"Soy estrella del porno y tengo dificultades para conseguir una pareja"
Siempre se repite la misma historia: chico conoce a chica, ella es 'stripper', él un vicioso, y al final siempre acaba compuesta y con barra. Así de penosa es la vida sentimental de una diva del sexo...
La actriz porno y productora Evita Luna dijo durante un ciclo de conferencias en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona que todavía en España mucha gente cree que las trabajadoras del porno van a comprar al supermercado con tacones de aguja, refiriéndose a los prejuicios que a menudo tienen que enfrentar quienes han escogido el sexo como oficio. Y es que si tendemos a confundir el cine con la vida, e incluso nos creemos con el derecho de parar por la calle al actor o actriz de turno creyéndolo su personaje, imaginen cómo debe ser trabajar enardeciendo fantasías y que todavía al salir del camerino le tomen a uno por el encuerado policía o la jadeante enfermera de aquel filme para adultos que todo el mundo jura no haber visto, aunque mientan más que hablan.
El estereotipo vinculado a algunas profesiones pesa como un arnés de cuero anudado a la cintura, y llevar una vida normal cuando tu jornada laboral es un conjunto de planos cortos de sexos y labios entreabiertos puede ser totalmente factible para quien lo protagoniza; otra cosa es hacer entender al resto que al acabar la tarde el tanga de látex se queda en el camerino.
Así de complicada es la existencia de Andre Shakti, quien, como muchas actrices, ha sufrido en sus deseadas carnes los inconvenientes de ser una porno 'star'. Sobre todo porque sus citas, si bien algunas no un completo desastre, a la larga siempre acaban mal. ¿Cómo hacerle entender a tu recién conquistado novio que aunque eyacules más con otro no significa nada? ¿Qué respondes cuando tus futuros suegros te preguntan a qué te dedicas? Y, sobre todo, ¿qué quiere oír él realmente cuando te pregunta si has tenido un día duro? Esta es la triste historia sin rombos ni 'X' de una actriz porno.
La fiebre 'stripper' de su novio
Todo empezó el día que su compañera de piso se presentó con un grupo de amigos en la sala de striptease en la que trabajaba; uno de ellos era Sam. “Nos miramos a los ojos mientras bailaba en la barra. Él se quedó prendado”, explica Andre en una íntima y crítica columna publicada en 'Cosmopolitan'.
Se vieron a menudo durante los primeros meses; incluso la había invitado a comer en casa de sus padres. Él pasaba mucho tiempo en el club, demasiado, y no la dejaba ni un instante, a pesar de la poca química que había entre ambos. “No fue la falta de atracción sexual lo que acabó con nuestra relación, sino su obsesión con mi trabajo como stripper”.
Andre cuenta cómo su nueva pareja aparecía en el club sin previo aviso, incomodando a los clientes que retrocedían con los billetes todavía en la mano. “Les contó a sus padres cómo me ganaba la vida antes incluso de presentármelos y también se lo comentaba a amigos y conocidos siempre que tenía oportunidad”. En una ocasión, confiesa, colocó una silla en una esquina de la habitación y le preguntó si bailaría para él “como hacía en el club”. Pero, ¿por qué debía hacer gratis algo que otros pagaban por ver?
Su perfecto balance entre profesión y vida personal empezaba a enmarañarse gracias al entusiasmo de tacón alto de su novio.
Perdió el derecho a decidir qué quería contar sobre su vida cuando el hombre con el que salía hizo público que ella era trabajadora sexual
Mientras que algunas personas tratarían de ocultar que su pareja se dedica al porno, e incluso se mostrarían excesivamente celosos y la forzarían para que abandonase el empleo (los típicos 'salvavidas'), en el otro extremo de la escala de prejuiciosos más predecibles se encuentran aquellos como Sam que equivocan la bailarina en cueros con la mujer. Porque, ¿ustedes flirtearían con una actriz acostumbrada a interpretar a Shakespeare solo dirigiéndose a ella en verso?
La vida de Andre era de dominio público. Si bien hasta el momento jamás se había avergonzado de su trabajo, cuando todo el mundo se creyó con el derecho de sacar conclusiones y hacer preguntas sobre su vida (cuánto ganaba una noche; cómo había sido su infancia…), puso punto y final a la relación. “Todos habían asumido que la persona en el escenario y ante una cámara era igual en la cama”, explica.
Los celos, el peor enemigo
“Hay actrices porno que desarrollan una identidad laboral totalmente separada de su personalidad real, y otras combinan ambas”, cuenta. Según Andre, a algunas trabajadoras sexuales les gustaría ser más comunicativas, pero tienen miedo de que al darse a conocer se vaya a ver comprometida la custodia de sus hijos o su estabilidad doméstica. “Yo, por ejemplo, no me siento conectada al personaje que me he creado para trabajar y no necesito hablar sobre el tema". Y mientras que algunas 'strippers' se muestran encantadas de enfundarse unas medias de rejillas o unos tacones de aguja y pisotear la entrepierna de sus novios si ellos se lo piden, "si me lo preguntan a mí, se llevarán una bofetada”.
Aunque tu pareja sea un celoso y quiera oír que solo es trabajo, a veces grabar una escena 'X' con otro actor, si hay química, puede ser muy divertido
No obstante, el mayor obstáculo que ha tenido que afrontar son los celos de sus parejas, es decir, la delgada línea entre el auténtico deseo y la defensa de que “es solo trabajo”. Así, a menos que un hombre sea muy tolerante o bien se dedique al mismo oficio (el actor y pornógrafo Conrad Son, por ejemplo, es la pareja de Evita Luna), una actriz muchas veces debe invertir tiempo y energía en asegurar a su novio o cónyuge que aquella escena en la que parece tan excitada es un 'fake'. “No hay una intimidad real, no me caliento… ¡Pero si hay cantidad de gente mirándonos!” Y sin embargo, ¿es totalmente cierto? ¿No se encienden los actores porno cuando ejecutan su trabajo? ¿Nunca? “El mundo no es blanco o negro, a veces conectas con tu compañero de escena en un rodaje o te diviertes ante algún que otro cliente”, afirma, y se pregunta honestamente: “¿dónde está el límite?”.
Tras encadenar desengaños amorosos, tiene bien aprendida la lección: sus futuras parejas no actuarán como adolescentes granujientos con la taquilla llena de revistas porno. Tampoco, admite, se siente culpable si durante una escena de tórrido sexo televisado con un compañero actor, o bien un baile privado para un cliente, surge una atracción especial. Son gajes –o ventajas– del oficio.
No obstante, hay algo que Andre Shakti tiene todavía más claro, el hombre que desee conocerla debe respetar su trabajo. De la misma forma que tras un día duro no se le pide a una esposa o marido 'chef' que llegue a casa y cocine, bajo ningún concepto bailará para su novio, a menos que tenga algunos 'pavos' y lo haga en horario laborable.¿Y si acude al trabajo para verla balancearse alrededor de una barra? ¡Que pregunte primero!, reitera.¿Acaso visitaría ella su despacho sin saber si está reunido? Aunque, sin duda, la lección más importante que aprendió Andre es que 'púbico' no es lo mismo que público, y ella es muy dueña de su privacidad.
¿Encontrará algún día el amor? Sin duda sexo no le faltará. Pero si no es así, ya saben lo que dicen: mejor sola que con un bocazas, y más si también babea.
La actriz porno y productora Evita Luna dijo durante un ciclo de conferencias en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona que todavía en España mucha gente cree que las trabajadoras del porno van a comprar al supermercado con tacones de aguja, refiriéndose a los prejuicios que a menudo tienen que enfrentar quienes han escogido el sexo como oficio. Y es que si tendemos a confundir el cine con la vida, e incluso nos creemos con el derecho de parar por la calle al actor o actriz de turno creyéndolo su personaje, imaginen cómo debe ser trabajar enardeciendo fantasías y que todavía al salir del camerino le tomen a uno por el encuerado policía o la jadeante enfermera de aquel filme para adultos que todo el mundo jura no haber visto, aunque mientan más que hablan.