuos no sobrevivirán al siguiente frame. El malo está ahí y no se dan cuenta, "¡haz algo!". Esta podría ser una explicación rápida y sencilla de cómo funciona el miedo dentro de los códigos del cine y del espectáculo. Pero la pregunta es otra: ¿por qué nos divertimos tanto cuando pasamos por estas experiencias? ¿Puede llegar a ser el miedo controlado y provocado una forma de placer y conocimiento.

Los poderes del terror

Lo cierto es que sí, el miedo real y ficticio nos antepone a los peores presagios. "Pasar demasiado tiempo en estos reinos de la ficción del terror se puede considerar una oportunidad para redactar tu propio libro de instrucciones sobre qué hacer en los peores escenarios", asevera Marc Malmdorf-Andersen, profesor asociado de la Universidad Aarhus de Dinamarca, en un reciente artículo publicado en 'The Guardian'. "De alguna forma, podrían usar esta experiencia adquirida al navegar por realidades nuevas", aunque solamente sea a través de una "mejor regulación emocional y con más habilidades para afrontar lo incierto".

"Puede haber un punto medio entre pasar miedo y disfrutar. Tiene que ser una situación ideal en el que el contexto no es demasiado aterrador pero tampoco muy tranquilo"

Obviamente, hay posibilidades reducidas de que un asesino en serie entre en tu casa por la noche para matarte, pero no tantas de que emerja una pandemia sin precedentes ni control en el mundo. No solo lo fantástico o sobrenatural da miedo. Y si no, que se lo digan al personaje de Janet Leigh, en la famosa cinta de Hitchcock, responsable de que algo tan cotidiano y que hacemos casi todos los días como es darnos una ducha, pueda convertirse en una pesadilla. ¿Quién sabe? Tal vez la persona que más haya visto la escena, en caso de ser atacado por un demente mientras está en este rato tan íntimo, sepa qué es lo que debe de hacer a raíz de haber visto tantas veces la película.

Puede que no desarrollemos increíbles habilidades especiales para oler el peligro y reducir las amenazas potenciales que amenazan nuestro bienestar e integridad física, pero lo cierto es que disfrutar de las pelis de terror nos hace más resistentes psicológicamente, como demostró un estudio publicado en la revista de 'Personality and Individual Differences'. Este trabajo demostraba que aquellos que fanáticos del cine gore, suspense o simple y llanamente de miedo, eran mucho más resilientes a la hora de enfrentarse a problemas como una pandemia global. Como mínimo, que unos cuantos sustos en la pantalla grande nos ayuden a saber gestionar mejor el estrés, ¿no?

Foto: Fuente: iStock

Eso no explica por qué hay personas que desarrollan tanta afición por pasar un mal rato. Incluso, simpatizar con ciertos personajes crueles y sanguinarios. Lo que aterroriza también a veces se viste de manera elegante, como el 'Drácula' de Bram Stoker. O tiene un humor muy peculiar, como Freddie Krueger. En cualquier caso, les parece divertido y adictivo someterse a una buena ración de miedo porque, como decíamos al principio, en todo momento se presupone que no es real, el malo no va a salir de la pantalla. Esta ley se rompe si, por ejemplo, acudimos a una casa del terror.

Otro experimento realizado por Malmdorf-Andersen y sus colegas iba precisamente de someter a una experiencia de miedo real a un grupo de personas para conocer más sobre los límites que separan el disfrute del miedo. En dicha casa del terror había zombies que masticaban cerebros, psicópatas con motosierras y asesinos caníbales. Los científicos filmaron durante todo el experimento y monitorearon las frecuencias cardíacas de los participantes, preguntándoles cada poco cómo se sentían. ¿A qué conclusión llegaron?

"De la que me he salvado"

"Puede haber un punto medio entre pasar miedo y disfrutar", concluye Malmdorf-Andersen. "Tiene que ser una situación ideal en el que el contexto no es demasiado aterrador pero tampoco muy tranquilo". Ese momento debería ser breve, ya que tendría que para que se dé debería sobrevenirnos una avalancha de miedo muy intenso, como un susto repentino, seguida de una recuperación del control de la situación. Al pasar un momento muy rápido de estrés y sumergirnos de nuevo en la paz, segregamos endorfinas y dopamina, las hormonas de la recompensa.

Foto: El miedo es una sensación provocada por una sensación de peligro

Es como si nuestro cerebro dijera: "de la que me he salvado". Por poner un ejemplo y dadas las explicaciones de los científicos, ese punto dulce del terror es similar a la sensación que te sobreviene cuando resuelves un problema que no te dejaba dormir o como cuando te tienes que enfrentar a una situación muy estresante y sales de ella victorioso. Sí, en ese caso, bienvenido sea el miedo, ya que la sensación de resolución posterior es infinitamente placentera. Pero en caso de que la amenaza sea real y haya pocas probabilidades de solventarla, poca broma: todos nos moriríamos de miedo.

Morirse de miedo. Una sensación física y mental que agudiza los sentidos, acelera el corazón y llena de sudor las manos. Pura adrenalina en vena. Cuando sentimos terror, nuestras neuronas de la zona de la amígdala se vuelven hiperactivas, estimulando el hipotálamo que a su vez desencadena la acción del sistema nervioso simpático y del sistema cortical suprarrenal, provocando una segregación de hormonas rápida y eficiente que hace que sintamos una necesidad de luchar o huir. Está estampado en nuestro código evolutivo. Ante una situación amenazante, solo caben dos posibilidades: enfrentarse a ello o salir corriendo.

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