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“Prefería morir a seguir así”: un español en el ejército nazi, la historia no contada del Día D
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'LO QUE NUNCA TE HAN CONTADO del día d'

“Prefería morir a seguir así”: un español en el ejército nazi, la historia no contada del Día D

El 75 aniversario del desembarco de Normandía ha hecho aflorar nuevos testimonios. Uno de ellos es el de Alberto Winterhalder, recogido por Pere Cardona y Manuel P. Villatoro

Foto: Soldados apostados en una encrucijada en Banville. (Cordon Press)
Soldados apostados en una encrucijada en Banville. (Cordon Press)

“En mitad de aquel caos indescriptible, el pánico se apoderó de nosotros. De pronto, ya no veíamos ni los camiones ni ningún atisbo de vida a nuestro alrededor. Solo el terror, agarrado un poco más abajo de nuestra garganta, cerca del corazón. Y en aquella atronadora tormenta de fuego y agua, rodeados de un barro que nos llegaba hasta las rodillas y charcos de agua fangosa, apenas podíamos indicar a los camiones y a las tropas la dirección que debían tomar para salir de allí. Era una extraña sensación que jamás había experimentado en ningún otro momento a lo largo de la vida. Parecía que íbamos a morir de un momento a otro, y casi preferíamos que así fuera antes que seguir de aquella manera, con la insoportable sensación de horror que nos atenazaba. Aquellos momentos se hicieron eternos, parecían no tener fin”.

Este fragmento del diario del soldado Alberto Winterhalder García (nacido en Lérida hijo de un alemán y una española) sobre una emboscada del ejército aliado refleja bien la experiencia de aquellos que, como él, vivieron la batalla de Normandía en el bando alemán. Su particular historia, que refleja cómo aquellos días del verano de 1944 fueron una guerra de terror contra terror, no había salido a la luz hasta ahora, cuando ha sido recogida por Pere Cardona y Manuel P. Villatoro en ' Lo que nunca te han contado del Día D' (Principal Historia) junto a otras que arrojan luz sobre los rincones olvidados de la campaña, como la del misterio del tesoro de la batería de Maisy o la del paracaidista Don Jakeway.

Fuera de las SS o las Juventudes Hitlerianas, eran muchachos a los que, como a los americanos que murieron en las playas, les tocó jugar ese papel

“Llegamos a través de su hijo, porque Alberto había escrito unas memorias sin publicar, nos pusimos en contacto con él y le pedimos si nos podía ceder el capítulo sobre su experiencia en Normandía”, explica a este medio Cardona. Su narración, vívida y con ocasionales toques líricos, es una buena guía para orientarse en el caos que se desató en Normandía tras la llegada de los aliados, un enfrentamiento que, entre el 6 de junio y el 30 de agosto, día en que las tropas alemanas se retiraron por el valle del Sena, dejó alrededor de 225.000 bajas aliadas, 240.000 germanas y entre 25.000 y 39.000 muertos civiles a cambio de recuperar la libertad perdida tras la invasión nazi de 1940.

¿Qué hacía un español como Winterhalder en un frente como el germano? Poco margen de maniobra le quedó, explican los autores. “Lo movilizaron y no pudo hacer nada, en España la dictadura de Franco era bastante afín al bando alemán y no tuvo escapatoria”, añade el autor del portal Historias Segunda Guerra Mundial. Allí, compartió una experiencia común no solo con otros jóvenes alemanes movilizados por la maquinaria de guerra del nazismo sino también con los aliados: “Tenemos el estereotipo del soldado alemán, relacionado con el Holocausto, pero fuera de las SS o las Juventudes Hitlerianas, muchos eran muchachos de 18 o 19 años a los que les había tocado jugar ese papel sin comerlo ni beberlo, como otros soldados americanos”.

placeholder Soldados rescatados en la playa de Omaha. (Underwood Archives / The Image Works)
Soldados rescatados en la playa de Omaha. (Underwood Archives / The Image Works)

Invasores y libertadores eran enemigos irreconciliables, pero el terror y la incertidumbre resultaban comunes a ambos bandos. En el aliado, porque la larga espera casi había destrozado sus nervios: “No tenían muy claro qué se iban a encontrar al otro lado, hasta el último momento no se les dijo dónde iban o qué se esperaba de ellos”. Los alemanes, que habían sufrido bombardeos durante los días anteriores, tampoco podían imaginarse aquella marea humana (y militar) que se les venía encima: tan solo el primer día, 50.000 hombres desembarcaron para derribar el Muro Atlántico. Para contenerlos, soldados como Winterhalder fueron movilizados a Normandía.

Del cielo al infierno

La guerra comenzó de manera plácida para Winterhalder, que recibió su instrucción militar en Zeven, cerca de Bremen, y fue trasladado en abril de 1942 al paraíso natural de Ré, en la costa atlántica francesa. “Estuvo durante toda la guerra casi en un balneario, donde no entraron en combate”. Allí vivió una particular historia de amistad con soldados republicanos que se encontraban en un campo de prisioneros alemán. “Contraviniendo las órdenes de sus superiores, entabló contacto con estos chavales, que en el poco tiempo libre que tenían, utilizaban hurones para cazar conejos, y llegaron a un pacto para compartir la caza a cambio de vino”. La relación de amistad prohibida con los soldados se prolongó incluso después de la guerra.

Se encontraron con un fuerte hedor a cadáver a medida que abandonaban sus posiciones y corrían a la desesperada para ponerse a salvo

A punto de recibir un permiso para volver a España, Winterhalder fue enviado dirección a Rennes para reforzar las tropas de Von Kluge la madrugada del 1 de agosto… a pie. “Cada día que pasaba era un día más de vida, y eso era lo único que importaba”, escribió años después. Paso tras paso, aligeraban el peso que cargaban para poder aguantar las marchas que le conducían a un viaje sin retorno, en el que ser hecho prisionero era casi lo mejor. A medida que avanzaban, eran golpeados por los aliados, el maquis y los bombardeos de los P-38 Lightning hasta llegar al sur de Caen, donde pasó uno de los peores momentos de la guerra, como relata en el fragmento que abre este artículo. Los alemanes huían, menos las fanáticas Juventudes Hitlerianas, que “sabían que iban a morir y pasaban por nuestro lado sin apenas notar nuestra presencia, eran la muerte misma al encuentro de las tinieblas”.

La retirada desordenada se convirtió en lo que ha pasado a la historia como Der Korridor der Todes (el pasillo de la muerte): “Los alemanes caían casi como moscas”, narra Cardona. “Alberto habla incluso del fuerte hedor a cadáver con el que se iban encontrando a medida que iban dejando posiciones y corriendo a la desesperada para ponerse a salvo”. Fue en uno de aquellos pueblos donde finalmente los soldados americanos le detuvieron. Winterhalder estuvo a punto de caer linchado por una turba de franceses que le rodearon y, mientras le insultaban, pedían que le rebanasen el cuello. “Nunca antes había sentido la muerte tan cerca”, escribió. Los soldados americanos casi no podían contener a todos esos que, tras cuatro años de ocupación y terroríficos abusos por parte de los alemanes, querían tomarse la venganza por su mano.

placeholder Soldados en Caen, en julio de 1944. (Cordon Press)
Soldados en Caen, en julio de 1944. (Cordon Press)

El español se salvó gracias a la aparición de unas mujeres a las que había proporcionado sus últimas raciones de carne enlatada, y la intervención casi divina de un cura que, por afinidad católica, convenció a los linchadores de que era “un buen hombre”. Otros no corrieron la misma suerte: “Las propias francesas que los aliados consideraban que habían colaborado con los alemanes, ya sea prestándoles ayuda o las prostitutas que habían sido obligadas a mantener relaciones con los nazis, lo más suave que hacían eran raparles el pelo y pasearlas”, explica Villatoro. Winterhalder fue detenido por los estadounidenses el 17 de agosto, trasladado a Inglaterra y EEUU hasta retornar de forma definitiva a España en julio de 1948, donde intentó pasar página y olvidó lo ocurrido hasta poco antes de su muerte. Algo común a otros testimonios de veteranos de guerra, recuerdan los autores.

El día más largo, 75 años después

Este jueves se cumplen tres cuartos de siglo de la que sigue siendo la mayor operación anfibia y aérea de la historia, un periodo en el que películas y series como 'Hermanos de sangre', 'El día más largo' o 'Salvar al soldado Ryan' han generado mitos que los autores han intentado matizar en la medida de lo posible. Cardona señala que quizás el más persistente sea el de que los soldados iban muy preparados y que la defensa era escasa: “Especialmente, el papel de los paracaidistas, cuyo papel no es que estuviese mitificado, pero sí que tuvieron que hacer frente a un gran número de dificultades que no se han contado demasiado”.

Durante meses estuvieron planeando una operación que funcionó como una máquina bien engrasada aunque al principio parecía imposible

La intrahistoria del Día D deja detalles descacharrantes, desde la opípara cena a base de hamburguesas y salchichas que tomaron los soldados antes de zarpar hacia el otro lado del Canal de la Mancha, y que derivó en mareos e intoxicaciones que pusieron en peligro la misión, hasta la ingeniosa maniobra de distracción que llevó a un falso Montgomery a Gibraltar (en realidad, un actor haciéndose pasar por él), pasando por la creación de un ejército señuelo en la conocida como operación Skye, con campamentos falsos que podían albergar hasta 250.000 soldados.

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'Lo que nunca te han contado del Día D'.

Para Villatoro, la lección que se puede aprender de este capítulo de la Segunda Guerra Mundial es el valor de “la perseverancia de gente como Eisenhower o Montgomery, que durante meses estuvieron planeando una operación que funcionó como una máquina bien engrasada, porque gracias a todos se consigue llevar a cabo una misión que parecía imposible”. Una legión de paracaidistas, pilotos, marinos, soldados de infantería, pero también de espías (como el español Garbo) y ciudadanos de la Resistencia. El desembarco de Normandía no empieza el 6 de junio, añade, sino mucho antes. Incluso desde 1941, cuando se empiezan a trasladar materiales y alimentos a Reino Unido.

Cardona lo tiene claro: “A día de hoy, parece que no hemos aprendido la lección, y lo que me gustaría es que la gente se diera cuenta de lo que pasó en 1944, cuando muchos soldados dieron su vida por la libertad, para que no tengamos que volver a vivir algo tan cruento”. Y sugiere que si hoy ocurriese algo similar, la reacción probablemente sería muy diferente. Esperemos que no haya que comprobarlo.

“En mitad de aquel caos indescriptible, el pánico se apoderó de nosotros. De pronto, ya no veíamos ni los camiones ni ningún atisbo de vida a nuestro alrededor. Solo el terror, agarrado un poco más abajo de nuestra garganta, cerca del corazón. Y en aquella atronadora tormenta de fuego y agua, rodeados de un barro que nos llegaba hasta las rodillas y charcos de agua fangosa, apenas podíamos indicar a los camiones y a las tropas la dirección que debían tomar para salir de allí. Era una extraña sensación que jamás había experimentado en ningún otro momento a lo largo de la vida. Parecía que íbamos a morir de un momento a otro, y casi preferíamos que así fuera antes que seguir de aquella manera, con la insoportable sensación de horror que nos atenazaba. Aquellos momentos se hicieron eternos, parecían no tener fin”.

Desembarco en Normandía
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