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Por qué deberíamos trabajar sólo de lunes a jueves y descansar 3 días
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Por qué deberíamos trabajar sólo de lunes a jueves y descansar 3 días

Pasamos más horas al día en nuestro empleo que con amigos y familiares. ¿Crees que deberías tener más tiempo libre? Los expertos así lo recomiendan

Foto: Ve tachando días laborables, porque sobran unos cuantos del calendario. (iStock)
Ve tachando días laborables, porque sobran unos cuantos del calendario. (iStock)

Recién llegado septiembre, toca despedirse de agosto, de las vacaciones de verano, de los ratos de ocio sin tener que mirar el reloj, de poder pasar más horas de las habituales con la familia y de ponerse manos a la obra y volver al trabajo. El regreso a la oficina, traumático para muchos, trae consigo la vuelta a jornadas de más de ocho horas durante cinco días a la semana, la aparición del estrés, la necesidad de cumplir objetivos antes de acabar el año, la obligación, quizá, de ponernos al día con trabajo acumulado durante la época estival y una mayor dificultad para conciliar nuestra vida personal y laboral.

No descubrimos nada nuevo al enumerar todos estos aspectos negativos relacionados con la gran mayoría de trabajos, pero tampoco es menos cierto que la crisis económica ha servido de excusa para que muchas empresas y jefes expriman al máximo a sus empleados para que produzcan más, descansen menos, disfruten de menos libranzas y hagan horas extra mal pagadas o, directamente, sin remunerar. Bajo la frase de “podría ser peor, podría no tener trabajo”, muchos trabajadores han ido tragando con la pérdida de derechos adquiridos en sus años de trayectoria y se han tenido que apretar el cinturón en busca de una mayor productividad para la empresa.

El exceso no es beneficioso

¿Pero realmente se es más productivo trabajando más días y horas? Una gran cantidad de empresarios y CEO dirían que sí, pero no tienen todas consigo. Autores como Andrew J. Smart dejan al lado la idea de productividad y se centran en las consecuencias negativas que trae la excesiva carga de trabajo, puesto que generan una sociedad más estresada y menos creativa. En otras palabras, el trabajo nos convierte en seres menos felices, destinados a ser máquinas diseñadas para trabajar, programadas para poco más que oír y ejecutar. En cambio, si hiciéramos el experimento de preguntarnos cómo nos gustaría ser, lo más probable es que dijéramos que más libres, felices y con la posibilidad de tomar nuestras propias decisiones, algo muy alejado del modelo criticado por Smart.

Está claro que este pensamiento ahora mismo se plantea como una quimera, pero hay otros estudios y experimentos más reales que sacan igualmente los colores a muchos modelos empresariales. El laboratorio de políticas públicas de Suecia ha probado a cambiar las jornadas laborales a seis horas diarias, 30 semanales, y los resultados hasta el momento parecen ser positivos. Otra tendencia, en cambio, es reducir los días laborables a 4, en vez de 5, con el objetivo de que se pierda menos el tiempo y se genere menos gasto, al cerrar un día más las oficinas.

Semanas laborales de cuatro días

Este interesante modelo es el que defiende David Spencer, profesor de economía en la Universidad de Leeds, en The Conversation. Spencer ve caducas las ideas de la ética del trabajo, nacidas con el pensamiento protestante y en las que se apoya el modelo capitalista, en la que el esfuerzo y trabajo se entiende como una forma de alcanzar el éxito y la felicidad. El ritmo y funcionamiento de nuestra sociedad ha demostrado que el exceso de este nos genera más estrés y menos calidad de vida. Esta idea, similar a la de Smart, le sirve para desarrollar la teoría de que en realidad necesitamos trabajar menos y disfrutar más de otros aspectos de nuestra vida, más valiosos. Sin embargo, uno de los principales inconvenientes a la hora de cambiar esta idea, somos los propios ciudadanos que, bajo los efectos del consumismo, nos hemos obligado a tener más caprichos, para cuyo cumplimento necesitamos más dinero y, por tanto, trabajar más, tal y como indica Spencer.

El trabajo nos convierte en seres menos felices. Máquinas diseñadas para trabajar, programadas para poco más que oír y ejecutar

“Muchos trabajos actualmente no tienen ningún valor social. La tecnología ha traído la posibilidad de reducir el tiempo de trabajo, pero una población con más tiempo es un desafío para las clases dominantes”, señala Spencer. La idea de que esta evolución tecnológica destruirá trabajo tampoco es nueva. El mediático columnista de The Guardian Paul Mason también lo indica en su libro Postcapitalism: a Guide to our future (Allan Lane). En él señala que la revolución tecnológica traerá el fin del capitalismo como lo conocemos ahora y la gran mayoría de trabajos sin valor añadido desaparecerán al poder ser automatizados. Esto generará una sociedad sin trabajo y sin paro, que recibirá una renta básica universal y realizará trabajos voluntarios.

La solución de Spencer, en cambio, es mucho menos radical. Pasa por trabajar cuatro días a la semana, pero no con una mayor concentración de horas para cumplir las cuarenta semanales, sino trabajando no más de treinta, puesto que así no se llegaría tan fatigado al fin de semana y nos serviría para disfrutar realmente de los tres días libres y dedicar más tiempo a vivir nuestra vida, rechazando la tan extendida ética del trabajo en la que se apoya la sociedad capitalista y la mentalidad consumista. Eso sí, para alcanzar dicho punto, habría que traspasar muchas barreras ideológicas, económicas y políticas, tal y como señala el autor.

Recién llegado septiembre, toca despedirse de agosto, de las vacaciones de verano, de los ratos de ocio sin tener que mirar el reloj, de poder pasar más horas de las habituales con la familia y de ponerse manos a la obra y volver al trabajo. El regreso a la oficina, traumático para muchos, trae consigo la vuelta a jornadas de más de ocho horas durante cinco días a la semana, la aparición del estrés, la necesidad de cumplir objetivos antes de acabar el año, la obligación, quizá, de ponernos al día con trabajo acumulado durante la época estival y una mayor dificultad para conciliar nuestra vida personal y laboral.

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