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¿Qué pasaría si todas las carreteras del mundo estuvieran bajo tierra?
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¿Qué pasaría si todas las carreteras del mundo estuvieran bajo tierra?

Aunque pueda parecer utópico, desde hace unos años llevan planteándose una serie de proyectos que apuntan a este horizonte bajo la premisa de reducir el tráfico y la contaminación de los vehículos a motor

Foto: Fuente: iStock
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A lo largo y ancho del mundo, hay más de 64 millones de kilómetros de asfalto usados para el transporte automovilístico. Teniendo en cuenta que la superficie de la Tierra es de 510,1 millones de kilómetros cuadrados, nos podemos hacer una idea aproximada de cuántas partes de suelo están dedicadas simplemente para ir de un lugar a otro en coche. Unas carreteras que se vuelven más densas en los entornos urbanos y menos frecuentes en los desiertos, bosques y cordilleras. En España la proporción entre suelo urbano y natural es bastante desigual: un 9,6% de nuestro territorio son ciudades, según el informe 'Áreas Urbanas en España 2017', debido en parte a la tendencia de concentración sociodemográfica en las principales capitales, Madrid y Barcelona. Además, se prevé que, dentro de pocos años, el 70% de la población mundial viva en grandes ciudades, por lo que la despoblación rural de nuestro país irá en aumento si no se ponen medidas.

Por otro lado, los expertos globales no dejan de advertir que con el aumento de la población mundial también lo harán los coches y las carreteras. A pesar de que recientemente los miembros del Parlamento Europeo aprobaron la prohibición efectiva de la venta de nuevos coches de gasolina y diésel a partir de 2035, eso no quiere decir que el transporte automovilístico vaya a cesar, sino más bien al contrario, aunque sea bajo alternativas menos contaminantes. Para 2040, se calcula que habrá 2.000 millones de coches en circulación por todo el mundo, lo que implicaría un aumento del tráfico global en más de un 50%.

En Europa, construir una carretera subterránea cuesta alrededor de entre 230 y 475 millones de euros el kilómetro y medio

Todos estos datos sirven para hacernos una idea de cómo de imbricado está en nuestra vida el hecho de desplazarse en automóvil. Pero detrás de estos números hay realidades e imágenes que hablan por sí solas, como son por ejemplo los atascos en las principales carreteras de salida de las grandes ciudades al término y comienzo de un puente festivo. La mayoría de las veces se pone el foco en la degradación medioambiental que supone el coche, pero nunca en la porción de terreno asfaltado que se construye para que este mismo circule, y sin el cual los viajes sobre los autos serían muy difíciles o imposibles.

Proyectos en marcha, proyectos frustrados

Esto debió pensar Elon Musk en 2018 cuando se le ocurrió presentar el proyecto The Boring Company, por el cual se comprometía a llevar a cabo una obra de ingeniería sin igual que sumergiría las aceras de todo el mundo bajo tierra. Desafortunadamente, su ambicioso plan se ha ido desinflando con el tiempo. La idea de llevar todas las carreteras la interior de la tierra resulta, por tanto, un tanto utópica. En todo caso, podría abordarse de manera paulatina, primero en aquellas zonas urbanas donde más tráfico y contaminación hay, para luego poco a poco ir sumergiendo las autopistas en el interior de la tierra.

Foto:  Primera imagen de la tuneladora de Musk

¿Cuál sería el coste de dinero y tiempo que llevaría tal obra de ingeniería? En contra de lo que podríamos pensar, "es exponencialmente mucho más caro construir una carretera subterránea que una en la superficie", avisa Bradley Garrett, geógrafo del University College de Dublín, en un reciente artículo de la 'BBC' que habla sobre el tema. "No solo la excavación resultaría muy cara, sino que se necesitarían enormes cantidades de hormigón, un material que genera muchas emisiones de carbono, para reforzar las paredes del túnel". Cada país y zona geográfica tiene un coste estimado para la construcción de túneles, según el experto. En Europa, cada kilómetro y medio bajo tierra cuesta alrededor de entre 230 y 475 millones de euros, mientras que en Estados Unidos los costes de obra se disparan debido, deducimos, a su gran cultura automovilística: entre 1.500 y 2.000 millones de dólares por kilómetro cuadrado.

Foto: La M30 antes del Madrid Río.

Además, habría que pensar qué hacer con las carreteras y autopistas que hay en superficie, cuyo mantenimiento y retirada llevaría muchísimo tiempo y dinero. El hecho de dejarlas a su suerte provocaría una contaminación añadida al suelo natural: ¿podríamos llegar a imaginar bosques y entornos verdes en los que antes había asfalto? Y, por otro lado, el tiempo que se tardaría en construir grandes túneles de coches sería abismal. Por poner algunos ejemplos, el túnel del Negrón, localizado en la Cordillera Cantábrica y que sirve de comunicación vial entre la provincia de León y el Principado de Asturias, de 4,1 kilómetros de longitud, llevó construirlo la friolera de 17 años, desde 1976 hasta su inauguración en junio de 1997.

La degradación medioambiental de las carreteras

Antes de repasar algunos de los últimos proyectos que tienen que ver con este ideal utópico, cabría reflexionar en cómo las carreteras impactan en el medio ambiente más allá de los coches que circulan por ellas, llenándolas de tráfico y contaminación. El primero de ellos es la alteración de los ecosistemas naturales, actuando como barrera para las especies animales que separa distintas zonas de sus hábitats. Por no hablar de los múltiples accidentes que vienen provocados por colisiones entre los automóviles y los animales: según algunos estudios, el número de animales muertos en carreteras europeas alcanza los cientos de millones al año solo en este continente.

Foto: Ethyl, el aditivo que nos costó un siglo de gasolina con plomo. (Ilustración: Irene de Pablo)
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Otra de las formas en las que las carreteras alteran los ecosistemas es, por ejemplo, impidiendo el paso natural del agua, ya sea en la forma de manantial o riachuelo. No son pocos los casos de mantos de asfaltos construidos en zonas donde antes había un río, por muy pequeño que fuera, y esto a su vez trastoca el equilibrio natural, afectando a los animales de la zona. Por no hablar de que dificulta muchísimo más la lucha contra el fuego en caso de incendio forestal. Ahora que hemos explorado algunos de los efectos más perniciosos sobre el medio natural de las carreteras, cabe preguntarse: ¿llegará verdaderamente algún día que podamos viajar por el interior de la tierra y con ello reducir el daño a la naturaleza?

Los Deep Roads de Londres

Pero tampoco hay que excavar a gran profundidad para tener una carretera sumergida. Uno de los proyectos más realistas que podría aliviar el tráfico de las grandes ciudades es el presentado por Saffa Riffat y Yijun Yuan, de la Universidad de Nottingham en Reino Unido, llamado Deep Roads. No es tan ambicioso, pues solo se plantea como alternativa para reducir la contaminación ambiental y acústica de las grandes capitales como Nueva York o Londres, pero puede ser una idea que entusiasme a ingenieros comprometidos con la movilidad sostenible.

El canal tendría dos niveles, uno para el transporte público (tranvías, carriles bicis, patinetes...), y otro más profundo, justo debajo, para los automóviles

"A diferencia de los túneles bajo tierra, los cuales pueden ser muy difíciles y costosos de construir, sobre todo en grandes distancias, las Deep Roads pueden formarse extrayendo tierra de la superficie para edificar un canal abierto al mínimo coste", explican los autores en el estudio. El canal tendría dos niveles, uno para el tráfico del transporte público sostenible (tranvías, carriles bicis, aceras de peatones, patinetes o autobuses eléctricos), y otro más profundo justo debajo para los automóviles. De esta forma, la contaminación medioambiental y acústica quedaría eliminada del espacio público y del aire que respiran los ciudadanos.

Además, la tierra extraída de la excavación serviría para recubrir dichos túneles, según explican los autores, que además contarían con avanzados sistemas de depuración del aire, absorbiendo las partículas contaminantes. Estas irían a sistemas de filtrado y purificación que podrían transferirse a invernaderos cercanos o granjas. Las más tóxicas serían absorbidas mediante sistemas de aerogeles, los cuales pueden absorber grandes cantidades de gas.

Un túnel para unir toda Europa

Hace unos meses se viralizó una imagen que mostraba un supuesto mapa de metro que unía las ciudades más importantes de toda Europa. De hecho, si hay algo de lo que podemos presumir los europeos respecto a los americanos es de nuestras excelentes vías ferroviarias (debido en parte a la buena distribución geográfica que existe entre los distintos países). Pero, ¿qué sucedería si en vez de vagones sobre raíles imaginásemos una gran autopista que cruzara todo el continente de norte a sur?

Este es el proyecto del corredor Escandinavia-Mediterráneo que medirá más de 4.000 kilómetros de longitud y servirá para conectar, como su propio nombre indica, los países del norte europeo con los del sur. La fecha de finalización de las obras está prevista para 2028, por lo que no tardaremos mucho en viajar por este mismo, el cual también se antoja como un gran paso dentro del proyecto de la integración de países de la Unión Europea. Dicho túnel tiene un presupuesto de unos 8.334 millones de euros. Y aunque no es exactamente una autopista y no podremos ir a bordo de nuestro coche (seguramente eléctrico por esas fechas), los trenes que lo recorrerán podrán circular a 250 kilómetros por hora para pasajeros y a 120 kilómetros por hora en el caso de las mercancías. Lo que viene a ser una red de AVE para todo el continente europeo.

A lo largo y ancho del mundo, hay más de 64 millones de kilómetros de asfalto usados para el transporte automovilístico. Teniendo en cuenta que la superficie de la Tierra es de 510,1 millones de kilómetros cuadrados, nos podemos hacer una idea aproximada de cuántas partes de suelo están dedicadas simplemente para ir de un lugar a otro en coche. Unas carreteras que se vuelven más densas en los entornos urbanos y menos frecuentes en los desiertos, bosques y cordilleras. En España la proporción entre suelo urbano y natural es bastante desigual: un 9,6% de nuestro territorio son ciudades, según el informe 'Áreas Urbanas en España 2017', debido en parte a la tendencia de concentración sociodemográfica en las principales capitales, Madrid y Barcelona. Además, se prevé que, dentro de pocos años, el 70% de la población mundial viva en grandes ciudades, por lo que la despoblación rural de nuestro país irá en aumento si no se ponen medidas.

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