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Las amigas de Malala que sobreviven bajo las balas de los talibanes
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CADA DÍA se juegan la vida POR IR A LA ESCUELA

Las amigas de Malala que sobreviven bajo las balas de los talibanes

En las bulliciosas calles de Mingora, la capital del valle de Swat, es habitual ver a niñas con el típico uniforme escolar cargando sus mochilas a la espalda

Foto: Un policía a las puertas de la escuela Khushal, donde estudió Malala, en el valle del Swat, Pakistán (Reuters).
Un policía a las puertas de la escuela Khushal, donde estudió Malala, en el valle del Swat, Pakistán (Reuters).

En las bulliciosas calles de Mingora, la capital del valle de Swat, es habitual ver a niñas con el típico uniforme escolar (salwar kameez azul y una dupatta blanca para cubrirse la cabeza) cargando sus mochilas a laespalda. En 2007, cuando el valle estaba bajo el control del mulá Fazlulá, asistir a la escuela era inimaginable. Durante el oscuro período talibán la educación fue totalmente prohibida para las niñas. Pero en verano de 2009, el Ejército lanzó una operación a gran escala contra el líder de los talibanes para liberar este valle ubicado al norte de Pakistán, cerca de la frontera con Afganistán.

Desde entonces, Swat está militarizado. El Ejército patrulla las calles y en cada esquina hay un puesto militar. Muchos lugareños se preguntan cómo fue posible que, a plena luz del día, dos desconocidos tirotearan la furgoneta escolar donde viajaba Malala Yusufzai, de 16 años, y otra docena de niñas. El incidente tuvo lugar el 8 de octubre de 2012 a sólo unas calles de la escuela de secundaria Khushal, cerca de dos puestos de control del Ejército y un campo de cricket abandonado.

Shazia recibió un disparo en la mano derecha y perdió la movilidad de dos dedos. Pero asegura que no impedirán que siga estudiando: Aunque me atacaran dos o tres veces más siempre volvería a la escuela

Uno de los atacantes disparó las cuatro balas que hirieron gravemente a Malala, a Shazia Ramazan, de 14 años, y a Kainat Riaz Ahmed, de 17. El atentado contra las niñas turbó la paz de los habitantes de Mingora y les recordó que la amenaza talibán persiste en Swat. Ahora, el colegio Khushal está custodiado por tres agentes de Policía y un guarda de seguridad.

Nada más abandonar el rellano de las escaleras está el aula de noveno grado. Junto a la puerta hay una fotografía con todas las alumnas y, debajo, una imagen de Malala. En la sala, situado en primera fila, hay un pupitre rojo en el que hay escrito en la parte superior: “Malala, clase de noveno grado”.

Por unos segundos, una fuente de luz baña aquel pupitre vacío que parece haber tomado vida propia. Solitario, alicaído, esperando a que vuelva su dueña tras una larga ausencia. Esta valiente niña no tuvo miedo a alzar su voz para defender el derecho a la educación, pero su desafío la colocó en el punto de mira de los extremistas. Por ese motivo, Malala no podrá regresar nunca más a su Mingora natal. Su vida correría peligro.Sin embargo, cada mañana, su pupitre vacío llena de coraje y fuerzas a sus compañeras, decididas a continuar con su lucha a favor de la educación, que le ha valido a Malala numerosos premios internacionales.

placeholder Malala Yusufzai da un discurso tras recibir el premio RAW (Reach All Women) en Londres (Reuters).

"Aunque me atacaran tres veces más, siempre volvería a la escuela"

No sólo Malala se ha convertido en unsímbolo de la lucha por los derechos de la educación de las niñas paquistaníes.También Shazia y Kainat, las otras dos supervivientes del ataque talibán, son un referente, aunque hoy en día estudianen un colegio internacional en Gales.

Kainat es la mayor de las dos, y tiene el cuerpo desarrollado como el de una mujer adulta. Sueña con ser médico el día de mañana. “Las mujeres paquistaníes tenemos pocas oportunidades. Yo quiero ir a la Universidad y estudiar Medicina”, declaró Kainat a El Confidencial en una entrevista realizada antes de su marcha a Reino Unido. “Me siento más fuerte ahora. Fue una situación desafortunada, pero me dio coraje. Me hizo darme cuenta de que es el deber de todas las chicas para fomentar la educación”.

Con la misma determinación se manifestó Shazia, de 13 años. La niña recibió un disparo en la mano derecha y perdióla movilidad de dos dedos. Shazia aseguró que el hecho de que le hayan disparado no impedirá que siga estudiando. “Aunque me atacaran dos o tres veces más, siempre volvería a la escuela”, aseveró.

“Nuestras escuelas fueron destruidas. Algunas profesoras han sido ejecutadas por desobedecer a los talibanes y seguir dando clases a las niñas. Tenemos que mostrar que no les tenemos miedo. Nuestra manera de luchar contra los radicales es ir al colegio”, insistió la compañera de Malala.

Harán falta muchas Malalas para cambiar Pakistán

Pero Pakistán necesitará muchas Malalas para que la educación sea un derecho y no un desafío para miles de niñas y niños que quieren estudiar. Los talibanes atacan escuelas, especialmente de niñas, y amenazan a las profesoras. Mientras, el Gobierno en Islamabadmira hacia otro lado ante la imposibilidad de poder controlar a los grupos islamistas radicales.

Entre 2010 y 2013, un total de 839 escuelas(81 de ellas sólo el año pasado)fueron destruidas en la provincia de Khiber Pakhtunkha (KP). La tasa de alfabetismo se sitúa en el 16% en la provincia de KP y las áreas tribales FATA, frente al 47% de media en el resto de Pakistán.

placeholder Una niña sale de la escuela de Khushal, en la que estudió Malala, en Pakistán (Reuters).

Khadim Husein, director de Basha Khan Fundation, en Peshawar, sabe mucho sobre este asunto. Esta organización se encarga de rehabilitar centros escolares destruidos y llevar escuelas móviles a las aldeas remotas de KP. Para Husein, los motivos por los que los insurgentes atacan las escuelas son porque las consideran “un símbolo del Estado” y de “la educación moderna occidental”.

Este hombre considera que las operaciones militares contra insurgentes en las áreas tribales de FATA y KPK no ayudan a erradicar el fenómeno del radicalismo. “El Ejército debería proporcionar seguridad, proveer trabajos, reconstruir carreteras y escuelas para dar esperanza a las futuras generaciones”, sostiene.

La mayoría de las madrazas contribuyen de forma indirecta con el terrorismo al crear un estado de ánimo entre sus estudiantes muy cerrado que los convierte en vulnerables a los extremistas islámicos

En agosto, en pleno mes de Ramadán, a la hora de la ruptura del ayuno, una potente bomba de 20 kilos, activada por control remoto, destrozó dos aulas de la escuela de primaria de Kadi, en el distrito de Swabi (en KP). El presupuesto para la reconstrucción de las aulas totalmente dañadas es de 40.000 dólares, pero hasta ahora la ayuda del Gobierno no ha llegado. Han tenido que acomodar algunos niños en las clases de las niñas. Cuando viene el buen tiempo, muchos alumnos estudian en el porche.

“Gracias a Dios, no había nadie en la escuela, ni siquiera el guarda de seguridad que estaba tomando el Iftar (la comida de ruptura del ayuno)”, explica Yusuf Sayed, director del colegio. Había otra bomba, de unos 10 kilos de explosivos, que estaba colocada en la zona de las niñas,pero no llegó a explotar. “Necesitamos más protección. Sólo tenemos un guarda y no es suficiente. Como funcionarios públicos deberíamos tener más seguridad”, insiste.

Ashad, de 8 años, estudiaba en una de las aulas que ahora están destruidas. “Me gusta estudiar y venir a la escuela”, dice el pequeño, aunque reconoce que tiene "miedo de que otra vez vuelvan a atacar el colegio”.

“Si no hay escuela, los talibán los reclutan en las madrazas”

Las decenas de miles de niños que no vana la escuela son más vulnerables a la captaciónde los insurgentes. “Al no tener una escuela donde estudiar, los talibanes los reclutan en las madrazas (escuelas coránicas) y los entrenan para convertirlos en suicidas”, se queja Wakil Khan, exsecretario de Asuntos religiosos en Islamabad.

placeholder Un grupo de niños estudia el Corán en una madraza a las afueras de Islamabad (Reuters).

A todo ellohay que añadir la mala gestión del sistema educativo estatal paquistaní, cuyo vacío lo han llenado las escuelas coránicas. Pakistán apenas dedica un 3% de su presupuesto a la educación,por lo que la mayoría de los niños que provienen de familias con pocos recursos tienen que ir a los seminarios religiosos. “No tienen ningún otro lugar dónde educarse”, insiste Khan.

Las familias pobres suelen tener entre 8 y 10 hijos, y la matricula mensual en una escuela pública oscilaentre 500 y 600 rupias (aproximadamente 4 euros), lo que representa una fortuna para un padre que gana 7.000 rupias mensuales (50 euros).

Las madrazas ofrecen educación gratuita, una pequeña ayuda económica para los alumnos, comida y un lugar donde dormir. Por ese motivo, “los pobres mandan a sus hijos a los seminarios religiosos, porque el Estado no les da apoyo en materia de educación”,lamenta el exsecretario de Asuntos Religiosos.El problema es que la mayoría de las madrazas contribuyen de forma indirecta con el extremismo y el terrorismo al crear “un estado de ánimo entre sus estudiantes muy cerrado y que los convierte envulnerables a los extremistas islámicos”, denuncia Wakil.

En las bulliciosas calles de Mingora, la capital del valle de Swat, es habitual ver a niñas con el típico uniforme escolar (salwar kameez azul y una dupatta blanca para cubrirse la cabeza) cargando sus mochilas a laespalda. En 2007, cuando el valle estaba bajo el control del mulá Fazlulá, asistir a la escuela era inimaginable. Durante el oscuro período talibán la educación fue totalmente prohibida para las niñas. Pero en verano de 2009, el Ejército lanzó una operación a gran escala contra el líder de los talibanes para liberar este valle ubicado al norte de Pakistán, cerca de la frontera con Afganistán.

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