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¿Quién pagó a los francotiradores de Kiev?
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de las acampadas a los "tiradores fantasma"

¿Quién pagó a los francotiradores de Kiev?

Es probable que, de no ser por la masacre del 20 de febrero en Kiev, el Gobierno de Yanukóvich hubiese alcanzado un acuerdo con gran parte de la oposición

Es probable que, de no ser por la masacre del 20 de febrero en Kiev, el Gobierno de Viktor Yanukóvich hubiese acabado alcanzando un acuerdo con gran parte de la oposición moderada. Pero aquel día, núcleos de francotiradores abatieron a decenas de personas, en su mayoría opositores, pero también a varios agentes de policía. Los sucesos, que dejaron medio centenar de muertos sobre el asfalto (que se sumaban a otra veintena del día anterior), hicieron escalar la situación de tal modo que acabaron provocando la huida de Yanukóvich y la formación de un nuevo Gobierno proeuropeo. Y desde el primer momento, la nueva administración se apresuró a culpar de lo sucedido exclusivalmente al régimen anterior.

Sin embargo, a medida que se va aclarando el paisaje, surgen cada vez más cuestiones sobre la responsabilidad de la matanza. No sólo abundan los testimonios personales y gráficos que prueban que varios manifestantes portaban armas de fuego, en algunos casos de gran calibre. Además, el pasado 10 de marzo, un programa de investigación de la televisión pública alemana reveló, mediante pruebas realizadas sobre el terreno por un experto en balística, que si bien había pocas dudas de que tiradores de la policía dispararon contra los manifestantes desde el edificio del Banco Central y el edificio del Gobierno, al menos varios de los disparos mortales habían sido realizados desde un piso elevado del Hotel Ucrania, en manos de los opositores de ultraderecha.

Desde entonces, la cuestión de la autoría ha desatado una guerra de propaganda entre ambos bandos. ¿Podría tratarse, como aseguran algunos críticos, de un macabro plan para forzar la salida de un Yanukovich que había logrado resistir la presión en la calle durante varios meses? ¿Ha sido todo, acaso, no una revuelta espontánea sino una operación de cambio de régimen planeada de antemano, de la que los francotiradores habrían sido una jugada final y extrema?

“Esta vez no estamos implicados”, se defendía la semana pasada Srdja Popovic, director del Centro para la Acción No Violenta y las Estrategias Aplicadas (CANVAS, por sus siglas en inglés). “A pesar de las acusaciones de los medios nacionalistas serbios y rusos, no hemos trabajado con los elementos más activos en [la plaza de] Maidan”, aseguraba, negando toda participación de su organización en la crisis ucraniana. Los objetivos de este centro, dedicado a enseñar y promover estrategias de subversión pacífica (a menudo con financiación estadounidense), tal y como ya contó El Confidencial, les han convertido en los primeros sospechosos a medida que la injerencia extranjera en Ucrania va siendo cada vez más evidente.

De hecho, son muchos los que recuerdan que durante la década pasada, en esta región ya se produjeron varias de las llamadas “revoluciones de colores”, levantamientos populares pacíficos contra regímenes considerados hostiles por Washington y otras capitales occidentales, y generosamente ayudados y financiados por estas. El propio Popovic, de hecho, tuvo un papel central en la primera de ellas, organizando el movimiento Otpor! (¡Resistencia!), que provocó la caída del presidente serbio Slobodan Milosevic en 2000. El resto es historia: Popovic y sus compañeros fueron invitados a asesorar a otros movimientos semejantes, que acabaron tumbando los gobiernos de Georgia (2003), Ucrania (2004) y Kirguistán (2005).

A medida que se va aclarando el paisaje, surgen cada vez más cuestiones sobre la responsabilidad de la matanza. No sólo abundan los testimonios personales y gráficos que prueban que varios manifestantes portaban armas de fuego, en algunos casos de gran calibre

Por ello, desde que el movimiento de protesta ucraniano tomó la Plaza de la Independencia de Kiev (rebautizada como EuroMaidan) a finales del año pasado para exigir la salida de Yanukovich, inmediatamente quedó sembrada la duda de si se trataba de una intervención similar. Cuando este medio visitó el lugar en diciembre, los acampados contaban con todo un ejército de voluntarios dedicados a tareas logísticas e informativas. El elevado grado de organización de estos opositores, muy superior al de otros movimientos de protesta coetáneos, bien podría explicarse por la experiencia adquirida durante la “Revolución Naranja” acaecida en la propia Ucrania en 2004, de la que muchos eran veteranos. Pero también podría tratarse de algo más.

“Hay paralelismos evidentes”, dice Carlos González-Villa, autor del estudio académico “Las revoluciones de colores: Poder blando e interdependencia en la posguerra fría (2003-2005)”. “Las revoluciones de colores respondieron a un momento histórico determinado, que tenían que ver con una reacción inmediata a la recomposición exterior rusa, que se inicia a partir de 1998, y es evidente a partir de 2001”, explica.

“Fuera de Rusia, había cuatro áreas geoestratégicas de importancia vital para la antigua URSS. El Báltico ya estaba “conquistado” desde 1991, de forma que quedaban la zona de Ucrania, Bielorrusia y Moldavia, la del Cáucaso y la de Asia Central. De modo que entre 2003 y 2005 se producen estas revoluciones en zonas de interés estratégico para Rusia”, comenta González-Villa. “Esas revoluciones estaban relacionadas también con el acceso a los canales de abastecimiento de los recursos energéticos, además del posicionamiento geopolítico. Por ejemplo, en el caso de Kirguistán estaba muy presente la guerra de Afganistán”.

placeholder Miembros de las autodefensas del Euromaidan marchan por el centro de Kiev (Reuters).

Durante la “Revolución Naranja” de 2004, Viktor Yanukovich tuvo que hacer frente a las fuerzas lideradas por los opositores Viktor Yuschenko y Yulia Timoshenko, que terminaron por derrocarle. Pero pasada una década, se había producido un vuelco geopolítico de ciento ochenta grados: Yanukovich volvía a estar firmemente asentado en el poder, con Yuschenko acabado políticamente tras su aplastante derrota electoral en 2010, y Timoshenko en la cárcel, acusada de corrupción. En este contexto, tendría sentido una “revolución de colores”.

Ahora se están reproduciendo algunos de los viejos patrones, pero con una agresividad que no estaba presente en aquellos momentos. Ahora son los “neocon” estadounidenses quienes lo están impulsado, el ala dura del Partido Republicano, sobre todo a través de Victoria Nuland”, comenta González-Villa. Este experto explica que a pesar de tratarse de la portavoz del Departamento de Estado de un gobierno demócrata, es la esposa del politólogo conservador Robert Kagan, creador del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, un think tank dedicado, según sus propias palabras, a “promover el liderazgo global estadounidense”, y que lleva más de media década manejando la idea de un enfrentamiento entre Norteamérica y Rusia a propósito de Ucrania.

“Nuland es quien ha montado el operativo político interno, ha estado implicada incluso en la conformación del gobierno golpista”, comenta González-Villa. No es una exageración: a principios de febrero, se filtró una presunta conversación entre ella y el embajador estadounidense en Ucrania, George Pyatt, en la que ambos hablan de quién debe formar parte del futuro Ejecutivo. Hablando sobre el líder opositor Vitaly Klitschko, Nuland dice: “No creo que Klitsch deba entrar en el gobierno. No creo que sea necesario, no creo que sea una buena idea”. Y más adelante añade: “Creo que Yats [en referencia a Arseny Yatseniuk] es el que tiene experiencia en economía”. Tras la salida de Yanukovich, dos semanas después, Yatseniuk obtuvo el cargo de primer ministro.

Ahora se están reproduciendo algunos de los viejos patrones, pero con una agresividad que no estaba presente en aquellos momentos. Ahora son los neocon estadounidenses quienes lo están impulsado

“Otra singularidad es el recurso a la violencia”, asevera González-Villa. “En las revoluciones de colores, se suponía que se trataba de resistencia pasiva, porque aunque en el asalto al parlamento de Georgia en 2003 hubo gente armada fue algo más bien anecdótico. Pero esta vez se ha utilizado constantemente la violencia, aunque se haya querido decir que fue defensiva”, afirma.

Las dudas sobre la autoría de los disparos del 20 de febrero no solo las albergan periodistas escépticos y teóricos de la conspiración: el propio Ministro de Exteriores de Estonia, Urmas Paet, las expresó en una conversación privada con la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, que fue posteriormente filtrada en internet. En ella, Paet hace referencia a su conversación con la doctora Olga Bogomolets, quien le había asegurado que los heridos de ambos bandos tenían heridas del mismo tipo de arma de fuego. “Es realmente perturbador que la nueva coalición no quiera investigar exactamente lo que pasó. Cada vez está más claro que tras los francotiradores no estaba Yanukóvich, sino alguien de la nueva coalición”, afirma Paet en la grabación.

Eso, por supuesto, no prueba que todo haya sido una operación orquestada desde el extranjero, como aseguran los medios oficiales rusos. Incluso si los servicios de inteligencia occidentales hubiesen intervenido a favor del movimiento opositor, quedaría la cuestión de si en cualquier caso la revuelta se originó de forma verdaderamente espontánea. “No estoy seguro de que haya sido teledirigida”, expresa González-Villa. Al fin y al cabo, dice, “ahí está la aspiración de una gente que tiene idealizada a la Unión Europea”, y cuyas protestas a favor de un tratado de libre comercio con la UE fueron el germen de la rebelión. “Ni siquiera en las otras revoluciones de colores estaba todo planeado. Siempre va a haber razones para salir a la calle, los motivos están presentes incluso en países donde se vive mucho mejor”, asegura. La incertidumbre, de momento, persiste.

Es probable que, de no ser por la masacre del 20 de febrero en Kiev, el Gobierno de Viktor Yanukóvich hubiese acabado alcanzando un acuerdo con gran parte de la oposición moderada. Pero aquel día, núcleos de francotiradores abatieron a decenas de personas, en su mayoría opositores, pero también a varios agentes de policía. Los sucesos, que dejaron medio centenar de muertos sobre el asfalto (que se sumaban a otra veintena del día anterior), hicieron escalar la situación de tal modo que acabaron provocando la huida de Yanukóvich y la formación de un nuevo Gobierno proeuropeo. Y desde el primer momento, la nueva administración se apresuró a culpar de lo sucedido exclusivalmente al régimen anterior.

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