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Las lecciones que pueden darnos las pinturas sobre plagas
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Las lecciones que pueden darnos las pinturas sobre plagas

En los malos tiempos se agudiza el ingenio y los artistas tratan de dar sentido a la destrucción y la muerte que provocan las pandemias

Foto: 'El Triunfo de la muerte' de Pieter Brueghel el Viejo.
'El Triunfo de la muerte' de Pieter Brueghel el Viejo.

Si algo hemos aprendido con la epidemia del coronavirus, es que el enemigo más letal es el que puede habitar en nuestro interior. En el momento actual, el COVID-19 ya se ha cobrado 300.000 vidas en el mundo, y desgraciadamente no es la primera vez en la historia del ser humano que nos enfrentamos a una enfermedad altamente contagiosa. Hace tan solo un siglo, la mal denominada gripe española causó la muerte de aproximadamente 50 millones de personas en 1918 (otras cifras apuntan 100 millones) al finalizar la Primera Guerra Mundial. La peste negra, la pandemia más devastadora de la humanidad, acabó según los expertos con un tercio de la población. Y algunos consideran optimista esta cifra. En Alemania, por ejemplo, se estima que uno de cada diez habitantes perdió la vida.

Si tras la guerra y la gripe española se disparó el ingenio de los artistas y se produjeron algunos de los movimientos artísticos más importantes del siglo XX, así como novelas que marcarían un antes y un después ('Demian' de Hesse, 'En busca del tiempo perdido' de Proust o 'Ulises' de Joyce), epidemias anteriores como la plaga de Justiniano también potenciaron o incluso contribuyeron en la pintura. Según explica Emily Kasriel en un artículo recientemente publicado en 'BBC': "Los artistas a menudo tratan de dar sentido a la destrucción aleatoria provocada por las plagas".

Del arte y la enfermedad

Si bien, el motivo por el cual se realizaban esas pinturas han ido cambiando a lo largo de la historia. Pongamos un ejemplo: el noruego Edvard Munch decidió dejar plasmado su propio autorretrato tras pasar por la gripe. Munch, siempre obsesionado con la muerte, la soledad y la locura (cuando contaba con cinco años su madre murió de tuberculosis y poco después lo haría su hermana por la misma causa), acabaría sucumbiendo a la neumonía. Según él mismo explicaba, la enfermedad le acompañó desde la cuna y le siguió como una obsesión que plasmaría en sus retratos. El autorretrato de su convalecimiento es más un ejemplo de empatía: se nos muestra débil y enfermizo, cautiva y preocupa a partes iguales.

placeholder Autorretrato después de la gripe española, de Edvard Munch.
Autorretrato después de la gripe española, de Edvard Munch.

No siempre fue así. En tiempos de la peste, las pinturas eran más una advertencia del apocalipsis que estaba por llegar. "En Europa, el arte que representaba la Peste Negra se vio inicialmente como una advertencia de castigo que la enfermedad traería a los pecadores y a las sociedades", explica Kasriel. "Se veía desde el marco profundamente religioso en el que vivían. Como mucha gente no sabía leer, solo podían fijarse en las imágenes. Morir por la peste se vio no solo como un castigo de Dios por la maldad, sino también como una señal de que la víctima soportaría una eternidad de sufrimiento en el mundo venidero".

El arte que representaba la Peste Negra se veía como una advertencia de castigo que la enfermedad traería a los pecadores

Además, estas pinturas recordaban siempre la fugacidad de la vida y cómo la muerte se encuentra presente en cada uno de nuestros momentos desde que llegamos al mundo. Por ello se repite continuamente la danza macabra, los cadáveres bailan y siguen a la muerte, también aparecen muchas representaciones de relojes de arena, recordándonos lo efímero de nuestra existencia. El apocalipsis sería relegado con el paso del tiempo y la empatía llegaría después, hacia el siglo XVII: las víctimas entonces se asociaban con Cristo, y se alababa la labor de aquellos que tenían que ayudar, exaltándolos como si fueran santos.

placeholder Víctimas de la Peste Negra con los característicos bubones en una ilustración de la Biblia de Toggenburgo
Víctimas de la Peste Negra con los característicos bubones en una ilustración de la Biblia de Toggenburgo

Poco tienen que ver estas representaciones, que pese a lo religioso o lo empático, provocan desazón y temor en el que las observa, con pinturas como la de Munch. La amenaza siempre parece presente en las representaciones que nos dejan los autores durante la peste, y, sin embargo, el autorretrato del pintor noruego solo nos muestra fragilidad: "El espectador puede sentir una profunda sensación de reconocimiento y compasión por el sufrimiento de Munch, que de alguna manera puede ayudar a curar su angustia", explica la doctora estadounidense Elisabeth Outka.

Los artistas a menudo tratan de dar sentido a la destrucción aleatoria provocada por las plagas

El individuo cobra importancia durante este tiempo frente a la colectividad. Los enfermos tienen rostro, como Egon Schiele, que en 1918 decide retratarse junto a su mujer (por entonces embarazada) con un niño. Ese niño no llegó nunca a nacer, pues tanto el artista como su esposa fallecieron de gripe española ese mismo otoño. Los muertos también tienen rostro, pues en un intento de regresión al enterramiento de civilizaciones anteriores, como la egipcia, el pintor Moise Kisling y el astrólogo suizo Conrad Moricand realizaron la máscara mortuoria del también pintor Amedeo Modigliani, que había sucumbido a la tuberculosis tan solo un día antes.

¿Y ahora? Pues en realidad, las cosas no han cambiado tanto. Igual que, en el tiempo de cuarentena, pudimos ver cómo algunas personas habían decidido usar todo su ingenio imitando cuadros clásicos con ellos como protagonistas, algunos artistas están aprovechando estos momentos de incertidumbre para crear: es el ejemplo del irlandés Michael Craig-Martin, que ha creado posters de flores y anima a que los descargues y los colorees, para ayudar en la obra, y después los cuelgues en tu ventana. Solo el tiempo dirá cómo convertimos los sentimientos de ansiedad y preocupación en obras de arte, para el disfrute o el aprendizaje de las generaciones futuras.

Si algo hemos aprendido con la epidemia del coronavirus, es que el enemigo más letal es el que puede habitar en nuestro interior. En el momento actual, el COVID-19 ya se ha cobrado 300.000 vidas en el mundo, y desgraciadamente no es la primera vez en la historia del ser humano que nos enfrentamos a una enfermedad altamente contagiosa. Hace tan solo un siglo, la mal denominada gripe española causó la muerte de aproximadamente 50 millones de personas en 1918 (otras cifras apuntan 100 millones) al finalizar la Primera Guerra Mundial. La peste negra, la pandemia más devastadora de la humanidad, acabó según los expertos con un tercio de la población. Y algunos consideran optimista esta cifra. En Alemania, por ejemplo, se estima que uno de cada diez habitantes perdió la vida.

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