Es noticia
Vuelve la reválida: así han cambiado los exámenes en España durante el último siglo
  1. Alma, Corazón, Vida
UN CICLO SIN FIN

Vuelve la reválida: así han cambiado los exámenes en España durante el último siglo

El viernes, el Consejo de Ministros aprobó las reválidas de ESO y Bachillerato. Una nueva era se abre ante los estudiantes españoles... aunque, para muchos, es un retorno a 1953

Foto: Este año se han realizado las últimas Pruebas de Acceso a la Universidad. ¿Volverán? (Efe/R. García)
Este año se han realizado las últimas Pruebas de Acceso a la Universidad. ¿Volverán? (Efe/R. García)

El pasado sábado, el Boletín Oficial del Estado publicó la disposición 7337 que avala la realización de las evaluaciones en el último curso de ESO y Bachillerato a partir del próximo curso 2016-2017. Son las conocidas despectivamente como reválidas de secundaria, que determinarán si los estudiantes consiguen dichos títulos. Para ello deberán realizar un examen sobre los contenidos de tercero y de cuarto en el caso de ESO, en el que “se tendrán en cuenta las competencias clave junto con los contenidos aprendidos durante la etapa a través de las materias relacionadas con la evolución final de etapa”; en el de Bachillerato, “se tendrán en cuenta en mayor medida los contenidos aprendidos”.

La medida ha sido recibida desde diversos sectores con un abierto rechazo debido a que, en caso de suspender la prueba, los alumnos de ESO no podrán acceder a un ciclo de Formación Profesional de Grado Medio ni de Bachillerato. En el caso del último curso de Bachillerato, aquellos que no sean capaces de cumplir con los objetivos estipulados no podrán acceder a la universidad, pero sí a un ciclo de Formación Profesional de grado superior. Como ha denunciado el Sindicato de Estudiantes, “los estudiantes saldrán al mercado laboral sin titulación” en caso de que sean incapaces de aprobar la prueba.

El Sindicato de Estudiantes ha calificado en un comunicado de “reválidas franquistas” estas evaluaciones externas

Algunas comunidades ya han declarado que no implantarán dichas pruebas, como es el caso de la Generalitat catalana, que no las aplicará el próximo curso y las recurrirá. Meritxell Ruiz, consejera de Enseñanza, señaló que se trata de “un planteamiento pedagógico muy antiguo”. Sus palabras traen a la memoria antiguas fórmulas como las famosas reválidas de los años cincuenta y sesenta que situaban cuatro pruebas antes de los 17 años para los alumnos que quisiesen llegar a la universidad. De hecho, el Sindicato de Estudiantes ha calificado en un comunicado de “reválidas franquistas” estas evaluaciones externas.

“Estas reválidas buscan simple y llanamente expulsar a miles de jóvenes de barrios humildes del sistema educativo y lanzarlos a un mercado laboral precarizado hasta el límite, donde seamos nosotros mismos los que nos convenzamos de que, al fin y al cabo, no nos merecemos mejores condiciones, pues no tenemos estudios para otra cosa”, asegura el sindicato. Pero ¿en qué se parecen estas evaluaciones externas a otras pruebas semejantes realizadas en España? Hagamos memoria para entenderlas un poco mejor.

Poniendo puertas al campo

La Ley Moyano (o Ley de Instrucción Pública) de 1857 fue la primera ley educativa integral de la educación española, promulgada durante el reinado de Isabel II con la voluntad de solventar los endémicos problemas de analfabetismo en España. La enseñanza se divide en tres grados: la primaria, dividida a su vez en elemental y superior; la enseñanza media, dividida en los generales y de aplicación; y la universitaria. Durante las dos últimas décadas del siglo XIX, de mano de Giner de los Ríos, comienza a debatirse una forma de selección del alumnado universitario a través de un examen de ingreso.

Como explica Ángel González de Pablo de la Universidad Complutense de Madrid en un artículo publicado en 'Hispania', esta prueba de acceso ha sido olvidada pero da buena idea de la situación educativa española entre 1898 y 1902. La prueba de 1898, promovida por Germán Gamazo, presentaba un examen común que consistía en la traducción y análisis gramatical de tres breves textos en latín, francés y alemán, y otro específico, con una parte oral y escrita. En el oral se contestaba una pregunta de las asignaturas del grupo de cada Facultad y en el escrito se desarrollaba un tema correspondiente a esas asignaturas.

“Es imposible juzgar la madurez de un alumno en un solo examen”, se aseguraba sobre los exámenes de estado

Esta prueba “conduciría, en teoría, a una reducción del alumnado universitario (posibilitando, así, la mejora e incluso supresión de los demás exámenes) y a su homogenización”. Había ya, por lo tanto, una voluntad de selección en esta prueba, que fue recibida con “hostilidad” a medida que pasaba el tiempo y que condujo a rápidas reformas planteadas por Pidal y Mon y Alix… y una posterior suspensión por parte de Romanones. La semilla de la Selectividad, no obstante, ya se había plantado.

Exámenes de estado: cerrando filas

Durante muchos años, con el nombre de Bachillerato se entendía toda la enseñanza secundaria y abarcaba entre los 10 y 17 años. En los años de la posguerra aparece ya un primer examen de ingreso a los 10 años, que consistía en un dictado y una división; una vez se terminaban dichos estudios, debía realizarse el conocido como Examen de Estado, que fue implantado por el bando sublevado durante la Guerra Civil a través de la Ley de Reforma de la Enseñanza Media de Pedro Sáinz Rodríguez. Estará vigente hasta 1953 y, como muchas medidas de la época, era una reacción a las medidas progresistas implantadas durante la Segunda República.

Este examen de estado –que sustituía a las anteriores reválidas asociadas con el título de bachiller– estaba formado por una parte escrita eliminatoria (redacción, matemáticas y el consabido latín) y otra oral, con todas las materias cursadas. Como ha ocurrido con todos los exámenes semejantes, también fue objeto de la polémica. El Claustro de Pamplona, por ejemplo, firmó en la época un documento en el que aseguraban que “es imposible juzgar la madurez de un alumno en un solo examen”; también que “un solo examen de estado jamás podrá servir para investigar el grado de formación de un alumno y el fallo es muchas veces injusto”. Los tiempos cambian, los argumentos (y los exámenes) no demasiado.

La vieja y odiada reválida

Era 1953, y después de una década en el ostracismo, parecían soplar aires un poco menos autárquicos en España. Nuevos tiempos, ¿nuevas leyes? La Ley sobre Ordenación de la Enseñanza Media de 1953 del ministro Joaquín Ruiz Giménez intentó generalizar la escolarización obligatoria hasta los 14 años, eso sí, manteniendo una doble vía, entre el bachillerato elemental (de cuatro cursos) y el superior (de dos), seguido por el “preu” o curso preuniversitario, obligatorio para el acceso a la Universidad.

Es entonces cuando el calendario de los niños empieza a llenarse de exámenes. El primero de ellos era la prueba de acceso al bachillerato, que se realizaba a los 10 años; el segundo, la reválida elemental o reválida de cuarto (al terminar los primeros cuatro cursos); el tercero, la reválida superior o reválida de sexto (al completar el bachillerato superior, que se llevaba a cabo en un instituto independiente del Ministerio de Educación) y, por último, una prueba de madurez que coronaba el preu y que era un tímido antecedente de la actual Selectividad. La obligatoriedad de aprobar la reválida superior fue suspendida a mediados de los años 60, pues se consideraba que con la prueba de madurez era suficiente.

Era un sistema para que siguiese estudiando el que valía, y el que no, quedaba fuera

¿Cómo estaban conformadas dichas reválidas?

  • La prueba de ingreso al bachillerato se realizaba a los 10 años, y estaba compuesto por un dictado (en el que no se podía cometer ninguna falta de ortografía), una división con prueba y un examen oral ante un tribunal de cultura general (“¿dónde nace el Ebro?”).
  • La reválida elemental constaba de tres grupos, el de ciencias (Matemáticas, Química, Física, Biología y Dibujo), el de letras (Lengua y Literatura, Historia, Latín y Geografía) e Idiomas. Los tres tenían que aprobarse por separado para poder realizar media entre ellos. No se podía pasar al Bachillerato Superior sin haber aprobado esta reválida, aunque los suspensos tenían otra oportunidad en septiembre.
  • La reválida superior era el colofón final a los dos años, en los que los estudiantes ya debían elegir entre letras o ciencias, aunque el examen contaba tanto con materias comunes como específicas, y también idiomas (que, por lo general, se trataba del francés). No hay mal que por bien no venga: los que aprobasen la reválida superior ya podían ser tratados de don o doña. Obviamente, también se obtenía el título de bachiller.
  • La prueba de madurez era un antecedente de la Selectividad. En ella figuraba la Conferencia: un profesor explicaba una lección durante media hora, y el alumno debía ser capaz de sintetizarla rápidamente. Además, se realizaban exámenes por escrito de las diversas asignaturas de especialización, así como de idioma.

¿En qué se parecen exactamente estas pruebas a la actual “reválida”? Básicamente, en plantear distintas puertas de acceso a lo largo de la trayectoria estudiantil de los alumnos que, de no superarse, los obligarán a elegir otras alternativas; en este caso, la FP o el abandono. Como recuerdan aquellos que lo cursaron, “era un sistema para que siguiese estudiando el que valía, y el que no, quedaba fuera”. Los defensores de estas pruebas argumentaban que servían para evitar que los malos estudiantes siguiesen adelante, perjudicando al resto.

Se acabaron los exámenes

La situación cambió completamente después de la implantación de la ley de 1970 de Villar Palasí, que dio un completo lavado de cara al sistema educativo español, con la Educación General Básica (EGB) y el BUP (Bachillerato Unificado Polivalente) como mascarones de proa. Se acabaron las reválidas: el conocido como 'preu' pasó a ser sustituido por el COU o el Curso de Orientación Universitaria, que preparaba para las Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU), la celebérrima Selectividad. Al final de la EGB, el alumno podía obtener un graduado escolar (que acreditaba haber superado con éxito los cursos, y permitía continuar a Bachillerato o FP) o el certificado de escolaridad, que solo daba acceso a FP o al abandono del sistema. La diferencia es que, en este caso, ya no había que someterse a ninguna prueba externa.

La Selectividad, una mutación inacabable

Durante 40 años, la Prueba de Acceso a Estudios Universitarios (o Selectividad) fue el monstruo final de todo adolescente español, el enemigo a derrotar para poder cursar la carrera que uno quería (o que los padres imponían). Hasta el año 2010, cuando se realizó la reforma más importante, constaba de seis pruebas escritas a resolver en la Universidad donde estuviese adscrito el centro donde se hubiese estudiado secundaria. Tres días de junio para los primerizos, otros tantos de septiembre para los que no tuvieron suerte en la primera convocatoria.

La prueba proporcionaba una nota que hacía media con la obtenida en la secundaria, y determinaba si el estudiante podía acceder a la carrera y al centro deseados o, por el contrario, debía conformarse con otras opciones. El examen, hasta 2010, estaba compuesto por pruebas de Lengua castellana y literatura, Lengua extranjera (el inglés roba el trono al francés) y Filosofía e Historia. Estas eran complementadas por otras asignaturas específicas propias de la especialidad de cada estudiante.

Las nuevas pruebas tienen una periodicidad semejante a aquellas que desaparecieron en 1970

En el curso 2009/2010, la PAU fue sustituida terminológicamente por la PAEG para reflejar el cambio de las diplomaturas y licenciaturas al grado. Los nuevos exámenes constaban de una fase general obligatoria de cuatro ejercicios (cinco en comunidades con lenguas cooficiales), en las que se encontraban la Lengua española y literatura, la Lengua extranjera, la Historia de España y una asignatura de modalidad de segundo de Bachillerato. La fase específica se realiza sobre materias de modalidad que pueden aumentar la nota obtenida en la fase general.

Todo pasa, todo vuelve

Llegamos así a la última legislatura, en la que el ministro popular José Antonio Wert planteó, como parte de la LOMCE, un retorno a las reválidas. Solo que, claro está, sin dicho nombre. Se trata de pruebas realizadas con una periodicidad semejante a aquellas que se extinguieron en 1970, y que se realizan al final de Primaria, de ESO y de Bachillerato.

La evaluación final de ESO examina cuatro asignaturas troncales (Geografía e Historia, Lengua, Matemáticas y Lengua Extranjera) más dos opciones y una materia específica. Las pruebas tienen una duración de 60 minutos con descanso de 15 a lo largo de cuatro días. Aunque la primera versión aseguraba que estaría compuesta únicamente por 350 preguntas de tipo test, una posterior revisión dejó la puerta abierta para las preguntas abiertas y de desarrollo.

La ley, además, asegura que cada universidad tiene potestad de plantear la prueba que considere oportuna para la entrada de alumnos

La evaluación de Bachillerato eleva un poco la dificultad respecto a la de ESO. Están compuestas por ocho asignaturas: cinco troncales (Lengua, Historia, Filosofía, Lengua Extranjera y Matemáticas, Arte o Latín), más dos de opción, más otra específica. La duración aumenta hasta los 90 minutos con descansos de 20 a lo largo de cinco días. Debido a que juegan un papel muy parecido al de la antigua Selectividad, se ha abandonado el formato test para que estas preguntas sean complementadas por otras pruebas competenciales con problemas y comentarios de texto. La ley, además, asegura que cada universidad tiene potestad de plantear la prueba que considere oportuna para la entrada de alumnos. En resumen: hacer exámenes y más exámenes, y algún examen más por si queda duda de la competencia del estudiante.

El pasado sábado, el Boletín Oficial del Estado publicó la disposición 7337 que avala la realización de las evaluaciones en el último curso de ESO y Bachillerato a partir del próximo curso 2016-2017. Son las conocidas despectivamente como reválidas de secundaria, que determinarán si los estudiantes consiguen dichos títulos. Para ello deberán realizar un examen sobre los contenidos de tercero y de cuarto en el caso de ESO, en el que “se tendrán en cuenta las competencias clave junto con los contenidos aprendidos durante la etapa a través de las materias relacionadas con la evolución final de etapa”; en el de Bachillerato, “se tendrán en cuenta en mayor medida los contenidos aprendidos”.

Selectividad Alumnos
El redactor recomienda