¿Una jornada laboral de solo cinco horas? Sí, se puede (y cómo hacerla productiva)
El debate sobre la reducción de los tiempos de trabajo está más candente que nunca. Hoy conocemos un testimonio a favor de una trabajadora autónoma
Desde hace unos años viene planteándose la posibilidad de reducir la jornada laboral o los días de la semana dedicados a trabajar. Un debate que ha salido de los cenáculos empresariales y asociaciones sindicales para entrar de lleno en la arena política y someterse a prueba. Los argumentos a favor sostienen que la productividad se incrementaría (no hay que olvidar que somos uno de los países que más horas dedican al trabajo y menos eficiencia tienen) y la calidad de vida de los empleados mejoraría al sentirse reforzados por más horas dedicadas al descanso, al cuidado de los seres queridos o al ocio y tiempo libre. Sus detractores avisan que esto conllevaría una bajada proporcional de sueldo, lo que afectaría a los niveles de ahorro y consumo de las familias.
Lógicamente, a todo el mundo le gustaría trabajar menos tiempo sin que ello causara un perjuicio para la actividad de su empresa para que, a su vez, le siguieran pagando lo mismo. En este sentido, cabe incidir en que, de implantarse progresivamente esta reducción de la jornada laboral, afectaría solo a unas pocas compañías, sobre todo las más relacionadas con el trabajo de oficinas. Sectores como el de transporte, de la restauración o de los servicios llevarían a cabo un proceso de adaptación más lento a esta fórmula laboral al precisar de una mayor presencialidad física o depender de un determinado volumen de clientes.
"No atribuía mi agotamiento y falta de satisfacción creativa al exceso de trabajo, sino a no saber planear bien las cosas o no ser tan productiva"
A decir verdad, la experiencia del teletrabajo forzoso del año pasado para muchas empresas pudo funcionar de gran simulacro para una hipotética y sustancial modificación de las condiciones de trabajo en el futuro. Lo que está claro es que la jornada completa ya resulta de lo más antigua; hace más de 80 años que se implantó, y en su momento también se veía como muy revolucionaria, por lo que podemos intuir que es cuestión de tiempo de que se vuelva a modificar a juzgar por el calor del debate y la necesidad de actualizar nuestra concepción del trabajo.
El testimonio de Zalani
Uno de los testimonios más interesantes y recientes relacionados con este tema es el de Rochi Zalani, una periodista 'freelance' especializada en temas laborales que, un día de manera accidental, tuvo que adaptarse a una jornada laboral de cinco horas. Sí, hasta tres horas menos al día, o lo que es lo mismo, quince horas menos a semana. Qué suerte, pensarán algunos, cuando en realidad tuvo que cumplir con sus tareas en menos tiempo del estipulado, lo que podría resultar un tanto estresante para cualquiera.
"Mi relación con el trabajo cambió. Me obligué a aceptar solo aquellos trabajos escritos que me resultaban interesantes sin pensar en si me pagarían bien por ellos"
Zalani abandonó su puesto de periodista contratada en 2020 para hacerse 'freelance', lo que posiblemente le implicaría muchas más horas al día dedicadas al trabajar, como seguramente piense algún autónomo de actividades creativas. Sin embargo, al año siguiente contrajo el coronavirus y, una vez superado, le dejó un efecto secundario: la niebla mental, traducida en una falta de concentración y energía que le imposibilitó ejercer su trabajo como antes. Entonces, tuvo que adaptarse. "El médico me dijo que debía bajar el ritmo", relata en un artículo publicado en 'Fast & Company'.
"La mayoría de los días no podía trabajar más de cinco horas", prosigue. "Pero, sorprendentemente, mi productividad no se vio afectada con la reducción de las horas de trabajo: obtuve los mismos ingresos y cumplí con los plazos. Mis clientes estaban tan contentos como antes. ¿Se disparó mi productividad al gozar de más horas para descansar? No estaba muy segura. Decidí continuar así una vez recuperada y creo que ya nunca volveré a lo de antes".
Más concentración, menor tiempo
Obviamente, su caso no es extrapolable a los demás. Ojalá todo el mundo tuviera tanta suerte. Pero el testimonio de la periodista nos ofrece una perspectiva más humana desde la que contemplar el trabajo, al menos, dentro de los sectores creativos: este no tiene que ser el centro de tu vida y ocupar la mayoría de tu tiempo. Aunque puede resultar una reflexión un tanto 'naïf', Zalani se sirvió de la técnica de concentración Pomodoro para corregir su tendencia a la procrastinación y rendir mucho más en menos tiempo sin por ello acabar más cansada.
"Antes trabajaba ocho o nueve horas al día", asegura la periodista. "No atribuía mi agotamiento y falta de satisfacción creativa al exceso de trabajo, sino a no saber planear bien las cosas o ser más productiva. No era raro acabar el día pensando 'si tan solo tuviera más tiempo'. Pero, ahora, sé asignar mejor mi lista de prioridades, voy a las reuniones necesarias y trabajo de una forma más inteligente, que no más tiempo o de forma más dura. Mi relación con el trabajo cambió. Me obligué a aceptar solo aquellos trabajos escritos que me resultaban interesantes sin pensar en si me pagarían bien por ellos. Y en lugar de trabajar hasta la una de la madrugada comencé a pedir plazos de entrega más largos, siendo más indulgente conmigo misma".
"Nada es tan urgente como parece"
Al final, Zalani encontró el equilibrio entre dedicar las horas justas al trabajo siendo más eficiente y a la vez disfrutar de su tiempo libre de una manera más organizada y apasionada. "Llevar una vida más plena fuera del trabajo, socializando más, dando largos paseos, tocando el violín, impulsó más mi creatividad y bienestar mental", recalca. "Al pasar más tiempo de inactividad y menos horas atada a la silla, podía hacer espacio para proyectos personales que me apasionaban. Obviamente, no fue fácil, sentía que podía hacer más y tuve que acabar con mi manera de entender el trabajo".
Ese cambio de perspectiva vino dado por el hecho de tener en cuenta que por más horas que pasaba trabajando eso no era directamente proporcional al volumen de trabajos terminados que lograba acabar. Su testimonio nos ofrece una visión más responsable y relajada de contemplar la vida laboral y personal, pues parece que en este agitado y acelerado mundo en el que vivimos hay que llegar a todo el primero, las modas van y vienen, debes luchar por mejorar tu capital social y personal y cumplir todas tus metas antes de que sea demasiado tarde.
Pero no nos engañemos: no se puede abordar ese cambio de mentalidad si por parte de las organizaciones empresariales no se favorece ni se incentiva. En una cultura laboral como la española, basada en la creencia de que el trabajo conlleva un sacrificio real o de que hay que sufrir mucho si de verdad quieres triunfar o conseguir tus metas profesionales (a pesar de lo mucho que nos gusta disfrutar y socializar en nuestro tiempo libre), no solo es necesario extender el debate de si habría que reducir la jornada laboral o no sin que eso repercuta en el salario o en los niveles de productividad, sino también tener en cuenta que si de verdad quieres hacer las cosas bien necesitas de vez en cuando parar la máquina, aunque sea solo para contemplar las musarañas, disfrutar de la compañía de tus seres queridos o profundizar en una pasión acallada y dejada de lado por las largas jornadas de trabajo.
En este sentido, las empresas podrían invertir las horas no trabajadas en programas de formación para el trabajador que realmente le apasionen o que acaben redundando en un aumento de su eficiencia y productividad. Esto es, más o menos, lo que está poniendo en marcha China según un reciente informe de la consultoría global McKinsey. El mercado laboral y las condiciones de trabajo están cambiando, eso ya lo sabíamos. Pero, ¿y nuestra concepción del mismo? Si no se promociona este cambio de perspectiva desde las empresas e instituciones, esa transformación se hará a la fuerza y de manera mucho menos natural, en perjuicio de los empleados. El trabajo no es lo primero, y para que este salga bien y sea satisfactorio hay que atender a todo lo demás: el descanso, el fomento de pasiones y aficiones o la voluntad de querer aprender y disfrutar más y mejor de la vida al margen del trabajo.
Desde hace unos años viene planteándose la posibilidad de reducir la jornada laboral o los días de la semana dedicados a trabajar. Un debate que ha salido de los cenáculos empresariales y asociaciones sindicales para entrar de lleno en la arena política y someterse a prueba. Los argumentos a favor sostienen que la productividad se incrementaría (no hay que olvidar que somos uno de los países que más horas dedican al trabajo y menos eficiencia tienen) y la calidad de vida de los empleados mejoraría al sentirse reforzados por más horas dedicadas al descanso, al cuidado de los seres queridos o al ocio y tiempo libre. Sus detractores avisan que esto conllevaría una bajada proporcional de sueldo, lo que afectaría a los niveles de ahorro y consumo de las familias.