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La batalla de Atapuerca: el episodio más turbio entre Navarra y León
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Dos fuerzas irreconciliables

La batalla de Atapuerca: el episodio más turbio entre Navarra y León

Un motivo no demasiado claro desató una rivalidad entre los reyes de estos territorios que acabó a sangre entre dos hermanos

Foto: Fernando I de León.
Fernando I de León.

"Nada existe que no pueda ser violado", decía Cicerón. Hasta la propia fraternidad hecha con la sustancia de la misma sangre puede ser motivo de silencio y de traiciones, de odio y radicalidad extrema. Esto es lo que vino a ocurrir hace ya casi mil años en la naciente Castilla, y no es tópico decir aquí, que la historia se repite.

Era 1 de septiembre y seguía corriendo el año 1054. En las llanuras del valle de Atapuerca en una zona de bajo monte poblada de bellos encinares e impregnada de los aromas de miles de matas de espliego, romero y tomillo; en un lugar donde hace más de un millón de años, un homo con calificación todavía por determinar -Sima de los Elefantes– desde la eternidad del tiempo, presenciaba como dos hermanos, reyes ambos de reinos vecinos, se enzarzaron en una agarrada de antología.

Intentó solucionar los acontecimientos por vía diplomática, pero un cielo bastante gris se empezaba a saturar de malos augurios

Uno, era el monarca navarro de nombre García Sánchez, personaje rebosante de testosterona pero con un poco de falta de puesta a punto de entendederas y muy cerrado para las cosas del dialogo; el otro, Fernando I de Castilla, con más visión de conjunto y de futuro, pretendía una evolución tranquila para su reino. En varias ocasiones, intentó solucionar los acontecimientos por vía diplomática, pero un cielo bastante gris se empezaba a saturar de malos augurios.

Nunca se han podido explorar suficientemente las razones que permitieron que ese conflicto estuviera tan irreversiblemente condenado a ser. El navarro rechazó a todos los emisarios con cajas destempladas y la guerra no se pudo evitar.

Dos fuerzas irreconciliables

Temprano, con el rocío todavía vivo, el amanecer de un día de sangre se comenzaba a revelar en toda su tragedia y a agregar la locura a la absurda realidad. Ese 1 de septiembre del año 1054 la tropa castellana y sus pares leoneses, se encuentran en Atapuerca a tiro de ballesta con los navarros. Parece que el día se va estropeando, pero donde se va a notar en definitiva es en ese espacio telúrico que ocupan inevitablemente dos fuerzas encontradas e irreconciliables.

Y el tema sucedió así más o menos, si nos atenemos a las diferentes fuentes. Según cronistas, el rey navarro andaba bastante sobrado de herramienta y en un probable sofocón de la líbido, se le antojó la joven esposa de un conde vasallo suyo de nombre Sancho Fortún. Con la fémina en cuestión parece consumó el asunto de manera poco delicada y al asalto. Al no poder superar la afrenta, en consecuencia, el noble se la tenía jurada y al parecer, tal que en medio de la batalla, le asestó un golpe mortal de necesidad. Sin embargo la Crónica Compostelana, vocero informativo de la época, era bastante sesgada y operaba en beneficio de la imagen política –que posteriormente se convirtió en hecho histórico irrefutable al tiempo que indemostrable-. Según esta crónica, el demonizado Fortún había sido el tutor durante la infancia y juventud de García, el rey navarro, y lo apreciaba como a su propio hijo cayendo ambos juntos durante el combate. Cosas inverificables de la historia.

Fernando Sánchez, a la sazón casado con Sancha, hermana del fallecido Bermudo III, reclamó su derecho a reinar en León

Otras crónicas sin embargo, contaban que un clan un poco “borderline”, y con el sello de poco “sostenible” en la órbita de la corona leonesa y fiel al extinto Bermudo, fuera impulsado por la reina Sancha para acometer tamaña fechoría; teoría que no tiene mucha lectura porque al parecer las instrucciones eran las de cogerle vivo al mendaz elemento. Lo que si es cierto que tanto el interfecto rey navarro como su asesino perecieron de un modo u otro en la batalla que se desarrolló en aquel aciago día. La versión de La Crónica de Nájera (la de la oposición) apuntala la muerte alevosa durante el combate, a manos de parientes del difunto monarca leonés, Bermudo, los cuales en manifiesto desacato hacia las órdenes de Fernando intervinieron en la eliminación del rey navarro. Este sería el corolario de aquella fratricida historia pero los antecedentes había que situarlos en un rechazo visceral de cuya partitura ya se habían tocado algunas notas.

Años antes, hacia 1037, al parecer también en un arrebato, Bermudo III iniciaba una confrontación contra su cuñado Fernando que estaba casado con Sancha pero que a la vez era hermana del primero. Derrotado y pasaportado en la batalla de Tamarón fue el último rey leonés de la dinastía astur. Fernando Sánchez, a la sazón casado con Sancha hermana del fallecido Bermudo III, reclamó su derecho a reinar en León, siendo coronado ese mismo año y no más tarde, apoyado por una mujer que estaba sobrada de carácter según testigos auditivos presenciales y no presenciales, habida cuenta el volumen de decibelios que manejaba la criatura. Ahí no se sabía quien mandaba.

Hermano vencedor

Tras la batalla de Atapuerca, Fernando no quiso hacer más sangre y toleró el velatorio fúnebre hacia su hermano durante la noche posterior a la batalla. Muerto su rey, los navarros le llevarían en procesión fúnebre al panteón de Nájera, al que el mismo Fernando en un acto que le honraría acudió con algunos nobles castellano leoneses a la capilla ardiente de su hermano ido. Asimismo, estuvo presente tras las exequias, en la proclamación y jura de Sancho, sobrino del interfecto.

Este caballeroso rey castellano trató al todavía adolescente rey navarro como si de su tutor se tratara. Varios de los territorios castellano-alaveses limítrofes a la frontera de ambos reinos fueron concedidos a los navarros sin contrapartidas y como un acto de buena voluntad intentando apaciguar ánimos a la par que creando la cohesión necesaria de futuro para enfrentar al enemigo común que habitaba el patio de atrás, Al Ándalus.

En memoria del luctuoso acontecimiento se colocó en la vereda donde supuestamente falleció el trabucaire rey navarro una piedra ciclópea a modo de túmulo funerario simbólico, piedra esta, que los vecinos han llamado Fin de Rey, colocada allí por orden del rey Fernando I, el hermano vencedor de aquel irracional ajuste de cuentas.

"Nada existe que no pueda ser violado", decía Cicerón. Hasta la propia fraternidad hecha con la sustancia de la misma sangre puede ser motivo de silencio y de traiciones, de odio y radicalidad extrema. Esto es lo que vino a ocurrir hace ya casi mil años en la naciente Castilla, y no es tópico decir aquí, que la historia se repite.

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