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“No te cases con nadie más pobre que tú”: las nuevas reglas del matrimonio
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EL AMOR ES BONITO; LLEGAR A FIN DE MES, MÁS

“No te cases con nadie más pobre que tú”: las nuevas reglas del matrimonio

Quizá una pareja estable no sea más que un buen modo que satisfacer una serie de necesidades, también las económicas. O eso apuntan algunas tesis contemporáneas

Foto: ¿Es el matrimonio moderno una inversión económica? (Corbis)
¿Es el matrimonio moderno una inversión económica? (Corbis)

“El amor y el matrimonio van juntos como un carruaje y su caballo / te lo digo, hermano, no puedes tener el uno sin el otro”, cantaba ufano y con bastante retranca Frank Sinatra en Love and Marriage. Por una parte, el de Hoboken recordaba el lado romántico del amor (¡el matrimonio no sirve para nada sin él!) y por otra, anticipaba la maldición que acecha a todos los enamorados y es que, tarde o temprano, y por mucho que nos resistamos, toca pasar por la vicaría.

Pero, hoy en día, pocos estarían de acuerdo con la fórmula del bueno de Frank. El matrimonio ha perdido, para muchos, el romanticismo que lo envolvía, y vuelve a ser considerado en términos muchos más prácticos: el “hasta que la muerte nos separe” se ha sustituido por un pragmático “hasta que el amor se acabe”. Lo que, curiosamente, ha provocado que el matrimonio vuelva a tener una consideración semejante a la que tuvo antes del siglo XX y antes de que el movimiento romántico devolviese al amor al centro del matrimonio. Incluso los moralistas, como el obispo anglicano Nick Baines, dan fuerza a dicha tesis reconociendo que, hoy en día, el matrimonio consiste básicamente en cubrir necesidades de muy diferente índole.

En una coyuntura en la que el futuro es incierto, ya que nos casamos, hagámoslo con alguien que nos pueda apoyar económicamente

Por eso, como señalaba con lucidez Keith Meatto de Frontier Psychatrist en una crítica teatral sobre The Ultimate Stimulus, a lo mejor, o al menos desde un punto de vista neoliberal, no es tan mala idea recuperar el concubinato. La obra, escrita por Felipe Ossa y protagonizada por Tanya O’Debra, sugiere que la manera más sencilla de cerrar la amplia brecha en constante crecimiento que se ha abierto entre el poder económico y las clases bajas en Estados Unidos tiene fácil solución, y esta es el retorno del concubinato, es decir, la relación de facto de dos individuos sin estar unidos por el vínculo matrimonial. Ossa sugiere con sorna que quizá sea esta la solución definitiva al cacareado fin de la movilidad social en Estados Unidos.

Protección y sumisión

Una fórmula, esta del concubinato, en apariencia machista, puesto que solía darse entre hombres y mujeres de diferente estatus social y en el que, como resulta previsible, generalmente era el varón el que seleccionaba a su protegida, dispuesta a gozar de la protección del apoderado de turno, pero que también sirvió para que pudiesen oficializarse relaciones entre diferentes razas, cuyo matrimonio estaba prohibido en algunos estados. En muchos casos, el concubinato servía para liberar de la esclavitud a dichas mujeres, cuyos hijos gozaban de oportunidades que de otra manera no habrían conocido. El concubinato también existió en España, en algunos casos, como una fórmula que permitía a los eclesiásticos tener una pareja sin que entre ellos se interpusiesen los sagrados lazos del matrimonio.

La obra de Ossa es una sátira, claro está, pero como Meatto señala en su reseña, una sátira perfectamente factible si aplicásemos el sistema de leyes del mercado liberal al mundo de la vida en pareja. Una visión que cada vez es más recurrente en el mundo del estudio de las relaciones: el pasado año, el psicólogo Roy F. Baumeister intentó explicar el mercado del ligoteo nocturno a través de las teorías económicas de Gary Becker para concluir que, en resumidas cuentas, los hombres son compradores y las mujeres, vendedoras.

No es una cuestión de clasismo ni de egoísmo, sino de simple sentido práctico

Una idea que parecen recoger los jóvenes urbanos en sus relaciones personales, aunque quizá de manera un poco menos explícita. Si, como afirmaba Robert Epstein en su reciente estudio Making Love: How People Learn to Love, and How Can You Too, las claves que definen a las parejas que mejor funcionan en la actualidad es tener en cuenta aspectos más mundanos (es decir, materiales) de la relación como la habilidad para conservar el trabajo o saber educar a los niños, está claro que el amor es bonito, pero también lo es llegar a fin de mes.

Papás dulces y chicas guapas

Como afirmaba con clarividencia un blog de Blogcritics, los millenials (es decir, la generación de los nacidos a partir de los años ochenta) han aprendido la lección de sus padres, que es, básicamente, no te cases con alguien con menos dinero que tú (o estarás abocado al divorcio). No es una cuestión de clasismo, sino de sentido práctico: en una coyuntura en la que el futuro es incierto y la unión hace la fuerza, ya que nos casamos, hagámoslo con alguien con quien contar en el caso de que la cosa vaya mal.

Como decíamos, la reducción al absurdo puede resultar excesivamente absurda, pero también suele ser útil para ver hasta dónde puede llegar nuestra sociedad. Quizá mantener un harén de esposas no sea lo más apropiado, salvo si eres mormón (o incluso en ese caso), pero las dinámicas de intercambio de bienes (físicos) son relativamente frecuentes en el mundo de las celebridades y los magnates. Epítome de todo ello quizá sea la trágica historia de la playmate Anna Nicole Smith, que se casó a los 17 años con J. Howard Marshall, que por aquel entonces tenía 62 años más que ella. Por supuesto, la pareja nunca pudo escapar a la especulación que decía que se trataba de un matrimonio por dinero, ni siquiera después de la muerte de ambos: la modelo tan sólo sobrevivió a su octogenaria pareja 12 años.

De hecho, es cada vez más frecuente el uso del término sugar daddy, utilizado para referirse a esos “papaítos ricos” que cobijan bajo su ala a chicas a las que les gustan los maduritos (o su billetera), aunque ya diese título a uno de los cortos de Stan Laurel y Olivier Hardy. Muchas de estas relaciones se establecen a través de páginas web como www.sugardaddie.com donde su lema, “donde la gente con clase, influyente y pudiente se conoce mutuamente” no deja lugar a dudas. ¿Es prostitución encubierta, como sugieren algunos críticos? En realidad, como afirman otros, la prostitución está definida por la intermitencia y falta de compromiso en dichas relaciones, así que quizá habría que verlo mejor como un trabajo bien remunerado.

Malinowski ya advirtió que no existen los regalos completamente desinteresados

Aunque igualmente resulta inocente, como señalan los antropólogos y psicólogos, pensar que pueda existir un matrimonio completamente altruista, es decir, únicamente motivado por el amor y en el que no haya ninguna otra clase de intercambio. El antropólogo polaco Bronislaw Malinowski ya señaló que no se puede hablar de regalos (dones) completamente desinteresados, ya que todos implican el establecimiento de una relación social donde la reciprocidad es inevitable. Y, en el fondo, una relación amorosa completamente pura también conformaría un intercambio, puesto que, ¿no es sentirse querido un regalo en sí mismo?

No hay que olvidar que el amor conlleva una dependencia afectiva en un mayor o menor grado, y dicha dependencia, una relación de poder que ha sido analizada con frecuencia en la literatura y el cine. Lulu, la obra teatral de Frank Wedekindque daría lugar a la película de G.W. Pabst La caja de pandora y al disco de Lou Reed y Metallica Lulu, contaba la historia de la susodicha Lulu, que tras utilizar su atractivo para escalar en la pirámide social, matrimonios mediante, terminará viéndose obligada a ejercer la prostitución en las calles de Londres, donde Jack el Destripador acabará con su vida. La lección estaba clara: la prostitución es la otra cara de la moneda del matrimonio, su reverso oscuro.

Sin embargo, las artimañas de Luluno se encuentran tan lejanas de las que defendía la soicóloga Catherine Hakim en Capital erótico. El poder de fascinar a los demás (Debate), un polémico volumen en el que la autora aseguraba que la belleza femenina le otorga un poder a dicho sexo que debe aprovechar para triunfar en la vida y en los negocios, por muy políticamente incorrecto que pueda sonar.

Un sueldo por aguantarme todos los días

Una de las frases más repetidas en lo que respecta al matrimonio es aquella que pronunció Daniel Defoe en su día, y que aseguraba que “el matrimonio es prostitución legalizada”. Dos siglos más tarde, Bertrand Russell iría un poco más lejos en Nuestra ética sexual cuando dejó puesto negro sobre blanco que “el sexo, incluso cuando la Iglesia lo bendice, no debe ser una profesión. Es justo que la mujer reciba su pago por cuidar de la casa, cocinar y atender a los hijos, pero no únicamente por tener relaciones personales con un hombre”. Russell, que se casó cuatro veces, debía ser un firme defensor de la flexibilidad laboral.

El divorcio no es más que la transformación retroactiva del matrimonio en prostitución

Esta identificación entre prostitución y matrimonio (otra reducción al absurdo, al fin y al cabo) ha reaparecido con cierta frecuencia a lo largo de la historia. El texto anteriormente citado de Blogscritics señalaba que “el divorcio no es más que la transformación retroactiva del matrimonio en prostitución”. Glups. La última aparición de esta concepción del sagrado sacramento, o al menos la penúltima, ha sido obra de la profesora de la Universidad de Melbourne y feminista radical Sheila Jeffreys, que en The Industrial Vagina: the Political Economy of the Global Sex Trade (Routledge) explica de qué manera el mercado del sexo mueve la economía mundial, pero también por qué habría que abolir para siempre el matrimonio.

¿Por qué? Porque, en opinión de la autora, es una institución cuya propia esencia en la injusticia (y no podemos hacer nada para evitarlo). Debido al carácter tradicionalmente machista de dicha institución, que los homosexuales reclamen su derecho al matrimonio es una manera de sumisión al pensamiento dominante (y, sí, patriarcal). En una entrevista con Julie Bindel, la autora recordaba que el matrimonio y la prostitución siempre habían estado relacionadas, ya que dicha uniónhabía servido tradicionalmente para regular, mediante las leyes y la religión, “el derecho de los hombres a usar de manera sexual el cuerpo femenino, que aún es una base de todas las relaciones heterosexuales”. Quizá sea ir demasiado lejos, pero en el fondo, es algo con lo que los personajes de la obra de Ossa estarían de acuerdo. Aunque no se atreviesen a manifestarlo en voz alta.

“El amor y el matrimonio van juntos como un carruaje y su caballo / te lo digo, hermano, no puedes tener el uno sin el otro”, cantaba ufano y con bastante retranca Frank Sinatra en Love and Marriage. Por una parte, el de Hoboken recordaba el lado romántico del amor (¡el matrimonio no sirve para nada sin él!) y por otra, anticipaba la maldición que acecha a todos los enamorados y es que, tarde o temprano, y por mucho que nos resistamos, toca pasar por la vicaría.

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