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Morsi, desaparecido mientras Egipto se hunde en el caos de los disturbios
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DECENAS DE MUERTOS TRAS NUEVOS ENFRENTAMIENTOS EN PORT SAID

Morsi, desaparecido mientras Egipto se hunde en el caos de los disturbios

La noche del viernes los disturbios fueron adueñándose de Egipto, pero el rumor hacía pensar que este sábado se convertiría en la verdadera jornada negra. Los seguidores

Foto: Morsi, desaparecido mientras Egipto se hunde en el caos de los disturbios
Morsi, desaparecido mientras Egipto se hunde en el caos de los disturbios

La noche del viernes los disturbios fueron adueñándose de Egipto, pero el rumor hacía pensar que este sábado se convertiría en la verdadera jornada negra. Los seguidores del Ahly, el principal equipo de fútbol del país, habían amenazado con incendiar las calles si no se hacía justicia contra los responsables de la muerte el año pasado de 74 espectadores en el estadio de Port Said. Aunque el juez dictó que 21 de ellos deberían ser condenados a la pena capital, si así queda ratificado por la máxima autoridad religiosa del país, y los ultras parecían calmar su sed de venganza.

La inesperada decisión encolerizó, no obstante, a los habitantes de la ciudad costera de Port Said. Los acusados son simples aficionados, pero pese a la sospecha de una mano negra de que azotó aquella masacre, nunca quedó claro cómo se produjo. Los pocos agentes de policía inculpados, impasibles durante el ataque en el estadio de hace un año, deberán esperar otras dos semanas para escuchar su veredicto. Nada más conocerse la sentencia, cientos de personas acudieron a la prisión donde se encuentran los condenados para mostrar su rechazo al fallo del juez.

Allí se produjo una auténtica batalla campal contra las fuerzas de seguridad, con decenas de niños entre los manifestantes, según difundió la televisión pública. Las últimas cifras elevan a más de 30 los muertos –la mayoría por heridas de bala, según el responsable de los hospitales de la ciudad- y a cerca de 300 los heridos. Se suman a los nueve fallecidos y cerca de 500 heridos que se produjeron en la víspera, durante la conmemoración del segundo aniversario de la revolución. El Ejército se desplegó en Port Said y Suez, donde se produjeron los choques más violentos el día anterior, para intentar calmar la situación.

Mientras en El Cairo las celebraciones de los ultras poco tardaron en degenerar en nuevos choques violentos. Los radicales del principal equipo difundieron un comunicado en el que aseguraban que “no habrá celebraciones hasta el próximo 9 de marzo”, cuando se deberá juzgar al resto de implicados. En la plaza Tahrir, Wael Mohamed, vestido con la camiseta de su equipo insistía en que “los ultras harán su propia revolución” y añadía que “el veredicto no es suficiente porque las fuerzas de seguridad no han sido condenadas”.

La plaza que se convirtió en símbolo de la revolución presentaba anoche un aspecto más sombrío que de costumbre. Decenas de personas avanzaban por la calle que da al Ministerio del Interior. Otros grupos trasladaban sus protestas a la cercana embajada estadounidense. Y una distintas ‘milicias’ juveniles incendiaban neumáticos y cortaban el tráfico en nombre de la revolución.

El Gobierno, desaparecido

El presidente Mohamed Morsi se reunió con el Consejo de Seguridad Nacional, un órgano creado para situaciones de crisis integrado por civiles y militares. Al término de la cumbre, el ministro de Información, Salad AbdelMaqsud, amagó con la hipótesis de aplicar el estado de emergencia o un toque de queda, pero ahí quedaron sus advertencias. Morsi, que sólo se había referido a la crisis la noche anterior a través de Twitter, siguió sin ofrecer su versión a los egipcios.

Como en otras ocasiones, los Hermanos Musulmanes fueron quienes agitaron el fantasma. El grupo islamista afirmó en un comunicado que los incidentes de los dos últimos días se deben a un “sabotaje” respaldado por el “silencio implícito de la oposición”.

La mayoría de los partidos no islamistas, agrupados bajo el paraguas del Consejo de Salvación Nacional, también comparecieron para aumentar la presión contra el Ejecutivo. El órgano opositor amenazó con no comparecer a las próximas elecciones legislativas, si no se forma antes un Gobierno de unidad y el presidente decide retirar la actual Constitución. Aseguraron que seguirán apoyando las protestas, sin un atisbo de llamamiento a la calma.

Ambas partes reivindican la revolución que dio al traste con la dictadura de Hosni Mubarak, pero en estos momentos se encuentran tan lejos que una reconciliación política parece inviable. Los islamistas insisten en que obtuvieron su poder en las urnas y tildan a sus oponentes de servir al antiguo régimen. La oposición laica los culpa de utilizar las instituciones democráticas para construir un Estado a su medida. Y mientras, cientos de jóvenes siguen clamando una venganza, que esporádicamente se cobran por su cuenta.

El Ejército, una de las instituciones más respetadas todavía pese a su desgaste durante el mando de la Junta Militar, ya aseguró que no intervendría para reprimir a los manifestantes. Quienes agitan las calles interiorizan una cierta impunidad, aunque el coste sea sólo otro puñado de muertos. A diferencia de otras ocasiones, la violencia se instala en todo el país. Los enfrentamientos alcanzan distintas ciudades. Se suceden los incendios en calles dominadas por patrullas callejeras. Y como en anteriores crisis, nadie parece dispuesto a dar un paso adelante. Sólo esperar a que se pudra. Y después, vuelta a empezar, con nuevas rencillas a la espalda.

La noche del viernes los disturbios fueron adueñándose de Egipto, pero el rumor hacía pensar que este sábado se convertiría en la verdadera jornada negra. Los seguidores del Ahly, el principal equipo de fútbol del país, habían amenazado con incendiar las calles si no se hacía justicia contra los responsables de la muerte el año pasado de 74 espectadores en el estadio de Port Said. Aunque el juez dictó que 21 de ellos deberían ser condenados a la pena capital, si así queda ratificado por la máxima autoridad religiosa del país, y los ultras parecían calmar su sed de venganza.