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El hombre que ha elevado la palabra 'Pagafantas' a un nuevo y ruin nivel
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El hombre que ha elevado la palabra 'Pagafantas' a un nuevo y ruin nivel

La bloguera Lauren Crouch había quedado con un hombre para tomar un café y, apenas 20 minutos después, este le preguntó si le acompañaba a casa. La cosa sólo fue a peor desde entonces

Foto: Lauren Crouch, la autora del blog, en una fotografía subida a Twitter junto al mensaje "vamos, sábado noche, muéstrame qué tienes".
Lauren Crouch, la autora del blog, en una fotografía subida a Twitter junto al mensaje "vamos, sábado noche, muéstrame qué tienes".

Ya no hay hombres como los de antes. De acuerdo, la frase suena muy rancia, pero hay ocasiones en las que el género masculino se lo curra de verdad a la hora de labrarse su mala reputación. Nos encontramos en un momento en el que los roles que adoptan hombres y mujeres han cambiado, lo que conduce a cierta desorientación por parte de algunos varones, que no saben si comportarse como ridículos caballeros protectores defendiendo los viejos valores o, por el contrario, identificar la igualdad entre géneros con comportarse como un capullo integral.

Una de las historias que cuenta la bloguera Lauren Crouch, autora de No Bad Dates, Just Good Stories, en el que recopila algunas de sus experiencias intentando ligar en la noche inglesa, da buena idea de lo que ocurre cuando se impone un criterio económico en las relaciones personales. Al parecer, Crouch había quedado con un hombre para tomar un café y, apenas 20 minutos después –desde luego, la cortesía no es su fuerte– este le preguntó si le acompañaba a casa porque tenía que esperar allí un pedido del supermercado.

Ella rechazó la propuesta (qué sorpresa), y apenas unos minutos después, él la volvió a escribir para preguntarle si quería volver a quedar con él, algo que a ella no la pareció muy seductor: “¡Lo siento por el retraso! Me gustó conocerte, pero no estoy segura de que tuviésemos química”. Él siguió insistiendo: “¿Qué tal si te hago la cena mañana y vemos qué ocurre?” Seguramente deslumbrada por su nada sutil estrategia para llevársela a su casa (y, quizá, a la cama), decidió pasar: “Lo siento, pero no iría a casa de nadie a quien apenas conozco. Desafortunadamente, soy toda una romántica y creo firmemente en el chispazo inicial”.

Ahí es cuando se abrió el cajón de los truenos y, apenas un minuto después, Lauren tenía la respuesta que probablemente no se estaba esperando: “OK, está bien. ¿Puedes pagarme tu café? No me gusta malgastar dinero. Preferiría emplearlo en una cita con otra persona”. Hay muchas cosas moralmente reprobables en la respuesta del británico. No sólo considerar que el dinero que ha gastado en invitar a una chica sólo tiene el objetivo de conseguir una relación, sino también señalar que ha perdido el coste de oportunidad que podría haber empleado en invitar a otra.

Hay que reconocer que la respuesta de Lauren es bastante acertada: “Es una vergüenza que consideres una cita una pérdida de tiempo cuando no termina como quieres”. Además, la joven le pregunta si no sería mejor donar los 3,50 (o incluso cinco, si añadimos el coste del viaje de autobús a casa) a alguna obra social, como la Legión Británica. La respuesta es también impagable: “Me gusta decidir yo mismo lo que hago con mi dinero. Por favor, págame en mi cuenta bancaria”. ¿Adivinan? El mensaje terminaba con los dígitos de su cuenta, como si de verdad pensase que alguien en su sano juicio iba a molestarse en devolver el dinero. Este hombre, desde luego, ha llevado la palabra “Pagafantas” a un nuevo nivel.

Usos y costumbres del ligoteo moderno

El blog de Lauren merece la pena no sólo por historias como esta, sino también porque es una hábil observadora de las costumbres amorosas modernas. En otra de sus entradas explica por qué nunca tiene rollos de una noche: porque los hombres van a lo que van, básicamente. En una fiesta nocturna, por ejemplo, le dijo a uno de sus pretendientes: “Vamos a hacer un pacto. Haré cualquier cosa que quieras, te la chuparé hasta el fondo y me podrás dar por dónde quieras como quieras; te montaré, o podrás montarme por detrás y correrte en mis tetas… Siempre que puedas responder la siguiente pregunta: ¿Cuál es mi nombre?” Evidentemente, Lauren nunca obtuvo respuesta.

'Grande' es una palabra que nunca debería utilizarse para describir a una mujer. Desde luego, no en una primera cita, cuando acabas de conocer a alguien

En otra de sus citas, la autora quedó con un tipo que había conocido en Tinder y que le había caído especialmente bien. ¿Adivinan cuál fue el primer comentario que hizo sobre su apariencia cuando se conocieron en persona? “Dios, qué grande eres, ¿no?” (“Gosh you're big aren't you”). “'Grande' es una palabra que nunca debería utilizarse para describir a una mujer”, explica Crouch. “Desde luego, no en una primera cita, cuando literalmente acabas de conocer a alguien. ¿Qué pasó con el 'hola'?”

Otras entradas del blog pueden ayudar a muchos hombres a conquistar a una mujer (o, aunque sea, a comportarse como personas normales, que también les hace falta). Es el caso, por ejemplo, de “la mejor primera cita”, en la que Lauren y el hombre que había conocido un par de días antes terminaron pasando diez horas juntos y paseando al lado del río cogidos de la mano, antes de que el hombre la acompañase a coger el metro y le diese un beso de buenas noches. Lo malo es que, después de tan ideal cita, el hombre no volvió a responderla. Raramente las relaciones son perfectas, ni siquiera satisfactorias, es la moraleja de los posts de Crouch. Pero, al fin y al cabo, la autora prefiere ver el lado bueno de las cosas y no considerarlas malas experiencias, sino buenas historias que merecen la pena ser contadas.

Ya no hay hombres como los de antes. De acuerdo, la frase suena muy rancia, pero hay ocasiones en las que el género masculino se lo curra de verdad a la hora de labrarse su mala reputación. Nos encontramos en un momento en el que los roles que adoptan hombres y mujeres han cambiado, lo que conduce a cierta desorientación por parte de algunos varones, que no saben si comportarse como ridículos caballeros protectores defendiendo los viejos valores o, por el contrario, identificar la igualdad entre géneros con comportarse como un capullo integral.

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