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El genio con apariencia de mendigo que cambió Barcelona para siempre
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OBRA Y LOGROS DE ANTONIO GAUDÍ

El genio con apariencia de mendigo que cambió Barcelona para siempre

En el fondo de armario de su onírica mente iban creciendo formas y naturalezas extrañas que se iban traduciendo en obras de arte de la más alta admiración y reconocimiento

Foto: La Sagrada Familia en 1900. (Cordon Press)
La Sagrada Familia en 1900. (Cordon Press)

“La belleza es el resplandor de la verdad, y como que el arte es belleza, sin verdad no hay arte.
Antoni Gaudí

Es posible que exista la cuadratura del círculo, el desiderátum, un Gotha de la arquitectura, un non plus ultra de la belleza, quizás; una acepción de la divinidad en las formas humanas o en sus creaciones que escape a nuestra comprensión, pero si la expresión de la inspiración artística tuviera una obra magna y esta estuviera encarnada, su paladín con toda seguridad sería Antoni Gaudí.

Él, desde temprana edad, ensimismado en aquella mente portentosa y despistada, sumergía su práctica de contemplación en las eternas aguas del Mediterráneo su fuente de creación, su activo artístico más elevado. Para obtener esa conexión íntima y liberadora, ese espacio de silencio interno tan necesario ante el desconcierto cotidiano que nos captura y abduce de forma tan irracional, Gaudí en su recogimiento, creaba sus personales lugares de fusión con el verde y luminoso mar que le aportaría esa necesaria luz para derribar los muros de la oscuridad y de la vulgaridad.

La fortuna, tantas veces esquiva al arte, tuvo un excelente fertilizante en la amistad desarrollada con el mecenazgo del Conde Güell

En el fondo de armario de su onírica mente de soñador iban creciendo formas y naturalezas extrañas que se iban traduciendo en obras de arte de la más alta admiración y reconocimiento. Su indumentaria de renunciante, sus zapatos en ocasiones con remiendos, su aspecto desaliñado, eran más acordes con los de un 'homeless' extremo que de un artista de su valía; todo ello no daba lugar a una identificación nítida del genio, quizás por su proverbial humildad y ensimismamiento. Era un elemento de creación explosiva en estado puro y sus ausencias de sí mismo generaban bastantes preocupaciones a sus allegados. Quizás, el cristiano que habitaba dentro era verdadero y no necesitaba llevar una máscara de aceptación social, ni tampoco darse golpes de pecho; nada más que ser autentico.

La fortuna, tantas veces esquiva al arte, tuvo un excelente fertilizante en la amistad desarrollada con el mecenazgo del Conde Güell, un enamorado de la obra de Gaudí al que cubrió de facilidades y relaciones con la elegante alta burguesía catalana. Los pabellones homónimos, una acotación perimétrica de la finca privada de Eusebio Güell, así como las bodegas del mismo nombre en Sitges, son una respuesta a la admirable relación de amistad que ambos mantenían. Más tarde, en la etapa orientalista del autor (1883-1888), el arquitecto realizaría una serie de obras de corte oriental e influencias mudéjares. Para rematar este compromiso de mecenazgo tan fructífero, llegaría en un punto de inflexión de su madurez vital y profesional, el famoso Parque Güell; en él, Gaudí desplegaría todo su talento acuñando su famosa frase parabólica y metafórica a la par: “La belleza es el resplandor de la verdad, y como que el arte es belleza, sin verdad no hay arte”.

placeholder Muebles de la Casa Calvet diseñados por Antonio Gaudí. (CC/Canaan)
Muebles de la Casa Calvet diseñados por Antonio Gaudí. (CC/Canaan)

Si ya sorprendente es la Casa Calvet sita en Barcelona, por su anómalo estilo conservador tan infrecuente en este artista de la luz, Gaudí, se asoma a la zona común de los arquitectos que no quieren arriesgar (o están obligados a ser conservadores por las circunstancias). La simetría y el orden aparecen en un entorno muy condicionante, quizás por la elegancia del barrio en que se encuentra, El Ensanche. Esta anómala obra dentro de un estilo, absolutamente “herético” y vanguardista, supuso el fin del uso de otros estilos recurrentes por parte del arquitecto, tales como el gótico o el mudéjar, y se embarca en un período de madurez y plenitud en el que su máxima referencia e inspiración será la naturaleza, y que culminaría en obras como las espectaculares casas Milà y Batllo.

Pero ya la guinda de la limpieza de líneas, de un purismo casi avasallador; no se sabe si por las limitaciones económicas que comportaba el proyecto – un barrio obrero, escasa financiación o techo económico firmado en clausula, es la Cooperativa Obrera de Mataró. Esta fábrica es el homenaje del arquitecto al socialismo utópico. Está hecha con tiralíneas, rodeada por amables retoños de árboles que algún día serán, convirtiendo el lugar en una concentración de historia del arte detenida en el tiempo. Gaudí era así, una potencia avasalladora en un cuerpo acartonado por el peso de la imaginación, el que a la postre, lo encorvaría condicionando su peculiar caminar.
Enumerar aquí la obra arquitectónica de Gaudí es a estas alturas redundante. La herencia que este hombre sobrehumano dejaría a la posteridad, es algo más que su amor por la belleza. Este portentoso artista Mediterráneo impregnado en la sustancia del mar y de su sal, es un autor que en el renacimiento podía haberse llamado Brunelleschi, Da Vinci o Buonarroti tuteándose con ellos entre iguales.

El fuego arrasó con una enorme cantidad de planos, esculturas e información de altísimo valor para comprender mejor la dimensión de su proyecto

Dejo en manos de entendidos, describir a uno de los nuestros, instalado en la memoria eterna de los que admiramos su genial y talentosa creación, que valoren con más criterio y objetividad a alguien de muy larga definición biográfica y profesional. Me limito a evocar la figura del genio desatado, de un artista universal, de porque a veces la divinidad se deja caer por estos pagos para hacer algo por esta extraña forma de vida llamada humanidad. Estas pinceladas sobre la obra del artista omiten hechos mayores en su amplia paleta de creaciones.

Viviendo en otro mundo

Pero como suele ocurrir en la vida, lo lamentable de ciertas cosas es que por mucho que se intente razonar sobre ellas se acaba siempre en un callejón sin salida.
Diez años después, vendría la terrible carnicería por todos conocida.

Su taller es incendiado por hordas que estaban fuera del control de la República. El fuego canalla unas veces, otras purificador, arrasó con una enorme cantidad de planos, esculturas e información de altísimo valor para comprender mejor la dimensión de su proyecto. Su tumba se salvó de la profanación por la intervención de Domènec Sugranyes, su hombre de confianza que compraría las voluntades de los revolucionarios a golpe de billetera.

Un guardia civil fuera de servicio se hace valer y obliga a un taxi a llevarlo poniendo su tres cuartos de uso reglamentario en el asiento de atrás

Gaudí, como es sabido, vivía en un mundo paralelo. Aficionado al ayuno, ya había tenido más de un desvanecimiento. Sería atropellado por un despistado tranvía a las seis de la tarde del 7 de junio de 1926 cuando se dirigía a su misa diaria y a confesarse con su íntimo amigo, mosén Gil Parés.

En ese momento, llevaba una pequeña Biblia, un rosario, un pañuelo y la llave de su escritorio. Un durísimo impacto en la sien y múltiples costillas destrozadas fueron la resultante de aquel aciago accidente. Ante la negativa de particulares y taxis a parar para llevar al artista a algún hospital –su aspecto era bastante deplorable en lo que a indumentaria se refiere–, un guardia civil fuera de servicio, Ramón Pérez, se hace valer y obliga a un taxi a llevarlo poniendo su tres cuartos de uso reglamentario en el asiento de atrás. Lo acompaña en persona para cerciorarse de que todo se desarrolle sin contratiempos. Es trasladado al dispensario de Ronda de San Pedro, 37, pero la lividez comienza a arraigar en su castigada materia.

Foto: El Palacio de la Generalitat de Cataluña. (iStock)

Sus amigos más allegados recorrieron sin desfallecer los dispensarios y hospitales de la Barcelona de entonces, melancólica y bella, agostada sobre una de las riberas más prosperas del Mediterráneo. En la Santa Creu ya era un despojo agonizante. Sería identificado por su amigo sacerdote. Su deplorable estado e indumentaria descuidada lo hacían prácticamente irreconocible, su abrigo carecía de botones y estaba sujeto con imperdibles. Tres días después, al alba de un junio luminoso. Un solemne y afectado cortejo fúnebre discurría por la ciudad cargando a sus espaldas con la memoria de uno de los más grandes artistas de la historia. Cuando la cabecera del duelo, entró en la catedral, una ingente multitud no cuantificable se elongaba hasta los dos kilómetros de distancia del templo. La mitad de sus obras, siete, son consideradas Patrimonio de la Humanidad.

Hoy permanece en un nicho ad hoc en la Sagrada Familia, obra en la que trabajó cerca de cuarenta años. Mientras su alma viaja por la eternidad, su memoria habita en el recuerdo de millones de admiradores de su obra y persona.

“La belleza es el resplandor de la verdad, y como que el arte es belleza, sin verdad no hay arte.
Antoni Gaudí

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