La gran batalla que enfrenta a psicólogos y psiquiatras (y qué implica para la salud)
La ciudadanía apenas entiende qué diferencia a un psiquiatra y un psicólogo. Sí, los primeros son médicos y los segundos no, pero ¿acaso estudian algo distinto?
Cuándo tenemos un problema en la piel visitamos al dermatólogo, y si nuestro niño enferma le llevamos al pediatra, pero ¿qué ocurre si tenemos un problema mental? Aunque sean colectivos históricamente enfrentados, la ciudadanía apenas entiende qué diferencia a un psiquiatra y un psicólogo. Sí, los primeros son médicos y los segundos no, pero ¿acaso estudian cosas distintas? ¿Las enfermedades mentales no surgen siempre de un problema en el cerebro?
“Si le preguntas a un pediatra cual es su orientación le dejarás estupefacto”, explica a El Confidencial Marino Pérez Álvarez, psicólogo y catedrático de la Universidad de Oviedo y autor del libro Volviendo a la normalidad. La invención del TDAH y del trastorno bipolar infantil (Alianza Ensayo) “Si vas a un psiquiatra o un psicólogo la pregunta no sólo tiene sentido, además tienes que hacerla. Según sea de una u otra corriente va a cambiar mucho como salgas de allí”
Aunque en el mundo de la psicología y la psiquiatría hay una gran pluralidad de enfoques, de sistemas y de tradiciones, en ambas disciplinas pueden distinguirse dos corrientes principales, enfrentadas y casi irreconciliables:
- El modelo propiamente psicológico, que trata de comprender el comportamiento humano teniendo en cuenta las diversas fuentes de éste, en el contexto de los problemas de la vida y la sociedad.
- El modelo biologicista (más propio de los psiquiatras), que entienden la enfermedad mental como cualquier otra enfermedad, provocada, en este caso, por un fallo en nuestro cerebro o nuestros genes.
Breve historia de la psicología moderna
La psiquiatría y la psicología experimentaron un notable cambio tras la introducción de los psicofármacos en la década de 1950 y su posterior expansión en la década de los 80 y 90. En el año 1994 se publicaron dos libros que tuvieron un enorme impacto sobre la concepción que la ciudadanía tenía sobre los trastornos mentales: Nación Prozac, de Elizabeth Wurtzel, y Escuchando al Prozac, del psiquiatra Peter Kramer. Aunque desde dos ópticas distintas –la primera, una visión autobiográfica de la depresión; la segunda, un ensayo sobre ésta–, ambos volúmenes (que tuvieron un tremendo éxito) insistían sobre una idea: la extensión y mejora de los fármacos antidepresivos lograría erradicar el trastorno.
“Fue un momento culminante de la postura extrema de la medicalización”, explica el psicólogo Luis Muiño. “Según esta idea, los trastornos que todavía no medicamos son aquellos que seguimos investigando, pero habrá un momento en que todo esto se trate con medicación y punto”. Los avances en la genómica y la neurología nos permitirían entender en su totalidad los trastornos mentales, y bastaría intervenir sobre nuestros cerebros y nuestros genes para acabar con la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia o el alzhéimer. La práctica psicológica dejaría de tener sentido.
Pero veinte años después de la eclosión de los psicofármacos, ni se ha acabado con los trastornos mentales, ni ha desaparecido la psicología. Y, sin embargo, muchos psicólogos, psiquiatras, médicos y pacientes, siguen pensando que el tratamiento farmacológico es la mejor solución para la mayoría de nuestros problemas mentales. Una visión que, además, se potencia cada vez que sale una nueva versión del DSM, el manual de diagnóstico de los trastornos mentales conocido como la “Biblia de la psiquiatría”.
La última edición del DSM (la quinta) levantó muchas ampollas debido a la enorme ampliación de categorías diagnósticas, detrás de la que no pocos psicólogos vieron la mano oscura de las farmacéuticas. Pero, pese a las quejas, la mayoría de los trastornos mentales se tratan ya siguiendo sus pautas. “Esta colosal industria está lavando el cerebro a todo el mundo para que tomen pastillas, aunque no las necesiten”, explicaba a El Confidencial Allen Frances, el psiquiatra que había dirigido la anterior versión del DSM, y es hoy uno de los mayores críticos de la nueva edición.
Auge y caída de la posición biologicista
“Cuando se descifró el genoma humano, hace unos años, se pensaba que todas las enfermedades, incluidas las psiquiátricas, estarían identificadas”, explica Pérez Álvarez. Pero aunque es evidente que nada de esto ha ocurrido, lo primero que pensamos la mayoría de nosotros cuando tenemos un problema de tipo psicológico es que este tiene unas explicaciones genéticas o cerebrales. Y lo segundo, que seguro hay un fármaco que puede ayudarnos. “A la gente le vendieron la ideología de la felicidad y todos los inconvenientes son problemas que tienes que corregir con medicación”, asegura el psicólogo.
Pero la realidad es que, como explica el profesor, la medicación no hace más que enmascarar el problema: “Los medicamentos psiquiátricos no corrigen alteraciones neuroquímicas que fueran la causa de los trastornos psicológicos sino que crean una alteración en el cerebro que puede ser favorable a enmascarar o encubrir síntomas psicológicos. Y esto es algo que no es opinable, está establecido en la psicofarmacología, pero está muy mal entendido por parte de la gente y me temo que por algunos psiquiatras”.
En opinión de Pérez Álvarez, es un error tratar los trastornos psicológicos como enfermedades convencionales: “No pueden entenderse en términos biológicos u orgánicos aunque sea el cerebro el órgano de referencia sino que tienen otro tipo de naturaleza, de contexto y de explicación. Hoy se sabe más del cerebro que nunca en la historia de la ciencia, pero no por eso se sabe más de los trastornos psicológicos. El problema lo tienen los psiquiatras que quieren funcionar a imagen de cualquier especialidad médica y toman el cerebro como un órgano, como el páncreas con relación a la hepatitis. Pero las relaciones del páncreas con la hepatitis no son las mismas que las relaciones del cerebro con la depresión, la ansiedad o la esquizofrenia”.
Esto no quiere decir que el cerebro no juegue su papel. Como es lógico, todos los problemas psicológicos, todas las conductas, tienen necesariamente una base fisiológica. César Nombela, exdirector del CSIC, rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y reputado microbiólogo y farmacéutico, está convencido de que el avance de la genética y la neurología nos ayudará a comprender mejor algunas enfermedades mentales. Lo que no quiere decir que esto vaya a sustituir el trabajo del psicólogo.
“Evidentemente nuestros genes influyen en lo que somos y cómo somos pero en absoluto lo determinan totalmente”, explica Nombela. “Tenemos toda la vida los genes con los que nacemos. No podemos cambiar nuestra genética, pero eso no quiere decir que todo esté predeterminado. El propio fundamento y naturaleza de los genes hacen que estén sujetos a determinadas modificaciones epigenéticas que afectan a su propio funcionamiento de una forma bastante clara. De ahí que la genética tenga que ser complementada con los estudios epigenéticos de los que todavía sabemos bastante poco. Somos el resultado de genes y ambiente, y por ambiente podemos entender todo, desde el clima, la dieta o la educación que recibimos”.
¿Nos hemos pasado recetando fármacos?
El TDAH es quizás el trastorno más polémico y que más debate ha generado en la comunidad médica, no sólo porque para muchos es un ejemplo claro de sobremedicalización, sino porque afecta a los más débiles: los niños. “Hay lugares donde se calcula que la tasa de hiperactivos es del 30% y coincide que en esos lugares hay clínicas potentes donde se está recetando Concerta [un psicoestimulante dirigido a tratar el TDAH]. Lo normal parece ser hiperactivo, tendrían que medicar a los demás”, asegura Muiño.
En opinión de Pérez Álvarez, el modelo psiquiátrico dominante, biologicista, tiene el favor de la industria farmacéutica, y juntos promueven unos medicamentos que no están solucionando ningún problema, sino creando otros nuevos. “La psicofarmacología está viviendo de lo que se descubrió por casualidad hace 40 años”, asegura el psicólogo. “No hay nada nuevo, más que eslóganes”.
Una opinión radicalmente opuesta a la de Nombela, que asegura que los psicofármacos han vivido “un progreso espectacular”. En su opinión, “los medicamentos de los que dispone un psiquiatra para tratar desde el trastorno bipolar a las depresiones no tienen nada que ver con lo que tenían hace 30 años”. No sólo se han reducido sus efectos secundarios y su agresividad: son en conjunto más eficaces.
¿Y no hay excesos? “Una afirmación de carácter general no tiene sentido”, asegura el catedrático. “Que haya casos en los que se abuse de los fármacos puede ser, desde clínicos que lo impongan demasiado el abuso propio de mucha gente. Envidentemente es un terreno de la medicina que todavía puede progresar mucho pero no se puede zanjar diciendo que no sirve para nada”.
Nombela cree que existe cierto radicalismo entre psicólogos y psiquiatras, y los científicos como él, que no son una cosa ni la otra, pueden ofrecer una visión más neutra: “Desde el punto de vista de las bases biológicas nos queda mucho por saber. Y para lograr una farmacología precisa no digamos. Yo sigo pensando que sabemos muchísimo, podemos dar un simposio entero sobre un gen y como podría influir en el alzhéimer. Y al final, ¿hemos resuelto el alzhéimer? No señor. Y no podemos prescindir de la atención psicológica a estos enfermos. El cerebro es plástico y como es plástico no sólo responde a fármacos, también responde a otros estímulos. Y ahí es donde los psicólogos tienen que trabajar”.
Quizás, como asegura Muiño, por mucho que haya avanzado la genética y la neurología, el psicólogo sigue teniendo el mismo papel que hace 30 o 40 años: “Yo siempre he sentido la psicología como una tecnología, y dudo que alguien que haya trabajado mucho tiempo como psicoterapeuta no piense lo mismo. Es una cosa que tiene una utilidad determinada y te formas para buscar instrumentos para esa utilidad. Freud que es el fundador de la salud mental creía en un modelo biológico, ibas al psicoanalista como ibas al médico, te decía ‘te pasa esto esto y esto’, te lo creías y te ibas a casa. Eso ya no ocurre, ni va a ocurrir”.
Cuándo tenemos un problema en la piel visitamos al dermatólogo, y si nuestro niño enferma le llevamos al pediatra, pero ¿qué ocurre si tenemos un problema mental? Aunque sean colectivos históricamente enfrentados, la ciudadanía apenas entiende qué diferencia a un psiquiatra y un psicólogo. Sí, los primeros son médicos y los segundos no, pero ¿acaso estudian cosas distintas? ¿Las enfermedades mentales no surgen siempre de un problema en el cerebro?