Cómo encuentran los perros el camino de vuelta a casa (sin GPS)
Un can ovejero fue capaz de recorrerse de cabo a rabo Gales para reunirse con sus dueños, que lo habían dejado en una granja. ¿Dónde están los límites para estos seres?
Los amantes de las historias tiernas de animales probablemente ya la conozcan. El pasado mes de abril, los periódicos contaron las correrías de Pero, un can ovejero de cuatro años que recorrió más de 380 kilómetros para volver a casa. Dos semanas tardó el animal en llegar desde una granja en Cockermouth, en Gales, hasta Aberystwyth, donde se reencontró con sus antiguos dueños, Alan y Shan James. El chip confirmó la odisea de Pero: efectivamente, no se trataba de otro perro, sino de aquel al que sus dueños habían dejado con un granjero de Cockermouth.
“Buscaba a un perro que pudiese vigilar al rebaño y seguir a un quad, y pensamos que Pero sería ideal para el trabajo”, explicaban los traicioneros dueños a la 'BBC' al mismo tiempo que reconocían un poco avergonzados que no volverían a deshacerse de su mascota. A finales de marzo, el nuevo dueño les comentó con tristeza que Pero había desaparecido. Y durante un mes pensaron que no volverían a verle. “El miércoles por la noche, el 20 de abril, mi marido Alan fue a echar un vistazo a los animales después de la cena y ahí estaba Pero en la puerta”, explica Shan.
Los perros gozan de un sistema de recompensas muy potente, pero ello no explica que pudiese recorrer tanto territorio por sus propios medios
“Fue todo un shock, y el perro estaba loco por haber visto a Alan”, proseguía. Aún no tienen explicación de cómo el animal pudo recorrer una distancia semejante a viajar de Madrid a Toledo tres veces por sus propios medios. “Sabemos que los perros pueden encontrar su camino de vuelta a casa, pero 240 millas es un largo camino”. Aún más sorprendente es que el animal no mostrase signos ni de hambre ni de deshidratación cuando llegó a casa, lo que quiere decir que no solo fue capaz de recorrer un camino que ríete tú de DiCaprio en 'El renacido', sino que también comió y bebió como un señor perro. ¿Cómo lo hizo?
La molécula misteriosa
Es evidente que la mayor parte de animales se orientan mucho mejor que el ser humano: basta con echar un vistazo a las bandadas de pájaros que emigran cada año o lo mucho que nos cuesta volver a casa cuando estamos en un barrio que no conocemos para comprobar que, entre las muchas cosas que hemos perdido en el camino de la evolución, la capacidad de orientarnos es una de ellas. Y, como han afirmado los más apocalípticos, se trata de una habilidad que perderemos a medida que confiemos más en herramientas como el GPS.
Un reportaje publicado en 'The Conversation' intenta responder a la pregunta obvia: ¿cómo pudo Pero llegar tan lejos por sus propios medios y, sobre todo, orientarse a lo largo de la costa galesa? Probablemente, porque los perros comparten la misma clase de brújula interna que tienen otros animales como las aves, las abejas o las tortugas marinas, que son capaces de recorrer grandes distancias a partir de las pistas que obtienen de sus sentidos, como la vista (sol y estrellas) o el olor. Además, se sospecha que algunos de ellos son capaces de utilizar las fuerzas del campo magnético de la Tierra para orientarse, especialmente las tortugas de mar o los gansos. Una hipótesis que cada día cobra más fuerza.
En el caso de los perros, a ello hay que añadirle una increíble capacidad olfativa, que les permite distinguir un olor a kilómetros de distancia, así como un sistema de recompensas muy potente. Lo cual quiere decir que Pero recorrió casi 400 kilómetros para que sus antiguos amos le diesen algo (¿cariño? ¿caricias? ¿comida? ¿una galletita?). Para los que piensen que un animal solo puede moverse por egoísmo, recordemos que sus dueños lo habían abandonado con otro, lo que le obligó a patearse medio Gales.
Por ahora, de lo que podemos estar seguros es de que esta molécula aparece en los fotorreceptores tanto de mamíferos como de aves
Aunque el quid de la cuestión quizá se encuentre en uno de los grandes hallazgos de la comunidad científica de los últimos años, el criptocromo 1, descubierto por un equipo de investigadores de la Universidad de Pekín, en China. Se trata de un sensor que forma parte de una proteína y que fue encontrado por primera vez en la mosca de la fruta, pero que también aparece en los ojos de las palomas, las mariposas o las ballenas (pero también animales más comunes como los zorros, los osos o los propios perros), ya que es fotosensible, y sería lo que aparentemente permitiría la misteriosa orientación magnética de los animales.
Sin embargo, aún hay mucho que desconocemos sobre el criptocromo 1. Llama la atención que uno de los animales que mejor se orientan a través de los campos magnéticos, los murciélagos, carecen de esta molécula, aunque cabe la posibilidad de que dicha especie utilice otras herramientas para orientase que aún se desconocen. Por ahora, de lo que podemos estar seguros es de que esta molécula aparece en los fotorreceptores tanto de mamíferos como de aves, y que probablemente no sirva para controlar los ritmos circadianos de los animales ni para la percepción del color, como se sospechaba hasta hace poco. Eso, y que un ovejero perdido en mitad de la campiña galesa se orienta mejor que un humano en un oscuro bar a las cinco de la mañana.
Los amantes de las historias tiernas de animales probablemente ya la conozcan. El pasado mes de abril, los periódicos contaron las correrías de Pero, un can ovejero de cuatro años que recorrió más de 380 kilómetros para volver a casa. Dos semanas tardó el animal en llegar desde una granja en Cockermouth, en Gales, hasta Aberystwyth, donde se reencontró con sus antiguos dueños, Alan y Shan James. El chip confirmó la odisea de Pero: efectivamente, no se trataba de otro perro, sino de aquel al que sus dueños habían dejado con un granjero de Cockermouth.