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Una historia irregular de España: ¿por qué ahora somos un parvulario?
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Una historia irregular de España: ¿por qué ahora somos un parvulario?

Siempre hay algunos iluminados (con bombillas de bajo voltaje, claro) que, a base de enredar, consiguen llevar al huerto a despistados y forjar sagas de odio donde hay paraísos

Foto: La rendición de Granada, por Francisco Pradilla, uno de los especialistas en la pintura de historia propia de la segunda mitad del siglo xix (Wikimedia)
La rendición de Granada, por Francisco Pradilla, uno de los especialistas en la pintura de historia propia de la segunda mitad del siglo xix (Wikimedia)

Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad.
Winston Churchill.

Se nos olvida que somos un pueblo tremendamente mestizo y que los siglos nos han curtido de sabias arrugas y pasiones desbordantes; de conocimientos arcanos y de una sabiduría que va al ralentí por mor de atávicos rencores, rencillas tribales, religiosas o ideológicas. Sobre estas diferencias de guardería, siempre hay algunos iluminados (con bombillas de bajo voltaje, claro) que, a base de enredar, consiguen llevar al huerto a algunos despistados y forjar sagas de odio donde hay paraísos reales y potenciales. Es el caso de España:

Evitar nostalgias aderezadas de salmuera con las que se alimenta a la ciudadanía y la dispersión de nuestras voluntades para evitar que nos repensemos y nos dé un ataque de lucidez. La necesidad urgente de una educación de calidad que evite que los maestros vivan al borde de la depresión permanente y proveer a los de a pie de medios para acceder a vidas dignas. Cumplir algunos aspectos básicos de la Constitución, muy bonitos sobre el papel, pero hurtados a la realidad cotidiana que tenemos que padecer por aquellos designios inescrutables de desequilibrados que se tientan las escasas neuronas que los habitan. Sumen a todo este guirigay un hurto mayor, que es contarnos la historia en color sepia cuando nuestro suelo patrio tiene una paleta de colores desbordante reflejada en nuestra idiosincrasia vitalista.

Foto: Vista de los prados verdes y Landa Etxea de Aia (Fuente: iStock)
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Se necesitan unas buenas tragaderas y la ayuda de un buen calzador, para ver que el trampantojo que nos montan entre unos y otros con el cuento de que estamos siempre de primavera, está más oxidado que el Titánic; que ya es decir.

Aunque no podemos tenerlo todo en esta vida, pues no habría donde meterlo, más allá de que la ambición es muy adictiva; por lo menos vamos a apreciar lo que sí tenemos; y en España, tenemos, no mucho, lo siguiente.

Un señor ilustrado, precursor del telúrico movimiento que precedió a la Revolución Francesa, señaló en una ocasión algo así como una frase inapelable. No sé si la traducción es buena, pero venía a decir que “Siempre hay cuatro lados en una historia: tu lado, su lado, la verdad, y lo que realmente sucedió". Tela.

placeholder Desembarco de Colón, de Dióscoro Puebla
Desembarco de Colón, de Dióscoro Puebla

Ocurría hace muchos siglos, quizás cerca de tres milenios, que unos avezados marinos semitas habitantes de lo que hoy es el territorio de Líbano (metro arriba, metro abajo), se dieron una vuelta por nuestros pagos e instalaron sus emporios comerciales por la zona del noroeste (Tarraco, Barcino, Gadir, Almuñecar, etc.). Mientras tanto, por el noreste, los druidas de genética celta y las brujas buenas, las “chachis”, hacían unas pócimas de rechupete con agua de fuego que te dejaban pulidos todos los epitelios. Entre lobos, osos y bosques impenetrables, crecía otro enigmático pueblo intratable por la ausencia de respuestas que nos da sobre ellos la historia oficial; los vascos. Cuando alguien osaba penetrar en aquellas inmensas masas arbóreas, unas monumentales pedradas les hacía entrar en profundas reflexiones.

Un poquillo más abajo, un reino muy antiguo (Tartessos) se derramaba con todo su esplendor en un momento en el que los registros de su existencia se perdían en la noche de los tiempos, como una extraña niebla en el desierto. Su rastro, solo ha hecho que sudar a los eruditos, investigadores y arqueólogos. A poco más de un palmo (de mapa), Los Millares y la cultura de Argar dejaron una huella profunda en un momento en que el tiempo se media por ciclos lunares.

"Roma vence sí, pero a base de crear una cultura de la esclavitud que llega a superar el 50 % de la masa de población bajo su influencia"

Siglos más tarde (218 a.C) cuando el neolítico ya queda en el retrovisor, vienen los espolones de proa de Roma; las legiones, que no solo se la tienen que ver con caristios, várdulos, autrigones, Iberos, lusitanos y toda una miríada de tribus instaladas en sus áreas de influencia; sino que, para colmar los acontecimientos, los cántabros y astures luchan de forma más que heroica desde la cordillera contra el imperio del este. Pero la cosa no queda ahí. Las gentes de Cartago, una colonia fenicia sita al norte de la actual Túnez, en una pugna estratégica de enormes dimensiones por el control del comercio a través del Mediterráneo, entran en juego con todo.
Roma vence sí, pero a base de crear una cultura de la esclavitud que llega a superar en depende que momentos; más del 50 % de la masa de población bajo su influencia; debemos de recordar que, en la antigua Grecia, solo el 10% de ciudadanos tenían derechos, y eso que era el modelo democrático que está de moda en occidente. Nada nuevo bajo el sol.

Tras cerca de siete siglos, unos germanos, con hambre de tierra y jaleo, aprovechan los entreverados de la administración romana y se instalan en nuestro predio, así como quien no quiere la cosa; pero no duran mucho, poco más de un par de siglos. Una horda de gentes con turbantes se acerca a uña de caballo desde el norte de África arrasando todo lo que encuentra a su paso. Pasan cerca de ocho siglos más en medio de un enfrentamiento civil revestido de tintes religiosos como coartada de recíprocas ambiciones territoriales. También caen en el saco de la historia, sí, pero dejan, al igual que Roma, una herencia cultural enorme.

Y entonces surgen dos reyes monumentales con ideas claras de unión y de proyección de futuro; más o menos como los políticos de hoy. Castilla y Aragón dan el finiquito a aquel monumental barullo de reinos y taifas. La proto España apunta maneras.

Foto: Fuente: iStock
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Y aparece América en escena. El impacto en la pobreza intelectual en la que viven el 99% de los atribulados europeos, por tanta belicosidad, solo se ve redimido por los efectos del Renacimiento. La España anterior se comienza a dimensionar hasta el punto de que 21.000.000 de km2 se ven fertilizados por una cultura que sí, en aquel colosal choque de civilizaciones, las partes, se dejaron llevar por la inercia de las guerras preliminares. Cuando el espanto amainó en aquel vasto imperio se hablaban múltiples y respetados idiomas, dialectos y tradiciones, y, además; un idioma universal.

Luego vino la decadencia y con ella sus enseñanzas.

Y la pregunta es; Si tanto pudimos y fuimos, ¿por qué ahora somos un parvulario? Un acto de reflexión con un ligero toque de humildad nos dirá que nos falta la calidad que conlleva el respeto por el otro; de ahí al sentido de equipo hay solo un paso. Con todo este cúmulo de sabiduría y experiencia histórica, tendríamos que ser ya catedráticos; pero no hay manera...

Para quien quiera tener una visión menos ombliguista de nuestro país ante la historia; este escribano recomienda leer dos libros contrapuestos en sus objetivos, pero no por ello inválidos ante el otro. Eduardo Galeano y su famoso opus 'Las venas abiertas de América Latina' y 'Madre Patria' del historiador argentino Marcelo Gullo; son dos caras de la misma moneda, dos verdades en las que se diluye la falacia de composición.

Si nos queda algún rescoldo de sabiduría, la historia nos dirá que si queremos podemos.

Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad.
Winston Churchill.

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